¿Las sociedades cognitivas turboglobalizadas pueden constituir un laberinto para la población? ¿Qué naturaleza tendría ese laberinto? ¿Cómo puede la gente empoderarse de él y frente a él? ¿Qué dificultades plantea para la población no educada en el turbocapitalismo cognitivo y neoliberal?
Sin duda, son terribles las expectativas a largo
plazo para los trabajadores cognitivos postindustriales formados en la actual
modernidad líquida y turboglobalizada. Pero queremos destacar que aún es peor
para la población que fue formada y aculturizada en contextos rurales o
preindustriales (que es el caso de mucha población en países de rápido
desarrollo como el Brasil).
Pensemos en los inmigrantes de zonas rurales,
centradas en el sector primario agrícola-ganadero muy poco modernizado o
industrializado que –de un salto- deben buscar trabajo en laberínticas ciudades
cada vez más postindustrializadas y marcadas por las tecnologías de la
información y la comunicación. Se dirá, que normalmente no les esperan trabajos
de esa naturaleza sino otros muy degradados, que no exigen casi ninguna
formación como los mal pagados trabajos domésticos, etc.
Efectivamente ya es difícil y alienante el salto a la
industrialización fordista taylorista; pero aún lo es mucho más el abismal
salto a trabajos cognitivos postindustriales. Pues éstos suelen exigir bastante
formación, capacidades (capabilities) y empoderamientos muy complejos -que tan
sólo ahora los expertos comienzan a comprender en su magnitud-.
Es un salto abismal, prácticamente de la ruralidad
premoderna a las laberínticas metrópolis postindustriales –con sus favelas y
suburbios- que, además, muchas veces están perdiendo los trabajos y ocupaciones
industriales fordistas-tayloristas. Esos inmigrantes –de los que el Brasil
tiene muchos- se enfrentan con enormes dificultades psicológicas, culturales,
de hábitos y relaciones sociales, de estrategias vitales y formas de
empoderamiento…
Como en el laberinto del desierto, se les pide que
-casi sin guía y sin poder prever sus rendimientos a largo plazo- inicien un
larguísimo, solitario y desalentador camino que –además- suele implicar una
compleja formación y una persistente autoexigencia que raya con
l’autoexplotación (como avisa Han).
No se puede negar que hay elementos paradójicos,
contradictorios y desalentadores en las mencionadas tendencias de las
sociedades postindustriales, líquidas, turboglobalizadas y del conocimiento.
Además, no ayuda nada a superar las enormes dificultades de orientación y
empoderamiento, que algunos insistan en vincularlos con presuntos déficits de
tipo racial o constitutivo, y aún peor a la pereza, el negarse al trabajo y al
apartarse de la vida honrada.
Es decisivo entender que la sociedad postindustrial,
cognitiva, turboglobalizada y líquida (o en nuestro ejemplo: arenosa) exige
-como el laberinto del desierto- una radical apuesta personal (sin guía
posible), a muy largo plazo y, a veces, basada más en esperanzas que no en
hechos contrastados. Pues una de las dificultades más frustrantes de hoy es que
nadie se atreve a detallar la formación exacta que el capitalismo cognitivo y
los mercados exigirán el día de mañana. Aún más, lo único que todo el mundo ve
es que la formación cognitiva adecuada en el futuro no coincidirá con la
actual.
Por ello y para minimizar los errores, se suele
apostar por una formación más compleja, completa, sin guía ni selección
(como el laberinto del desierto) para desesperación de trabajadores y
ciudadanos. Ello provoca inevitablemente que la sociedad del conocimiento sea
vivida como sociedad de la ignorancia. Se convierte en una sociedad donde
todos, por más que nos esforcemos, estamos rayando en la ignorancia respecto a
la gran mayoría de cosas y somos –además- víctimas fáciles de la obsolescencia
cognitiva (sociedad de la ignorancia). Por ello la formación continuada y el perpetuo reciclaje cognitivo
se han convertido hoy en algo permanente durante toda la vida (al menos
laboral).
