¿En las llamadas sociedades avanzadas se está substituyendo la experiencia del dolor por su amenaza? ¿Se la substituye por el miedo paranoico, angustiador y paralizante a padecer algún día algún sufrimiento… y no tener a mano la correspondiente pastilla analgésica?
¿Estamos llegando a la paradojal situación en que, eliminamos farmacológicamente todo dolor, pero a la vez sufrimos constantemente por cualquier posibilidad futura de dolor y por mínima que sea? ¿Simplemente cambiamos un tipo de dolor y de sufrimiento por otro? ¿Sustituimos el dolor real y en acto por otro que –en tanto que temido y siempre amenazante- nunca cesa?
Pues ciertamente, con su terribilidad, el dolor en acto puede terminar o, al menos, disminuir. Y como sabe todo el mundo que ha sufrido alguna vez, cuando disminuye entonces brota una gran alegría y felicidad –quizás brevemente pero de forma real-. Por el contrario, el temor crónico y paranoico a llegar a sufrir en algún momento, nunca termina.
De manera parecida al dicho: “el valiente muere una vez, el cobarde muchas”, el dolor encarado directamente duele terriblemente pero -si no es mortal- en algún momento disminuye o se termina. El dolor temido y el sufrimiento esperando y siempre amenazante, duran y duelen indefinidamente. Por eso, éste no suele dar cuartel, mientras que el primero acaba permitiendo maravillosos momentos de alegría o relajo (como comentaba Nietzsche que siempre estaba aquejado de jaquecas, dolores oculares…).
Eso lo ha sabido la humanidad desde siempre y está en la base del estoicismo y muchas actitudes clásicas frente al sufrimiento. Ello no significa no obstante menospreciar el dolor incontrolable que es –sin duda- una experiencia inhumana. Pero ¿no lo es también el pánico omnipresente y atenazante ante cualquier tipo y nivel de dolor? ¿No es también sufrimiento y dolor la vivencia paranoica centrada en la amenaza resultante de cualquier posibilidad de dolor o sufrimiento, por mucho que sea futura e inconcreta?
El miedo y el pánico son tanto más peligrosos, amenazantes e incontrolables cuanto más inconcretos son. Por eso la humanidad sufre muchísimo y hace auténticas barbaridades, cuando no es capaz de visualizar o comprender sus propios miedos. Pero en cambio, cuando planta cara frente a frente a sus miedos, la humanidad suele poder controlar su pánico y dar muestras de gran entereza, valor, solidaridad e incluso altruismo.
¿No pasa algo parecido con el dolor y el sufrimiento? Cuando los enfrentamos lúcidamente (aunque sea sin esperanza) y los “conocemos” (también con inteligencia emocional) ¿no somos más capaces de soportarlos e, incluso, de superarlos y minimizarlos? En cambio ¿no nos esclavizamos y autodestruimos cuando -temiendo paranoicamente todo dolor y sufrimiento- los escondemos, no les hacemos frente y dejamos que su simple expectativa se haga omnipotente sobre nosotros?
Nosotros creemos que sí y que éste es uno de los problemas más difíciles y complejos de las sociedades avanzadas. A pesar que la terrible crisis post2008 está infligiendo mucho dolor y sufrimiento en las clases más desafortunadas; un frustrante y poco solidario miedo paranoico –unido a una ansia de seguridad y control- se está apoderando incluso de las clases más ricas, afortunadas y privilegiadas.
La terrible y paradójica consecuencia es que -habiendo quizás menos causas reales de dolor y sufrimiento que en terribles épocas anteriores- ¡hoy vivimos mucho más atenazados por el sufrimiento e –incluso- el dolor! Pues el dolor “psicológico” no duele menos ni carece de sufrimiento.
