Jun 13, 2024

ARTIFICIALIDAD: HUMANIDAD, NOMOS Y JUDICIARIO

 

Mejorar el sistema de justicia, pero sin caer en el turbojudiciario





Al Dr. Wolfgang Hoffmann-Riem, 

con sumo respeto y humildad. 














Cuando analizamos cuestiones tan complejas y amplias como la justicia o su funcionamiento en sociedades avanzadas como la brasilera o las europeas, se necesitan enfoques multidisciplinares, transversales y macrofilosóficos. Pues, en caso contrario, reducimos en exceso las cuestiones y se nos escapan gran parte de su problematicidad, de sus causas y consecuencias, y de las relaciones que guardan con importantes aspectos sociales.

Solo así se evidencia de forma cabal que, algunas veces, aparentes mejoras pueden tener efectos indeseados para la necesaria comprensión holista de la justicia y su funcionamiento. Ello puede darse tanto al definir el modelo abstracto, ideal y platónico que solía ser el mayoritario hasta hace muy poco, como el modelo que llamamos ‘turbojudiciario’ y que privilegía la velocidad, lo cuantitativo y el funcionamiento mecánico altamente previsible que cada vez más se impone en la actualidad (por ejemplo en Brasil) y que está muy influido por el management, el marketing y -muy recientemente- la inteligencia artificial.

Significativamente, François Jullien (2006) muestra que el control de tipo gerencial es heredero en el fondo del modelo abstracto de raiz platónica. Por eso, conserva muchos de sus déficits en comparación por ejemplo con el modelo de eficacia chino (que ciertamente hoy maravilla a mucha gente, pero que para nosotros tampoco no es el ideal).

Evidentemente consideramos necesario redefinir el modelo abstracto, ideal y platónico, sobre todo para que sea más fácil rendir cuentas a la ciudadanía y mejorar la gobernanza judicial y estatal en general. Ahora bien tenemos crecientes dudas de que esas mejoras encajen con el modelo emergente de ‘turbojudiciario’, que también debemos criticar pues coincidimos con el riguroso análisis de los peligros del reductivismo de la justicia desde una perspectiva meramente gerencial, productivista y cuantitativo de la tesis doctoral Entre o ideal e a aparência: Uma análise macrofilosófica da qualidade da justiça” de la juez federal brasilera Raquel Chiarelli (2022) y que hemos tenido el honor de codirigir en la Universitat de Barcelona.

Una vez más, los análisis excesivamente apresurados hacen que no se detecten las disfunciones y los efectos indeseados del nuevo modelo de ‘turbojudiciario’. Se pasa demasiado aceleradamente de la preocupación por las dificultades de evaluar el rendimiento efectivo del sistema judicial tradicional, a obviar los daños colaterales que el nuevo modelo plantea, ¡incluso superando al tradicional! Pues la preocupación por lo cuantitativo, automático y muy rápido desplaza la atención de pérdidas cualitativas importantes.

Queremos que se nos comprenda bien: insistimos en que es inevitable aplicar mecanismos de control objetivo sobre la labor concreta llevada a cabo por los distintos tribunales e incluso por las personas individuales, ya sean los más altos jueces del tribunal supremo o los servidores de rango inferior y de situación más precaria del judiciario. Por tanto es necesario evitar que la justicia se instale en una ‘torre de marfil’ poco accesible, transparente, controlable y dada a rendir cuentas. Y para evitarlo, hay que introducir mecanismos rigurosos que permitan contabilizar y fiscalizar la labor de todos los individuos, colectivos e instituciones que tienen que ver con la impartición de la justicia en los Estados democráticos como el brasilero.


Peligros del turbojudiciario

Ahora bien, coincidemos con la juez Chiarelli (2022), en el peligro de que índices importantes como el número de sentencias por unidad de tiempo y de personal destinado, pueden desviar la atención de la calidad intrínseca de tales sentencias. También pueden obviar déficits en las garantías anticorrupción, en el compromiso ético de las instituciones estatales y en la relación del sistema judicial con la ciudadanía y el respeto y atención con que esta debe se tratada. Pues evidentemente el número de sentencias no es lo que garantiza la disminución de la corrupción estatal o social, ni tampoco el compromiso y satisfacción de la población con ‘su’ sistema judicial (pues es su acceso más decisivo cuando se siente maltratada u olvidada).