Evidentemente, hay aquí un nueva y muy angustiosa
sumisión que dura toda la vida y que –cada vez más- es ya presente en las
etapas juveniles e incluso infantiles. Para bien o para mal, y quizás por mera
necesidad, la sociedad neoliberal cognitiva instruye las nuevas generaciones en
tal dirección desde muy jóvenes. Ello no es fácil, a pesar de que de alguna
manera las nuevas generaciones han nacido bajo ese destino y se forman en y
para esa sociedad.
Pero imaginemos el tremendo choque que sufren en todos
los aspectos la práctica totalidad de la población premoderna e incluso moderna
que –a veces ya adultos- se tienen que enfrentar con el laberinto del
capitalismo cognitivo y la sociedad del conocimiento. Para ellos, nuestras
ciudades crecientemente postindustriales y turboglobalizadas se convierten en
un laberinto tramposo, incomprensible e irresoluble como nuestro ejemplo del
desierto.
El problema ahora ya no es tanto un trabajo alienante,
en condiciones pésimas y bajo una tremenda disciplina, pero que es sufrido
colectivamente y donde se puede tomar a otros como guías (como sucedía en el
fordismo-taylorismo de las grandes fábricas). Más bien es un árido desierto en
el que hay que buscar individualmente, sin guía y contra toda esperanza un
oasis en forma de una educación exitosa, un trabajo en el que destacar por
encima de cualquier otro y –por tanto- una apuesta vital oportunista,
imprevisible por otros y solitaria.
Estarán ustedes de acuerdo conmigo, en que nuestras
propias vidas (inseparables como anticipó Max Weber de nuestra profesión) están
basadas en una compleja formación y un proyecto de vida a muy largo plazo. Pero paralelamente hoy todo proyecto de vida se hace crecientemente imposible por la aceleración que impide cualquier reflexión o mínima seguridad. Hay
que reconocer que -para la sociedad cognitiva postindustrial y
turboglobalizada- valemos tan sólo lo que ahora mismo vale para los mercados
esa formación profesional e, incluso, el proyecto de vida que la ha hecho
posible. Un error -o simplemente haber desfallecido ante esa complejísima formación-
comporta fácilmente el fracaso, la obsolescencia cognitiva e incluso la
exclusión social.
Actualmente, ésta es una causa creciente de
inadaptación, exclusión y falta de empoderamiento para enormes capas de la
población mundial. Quizás es especialmente importante en países emergentes como
el Brasil que tienen que gestionar el paso de gran parte de su población de
entornos rurales y preindustriales a otros de ya postindustriales, cognitivos,
turboglobalizados y neoliberales.
Noten ustedes que no se trata tan sólo de
alfabetización, sino de algo más difícil, básico, cosmovisional,
cultural-civilizatorio y con terribles efectos a corto y largo plazo. Pues
incluso comporta que retornen fenómenos que parecían superados: ¡la pobreza se
hereda! E incluso, muchas veces, tener trabajo (pero degradado y sin formación)
ya no es garantía frente a la exclusión, ni permite acceder al llamado
“ascensor social”.
Nuevos bloqueos, propuestas más potentes
Por eso, aparecen bloqueos nuevos y muy poco
estudiados, causantes de que enormes capas sociales no puedan empoderarse de sí
mismas ni hacer frente a la exclusión y la pobreza. Esos grupos –especialmente
cuando se enfrentan al salto social que analizamos- son los grandes
damnificados y los nuevos analfabetos funcionales del capitalismo
cognitivo postindustrial. Además, para su empoderamiento no basta en absoluto
con las estrategias tradicionales -aunque hayan dado buenos resultados- como
meros programas de alfabetización o de ayuda social. Aunque éstos continúan
siendo condición de posibilidad de empoderamiento, hay que pensar
intervenciones más complejas, macrofilosóficas y atendiendo al conjunto de
restos cultural-cosmovisionales a que tiene que hacer frente.
Pues quizás el bloqueo más básico que les impide empoderarse
de sí mismos y de la sociedad del conocimiento es de tipo cosmovisional, ante
el reto de asumir la complejísima capacitación personal que se les exige. Pues
tienen -ni más ni menos- que definir autónomamente un ambicioso proyecto
formativo y cognitivo a largo plazo, que incluya tanto el continuo reciclaje,
como la diferenciación creativa y competitiva. Además siempre subordinado
terriblemente a la fría y cambiante valoración de los “mercados”
turboglobalizados postindustriales.
