¡Qué
atrevimiento y qué provocación constituye querer ser auténtico! ¡En qué barbaridad
y en qué tortura puede convertirse: el tener que ser auténtico… siempre! Por
otra parte ¿la autenticidad se ha convertido en un hiperbien? ¿Sería ello una
bendición o más bien un tormento?
Hace
unas pocas décadas, las pretensiones de autenticidad eran algo ridículo y snob.
¡Aún más, eran sobre todo un lujo que sólo los muy ricos y los privilegiados
podían permitirse! Para todos los demás, ser “auténtico” solía ser el camino
más rápido para la perdición y para que sobre uno cayeran los peores males,
represiones y vilipendios de la sociedad.
En tal
caso y con sospechosa unanimidad, la sociedad establecida reaccionaba con
violencia y menosprecio a toda autenticidad y –por supuesto- en contra el pretendido
individuo “auténtico”. “¡Cómo se atreve!” venían a exclamarse los bien
pensantes y los que permanecían obedientemente en “su sitio”.
En
cambio -hay que reconocerlo-, actualmente y por estos pagos post-post-modernos,
suele ser bien visto aparentar un cierto nivel de autenticidad. Evidentemente las
cosas solo han cambiado de verdad, para aquel que sabe negociar “su
autenticidad” sin chocar demasiado con el establishment.
Pues
entonces la gente lo mira con arrobamiento y exclaman con adoración: ¡es un
artista, un genio, un espíritu libre! “¡Un alma bella –como dijo Hegel-!” cita con
gran contento el aprendiz de filósofo, sin saber el sarcasmo y cruel ironía con
que Hegel trata esa figura de la conciencia.
Lamentablemente,
todavía la autenticidad y la subjetivación autoexpresivistas están asociadas
menospreciativamente al romanticismo más sentimentaloide y superficial. ¡Son
cosas de snobs, dandis, bohemios a la violeta o –en todo caso- de la “gauche
divine”, “gauche caviar” (que dicen en Francia) y otros “bobos” (bourgeois
bohemian)!
Sin
embargo, de manera subterránea pero efectiva la autenticidad se ha ido
convirtiendo en uno de los “hiperbienes” (según término de Chales Taylor) de
nuestras sociedades avanzadas, cognitivas y postindustriales. Es decir se ha
ido convirtiendo en un valor máximo y supremo que estructura el conjunto de la
axiología y teleología de la mentalidad actual. ¿Ello la iguala al narcisismo hiperindividualista que -según Lipovetsky- sería propiamente el gran valor
hegemónico y subyacente en nuestras sociedades?
No creo
que Taylor sea tan pesimista pues –además- considera que es necesario tener
algún hiperbien y que todas las sociedades o mentalidades han tenido uno u otro
(aunque fuera inconscientemente y lo negaran). Pues para Taylor, tener un
hiperbien viene a ser la única garantía cierta de mantener algún bien, y no caer
en el nihilismo o en la banalización de todo.
Tener
algún hiperbien es pues el antídoto del nihilismo. Es el signo más evidente y
seguro de que todavía algo vale, que hay valor y no sólo precio. El hiperbien es la
respuesta a la aguda crítica de Oscar Wilde: ¡vivimos en una época donde todo
el mundo conoce el precio de todo, pero nadie conoce el valor de nada!
Sin
hiperbien, todo valor y todo bien quedan degradados, banalizados… hasta la ineficacia,
la inanición y la inexistencia. Taylor nos avisa que todo bien y todo valor
dependen en el fondo e inevitablemente de un/algún hiperbien. De manera que sin
éste, aquellos desaparecen o –al menos- pierden virtualidad.
En
cambio, tener algún hiperbien es garantía de que todavía hay para alguien “valor”
y no tan sólo “precios”, “costes”, “mercancías” y “medios-de-pago”. En términos
del marxismo, todavía el “valor-de-uso” se impone al “valor-de-cambio”, –en términos
de Marcel Mauss- todavía el “don” no ha sido totalmente sustituido por el “dinero”
o –en términos de Guy Debord- la “vida” no ha sido completamente cubierta por
el “espectáculo”.