Además quien sufre –aunque a nosotros nos parezca que no tiene causas objetivas para ello-, no sufre menos que aquel que juzgamos que sí que tiene “causa justificada”. Eso lo han reconocido humilmente los médicos que, por eso y sin negar la “realidad” del sufrimiento de sus pacientes, distinguen sutilmente entre “dolencia”, “enfermedad”, “lesión”…
No lo olvidemos: sentir que se sufre, es sufrir. Quien vive con dolor, sufre realmente aunque no consigamos dar con la causa de ello. Nadie puede ridiculizar ese sufrimiento. Igual como nadie puede sentir o sufrir realmente y de manera radical el sufrimiento o dolor de alguien otro. Creo recordar que eso lo expresó muy bien Milan Kundera en La insoportable levedad del ser.
Es una de las posibilidades más admirables de la condición humana que podamos imaginar los sufrimientos de los demás, que podamos empatizar con ellos y, por supuesto, que notemos que hemos experimentado dolores similares. Pero los dolores y sufrimientos se experimentan personalmente, en singular, en el propio cuerpo y en la propia psique…
Por eso cuando decimos que los “compartimos” o que “acompañamos en el sentimiento”, estamos usando una metáfora… Una metáfora que nos hace humanos ¡por supuesto!, pero es metáfora al fin y al cabo. Y por eso nos resulta tan fácil “banalizar el mal”, el dolor y el sufrimiento ajenos.
Eso lo teorizó magníficamente Hannah Arendt en los reportajes de 1961 que dieron lugar a su libro Eichmann en Jerusalem: Informe sobre la banalidad del mal. Ellos sirvieron de acicate para los famosos experimentos de Stanley Milgram (también en 1961), que se preguntaba si "¿era posible que Eichmann y sus millones de cómplices estuvieran siguiendo simplemente órdenes?”.
Al respecto el también famoso “experimento de la Prisión de Stanford” de Philip Zimbardo (1971), explicó anticipadamente que fueran posibles atrocidades como las de la prisión de Abu Ghraib. Recordemos que en esta prisión iraquí, soldados de los Estados Unidos –sin antecedentes de especial crueldad- infligieron mucho dolor y sufrimiento a los prisioneros. Además los humillaron sistemáticamente con burlas y fotos que ellos mismos hicieron “posando ante sus aberraciones”.
Hoy experimentos como los de Milgram o Zimbardo –con resultados tan terribles como incuestionables- no pueden ser emulados por su crueldad intrínseca y sus consecuencias devastadoras para los implicados. El amable lector puede encontrar una muy pobre –pero útil- aproximación en películas espectacularizadas como El Experimento (2001) o La Ola (2008). Por otra parte, es muy recomendable el documentado libro de Philip Zimbardo El Efecto Lucifer: Entendiendo como la gente buena se vuelve mala.
Como vemos dolor y sufrimiento, así como crueldad y placer en la tortura, son elementos que hoy sabemos que están muy intrínsecamente presentes en la condición humana. Como recuerda lúcidamente Miguel Morey, muchas veces, sufrir produce placer (he ahí los masoquistas por ejemplo); pero también hacer sufrir da placer (por ejemplo a los sádicos); e incluso ver hacer sufrir también da placer. ¡Y eso último se utiliza muchísimo en la actual sociedad del espectáculo y esos “reality shows” que llenan las televisiones y que se caracterizan por humillar públicamente a los seres dolientes y mostrarlos como los antiguos monstruos de feria (por ejemplo la memorable Freaks -La parada de los monstruos- de Tod Browning).
Significativamente hoy abundan mucho y tienen gran éxito popular esos “reality shows”. Se trata de una especie de mezcla de sadismo, masoquismo y de presunta redención a través de la humillación y victimización pública de un nuevo tipo de “crimen”. Pues –en las sociedades avanzadas- se trata prácticamente como un crimen o un pecado el simple hecho de sufrir, de ser un “perdedor”, de estar damnificado por esa misma sociedad que promete paraísos artificiales, estar/sentirse excluido por y en ella...
Por otra parte, el sufrimiento y el dolor (como la finitud, la limitación y finalmente la muerte) están en la condición humana. Seguramente incluso como crueldad o cierto impulso al mal y gozar con/de él. Por eso no podemos olvidar todos esos elementos de la condición humana ni –aún menos- convertir la vida en un imposible intento sisífico e inhumano de pretender eliminar cualquier dolor y sufrimiento, al precio de convertir precisamente ese sueño en la peor pesadilla y tortura. Goya ya avisó –lúcida si bien también ambiguamente- de que “los sueños de la razón engendran monstruos”. Mucho nos tenemos que algunas de las “apuestas” de los movimientos transhumanistas actuales pueden engendrar peligrosos monstruos y nuevas barbaries.