Entiéndanme bien: no estoy diciendo que todo el mundo
tiene que ser universitario ni intelectual. Estoy diciendo que las sociedades
avanzadas neoliberales exigen -cada vez más y para cualquier trabajo- una
formación cognitiva mínimamente compleja y diferenciada competitivamente de los
otros trabajadores. Conseguirla –incluso cuando sea relativamente
limitada- presenta enormes dificultades para quien accede al capitalismo
postindustrial y turboglobalizado, prácticamente desde mentalidades premodernas
y comunidades que -tan sólo le deben a la sociedad avanzada- su profunda
desestructuración. Ese salto abismal es en muchos aspectos algo casi
inconcebible y que se parece a la travesía de nuestro laberinto del desierto.
Además -si el entorno de acogida son las favelas y
otros suburbios degradados- el desempoderamiento, miseria y exclusión sufridos
por la gente obliga a intervenciones mucho más potentes y reflexionadas de las
que normalmente les ofrecemos. Para que puedan empoderarse no basta –aunque es
imprescindible- garantizarlos el acceso efectivo a los recursos necesarios,
sino sobretodo facilitarles la obtención de la necesaria autonomía
personal en el marco del capitalismo postindustrial, cognitivo y
turboglobalizado.
En ese caso, como mucho tan sólo se consigue retrasar
un poco el drama de una población indefensa. Pues -por el momento- estamos en
una situación crónica de escasez de trabajo , como predijo en 1995 Jeremy
Rifkin a El fin del trabajo. El declive de la fuerza del trabajo global y el
nacimiento de la era posmercado.
Infinito diferir del deseo
Diferir enormemente la satisfacción del deseo, durante
una crecientemente larga formación y profesionalización es un elemento tremendamente
nuevo en el capitalismo cognitivo, turboglobalizado y consumista. De hecho
trastoca radicalmente las tradicionales relaciones del trabajo y las
mentalidades asociadas con él. Este cambio perjudica especialmente a la parte
de la población más alejada de las experiencias formativas clave del actual
capitalismo cognitivo. Y ello afecta a países como el Brasil que tienen muchos
habitantes de ese tipo. Analicemos brevemente ¿por qué?
Hegel decía que el trabajo es deseo diferido, porque
para poder consumir y satisfacer los deseos, primero se debe reprimirlos
mientras se trabaja. Sólo así, el trabajador gana los medios materiales para
poder satisfacer -más tarde- su deseo. En la sociedad fordista y taylorista ese
deseo era brutal e intensivamente reprimido y diferido. Ahora bien, con
independencia de que los sueldos solían ser miserables, también es verdad que
se solía acceder con relativa rapidez a ellos. Había muchos trabajos que no
exigían formación previa y –además- se solía cobrar por semanas e incluso por
días. Ello hacia que psicológicamente el trabajador –alienado en otros
aspectos- percibiera rápida y claramente la recompensa por su trabajo.
Por tanto había algún aliciente inmediato para aceptar
la represión asociada al trabajo, si bien –en contrapartida- ello tendía a
desencentivar la formación del trabajador a largo plazo. Por tanto y al menos
en las labores manuales que exigían menos capacitación, el trabajador invertía
poco pues su formación era corta. Como teorizaba Marx básicamente se limitaba a
vender su fuerza de trabajo por un tiempo estipulado. En el fordismo-taylorista
se le exigía una gran sumisión y disciplina durante el tiempo de trabajo, pero
a cambio solía recibir pronto su recompensa, que era pobre pero muy
reconocible: el salario.
Ahora bien en la sociedad del conocimiento
postindustrial, el acceso al trabajo y a la recompensa material se ve diferida
enormemente porque primero es necesario adquirir una compleja y dilatada
formación. Ello hace que –como se teoriza mucho hoy- el trabajador sea también
inversor y empresario de sí mismo; y que tiene que encarar su vida como
emprendedor ¡incluso desde las primeras etapas formativas!
