Nov 1, 2014

¿CULTURA O CIVILIZACIÓN?


Cultura y civilización no significan lo mismo y -precisamente por ello- no siempre van unidas. No son dos términos sinónimos pues -incluso aceptando que no hay sinónimos perfectos- esas dos palabras tienen significados bastante diferenciados -y cada uno suficientemente interesante- como para evitar confundirlas. 

Por ello e históricamente la distinción entre “cultura” y “civilización” ha sido reelaborada largamente a través de un complejo debate desde al menos el final del siglo XVIII. Además, aunque parecía que esa distinción se había olvidado últimamente, se ha revitalizado coincidiendo con el famoso "choque de civilizaciones" de Samuel Huntington. Apuntemos brevemente los matices y significados que las separan.

Tradicionalmente el término “civilización” se reservada sobre todo para los aspectos colectivos, públicos, objetivados, intersubjetivos y materialmente constatables. En cambio la palabra “cultura” se utilizaba especialmente para los aspectos personales, subjetivos, mentales o espirituales, que determinan o manifiestan el carácter personal singular y su valía particular. Por eso Inmanuel Kant afirma en 1784 que “la idea de moralidad pertenece a la cultura”, mientras que “las costumbres en cuestiones matrimoniales y de decencia exterior es lo se llama civilización”. 

En definitiva, las costumbres públicas y las instituciones sociopolíticas desde las leyes a los museos de un país forman parte sobre todo de “su civilización”; mientras que más bien pertenecen a la “cultura” el conocimiento mental actualizado y subjetivo, así como las especificidades particulares de sus grandes clásicos y –quizás- esos trazos comunes que suelen marcar el carácter propio de la gente.

No hay que confundir la distinción entre cultura y civilización con el software y el hardware. Pues ambos deben coincidir tanto en la civilización como en la cultura, que no pueden existir de forma completamente inmaterial. Ahora bien, la importante diferencia estriba como veremos en que –digámoslo así- la civilización puede verse reducida a un ordenador y su programa ¡apagados! y sin la fuerza vivificadora de la electricidad actualizando el software en ese hardware. En cambio, la cultura necesita las tres cosas para ser y realizar plenamente su potencialidad: debe tener un hardware, con un software y una energía que la haga funcionar “en tiempo real”.

En contrapartida y por eso mismo, la “civilización” puede sobrevivir –aunque sea de alguna manera deficitaria- cuando la “cultura” ya no puede existir. Y precisamente porque la cultura tiene una existencia a veces muy etérea y vinculada a las personas que “la cultivan”, necesita concretarse e institucionalizarse pública y materialmente en instituciones “civiles, cívicas y ciudadanas” que acojan, mantengan y protejan “lo cultural”. Pues en pureza la “cultura” sólo persiste en la medida que vive y es pensada por personas; mientras que la “civilización” mantiene muchos de sus monumentos y grandes signos incluso cuando la gente y la humanidad han desaparecido totalmente. 

Además no debemos olvidar que ser “culto” es sobre todo una cualidad y un mérito personal, que puede aparentarse pero que remite al “cultivo del espíritu” que uno mismo haya llevado a cabo. Mientras que en cambio la “civilización” es la plasmación pública, colectiva y material que se ha conseguido gracias a que mucha gente culta (de hecho generaciones enteras). Por eso la etimología de “civilización” es la misma que "civitas" y es la edificación de una especie de “ciudad” compartida y su finalidad es -precisamente- que la cultura subjetiva no desaparezca cuando mueran las personas que la “cultivaron”. 

Por ejemplo un pastor iletrado puede tener una enorme cultura personal sobre
la naturaleza y su entorno. Pero si muere solitario y sin construir un entorno cívico colectivo duradero (algo que ya es más bien “civilización”), sencillamente no dejará rastro o tan sólo una memoria difusa que también irá desapareciendo a medida que lo hagan los que lo conocieron personalmente. 