Por eso nos preguntanos -coincidiendo con la juez Chiarelli- ¿qué es primero y más importante?: ¿Atender cuidadosamente a la justicia, es decir a su ejercicio respetuosamente supremo y a su vital efecto benéfico, legitimador y pacificador en el conjunto de la sociedad? ¿O bien cumplir con fríos parámetros cuantitativos como si se tratara de una mera empresa comercial, industrial o de servicios?

¿La tarea de todo el sistema y poder judiciario es ofrecer una justicia de máxima calidad, que defina el criterio de ‘suprema eticidad’ -en términos de Hegel- y que valorice el derecho y el Estado como ‘máximo ético’ -en términos de Joachim Carlos Salgado (2006)-? ¿O más bien, lo que importa para la efectuación de la justicia, la salud del Estado y la cohesión ciudadana es instaurar unas mecánicas econométricas, competitivas y productivistas que aceleren rentablemente todos los procesos del judiciario y que lo conviertan en una maquinaria bien engrasada que entregue sus dictámenes con similar urgencia y eficacia que una empresa o un negociado de trámites jurídicos? En este último, nos preguntaríamos con tristeza: ¿Así, continuamos encarándonos al Estado como ‘realización efectiva de la libertad’ ahora y aquí (Hegel) o como ‘máximo ético’? ¿O más bien lo tratamos como un decadente, aunque muy productivo, ‘Estado poiético’, tal como es analizado y criticado por Salgado (2006)?

Si atendemos a la mencionadas cuestiones, la pregunta esencial es ¿Qué hay que priorizar?: ¿Conseguir la adecuada ‘justicia de la Justicia’ y que ésta devenga criterio para el conjunto de la sociedad y del Estado? ¿O generar un nuevo turbojudiciario que garantice básicamente rápidez y productividad en términos del número de sentencias pronunciadas? ¿A qué deben atender en primer lugar tanto los jueces más altos como los últimos servidores del judiciario? ¿Qué es mejor para la justicia en sí misma, pero también para el Estado, para la ciudadanía e incluso para el Poder Judiciario? En caso de que no todo pueda tenerse en todo momento y al mismo tiempo ¿qué hay que priorizar? ¿Qué es más necesario o incluso innegociable?

Con Chiarelli, estamos convencidos de que no se puede prescindir de reflexionar con atencion y mucho cuidado sobre esas cuestiones tan básicas, nucleares y de vital importancia para el buen funcionamiento social y de la justicia como las mencionadas y dar cuenta también de nuevas cuestiones clave como: ¿Por qué muchas veces -quizás cada vez mas habitualmente- no se atienden a las preguntas mencionadas o, simplemente, se las acalla trasponiendo al judiciario fórmulas de management e incluso de marketing? ¿Se es entonces coherente con lo que los Estados democráticos esperan del sistema de justicia o se lo degrada imponiéndole exigencias y restricciones que le son ajenas?

Nadie niega que muchas propuestas son legítimas y vienen acompañadas del éxito en el funcionamiento cotidiano de empresas ‘con ánimo de lucro’. Sería ridículo, también, llevar la contraria a tantísimos MBA, MIM y Business Schools. Ahora bien ¿Podemos dar por supuesto acríticamente que esos turbomecanismos y preceptos econométricos serán igual de rentables, productivos y sobre todo adecuados aplicados en poderes tan vitales para el Estado y la ciudadanía como lo es el judiciario? ¿O hay que suponer que no es una diferencia importante el hecho de que el Poder Judicial no es ninguna ‘empresa con ánimo de lucro’?


¿Una justicia sin prudencia?

Pues bien, a pesar de esas significativas diferencias que, además, no son superficiales sino constitutivas, de substancia o esencia, ¿no estamos, a toda marcha, aplicando mecanismos de marketing o management, que son muy interesantes en sus ámbitos, a otros espacios, a problemáticas diferentes y a muy distintos tipos de instituciones (como los judiciales) donde pueden provocar daños colaterales e imprevistos que amenacen algún aspecto clave de esa planta delicada que se sabe que es la justicia desde la Grecia clásica o incluso desde Hammurabi o Gilgamesh? ¿Podemos permitirnos actuar impúnemente casi como fanáticos irreflexivos y sin atender a las posibles consecuencias?