Además, muchas sociedades avanzadas están caminando hacia una tortura parecida a la del titán Sísifo, condenado a subir una piedra arriba de una montaña, que indefectiblemente volvía a caer. Georges Lakoff basó su recomendación para las campañas electorales e ideológicas en la idea de evitar caer prisionero del marco (frame) o del discurso del adversario. Por eso tituló un librito que se hizo famoso como No pienses en un elefante.
Como argumenta Lakoff, muchas veces se puede quedar prisionero de un marco significativo, precisamente por querer ir contra él… pero siempre sometido y fascinado por su lógica contraria. Pues bien muchas sociedades avanzadas están quedando prisioneras de “frames” o marcos tan peligrosos como: “la seguridad”, “el control”, “la competitividad” y por lo que estamos destacando ahora: “el pánico a todo dolor o sufrimiento”.
A veces el miedo a algo es más terrible que ese algo mismo. Así, el cruel y constante sufrimiento generado por el pánico absoluto a cualquier amenaza, cualquier riesgo, cualquier limitación, cualquier sufrimiento… es quizás hoy la gran amenaza que se cierne sobre las vanidosas y tecnificadas sociedades actuales. Por eso y cada vez más, están dominadas por los “saberes psi” (psiquiatría, psicología, psicoterapias, psicoanálisis…), por los libros de autoayuda, por la New Age que promete éxito y felicidad absolutos, por sectas parareligiosas y predicadores que se aprovechan del “¡deja ya de sufrir!”, etc.
Muchas sociedades avanzadas están paradójicamente capturadas por esa dialéctica perversa que –como hemos apuntado- destacó Georges Lakoff en No pienses en un elefante. La idea a qué remite el título es la constatada paradoja que, si no propones un frame (marco mental) alternativo, terminas cayendo prisionero de los mismos marcos que quieres atacar, superar, olvidar o eliminar. Así el demócrata Lakoff avisaba de no quedar prisioneros de los “frame” del partido Republicano de los Estados Unidos (cuya mascota y tótem es precisamente un elefante).
Pues bien muchas sociedades avanzadas, que lo basan todo en el escapismo a través del consumo (Baudrillard) y del espectáculo (Debord), terminan prisioneras o abocadas a una “paradójica felicidad” (Lypovetsky). En concreto y por lo que aquí nos ocupa específicamente del dolor y el sufrimiento: queriendo eliminarlos totalmente (con terapias o pastillas), las sociedades avanzadas acaban paranoicamente esclavizadas al temor ante la más inconcreta y amenazante expectativa de sufrimiento.
Por una parte son construidas y pensadas como sociedades de la felicidad
consumista, de diversión permanente y -sobre todo- de ausencia total del dolor y del sufrimiento. Pero precisamente por eso, acaban obsesionadas cotidianamente sobre todo en el dolor y por el sufrimiento. Terminan siendo sociedades-para-ese-mismo-sufrimiento que intentan eliminar totalmente, pues éste deviene su obsesión permanente, morbosa y enfermiza.
Este es el marco general a partir del cual propongo que se lea la detallada tesis doctoral de la profesora mexicana Paula Arizmendi: Pensar el dolor. Aproximaciones a una algodicea contemporánea que he dirigido y que se defendió públicamente el 4-7-2014 en la Universitat de Barcelona. El tribunal estuvo formado por los catedráticos Victòria Camps (UAB), Miguel Morey (UB) y el profesor titular brasileño Renato C. Cardoso (UFMG, Belo Horizonte).
Paula Arizmendi analiza con un bello estilo expositivo muchos de los aspectos a través de los cuales el dolor “se dice de muchas maneras” (V. Camps). Como afirmó Renato Cardoso, la tesis de Paula Arizmendi es un muy buen ejemplo de trabajo macrofilosófico, pues encara con rigor e interdisciplinarmente el estado actual del debate en torno al dolor, atendiendo a las distintas ciencias implicadas, además de la filosofía y las humanidades.