El
hiperbien es signo de que todavía sería posible una salvación (para el católico
Taylor: ¡incluso laica!), una redención-transcendencia (Franz Rosenzweig y
Walter Benjamin) o un auténtico “Potlatch” consuntivo y regenerador de las
relaciones sociales (Mauss y seguramente Debord).
La
existencia de algún hiperbien evita que los valores (la dimensión axiológica de
los fundamentos y la legitimidad) terminen identificándose degradadamente a las
normas y la legalidad efectiva o –aún peor- a mera facticidad sociológico-material
(según la tridimendionalidad de Miguel Reale).
Naturalmente
tiene toda la razón el profesor Saulo Coelho en que un juez no puede –a sabiendas-
dictar sentencia en función de valores personales y violentando la literalidad
de la ley. Eso es un delito mucho más allá del “activismo judicial”. El juez
debe aplicar leyes y no solo valores, “sus” valores. Por tanto, ningún juez
puede invocar su personal “hiperbien” y prescindir de las leyes, las normas, el
nomos efectivo (Hegel)… Eso no sería kantismo, sería fácilmente delito.
Otra
cosa es que los llamados “derechos humanos” e incluso los “derechos
fundamentales” recogidos en las leyes suelen estar –implícita e incluso
explícitamente- vinculados jerárquicamente con algún hiperbien del que extraen
validez y que –literalmente- “los hace valer”, “les da el valor y el fundamento”.
Pensemos por ejemplo en que “la dignidad humana” puede ser para muchos un
hiperbien a respetar y que -precisamente por eso- hace respetar a muchos otros derechos humanos fundamentales.
A veces
se dice que tales planteamientos pueden contener un etnocentrismo y representar
una cierta colonización cuando quieren extenderse globalmente, sin matices y
sin el mínimo diálogo intercultural. Si se impone unilateral y violentamente, sin duda comportan absolutismo y negación del
pluralismo. En tal caso puede ser inevitable el famoso “choque de civilizaciones”
de Samuel Huntington.
Por
ello tiene razón Saulo Coelho cuando afirma la necesidad que el Estado y el
ordenamiento jurídico no escojan ni entronicen con absoluta exclusividad a un
solo valor, sino que deben ponderar entre los diversos valores e hiperbienes…
inevitablemente susceptibles de entrar en conflicto.
Pero
también tiene razón Charles Taylor en que -sin algún hiperbien- resultan amenazantes
la banalización, la mercantilización e, incluso, el nihilismo. Cuestiones muy diferentes
son: ¿cual hiperbien se escoge? ¿Cual es su naturaleza y sentido? ¿Hasta que
punto se entroniza o se pondera con algún otro?
Otra
cuestión también muy diferente, pero que hay que pensar, es hasta que punto deben
ser contemplados en estas cuestiones: la autenticidad (que ciertamente va deviniendo
una auténtica “palabra-mundo”) y los valores autoexpresivistas. Y si las están
transformando en las sociedades actuales (por ejemplo en la línea de los
análisis de las encuestas mundiales de valores que lidera el sociólogo Ronald
Inglehart).
En todo
ello he estado pensando a partir de la defensa de la tesis doctoral que he
dirigido de María Pilar Sabio Eskiroz (1-12-2014 en la UB) sobre ese magnífico
macrofilósofo que es Charles Taylor, miembro todavía vivo y productivo de la Generación Looping (1924-35).
Son resultado de reflexionar las cuestiones planteadas por el impresionante tribunal interdisciplinar presidido por Juan Tugores (UB) y formado además por Francesc Núñez Mosteo (UOC) y Saulo Coelho (UFMG, Brasil). Sospecho que alguien diría que todos fuimos muy “auténticos”.
Son resultado de reflexionar las cuestiones planteadas por el impresionante tribunal interdisciplinar presidido por Juan Tugores (UB) y formado además por Francesc Núñez Mosteo (UOC) y Saulo Coelho (UFMG, Brasil). Sospecho que alguien diría que todos fuimos muy “auténticos”.
Juan Tugores, Pilar Sabio, Gonçal Mayos, Saulo Coelho y Francesc Núñez |
No comments:
Post a Comment