Pues ciertamente pocos discuten hoy que el modelo tradicional de sistema judicial, por su misma abstracción y elitismo, carecía de los eficaces mecanismos de rendimiento de cuentas, de control y de mejora. Pues como dice François Jullien (2006: 4), se limitaba a concebir la eficacia resumiéndola en una forma reductiva: “para ser eficaz, construyo una forma modelo, ideal, cuyo plan trazo y a la que le adjudico un objetivo; luego comienzo a actuar de acuerdo con ese plan en función de ese objetivo. Primero hay modelización, luego esta modelización requiere su aplicación.”

El problema no obstante aparece en la medida que hay un inevitable salto y perdida (2006: 5) cuando se pasa “de la teoría a la práctica: [ya que] ésta nunca puede alcanzar el nivel de aquélla. Es por eso que Aristóteles elabora la idea de una facultad intermedia, a la que llama phrónesis que se traduce a menudo por “prudencia”, que serviría para vincular la modelización con la aplicación, y reducir así la brecha que casi siempre las separa.”

Lamentablemente la prudencia, que fue considerada como facultad y objetivo primordiales del juez durante siglos e incluso hoy cuando la pensamos, es la gran olvidada durante la modernidad matematizante y calculadora (Mayos, 2006 y 2005). ¡Y aún más en el turbojudiciario actual que privilegía el modelo economicista y de marketing de la justicia! Pues éste pretende mejorar el modelo abstracto tradicional aumentando su mecánica acelerada pero… sin prudencia. Es decir, ¡prescindiendo de esa esencial virtud sin la cual el modelo abstracto y eidéticamente cualitativo no puede converger con la aplicación concreta mediante un modelo meramente cuantitativo!

Y este es el gran problema que (como ve claramente Jullien, 2006) subyace a la evolución del modelo matematizante, cuantitativo, de management y de inteligencia artificial. No hemos de olvidar que para toda la tradición aristotélica la justicia es un objetivo solo alcanzable por la fina virtud equilibradora de la prudencia, que no tiene nada que ver (pues se opone frontalmente) con consignas del tipo: ‘fiat iustitia et pereat mundus’ (¡hágase la justicia y muera el mundo!).

Pues bien, el turbojudiciario gerencial y de inteligencia artificial se centra meramente en acelerar el funcionamiento mecánico del sistema judicial y, en absoluto, se caracteriza por el fomento de una prudencia debilerativa que suele requerir un tiempo más lento de maduración. Recordemos que el Premio Nobel de Economía, Daniel Kahneman, distingue en el pensamiento humano dos formas mentales con características muy diversas y que suelen funcionar en paralelo y complementándose: el Sistema 1 que es rápido y el Sistema que es 2 más lento.

El problema es que el actual turbojudiciario parece que ha apostado por el sistema 1 muy acelerado en detrimento del sistema 2 demasiado lento para la rentabilidad exigible en neoliberalismo. Y ello es muy grave si tenemos en cuenta que el Sistema 1 es más rápido, pero también más instintivo, más emocional y que procede en un marco inconsciente, que es algo bastante peligroso en un turbojudiciario. En cambio el Sistema 2 es, ciertamente, más lento, pero tambien deliberativo, prudencial, más lógico, racionalmente argumentativo y que procede de forma consciente.

Parece peligroso que la justicia -incluyendo la postmoderna- se limite a ser tan solo un turbojudiciario muy acelerado, productivo y cuantitativamente eficiente, si con ello pierde la prudencia, la eficiencia deliberativa y la consciencia del valor de los argumentos, de sus propios sesgos ideológicos y de los riesgos del proceder acelerado. Pues, parece claro que hay que evitar sobre todo que el ideal de justicia vaya por un lado, mientras que muy lejos y por otro lado vaya operando ese turbojudiciario, convertido en un sistema mecánico experto y que auguramos que tendrá en la inteligencia artificial un nuevo modelo y un apoyo fundamental. Veremos hasta que punto la buena justicia encaja y se mantiene tras estos cambios que tan solo parecen pensar en resultados cuantitativos elevados y ultrarápidos.