Ello hace que –muchas veces- cuando se accede por fin
al trabajo -sobre todo si es de alto nivel- hayan sido necesarias al menos dos
décadas de formación continuada y exitosa. Por tanto el acceso al trabajo se ha
diferido mucho y aún más la recompensa material en forma de salario. De hecho
se ha diferido tanto que resulta del todo inasumible para cualquier trabajador
tradicional y que no haya entrado en la dinámica del capitalismo cognitivo y/o
de las profesiones liberales. Estamos hablando de más de dos décadas difiriendo
o reprimiendo los deseos de tener familia propia, casa, coche, etc. ¡y eso en la
sociedad de la absoluta tentación para el consumo!
Nunca antes la gente normal se encontraba ante una tan
larga represión del deseo, antes de conseguir –¡quizás!- lo que se buscaba.
Quizás sólo los príncipes o los aristócratas tenían que esperar tanto tiempo
para conseguir el objetivo a que estaban destinados; si bien hay que reconocer
que mientras tanto recibían apreciables recompensas que suavizaban el retraso
en conseguir su deseo principal. En cambio, la gente normal tendía a conseguir
en las primeras etapas de la adultez el objetivo vital al que estaban
destinados (o a perder toda esperanza). Era pues normal conseguir el propio
lugar independiente en la sociedad (familia, estatus, profesión…) poco más o
poco menos de los 20 años.
En cambio -en la modernidad líquida, cognitiva y
turboglobalizada- alguien de clase media-baja que quiera ascender socialmente
mediante su profesión, fácilmente puede tardar hasta los 30 años o más allá
para sentir que logra medianamente sus objetivos. Además, la inestabilidad de
los cambios tecnológicos, cognitivos y sociales puede hacer fácilmente que esté
en situación inestable o precaria hasta los 40 años como mínimo. Incluso es
posible que tenga que luchar más allá para mantener el necesario reciclaje
cognitivo y para evitar la obsolescencia en su profesión.
Reconozcamos humildemente que esa situación -de los
que somos los aparentes triumfadores en la sociedad del conocimiento- sería
valorada por la mayoría de los trabajadores de otros tiempos como una extraña
esclavitud. Pues, como dice el filósofo Byung-Chul Han, se parece a una
autoesclavitud persistente, sin fin y que apunta al colapso. Pocas personas no
formadas en el capitalismo cognitivo asumirían un reto y una carrera
profesional de este tipo, como una travesía en el desierto de nuestro ejemplo.
Pues con independencia de la recompensa final, comporta diferir tres o cuatro
décadas el deseo e incluso las exigencias más habituales de la vida. Y cada vez
más ¡sin demasiada seguridad de encontrar finalmente la recompensa de la salida
del laberinto desértico!
Podemos reconocer humildemente que somos prisioneros
de esta extraña trampa del capitalismo cognitivo actual. Ahora bien, también es
cierto que están desapareciendo los trabajos preindustriales e, incluso, los
fordistas-tayloristas, y que los que quedan se waltmartizan y son
miserablemente retribuidos. Por tanto -la naturaleza actual de la “iron cage”
del capitalismo que teorizó Weber- impone que haya menos trabajo a repartir, y
que las mejores y más habituales labores sean cada vez más cognitivas y con una
exigente formación previa. Si ese breve diagnóstico es hoy cierto, hay
que concluir que –si no media un cambio social revolucionario- aquellos grupos
sociales -que sienten como una esclavitud inaceptable la condición que hemos
esbozado- cada vez más serán excluidos del mundo laboral y profesional.
Por tanto, de momento y tristemente, esa “esclavitud”
o altísima capacidad de retrasar la satisfacción del deseo es hoy una exigencia
que condena al fracaso a quien no la tiene o no concibe la necesidad de
tenerla. Los adaptados y triunfantes en la sociedad postindustrial han
interiorizado tanto la represión que se convierten en sus propios explotadores,
lanzados solo a la búsqueda del éxito. Por tanto el neoliberalismo cognitivo y
turboglobalizado tiende a obligar a actuar como si se fuera un empresario de sí
mismo, frente a otros competidores también empresarios de sí.
Como dice Byung-Chul Han: “En el neoliberalismo,
trabajo significa realización personal u optimización personal. Uno se ve en
libertad. Por lo tanto, no llega la alienación, sino el agotamiento. Uno se
explota a sí mismo, hasta el colapso. En lugar de la alienación aparece una
autoexplotación voluntaria. Por eso, la sociedad del cansancio como sociedad
del rendimiento no se puede explicar con Marx. La sociedad que Marx critica, es
la sociedad disciplinaria de la explotación ajena. Nosotros, en cambio, vivimos
en una sociedad del rendimiento de autoexplotación”.