Podemos decir pues que para pervivir duraderamente la cultura necesita convertirse en civilización. Ahora bien paralelamente -para ser viva, desarrollarse y actualizarse humanamente- una civilización necesita ser cultivada personalmente por la gente, para poder penetrar y vivificar sus espíritus, y ser vivificada por ellos. En caso contrario la “civilización” puede reducirse simplemente a esos impresionantes y monumentales edificios ruinosos y esas magníficas calles vacías (o llenas de turistas ajenos a la “cultura” real de la gente que los edificó) de Palmira, Luxor, la Muralla China o el Machu-Pichu. Allí únicamente el visitante con gran cultura personal podrá comprender o imaginarse mínimamente la “cultura” y la gente que creó esos signos hoy ruinosos y mudos de “civilización”. 

Recordemos el conocido discurso que Napoleón dirigió a sus tropas en 1798 durante la campaña de Egipto. Les dijo: “Soldados: iniciáis ahora una conquista, cuyas consecuencias son incalculables para la civilización”. Y ciertamente esa conquista tuvo enormes consecuencias para la “civilización”, aunque relativamente pocas –al parecer- para la cultura personal de los soldados. Otra cosa fue –eso sí y sin duda- para los sabios que también Napoleón llevó consigo para estudiar la antigua civilización egipcia. Pero seguramente ello no fue igual -por ejemplo- para el grupo de soldados que se entretuvieron en disparar a la nariz de la Esfinge, rompiendo lo que había resistido durante milenios los embates de la arena y el viento. Como vemos, lamentablemente “civilización” y “cultura” no siempre van unidas.

Algo parecido puede decirse incluso de los libros y los escritos. Como explica
bellamente Umberto Eco al final de su programàtica novela El nombre de la rosa: muchas veces de la vida tan sólo se han salvado –como del incendio de una biblioteca- “fragmentos, citas, períodos incompletos, muñones de libros.” Eso tan sólo queda de la “civilización” que aquella mítica biblioteca conservaba y de la “cultura” de la gente que la construyó. Pero comenta lúcidamente Adson: “Cuando más releo esa lista [de lo salvado en el incendio], más me convenzo de que es fruto del azar y no contiene mensaje alguno. Pero esas páginas incompletas me han acompañado durante toda la vida que desde entonces me ha sido dado vivir, las he consultado a menudo como un oráculo […] y tampoco sé ya si el que ha hablado hasta ahora he sido yo o, en cambio, han sido ellos [los fragmentos siempre releídos] los que han hablado por mi boca.”

En definitiva, nos viene a decir Eco aquellos restos fragmentarios de “civilización” han sido capaces de vivificar la “cultura” (y la vida) de quien los lee, inquiere y conserva en la mente. Sólo entonces realmente “civilización” y “cultura” van unidas. Pero con facilidad, la “civilización” no tiene ya quien la actualice, viva ni “cultive” y –otras veces- la “cultura” no encuentra como pervivir en forma relativamente más persistente de “civilización”. Entonces lamentablemente, “civilización” y “cultura” se escinden.

Precisamente por ello en el libro La sociedad de la ignorancia, hemos denunciado la incultura y el desconocimiento que paradojalmente están creciendo en la gente, bajo el esplendor “civilizatorio” de Internet y la sociedad del conocimiento. Pues muchas veces nadie se hace realmente cargo de la “cultura” ni vive de la “civilización” vigente más allà de una forma meramente mecánica e inconsciente. Hoy cada vez más, la gente tiende cada vez más a encerrarse en la privaticidad y, en todo caso, en “su” hiperespecialización profesional y laboral. 