El turbojudiciario expulsa y degrada la ciudadanía

Coincidimos con Raquel Chiarelli (2022: 91ss) en críticar a la justicia ‘postmoderna’ y vinculada a la extensión turboglobalizada de la ‘lex mercatoria’, que coloniza muchos ámbitos judiciales y prioriza la imagen simbólica de maquinaria eficiente y con resultados rápidos por encima de la ‘calidad’ prudencial propia de la justicia. También tiende a olvidar las necesidades de la ciudadanía que tiene que recurrir al judiciario para defender sus esperanzas, pleitos y demandas, las cuales -sin una verdadera justicia- quedan fácilmente en ‘papel mojado’.

Entonces el pueblo se acerca temeroso y desorientado al ‘panóptico judiciario’ que -como un ilusionista o un malabarista- mueve los ‘papeles’ a toda velocidad de un ‘negociado’ a otro. Hay el peligro que -un poco como mostró Kafka en El Castillo- invisibilice y no de cuenta de la ‘justicia’ de todo el proceder del judiciario, por mucho que derrepente sorprenda al ciudadano con una sentencia. Hay que ir con mucho cuidado con introducir rapideces y trámites poco visibles o comprensibles para la ciudadanía, porque entonces tales turbosentencias se pueden convertir en inapelables e –incluso con ayuda profesional- cueste responder también aceleradamente en que se fundamentan y, por tanto, como contraargumentarlas en tiempo y forma.

Si a ello le añadímos el uso sistemático de erramientas informáticas de inteligencia artificial, pueden reaparecer parecidos absurdos y opacidades que se habían ido superando desde los tiempos del Castillo de Kafka. Es verdad que, sin duda, ahora todo se realizará con mayor rapidez y gozaremos de turbojudiciario, de turbosentencias y de turbojusticia (Mayos, 2023d). Pero ello de poco servirá e incluso puede ser contraproducente en algunos casos, si la ciudadanía no consigue visibilizar ni comprender los acelerados mecanismos que se van imponiendo.

Recordemos que los expertos en inteligencia artificial coinciden en constatar que el funcionamiento de los dispositivos avanzados de inteligencia artificial se caracterizan por la inexcrutabilidad humana de su proceder interno. Realmente se convierten en una ‘caja negra’ de la que podemos conocer inputs y outputs pero no como son procesados internamente ni, por tanto, dar cuenta de su corrección, sesgos cognitivos, efectos indeseados, etc. ¿Es este un riego asumible en un ámbito tan sensible y esencial como es el de la justicia, el sistema judicial? ¿Podemos entregarnos de forma desarmada, acrítica y sin un análisis más profundo ni detallado a un turbojudiciario mezcla de marketing e inteligencia artificial?

Si así lo hiciéramos, cosa que todavía se puede evitar y decisión que afortunadamente no se ha tomado aún, ¿no correríamos el riesgo de que la población e incluso los expertos y servidores judiciales acusaran -o al menos sospecharan- que los procedimientos del turbojudiciario han devenido peligrosamente oscuros, crípticos, poco humanos y faltos de principios. Todo ello aboca al gran peligro de deslegitimar a ojos de la ciudadanía a ese nuevo turbojudiciario que está surgiendo con la aplicación de mecanismos gerenciales, de marketing y de inteligencia artificial. Pues, como ya sucedió en otras épocas, el ciudadano puede no entender la pertinencia del turbojudiciario y la resignificación que comporta del papel del juez; además, sin darle la mínima información al respecto.

Todo parece suceder, por tanto, como si el ciudadano en lugar de ser reconocido como tal, simplemente fuera tratado como un súbdito que rápidamente -es verdad- recibirá el resultado de su pleito pero que -como en el llamado ‘despotismo ilustrado’- deberá interiorizar que  ‘todo se hace  para el pueblo, pero sin el pueblo’ e, incluso, sin buscar la comprensión y adquiescencia de la ciudadanía. Al contrario, tratando la gente en tanto que ‘súbditos’ y exigiendole que acepte sin rechistar el veredicto de un turbojudiciario cada vez más mecánico, gerencial, de marketing y de inteligencia artificial. Con ello, el ya viejo y superado despotismo ilustrado puede actualizarse recayendo en un todavía más viejo, superado y autocrático ‘mandarinato judicial’.