Victòria Camps nos recordó agudamente que el dolor y el sufrimiento nos han hecho humanos. Por eso –si pretendemos eliminarlos totalmente, p.e. farmacológicamente- ese sueño absoluto (que recuerdan momentos de orgullo y vanidad como la “Torre de Babel”) puede poner en peligro nuestra humanidad. O al menos hacernos quebradizos y frágiles a cualquier adversidad o limitación humana.
Pueden hacernos incapaces de tener eso que los griegos llamaban “carácter” y que nos permite gobernarnos a nosotros mismos (V. Camps). Generan subjetivaciones angustiadas, paranoicas y que se desmoronan rápidamente ante cualquier mínima frustración o expectativa de sufrimiento. Por eso precisamente los suicidios no disminuyen en las “ricas” y consumísticas sociedades avanzadas, sino todo lo contrario.
Aún peor, esa obsesión sociológica y farmacológica ante cualquier tipo y nivel de sufrimiento nos obliga a esconder –como si fuera algún tipo de crimen, pecado o culpabilidad- el dolor y el sufrimiento que nos acaecen ¡a pesar de todo! Incluso puede convertirnos en seres inconscientes y autistas, faltos de empatía y solidaridad, incapaces de com-pasión o pasión compartida… ¡Seres deshumanizados! Es decir, puede bloquear eso tan característicamente humano, que nos humaniza (en el mejor sentido del término) y que Heidegger sintetizó bajo el término “Sorge” (“cuidado” o “cura”).
¡Aunque hay que reconocer –recuerden los experimentos de Milgram y
Zimbardo- que también son muy característicamente humanos el mal, la perversidad y la crueldad! Además como recordó Miguel Morey (y secundó Renato Cardoso, que es estudioso de Schopenhauer): los humanos somos ese extraño tipo de animal que usamos el dolor como acicate para la creación y para florecer artísticamente.
Como insistía Hegel en la famosa dialéctica del amo y el esclavo: la autoconsciencia se constituye a través de la experiencia dolorosa del conflicto frente a otra conciencia. La filosofía incluso no es más que un pensar doloroso como, cada uno a su manera, afirmaban Schopenhauer, Nietzsche y Wittgenstein (quien -recordó Morey- dijo: “No se puede pensar decentemente si uno no quiere hacerse daño a sí mismo”).
La cuestión o sospecha más dolorosa quizás del magnífico debate intelectual, que ofreció la lectura de la tesis, fue la planteada por Miguel Morey y que –creemos- siempre hemos que tener presente en nuestros trabajos: ¿Eso que hacemos puede ser utilizado en contra de nosotros mismos y nuestros objetivos? ¿La filosofía que hacemos no puede ser usada en contra de nosotros y de otros como nosotros? Así, más en concreto: ¿el mismo proyecto de una algodicea –que encara Paula Arizmendi- no puede facilitar el rearme del mismo establishment que quiere criticar?
Ciertamente, llevar a cabo una “algodicea” es preguntarse por el sentido (y la justicia, recordó Renato Cardoso) de la existencia de dolor en el mundo y en la humanidad. Sin duda, tenemos amplia experiencia de que, muchas veces, el “sentido” conquistado por científicos, filósofos, técnicos, humanistas, juristas… puede terminar siendo “usado” e “instrumentalizado” por el poder y a efectos de dominio.
¿Eso también puede pasar con la algodicea de la tesis de Paula Arizmendi? Supongo que en grado parecido a los estudios sobre Foucault o cualquier otro. Pero, seguro, sólo lo podremos saber en el futuro. Ahora únicamente podemos constatar que, tanto los esfuerzos de Paula Arizmendi como los míos propios, van decidida y radicalmente en dirección contraria.
En todo caso y, aunque algunas de sus críticas y cuestiones fueran "dolorosas" para la doctoranda e incluso su director, fue un gran placer volver a coincidir y debatir amigablemente con los profesores Victòria Camps, Miguel Morey y Renato C. Cardoso.