Vivimos pues en una situación que obliga a que el
“homo laborans” sea inseparablemente “verdugo y víctima de sí mismo”. Pues al
final nunca vencerá ni podrá salir del laberinto del desierto, sino que
finalmente una inevitable obsolescencia acabará con su fuerza cognitiva, al
igual como el duro trabajo en las minas del primer capitalismo acababan muy
pronto con la fuerza del trabajo y la juventud de sus trabajadores.
Tentación del consumo
Además, como los actuales países avanzados son
sociedades del espectáculo y basadas en la seducción del hiperconsumo,
presentan la dificultad añadida de cómo motivar las clases medias-bajas para
mantener diferido el deseo durante años y años de educación. De acuerdo con lo
que hemos dicho, si no se ha podido experimentar mínimamente la necesidad de tal
formación cognitiva, no es de extrañar que muchas capas de la población la
desconozcan, desatiendan o incluso la ridiculicen. Es terrible, porque con ello
–sin darse cuenta- se apartan de una vía no conflictiva hacia su empoderamiento
que pueda romper el ciclo vicioso de la exclusión y la pobreza.
No hay que menospreciar la dificultad cosmovisional y
de mentalidad social que ejemplificamos con nuestra metáfora del laberinto del
desierto. Pues sólo puede ser superada con potentes perspectivas macrofilosóficas,
capaces de integrar todos los aspectos, ya sean positivos, como negativos.
Además, en tanto que tocan elementos cosmovisionales muy profundos, tales
perspectivas educativas deben actuar muy pronto en la vida de la gente. Pues
las mejores etapas humanas para asumir cambios cosmovisionales de tal
profundidad son la infancia, la juventud y –ya menos- la rebelde adolescencia.
No olvidemos que en el capitalismo cognitivo, es
imprescindible la previsión y formación a largo plazo. Ello requiere ser capaz
de represión –al menos extensiva- a largo plazo y soportar un importante
incremento de lo que Sigmund Freud llamaba “Malestar en la cultura”. Creemos
que su versión actual, no puede reducirse al intensivo “malestar laboral”
típico del fordismo taylorista. Pues deviene algo más omnipresente incluso
muchos años antes de cualquier trabajo. Ee decir: en la larga formación
cognitiva para algún día ser apto o “digno” de obtener un trabajo y un salario.
Naturalmente los que estamos aquí hemos vivido esa
exigencia. Pero yo mismo no me di cuenta de ella hasta bastante tarde, pues
durante mi infancia no fui en absoluto un intelectual. Ahora bien, mirando
atrás y a partir de la adolescencia, la realidad es que mi vida es coextensiva
con mi formación cognitiva. Si no, no estaría aquí. Valoren ustedes hasta qué
punto nos pasa cada vez más lo que –creo- dijo un escritor judío en yidish:
hasta en sus primeros recuerdos siempre estaba estudiando, leyendo,
aprendiendo, memorizando, formándose… Es decir, su vida entera estaba dirigida
a devenir ese trabajador cognitivo que muchos judíos anticiparon y que
hoy se va convirtiendo en la versión actual de la “caja de hierro” de Max
Weber.
Recuerden la formulación concreta weberiana de la
teoría y metáfora de la “jaula de hierro”, con que quería pensar la sociedad
capitalista y su omnipresente ethos. Verán que el actual capitalismo cognitivo
es su clara continuación, aunque hayan muchas sutiles e importantes
diferencias.
Pues bien como no puedo abusar mucho más de su
atención, tan sólo quiero destacar de nuevo: la enorme dificultad de las clases
populares -provenientes de un degradado entorno rural agrario y preindustrial-
para concebir y llevar a cabo la larga carrera autorreprimida y autodirigida
que cada vez más exige hoy el capitalismo cognitivo.