Frente al turbojudiciario que vemos venir peligrosamente, reivindiquemos la responsabilidad institucional del judiciario que lo mejore y empodere realmente frente a las muchas e insistentes dificultades que lo mediatizan en exceso y, así, pueda colaborar en una necesaria nueva etapa del Estado Democrático de Derecho. Luchemos pues por llevar a cabo la mejor justicia posible, que camine hacia formas más transparentes y responsables de mejorar el rendimiento y funcionamiento del judiciario sin que pierda el contacto legitimador y la confianza de la ciudadanía.

Sumémonos a esa esperanza lúcida y bastante desesperanzada de Antonio Machado en su Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo (CXXXVI, nº 31):  ‘Confiamos en que no será verdad nada de lo que pensamos.  Mejor diríamos: Confiémos en que no será verdad nada de lo que sabemos’.


Éxito y fracaso antroposcénicos

Dentro del espíritu del Mairena, ampliémos macrofilosóficamente nuestra mirada crítica. Por una parte, el éxito evolutivo de la humanidad es indudable pues hoy es la especie dominante, hasta el punto que incluso el futuro del planeta depende de ella, pero por otra parte nadie ni nada actua como contrapeso de la acción humana y ciertamente tampoco la humanidad podrá sobrevivir si destruye la Tierra.

Eso, conjuntamente con el enorme poder tecnológico-industrial humano, justifica que se haya denominado una nueva era con su nombre -el antroposceno-, porque está marcada por el impacto global de la especie humana y su peculiar evolución. Son fenómenos tales como el cambio climático provocado por el uso masivo de energia fósil (carbón, petrólego, gas…) y la actividad industrial humana; también extinciones masivas de especies por su caza directa (por ejemplo, el Tigre de Tasmania) o porque sus ecosistemas han sido transformados radicalmente, etc.

Ahora bien, el poder alcanzado por la humanidad tiene también un impacto dramático sobre ella misma, pues hoy está en condiciones de transformar y redefinir radicalmente su misma naturaleza, como indica el complejo movimiento trans y posthumanista. Ello plantea tensiones que son presentes en muchos nuevos movimientos filosófico-culturales que de alguna manera se replantean la condición humana. Sorprendentemente ya en el mito griego de Prometeo hay aspectos que permiten comprender la especificidad de la situación humana actual que, por eso, algunos han interpretado en términos de ‘singularidad’ (Por ejemplo Ray Kurweil y la Universidad de la Singularidad -California, USA-  que cofundó).

Pero bien interpretado el mismo mito prometeico ya nos muestra que la situación humana actual no es tan singular respecto a su historia y evolución de la especie. Pues por ejemplo Protágoras destaca que la dotación natural de los hombres nace deficitaria por el error de Epimeteo, que debe subsanar su hermano Prometeo con el ‘robo’ de un suplemento extrahumano, a la vez divino y técnico. Desde esta perspectiva, la condición humana es ya muy especial desde su mismo origen, como quiere ‘explicar’ esa extraña conjunción mitológica entre el error de Epimeteo y su compensación con unos dones suplementarios, no naturales ni animales, pues son “robados” por Prometeo a Atenea (la sabiduría técnica) y a Hefesto (el fuego).

Como vemos, es muy antigua y acrisolada la idea que, al menos una parte decisiva del privilegio antropomórfico y antropocéntrico tienda a ser vinculado a aspectos específicamente tecnológicos. Pues, desde siempre, la tecnología ha sido inseparable de la condición humana, haciendo que el salto que esta representa en la evolución con sus parientes animales más cercanos sea visto a la vez como natural y artificial. Ya desde el paleolítico la evolución ‘natural’, biológica y genética de la humanidad se ve complementada por otra ‘evolución’ de tipo cultural, tecnológico, ‘memético’ (Dawkins, 2000) y que a veces aparece como muy ‘artificial’ y ‘especial’. Por ejemplo, Linneo clasificaba la especie ‘Homo sapiens’ en un género prácticamente exclusivo pensado para ella llamado significativamente ‘Homo’ y que es totalmente distinto incluso de los otros primates.