¿Estamos llegando a la paradojal situación en que, eliminamos farmacológicamente todo dolor, pero a la vez sufrimos constantemente por cualquier posibilidad futura de dolor y por mínima que sea? ¿Simplemente cambiamos un tipo de dolor y de sufrimiento por otro? ¿Sustituimos el dolor real y en acto por otro que –en tanto que temido y siempre amenazante- nunca cesa?
Pues ciertamente, con su terribilidad, el dolor en acto puede terminar o, al menos, disminuir. Y como sabe todo el mundo que ha sufrido alguna vez, cuando disminuye entonces brota una gran alegría y felicidad –quizás brevemente pero de forma real-. Por el contrario, el temor crónico y paranoico a llegar a sufrir en algún momento, nunca termina.
De manera parecida al dicho: “el valiente muere una vez, el cobarde muchas”, el dolor encarado directamente duele terriblemente pero -si no es mortal- en algún momento disminuye o se termina. El dolor temido y el sufrimiento esperando y siempre amenazante, duran y duelen indefinidamente. Por eso, éste no suele dar cuartel, mientras que el primero acaba permitiendo maravillosos momentos de alegría o relajo (como comentaba Nietzsche que siempre estaba aquejado de jaquecas, dolores oculares…).
Eso lo ha sabido la humanidad desde siempre y está en la base del estoicismo y muchas actitudes clásicas frente al sufrimiento. Ello no significa no obstante menospreciar el dolor incontrolable que es –sin duda- una experiencia inhumana. Pero ¿no lo es también el pánico omnipresente y atenazante ante cualquier tipo y nivel de dolor? ¿No es también sufrimiento y dolor la vivencia paranoica centrada en la amenaza resultante de cualquier posibilidad de dolor o sufrimiento, por mucho que sea futura e inconcreta?
El miedo y el pánico son tanto más peligrosos, amenazantes e incontrolables cuanto más inconcretos son. Por eso la humanidad sufre muchísimo y hace auténticas barbaridades, cuando no es capaz de visualizar o comprender sus propios miedos. Pero en cambio, cuando planta cara frente a frente a sus miedos, la humanidad suele poder controlar su pánico y dar muestras de gran entereza, valor, solidaridad e incluso altruismo.
¿No pasa algo parecido con el dolor y el sufrimiento? Cuando los enfrentamos lúcidamente (aunque sea sin esperanza) y los “conocemos” (también con inteligencia emocional) ¿no somos más capaces de soportarlos e, incluso, de superarlos y minimizarlos? En cambio ¿no nos esclavizamos y autodestruimos cuando -temiendo paranoicamente todo dolor y sufrimiento- los escondemos, no les hacemos frente y dejamos que su simple expectativa se haga omnipotente sobre nosotros?
Nosotros creemos que sí y que éste es uno de los problemas más difíciles y complejos de las sociedades avanzadas. A pesar que la terrible crisis post2008 está infligiendo mucho dolor y sufrimiento en las clases más desafortunadas; un frustrante y poco solidario miedo paranoico –unido a una ansia de seguridad y control- se está apoderando incluso de las clases más ricas, afortunadas y privilegiadas.
La terrible y paradójica consecuencia es que -habiendo quizás menos causas reales de dolor y sufrimiento que en terribles épocas anteriores- ¡hoy vivimos mucho más atenazados por el sufrimiento e –incluso- el dolor! Pues el dolor “psicológico” no duele menos ni carece de sufrimiento.
Además quien sufre –aunque a nosotros nos parezca que no tiene causas objetivas para ello-, no sufre menos que aquel que juzgamos que sí que tiene “causa justificada”. Eso lo han reconocido humilmente los médicos que, por eso y sin negar la “realidad” del sufrimiento de sus pacientes, distinguen sutilmente entre “dolencia”, “enfermedad”, “lesión”…
No lo olvidemos: sentir que se sufre, es sufrir. Quien vive con dolor, sufre realmente aunque no consigamos dar con la causa de ello. Nadie puede ridiculizar ese sufrimiento. Igual como nadie puede sentir o sufrir realmente y de manera radical el sufrimiento o dolor de alguien otro. Creo recordar que eso lo expresó muy bien Milan Kundera en La insoportable levedad del ser.