Pensemos que una de las pocas opciones honradas,
pacíficas y aceptables por nuestra sociedad de romper el ciclo vicioso de la
exclusión y la pobreza, y para empoderarse eficazmente, es construirse la
propia formación cognitiva de la forma requerida por el mercado capitalista
neoliberal y turboglobalizado. Pero recordemos que hoy el desconcierto es
generalizado y mayúsculo, la escuela tiene cada vez más dificultades para
responder eficazmente a ese reto y que, por tanto, deben ser los propios
individuos los que lo encaren. Estarán de acuerdo conmigo que las ayudas
nacionales o internacionales son insuficientes, y que por tanto deviene una
tarea en gran medida solitaria-individual durante toda la vida.
Además en países emergentes como el Brasil, muchas
capas de la población deben saltarse toda la experiencia de modernización
industrial para pasar de degradadas sociedades agrarias y no alfabetizadas
hasta la más compleja y turboglobalizada sociedad del conocimiento. Sin duda se
trata de una dificultad hercúlea, pues requiere mentalidades y capacitaciones
prácticamente imposibles de obtener tanto en sus comunidades de origen como en
las degradas favelas de recepción.
El salto al trabajo fabril fordista-taylorista ya era
muy difícil para gente acostumbrada a la vida al aire libre, sin casi
exigencias sociales, sin relaciones con la máquina y sin la mínima experiencia
de la acumulación capitalista. Recordemos que solían provenir de un entorno –como
teorizaron Marx o Polanyi, pasando por Weber- con tierras comunitarias y sin
los valores calvinistas y capitalistas de disciplina, ahorro y previsión a
largo plazo.
Por ello uno de los problemas de las primeras fábricas
era fidelizar el trabajador que había cobrado su jornal para que volviera al
trabajo antes de que se le terminara el dinero. Pues muchos sólo solían volver
cuando era estrictamente necesario y ya no disponían de efectivo ni crédito.
Hay aquí una cierta lógica, pero evidentemente no es la industrial capitalista.
Pues bien, esa lógica tuvo que crearse; como también hoy se están creándo
otras lógicas postindustriales.
Es evidente que las poblaciones sufren mucho ante
cambios tan intensos y profundos. Y muchísimo más si se parte de cero o desde
perspectivas muy lejanas, cuando no opuestas. Esa es la dificultad añadida a
las habituales exclusiones que gran parte de la población sufre hoy, la
desempodera y la condena a un laberinto ciudadano para el que no está
preparada.
Evidentemente no se nos escapan y los hemos mencionado
antes, los bloqueos y dificultades de todo orden que la sociedad y ciertos
sectores ponen en su contra. Ya hemos dicho que la pobreza está en gran medida
asociada al expolio y la exclusión, pero estos se facilitan muchísimo si no se
percibe la daminificación que ello representa ni se conciben los mecanismos que
la evitarían.
Como explica maravillosamente Foucault con su teoría
del “encierro moderno”, fue muy difícil generar socialmente la necesidad que la
gente optara por trabajar de sol a sol en ruidosas e insalubres fábricas
condenados a acelerados ritmos y muy disciplinadas rutinas mecánicas. Pero
muchísimo más difícil es que alguien se autoencierre –casi sin posibles guías-
para formarse a muy largo plazo ya en edades jóvenes, cuando percibe otros
deseos y necesidades más inmediatas y –además- en competencia con sugestivas
alternativas momentáneas de consumo o diversión que nada exigen, pero bloquean
el desarrollo personal.
Es una gran dificultad, aunque hoy puedan haber
mejores programas de alfabetización, a veces el entorno pueda ser más agradable
y tenga algún caritativo maestro que le anime a formarse. Pensemos que estamos
hablando no de una decisión puntual sino de todo un proyecto y desarrollo de
por vida. Si el trabajo y la formación son deseo diferido, hoy ese deseo
–exacerbado por la sociedad del consumo- se difiere a muy largo plazo (mucho
más que en ninguna época anterior!). Una vez más se trata de una alternativa
semejante a los dos tipos de laberintos planteados por Borges.
Como hemos dicho, nunca ha sido fácil el proceso
industrializador. Fueron necesarias muchas condiciones sociales y presiones de
todo tipo para generar al obrero industrial. “Trabajo” es un término nacido de
un instrumento medieval de tortura y -aunque se puede definir a ciertos tipos de
humanidad como “homo faber”, “homo eoconomicus”, “homo Laborans” (Hannah
Arendt)- ninguno de estos tipos de humanidad no es inevitable ni totalmente
espontáneo. Pues muchos milenios de evolución darwiniana y muchos siglos de
evolución cultural han sido imprescindibles para ello.