Evidentemente había aquí actuando subyacentemente la dualidad racional frente a irracional (que por entonces se negaba totalmente incluso a ‘grandes primates’ como los chimpancés o los gorilas). Podemos pensar pues que la diferencia -a pesar de una clara continuidad- entre la humanidad y el resto de especies animales se tendía a plantear como un gran salto casi divino; algo que significativamente ahora estamos experimentando pero ya hacia lo posthumano e incluso postbiológico cuando nos admiramos ante los avances de la ‘inteligencia artificial’. Pues hoy, esa inteligencia humana que ya griegos y la Biblia (Mayos, 2022) percibían como rompiendo el mandato divino (al menos en los términos iniciales: de Epimeteo o del Edén) y superando ‘artificialmente’ el orden animal y natural, hoy está creando una ‘inteligencia artificial’ que promete superarla hasta el punto de devenir inconmensurable con lo hasta ahora conocido. Por eso, ahora mismo, la ‘nueva’ inteligencia artificial amenaza condenar a la obsolescencia la animal, natural y humana (Mayos, 2016).


¿Inteligencia artificial en el origen, inteligencia artificial en el fin?

Hay que recordar, que en el relato mitológico griego y judaico (Mayos), la humanidad rompía artificialmente tanto con su naturaleza animal-natural como con su condición de criatura divina, pues rompe con su ser limitadamente animal y natural, al rebelarse en contra de los dioses y asumir algunas de las características que estaban reservadas para solo estos. Tanto el bíblico comer de escondidas el fruto prohibido del árbol del bien y del mal, como el robo prometeico del fuego y la sabiduría técnica, presentan la humanidad como una especie supranimal, extranatural y con algo característico de dioses que -además- ha sido tomado ilegalmente al margen de la voluntad divina.

Lo conseguido con esa rebelión y robo humanos es presentado, a la vez, como muy peligroso y inmensamente poderoso. Es precisamente por eso que sitúa a los humanos más allá de su inicial condición finita, vulnerable, mortal y miserable -según dice paradigmáticamente el sátiro Sileno-. Desde esta perspectiva adquiere un nuevo sentido, hoy, el terrible dictamen y ‘consejo’ silénico: lo mejor para el humano -que sería no haber nacido ni, por tanto, haber engendrado la inteligencia artificial que terminará convirtiendolo en obsoleto-, éste ya no lo puede alcanzar -pues ya ha nacido e históricamente ha desarrollado una inteligencia artificial sin marcha atrás- y por tanto tan solo puede obtener lo segundo que es mejor para él. Según Sileno: ello no es otra cosa que el morir joven, es decir fenecer antes de los sufrimientos que están por venir, antes de la venganza de los dioses, antes del pleno advenimiento de la obsolescencia humana.

En homenaje a Gunther Anders (2011), pero también reinterpretando en ese sentido el mito de Prometeo, llamamos ‘obsolescencia e ignorancia prometeicas‘ (Mayos, 2021b y 2016) a la constatación consciente del peculiar destino humano: este ser en cuyo origen se vulneró su condición de criatura meramente natural y sometida totalmente a la voluntad divina, terminó asumiendo criminalmente características divinas, desobedeciendo a su Creador o beneficiándose del robo tecnológico-prometeico a los dioses (Mayos, 2022). Y está culminando actualmente como una ‘estrella fugaz’ su desarrollo fulgurante y candente en tanto que amo del mundo.

Pues su condición, que siempre tuvo algo de artificial y criminal respecto el orden divino, hoy está culminando ¿apocalípticamente? al engendrar una inteligencia quizás aún más radicalmente ‘artificial’ que puede superarlo cognitivamente de forma inconmensurable (Kuhn, 1977) y amenaza convertir lo humano en obsoleto. Para decirlo así: ¿es la humanidad un agotado relevista que, en la larga carrera evolutiva de la inteligencia y la consciencia donde relevó tanto a los primates como a los dioses, cae finalmente exhausto, justo cuando ha pasado el testigo al siguiente relevista?


¿Nihilismo humano en la muerte de Dios y en la muerte del hombre?