Es una de las posibilidades más admirables de la condición humana que podamos imaginar los sufrimientos de los demás, que podamos empatizar con ellos y, por supuesto, que notemos que hemos experimentado dolores similares. Pero los dolores y sufrimientos se experimentan personalmente, en singular, en el propio cuerpo y en la propia psique…
Por eso cuando decimos que los “compartimos” o que “acompañamos en el sentimiento”, estamos usando una metáfora… Una metáfora que nos hace humanos ¡por supuesto!, pero es metáfora al fin y al cabo. Y por eso nos resulta tan fácil “banalizar el mal”, el dolor y el sufrimiento ajenos.
Eso lo teorizó magníficamente Hannah Arendt en los reportajes de 1961 que dieron lugar a su libro Eichmann en Jerusalem: Informe sobre la banalidad del mal. Ellos sirvieron de acicate para los famosos experimentos de Stanley Milgram (también en 1961), que se preguntaba si "¿era posible que Eichmann y sus millones de cómplices estuvieran siguiendo simplemente órdenes?”.
Al respecto el también famoso “experimento de la Prisión de Stanford” de Philip Zimbardo (1971), explicó anticipadamente que fueran posibles atrocidades como las de la prisión de Abu Ghraib. Recordemos que en esta prisión iraquí, soldados de los Estados Unidos –sin antecedentes de especial crueldad- infligieron mucho dolor y sufrimiento a los prisioneros. Además los humillaron sistemáticamente con burlas y fotos que ellos mismos hicieron “posando ante sus aberraciones”.
Hoy experimentos como los de Milgram o Zimbardo –con resultados tan terribles como incuestionables- no pueden ser emulados por su crueldad intrínseca y sus consecuencias devastadoras para los implicados. El amable lector puede encontrar una muy pobre –pero útil- aproximación en películas espectacularizadas como El Experimento (2001) o La Ola (2008). Por otra parte, es muy recomendable el documentado libro de Philip Zimbardo El Efecto Lucifer: Entendiendo como la gente buena se vuelve mala.
Como vemos dolor y sufrimiento, así como crueldad y placer en la tortura, son elementos que hoy sabemos que están muy intrínsecamente presentes en la condición humana. Como recuerda lúcidamente Miguel Morey, muchas veces, sufrir produce placer (he ahí los masoquistas por ejemplo); pero también hacer sufrir da placer (por ejemplo a los sádicos); e incluso ver hacer sufrir también da placer. ¡Y eso último se utiliza muchísimo en la actual sociedad del espectáculo y esos “reality shows” que llenan las televisiones y que se caracterizan por humillar públicamente a los seres dolientes y mostrarlos como los antiguos monstruos de feria (por ejemplo la memorable Freaks -La parada de los monstruos- de Tod Browning).
Significativamente hoy abundan mucho y tienen gran éxito popular esos “reality shows”. Se trata de una especie de mezcla de sadismo, masoquismo y de presunta redención a través de la humillación y victimización pública de un nuevo tipo de “crimen”. Pues –en las sociedades avanzadas- se trata prácticamente como un crimen o un pecado el simple hecho de sufrir, de ser un “perdedor”, de estar damnificado por esa misma sociedad que promete paraísos artificiales, estar/sentirse excluido por y en ella...
Por otra parte, el sufrimiento y el dolor (como la finitud, la limitación y finalmente la muerte) están en la condición humana. Seguramente incluso como crueldad o cierto impulso al mal y gozar con/de él. Por eso no podemos olvidar todos esos elementos de la condición humana ni –aún menos- convertir la vida en un imposible intento sisífico e inhumano de pretender eliminar cualquier dolor y sufrimiento, al precio de convertir precisamente ese sueño en la peor pesadilla y tortura. Goya ya avisó –lúcida si bien también ambiguamente- de que “los sueños de la razón engendran monstruos”. Mucho nos tenemos que algunas de las “apuestas” de los movimientos transhumanistas actuales pueden engendrar peligrosos monstruos y nuevas barbaries.