Mientras que en cambio lo común -la “ciudad cultural” o “civilización”
construida entre todos- queda cada vez más olvidada, ajena y menospreciada. Entonces la gente mantiene una importante profesionalización y cultura laboral (pues sino ingresarían en el creciente número de parados), pero en cambio manifiesta muy poca “cultura” colectiva, cívica y “política” en el buen sentido del término… Es decir, la gente –renunciando a la cultura y al cultivarla- tiene ya muy poco contacto real y profundo con lo construido entre todos, con lo común, con la propia civilización… que queda solitaria, llena de polvo y en ruinas aunque no lo parezca.

En tal caso se es todavía “civilizado” en el sentido de gozar o de haber heredado una gran “civilización”, pero no se es culto ni se tiene “cultura”, pues realmente no se ha cultivado ni actualizado personalmente esa civilización. Y eso cada vez pasa más evidentemente en nuestro tiempo. Seguramente esos rollizos y ricos turistas de los Estados Unidos y otros poderosos países “avanzados” que visitan países aparentemente más pobres, pueden presentarse a si mismos como “civilizados” frente a los lugareños (que aparentemente tan sólo conservan las ruinas de su antigua populosa “civilización”). Pero muchísimas veces en absoluto aquellos tienen tanta cultura como éstos. Pues, como en el ejemplo del pastor, los lugareños hoy quizás no tengan tan poderosas instituciones económicas, culturales, políticas y sociales como aquellos, pero quizás sí que conocen mejor su entorno y se han cultivado más profundamente.

Vemos pues que ser “civilizado” es un “valor” más colectivo que no
personal o individual. Dice más de la propia sociedad, de su poderío y de sus instituciones que no de la persona concreta. Por eso “la civilización” se suele manifestar también en signos públicos y formales como la vestimenta, los “modos”, el lenguaje usado, la capacidad económica, las embajadas y otras instituciones que “responden por” o “atienden a” las necesidades de sus ciudadanos. Por eso, muchos turistas pueden pasar por ser “los civilizados”, a pesar de ser personalmente miserables e incultos.

También por eso hoy y con las colonizaciones la gente llama “civilizado” o considera como signos de “civilización” ciertas costumbres, formas de relacionarse y de vivir, de cocinar o de construir, tecnologías y “capital social”… que en realidad son capacidades o herencias colectivas, más que habilidades, méritos o frutos del “cultivo” personal. Por eso vemos también que muchas veces se menosprecian de forma totalmente injusta auténticas conquistas personales. Nos referimos por ejemplo a: valores, capacidades, habilidades, sensibilidades y conciencia “cultivadas” y desarrolladas efectivamente por uno mismo. 

A tales injusticias se oponían precisamente Dante, Petrarca y Boccaccio cuando reivindicaban el “gentil cuore” frente a la fría, heredada y casi muerta “civilización” ostentada por aristócratas. Éstos alardeaban injustamente de aquello que no habían cultivado propiamente en si mismos y que –a pesar de ello- creían que les daba una superioridad ante gente que sí lo había hecho y se consideraban presuntamente “más civilizados”. Dante, Petrarca, Boccaccio y muchos sabios renacentistas reaccionaban así a una indiscriminada acusación de “vulgaridad” y de ser “poco cultivados”, por parte de aquellos que en realidad tan sólo se beneficiaban de un afortunado nacimiento y de antiguos logros de su clase (que también eran signos de barbarie, como nos recuerda Walter Benjamin). 

En la Revista Sarasuati, se tratará de cultura y civilización catalanes en una sección recientemente abierta y coordinada por la profesora Mayte Duarte Seguer. Allí se estudiarán los hechos y creaciones colectivos, públicos e institucionales de los catalanes y/o que se han sucedido en Catalunya… Pero no por un mero interés arqueológico, alejado de la vida y del presente, sino para así poder actualizarlos –como todos los países y pueblos hacen o deberían hacer-. Y para así poder ser llamados, además de “civilizados”, también “cultos”, “cultivados”, con “cultura”.
 
Véase la Revista CATALONIA SUMMER 2015 publicada por AICS - American Institute for Catalan Studies.

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