La artificialidad de la condición y la inteligencia tecnológica humanas era algo implícito tanto en el prometeismo griego como en la expulsión del Paraíso bíblico (Mayos, 2022). Ahora bien; hoy se radicaliza todavía más, apunta a un salto o final amenazadoramente cercano y algunos piensan que incluso esta abriendo los últimos sellos del Apocalípsis. Ciertamente, no parece que hoy el juicio final lo dicte el Dios antropomórfico de las religiones del Libro, sino su usurpador humano-tecnológico, el cual (como avisaba Friedrich Heinrich Jacobi) después de pretender echar a Dios de su trono legítimo, se hunde a sí mismo en el nihilismo más radical (Mayos, 2021c).

Pues, confirmando la proclama del sátiro Sileno, descubre de sí mismo que es una ‘sombra que camina’ (en acertada fórmula del Macbeth). Culminando el pesimismo postschopenhauriano, constata que no es nada o peor que nada, pues la dialèctica que ha instaurado destruye todo su sentido y verdad. Así ‘matando a Dios’, el hombre termina mostrándose a sí mismo como nihil, como no-ser, y comprendiendo que su razón -poderosa arma deicida- no era nada más que “ignorancia prometeica” y culminaba en su propia obsolescencia pues, así, se entregaba suicidándose a un nuevo ídolo: la inteligencia artificial de silicio.

Por tanto como preveía Jacobi: la muerte de Dios necesaria para situar en su trono al humano, inevitablemente comportaría el nihilismo y la muerte de una humanidad sin Dios en el triumfo de la mera racionalidad. Aunque Jacobi no sabía de la inteligencia artificial, su predicción parece cumplirse identificada con el triumfo de esa ‘Artificial Intelligence’ cada vez más mecanizada, autónoma, desencarnada ‘on The Cloud’, no humana y extra humana.

Pues, hoy, la evolución tecnológico-maquínica se abre a conocimientos inalcanzables por los humanos, aunque ciertamente podrán ir acompañándolos cognitivamente durante un tiempo, como hacen los expertos en una física quántica que confiesan no comprender en el fondo. Similarmente ¡y es una grandeza que hay que valorar!, con todos los avances informáticos, la humanitat tiene que preguntarse si tal vez ¿se acerca al final de la inteligencia cerebral de carbono y, por tanto, en el punto culminante de lo humano? Ese momento también será su inflexión, al menos en su versión tal como hemos venido conociéndola e identificándola con lo humano. ¿Cuándo tiempo se conseguirá evitar y retardar esa superación, obsolescencia y nihilidad que, como hemos visto, ha sido predecida mitológica, religiosa y racionalmente desde hace siglos? ¿Pervivirá lo humano más allá de la obsolescencia prometeica?

Son preguntas que nos colocan existencialmente ante un límite invisible pero detectable, porque efectivamente marca con rotundidad un ‘non plus ultra’, un no poder ver más allá y, por tanto, define un ‘horizonte de sucesos’ que está está justo allí y es similar al que rodea a los agujeros negros. Justo antes de ese límite, algún foton puede escapar a la enorme atracción grabitatoria; un poco más allá nada, ni tan siquiera un fotón, puede librarse de la absorción del agujero negro. Ese ‘horizonte de sucesos’ es algo muy parecido del mítico ‘non plus ultra’ del que nadie volvía ni podía dar testimonio, pero que no por eso era menos real. Al contrario, dictaminaba el más radical destino nihilista a quien se atreviera a cruzarlo.

Nos preguntamos, inspirados por Harari (2022), si ¿con la inteligencia artificial está la humanidad ante su propio horizonte ‘cognitivo’ de sucesos y más allá de ese límite se encontrará con lo que hemos llamado ‘obsolescencia e ignorancia prometeicas’. Sin duda esta es una cuestión clave del presente y futuro de la humanidad; de hecho, es lo más parecido a la famosa ‘singularidad’ que desde hace unas décadas se proclama y se busca.


A partir del artículo 'Crítica al turbojudiciario productivista, gerencial y de inteligencia artificial; temor de que la artificialidad humana culmine en ‘obsolescencia prometeica’ de G. Mayos (UB) en el libro Direito e Estado entre Mundo Analógico e Era Digital: reflexões de fronteira em homenagem a Wolfgang Hoffmann-Riem (Bucerius Law School, Hamburg) organizado por Profa. Dra. Mariah Brochado (catedrática da UFMG), São Paulo: Editora Dialética, 2024. 556 p. ISBN 978-65-270-2534-4. 




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