Además, muchas sociedades avanzadas están caminando hacia una tortura parecida a la del titán Sísifo, condenado a subir una piedra arriba de una montaña, que indefectiblemente volvía a caer. Georges Lakoff basó su recomendación para las campañas electorales e ideológicas en la idea de evitar caer prisionero del marco (frame) o del discurso del adversario. Por eso tituló un librito que se hizo famoso como No pienses en un elefante.
Como argumenta Lakoff, muchas veces se puede quedar prisionero de un marco significativo, precisamente por querer ir contra él… pero siempre sometido y fascinado por su lógica contraria. Pues bien muchas sociedades avanzadas están quedando prisioneras de “frames” o marcos tan peligrosos como: “la seguridad”, “el control”, “la competitividad” y por lo que estamos destacando ahora: “el pánico a todo dolor o sufrimiento”.
A veces el miedo a algo es más terrible que ese algo mismo. Así, el cruel y constante sufrimiento generado por el pánico absoluto a cualquier amenaza, cualquier riesgo, cualquier limitación, cualquier sufrimiento… es quizás hoy la gran amenaza que se cierne sobre las vanidosas y tecnificadas sociedades actuales. Por eso y cada vez más, están dominadas por los “saberes psi” (psiquiatría, psicología, psicoterapias, psicoanálisis…), por los libros de autoayuda, por la New Age que promete éxito y felicidad absolutos, por sectas parareligiosas y predicadores que se aprovechan del “¡deja ya de sufrir!”, etc.
Muchas sociedades avanzadas están paradójicamente capturadas por esa dialéctica perversa que –como hemos apuntado- destacó Georges Lakoff en No pienses en un elefante. La idea a qué remite el título es la constatada paradoja que, si no propones un frame (marco mental) alternativo, terminas cayendo prisionero de los mismos marcos que quieres atacar, superar, olvidar o eliminar. Así el demócrata Lakoff avisaba de no quedar prisioneros de los “frame” del partido Republicano de los Estados Unidos (cuya mascota y tótem es precisamente un elefante).
Pues bien muchas sociedades avanzadas, que lo basan todo en el escapismo a través del consumo (Baudrillard) y del espectáculo (Debord), terminan prisioneras o abocadas a una “paradójica felicidad” (Lypovetsky). En concreto y por lo que aquí nos ocupa específicamente del dolor y el sufrimiento: queriendo eliminarlos totalmente (con terapias o pastillas), las sociedades avanzadas acaban paranoicamente esclavizadas al temor ante la más inconcreta y amenazante expectativa de sufrimiento.
Por una parte son construidas y pensadas como sociedades de la felicidad
consumista, de diversión permanente y -sobre todo- de ausencia total del dolor y del sufrimiento. Pero precisamente por eso, acaban obsesionadas cotidianamente sobre todo en el dolor y por el sufrimiento. Terminan siendo sociedades-para-ese-mismo-sufrimiento que intentan eliminar totalmente, pues éste deviene su obsesión permanente, morbosa y enfermiza.
Este es el marco general a partir del cual propongo que se lea la detallada tesis doctoral de la profesora mexicana Paula Arizmendi: Pensar el dolor. Aproximaciones a una algodicea contemporánea que he dirigido y que se defendió públicamente el 4-7-2014 en la Universitat de Barcelona. El tribunal estuvo formado por los catedráticos Victòria Camps (UAB), Miguel Morey (UB) y el profesor titular brasileño Renato C. Cardoso (UFMG, Belo Horizonte).
Paula Arizmendi analiza con un bello estilo expositivo muchos de los aspectos a través de los cuales el dolor “se dice de muchas maneras” (V. Camps). Como afirmó Renato Cardoso, la tesis de Paula Arizmendi es un muy buen ejemplo de trabajo macrofilosófico, pues encara con rigor e interdisciplinarmente el estado actual del debate en torno al dolor, atendiendo a las distintas ciencias implicadas, además de la filosofía y las humanidades.
