Logos, nomos, paideia: Ricardo Henrique Carvalho Salgado
En la Academia, en la Universidad
y siempre entre humanos, el mejor homenaje a alguien es escuchar su palabra y
corresponder con otra palabra. Así se produce el diálogo, se constata el
reconocimiento, se consolida el afecto y aparece el milagro de la potenciación
mútua.
De esta manera la humanidad deviene hipersocial y una especie cultural. Adquiere un ser colectivo casi eterno que vive más allá de los individuos, a través del nomos, de normas jurídicas, de las instituciones que estas permiten y de una tradición -a la vez permanente y cambiante- que comunica las distintas generaciones. Personas que nunca han estado cara a cara, que jamás han coincidido ni en el tiempo ni en el espacio y que -aparentemente- no tienen nada en común, comparten -no obstante- lo esencial y humano: palabra, sentido y logos; derecho, ley y nomos; cultura, tradición, formación y paideia.
Es indiscutible que la especifidad
maravillosa de la humanidad está sobre todo en el ser colectivo, político y
cultural edificado sobre esas realidades tan complejamente ricas del logos, del
nomos y de la paideia. Por eso todo humano, cualquier individuo por autónomo e
idiosincrásico que sea, necesita que esa tríada maravillosa que no me canso de repetir -logos, nomos y paideia- lo conformen
espiritualmente para encontrarse con los ‘otros iguales’, con el ‘nosotros’ (que tanto ansiaba encarnar Ramon Valls Plana, mi director de tesis doctoral).
Para ello, deberá reconocerse
como miembro de una comunidad, profundizar en su tradición compartida y así
construir una igualdad (isonomia) que va mucho más allá de la naturalidad (zoé)
para ser una segunda vida más específicamente humana (bios) que es a la vez mucho
más compleja, exigente y potenciadora, pues es fundamento de civilización, derecho
y Estado.
Evidentemente, la paideia no es esencialmente
ningún comercio ‘con ánimo de lucro’. Tampoco se limita a una comunicación de
arriba abajo, del magister al alumnus como una ‘alimentación’
unidireccional que justificaría la falsa etimología de los ‘alumni’ como los faltos
de luz que -como la Luna- se limitan a reflejar la luz del magister.
Muy al contrario, es una siembra para
la cual es clave el ‘humus’ del ‘homus’ que la acoje para hacerla fructificar.
Es una cosecha libre y creativa (donde ironizando muchas veces las nueces
engendran cocoteros), pero donde estos avances disruptivos y creaciones
destructivas ya han sido previstos y deseados -de alguna manera- por el
buen magister. Pues éste pronuncia su palabra para que excite los oídos, las
imaginaciones y las mentes, para que puedan adquirir ecos, matices y
creatividades maravillosamente innovadoras.
Pues, así, la paideia colabora en
la génesis colectiva del horizonte abierto y en expansión que es la buena
tradición: un comercio inacabable que enriquece a todos, un diálogo que se
profundiza hermenéuticamente en feedback constante y donde todos los
interlocutores se reconocen libremente (como sueñan desde Sócrates y Platón a Kant o Habermas) y consiguen
decirse a sí mismos y lo que comparten de formas cada vez mejores. ¡Incluso en lo
personal!
He leído que en Japón solo los
profesores son eximidos de prostarse ante el emperador, considerando que sin
profesores no habrían emperadores. Interpreto en términos democráticos esa
sabía norma: en el sentido de que los profesores merecen ser considerados al
mismo nivel de dignidad que las jerarquías más altas del Estado y de todas las
instituciones porque, sin su labor, no habría ni Estado, ni derecho, ni
civilización. Sin paideia y quienes la ejercen con excelencia, el nomos se
resentiría e incluso el logos podría olvidarse.
Por tanto cuesta imaginar un
honor más admirable que merecer el reconocimiento y recibir el afecto de
aquellos discípulos que, en un principio seguramente lo fueron por azar, pero
que finalmente lo son por voluntad propia. A esta conclusión admirada y rendida
he llegado, y por eso quiero testimoniarla aquí:
Querido Ricardo Henrique Carvalho
Salgado, me cuesta imaginar un honor más alto y merecido que el otorgado
libremente por aquellos que reconocen el privilegio de haber escuchado tu palabra
educadora de maestro que ha sabido responder a sus inquietudes, acompañarlos en
la fundamentación del nomos y -de esta forma- poder compartir una larga,
admirable y potentísima tradição brasileira de Filosofia do Direito, Teoria do
Direito e Hermenêutica Filosófica. ¡Larga y fructífera paideia, caro Ricardo!
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