Por eso tenemos que ser conscientes de nuestra
ingenuidad cuando, en pocos años y quizás alguna ayuda oficial, pretendemos
obtener empoderamientos efectivos de la población en las crecientes ciudades.
Las dificultades que hemos apuntado causan graves exclusiones y que la ciudad
no sea un derecho efectivo, sino un terrible laberinto para gran parte de su
población.
He hablado de estas cuestiones -para Polos de Cidadania- en el III Seminário Internacional Cidade e Alteridade y el II Congresso Mineiro de Direito Urbanístico (12-14 novembro UFMG, Bello Horizonte, Minas Gerais, Brasil). Y amablemente ha sido recogido y divulgado por LABIRINT - Laboratório Internacional de Investigação em Transjuridicidade (UFPB, Paraíba, Pernambuco, Brasil).
De estas cuestiones hay resumenes en castellano en el post CAPITALISMO COGNITIVO: LABERINTO CIUDADANO y en portugués en el post EMPODERAR PARA A PÓS-INDUSTRIALIZAÇÃO y he expuesto una primera parte en el post ¿DERECHO A LA CIUDAD? y una segunda parte en el post COGNITIVO-POSTINDUSTRIAL CONTRA FORDISTA-TAYLORISTA.
Hola Gonçal,
ReplyDeleteCoincido plenamente. Sólo quisiera remarcar que el hecho de que “ nadie se atreve a detallar la formación exacta que el capitalismo cognitivo y los mercados exigirán el día de mañana” supone una grave dificultad añadida. Más aún: una auténtica paradoja, ya que, por un lado, se le exige a la población que destine su tiempo y sus recursos (ambos, por cierto, cada vez más escasos entre la legión de “precariados” en continuo ascenso) mientras que, por otro lado, se exige una adaptación continua, una flexibilidad y versatilidad casi sin límites. Y no sólo a nivel tecnológico, sino en todos los ámbitos: en una sociedad líquida regida por el turbocapitalismo, los conocimientos, capacitaciones e, incluso, los hábitos, deben cambiar sin apenas haber tenido tiempo de cristalizar y solidificarse, como acertadamente señalan Sennett y Bauman. En resumidas cuentas, debemos diferir la consecución de nuestros deseos hasta límites aberrantes… sin tener la menor certeza de cuáles serán los conocimientos, aptitudes y requisitos que se esperará de nosotros cuando entremos en el mercado laboral. Estamos, como muy bien remarcas, ante un “laberinto tramposo, incomprensible e irresoluble”. Cuyos itinerarios y cuyas reglas, además, cambian sin cesar (y, claro está, sin previo aviso).
Frente a ello, no hay más remedio que proceder a empoderar a la población. Algo que pasa por “facilitar la necesaria autonomía personal en el marco del capitalismo postindustrial, cognitivo y turboglobalizado”. Y –añadiría yo- también por potenciar las habilidades sociales y facilitar las herramientas necesarias para actuar colectivamente.
Y es que, en mi opinión, los desafíos son de tal calibre que el mero empoderamiento personal, si bien es imprescindible, no es condición suficiente. Potenciar la capacidad y la predisposición para crear redes o, mejor, para tejer crear grupos estables, constituye no sólo una herramienta cada vez más preciada para evitar la perpetuación de la pobreza y para acceder a la (escasa, como demuestra Piketty) movilidad social ascendente, sino que también constituye la única esperanza, por pequeña que sea, de hallar una salida a este laberinto absurdo y casi irresoluble en el que nos hallamos inmersos. O, si tal salida no es posible, al menos transitar por sus senderos con un mínimo de dignidad, humanidad y autoestima.
Saludos,
Lluís
Totalmente de acuerdo, Lluís. Frente al laberinto tramposo, incomprensible e irresoluble del desierto, las soluciones totalmente individualistas conducen al fracaso. Incluso cuando parece que "ganas" en realidad continuas en medio del desierto. La angustia y la desmoralización simplemente quedan diferidas o escondidas. En cualquier momento, el cansancio o la depresión convierten al presunto "triumfador" en un "caído" más. No quiero usar el término "fracasado". Saludos.
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