Oct 13, 2024

LOGOS, NOMOS, PAIDEIA: RICARDO H.C. SALGADO

 

Logos, nomos, paideia: Ricardo Henrique Carvalho Salgado

En la Academia, en la Universidad y siempre entre humanos, el mejor homenaje a alguien es escuchar su palabra y corresponder con otra palabra. Así se produce el diálogo, se constata el reconocimiento, se consolida el afecto y aparece el milagro de la potenciación mútua.

De esta manera la humanidad deviene hipersocial y una especie cultural. Adquiere un ser colectivo casi eterno que vive más allá de los individuos, a través del nomos, de normas jurídicas, de las  instituciones que estas permiten y de una tradición -a la vez permanente y cambiante- que comunica las distintas generaciones. Personas que nunca han estado cara a cara, que jamás han coincidido ni en el tiempo ni en el espacio y que -aparentemente- no tienen nada en común, comparten -no obstante- lo esencial y humano: palabra, sentido y logos; derecho, ley y nomos; cultura, tradición, formación y paideia.

Es indiscutible que la especifidad maravillosa de la humanidad está sobre todo en el ser colectivo, político y cultural edificado sobre esas realidades tan complejamente ricas del logos, del nomos y de la paideia. Por eso todo humano, cualquier individuo por autónomo e idiosincrásico que sea, necesita que esa tríada maravillosa que no me canso de repetir -logos, nomos y paideia- lo conformen espiritualmente para encontrarse con los ‘otros iguales’, con el ‘nosotros’ (que tanto ansiaba encarnar Ramon Valls Plana, mi director de tesis doctoral).

Para ello, deberá reconocerse como miembro de una comunidad, profundizar en su tradición compartida y así construir una igualdad (isonomia) que va mucho más allá de la naturalidad (zoé) para ser una segunda vida más específicamente humana (bios) que es a la vez mucho más compleja, exigente y potenciadora, pues es fundamento de civilización, derecho y Estado.


Por eso es especialmente valioso el reconocimiento y el afecto nacidos dentro y a través de la docencia, pues ésta es en primer lugar un hablar, explicar, decir, exponer(se), dar(se)... para que la palabra fructifique en la escucha, haciendo que el nexo humano se potencie y se de en toda su plenitud. Pues la humanidad es sobre todo transmisión, tradición y el más alto ‘comercio’ (trade) en el universo de la palabra, del concepto y de la cultura.

Evidentemente, la paideia no es esencialmente ningún comercio ‘con ánimo de lucro’. Tampoco se limita a una comunicación de arriba abajo, del magister al alumnus como una ‘alimentación’ unidireccional que justificaría la falsa etimología de los ‘alumni’ como los faltos de luz que -como la Luna- se limitan a reflejar la luz del magister.

Muy al contrario, es una siembra para la cual es clave el ‘humus’ del ‘homus’ que la acoje para hacerla fructificar. Es una cosecha libre y creativa (donde ironizando muchas veces las nueces engendran cocoteros), pero donde estos avances disruptivos y creaciones destructivas ya han sido previstos y deseados -de alguna manera- por el buen magister. Pues éste pronuncia su palabra para que excite los oídos, las imaginaciones y las mentes, para que puedan adquirir ecos, matices y creatividades maravillosamente innovadoras.

Pues, así, la paideia colabora en la génesis colectiva del horizonte abierto y en expansión que es la buena tradición: un comercio inacabable que enriquece a todos, un diálogo que se profundiza hermenéuticamente en feedback constante y donde todos los interlocutores se reconocen libremente (como sueñan desde Sócrates y Platón a Kant o Habermas) y consiguen decirse a sí mismos y lo que comparten de formas cada vez mejores. ¡Incluso en lo personal!

He leído que en Japón solo los profesores son eximidos de prostarse ante el emperador, considerando que sin profesores no habrían emperadores. Interpreto en términos democráticos esa sabía norma: en el sentido de que los profesores merecen ser considerados al mismo nivel de dignidad que las jerarquías más altas del Estado y de todas las instituciones porque, sin su labor, no habría ni Estado, ni derecho, ni civilización. Sin paideia y quienes la ejercen con excelencia, el nomos se resentiría e incluso el logos podría olvidarse.

Por tanto cuesta imaginar un honor más admirable que merecer el reconocimiento y recibir el afecto de aquellos discípulos que, en un principio seguramente lo fueron por azar, pero que finalmente lo son por voluntad propia. A esta conclusión admirada y rendida he llegado, y por eso quiero testimoniarla aquí:

Querido Ricardo Henrique Carvalho Salgado, me cuesta imaginar un honor más alto y merecido que el otorgado libremente por aquellos que reconocen el privilegio de haber escuchado tu palabra educadora de maestro que ha sabido responder a sus inquietudes, acompañarlos en la fundamentación del nomos y -de esta forma- poder compartir una larga, admirable y potentísima tradição brasileira de Filosofia do Direito, Teoria do Direito e Hermenêutica Filosófica. ¡Larga y fructífera paideia, caro Ricardo!



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