Victòria Camps nos recordó agudamente que el dolor y el sufrimiento nos han hecho humanos. Por eso –si pretendemos eliminarlos totalmente, p.e. farmacológicamente- ese sueño absoluto (que recuerdan momentos de orgullo y vanidad como la “Torre de Babel”) puede poner en peligro nuestra humanidad. O al menos hacernos quebradizos y frágiles a cualquier adversidad o limitación humana.
Pueden hacernos incapaces de tener eso que los griegos llamaban “carácter” y que nos permite gobernarnos a nosotros mismos (V. Camps). Generan subjetivaciones angustiadas, paranoicas y que se desmoronan rápidamente ante cualquier mínima frustración o expectativa de sufrimiento. Por eso precisamente los suicidios no disminuyen en las “ricas” y consumísticas sociedades avanzadas, sino todo lo contrario.
Aún peor, esa obsesión sociológica y farmacológica ante cualquier tipo y nivel de sufrimiento nos obliga a esconder –como si fuera algún tipo de crimen, pecado o culpabilidad- el dolor y el sufrimiento que nos acaecen ¡a pesar de todo! Incluso puede convertirnos en seres inconscientes y autistas, faltos de empatía y solidaridad, incapaces de com-pasión o pasión compartida… ¡Seres deshumanizados! Es decir, puede bloquear eso tan característicamente humano, que nos humaniza (en el mejor sentido del término) y que Heidegger sintetizó bajo el término “Sorge” (“cuidado” o “cura”).
¡Aunque hay que reconocer –recuerden los experimentos de Milgram y
Zimbardo- que también son muy característicamente humanos el mal, la perversidad y la crueldad! Además como recordó Miguel Morey (y secundó Renato Cardoso, que es estudioso de Schopenhauer): los humanos somos ese extraño tipo de animal que usamos el dolor como acicate para la creación y para florecer artísticamente.
Como insistía Hegel en la famosa dialéctica del amo y el esclavo: la autoconsciencia se constituye a través de la experiencia dolorosa del conflicto frente a otra conciencia. La filosofía incluso no es más que un pensar doloroso como, cada uno a su manera, afirmaban Schopenhauer, Nietzsche y Wittgenstein (quien -recordó Morey- dijo: “No se puede pensar decentemente si uno no quiere hacerse daño a sí mismo”).
La cuestión o sospecha más dolorosa quizás del magnífico debate intelectual, que ofreció la lectura de la tesis, fue la planteada por Miguel Morey y que –creemos- siempre hemos que tener presente en nuestros trabajos: ¿Eso que hacemos puede ser utilizado en contra de nosotros mismos y nuestros objetivos? ¿La filosofía que hacemos no puede ser usada en contra de nosotros y de otros como nosotros? Así, más en concreto: ¿el mismo proyecto de una algodicea –que encara Paula Arizmendi- no puede facilitar el rearme del mismo establishment que quiere criticar?
Ciertamente, llevar a cabo una “algodicea” es preguntarse por el sentido (y la justicia, recordó Renato Cardoso) de la existencia de dolor en el mundo y en la humanidad. Sin duda, tenemos amplia experiencia de que, muchas veces, el “sentido” conquistado por científicos, filósofos, técnicos, humanistas, juristas… puede terminar siendo “usado” e “instrumentalizado” por el poder y a efectos de dominio.
¿Eso también puede pasar con la algodicea de la tesis de Paula Arizmendi? Supongo que en grado parecido a los estudios sobre Foucault o cualquier otro. Pero, seguro, sólo lo podremos saber en el futuro. Ahora únicamente podemos constatar que, tanto los esfuerzos de Paula Arizmendi como los míos propios, van decidida y radicalmente en dirección contraria.
En todo caso y, aunque algunas de sus críticas y cuestiones fueran "dolorosas" para la doctoranda e incluso su director, fue un gran placer volver a coincidir y debatir amigablemente con los profesores Victòria Camps, Miguel Morey y Renato C. Cardoso.
No comments:
Post a Comment