Lamentablemente sabemos mucho menos de lo que desearíamos sobre como garantizar un desarrollo humano sostenido y sostenible a largo plazo. Ello quizás se debe a que muchas veces tal cuestión se ha planteado en abstracto y con un voluntarismo ingenuo. Como hemos apuntado, tradicionalmente se encaraba de forma idealizada, sin un pensar realmente holista y macro, y sobre todo sin atender a las circunstancias concretas y reales de la gente en particular que se quería movilizar.
Entre los habituales errores ideológicos y las ingenuidades estratégicas se menospreciaban los grandes esfuerzos y sacrificios a realizar por la gente, se olvidaban sus deseos y miedos concretos, no se atendían suficientemente a las dificultades circunstanciales y a las rémoras históricas heredadas… Como reclaman Marta Nussbaum y Amartya Sen (The Quality of Life, 1993), sobre todo se obviaba resolver aquellos empoderamientos particulares y “capabilities” humanas imprescindibles para llevar a buen término el proceso de desarrollo iniciado.
La modernización se ha visto muchas veces como un proceso inevitable o, al menos, un progreso tan claro que era relativamente fácil impulsarlo. Creemos que no hay que buscar culpables porque la humanidad –es decir: todos- muchas veces se deja llevar por simplificaciones o por puro optimismo. Por eso la humanidad tiende a ver como obvios, como determinados por la historia o muy fáciles de realizar lo que en realidad son procesos complejos y que tienen muchos meandros en los que pueden atascarse -quizás por siempre- y muchos enemigos interesados en bloquearlos.
Así lo muestran Daron Acemoglu y James A. Robinson (Por qué fracasan los países. Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza, 2012) en su reciente análisis comparativo sobre el fracaso del desarrollo humano en muy diversos países. Explícitamente afirman que optaron por invertir la perspectiva clásica que se limitaba a centrarse en, anticipar y proponer un determinado proyecto de modernización. En cambio, Acemoglu y Robinson prefirieron preocuparse precisamente de los mecanismos que dificultaban el desarrollo humano o bloqueaban a la modernización. En lugar pues de definir el marco general deseado de desarrollo, analizaron por qué algunos países lo han conseguido de forma sostenible y otros no.
(Viene del post ACTUAR, PENSAR, QUERER y continúa en los posts COLONIZACIÓN Y DESARROLLO y EMPODERAMIENTO)
Entre los habituales errores ideológicos y las ingenuidades estratégicas se menospreciaban los grandes esfuerzos y sacrificios a realizar por la gente, se olvidaban sus deseos y miedos concretos, no se atendían suficientemente a las dificultades circunstanciales y a las rémoras históricas heredadas… Como reclaman Marta Nussbaum y Amartya Sen (The Quality of Life, 1993), sobre todo se obviaba resolver aquellos empoderamientos particulares y “capabilities” humanas imprescindibles para llevar a buen término el proceso de desarrollo iniciado.
La modernización se ha visto muchas veces como un proceso inevitable o, al menos, un progreso tan claro que era relativamente fácil impulsarlo. Creemos que no hay que buscar culpables porque la humanidad –es decir: todos- muchas veces se deja llevar por simplificaciones o por puro optimismo. Por eso la humanidad tiende a ver como obvios, como determinados por la historia o muy fáciles de realizar lo que en realidad son procesos complejos y que tienen muchos meandros en los que pueden atascarse -quizás por siempre- y muchos enemigos interesados en bloquearlos.
Así lo muestran Daron Acemoglu y James A. Robinson (Por qué fracasan los países. Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza, 2012) en su reciente análisis comparativo sobre el fracaso del desarrollo humano en muy diversos países. Explícitamente afirman que optaron por invertir la perspectiva clásica que se limitaba a centrarse en, anticipar y proponer un determinado proyecto de modernización. En cambio, Acemoglu y Robinson prefirieron preocuparse precisamente de los mecanismos que dificultaban el desarrollo humano o bloqueaban a la modernización. En lugar pues de definir el marco general deseado de desarrollo, analizaron por qué algunos países lo han conseguido de forma sostenible y otros no.
Después de considerar posibles causas geográficas, culturales o de falta de preparación por parte de los líderes, descubrieron que –en última instancia- el deseado desarrollo del país era bloqueado porque en absoluto era tan “deseado” por todo el mundo. Pues gran parte de las élites dominantes percibían que el desarrollo amenazaba su dominio y lo bloqueaban de mil diversas o astutas maneras, mientras que el resto de la población no podía defender sus propios intereses ni superar esos bloqueos.
Acemoglu y Robinson llaman “castas” o “élites extractivas” a esos grupos que se limitan a drenar o extraer los recursos de una sociedad. Además, precisamente por beneficiarse de una situación dada, tales “élites extractivas” tienen intereses contrarios a posibilitar un mayor desarrollo humano y reaccionan bloqueando eficazmente a largo plazo toda modernización que aporte cambios contrarios a su dominio y situación favorecida.
Precisamente por ese decisivo cambio de enfoque, Acemoglu y Robinson titulan su importante libro en clara inversión del clásico de Adam Smith. En lugar de proponerse An Inquiry into the Nature and Causes of the Nations Wealth se preguntan Why Nations Fail. En lugar de investigar la naturaleza y causa de la riqueza de los países, se preguntan por qué éstos a veces fracasan. El análisis de Acemoglu y Robinson ha destacado la importancia del tipo de poder que se ejerce y del tipo de instituciones que se han construido en los distintos países.
Resulta de todo ello básicamente la inquietante tesis ya esbozada: los países no
consiguen generar un desarrollo humano a largo plazo, básicamente porque hay grupos (las “elites extractoras”) que implícita o explícitamente bloquean las estrategias sociales inclusivas y las instituciones integradoras, para garantizarse mejor la perpetuación del dominio que ejercen sobre el conjunto de la sociedad.
Evidentemente ello no tendría que sorprendernos pues desde hace siglos el realismo político ha destacado tales resistencias. La sociedad no es simplemente una comunidad de intereses coincidentes, sino también el resultado conflictivo de la superposición de los intereses contrapuestos de distintos grupos y clases. Además cada grupo tiene una concepción diferente de los objetivos que el conjunto de la sociedad debe buscar. Por ello además de las circunstancias concretas que muchas veces determinan la evolución efectiva de la sociedad, ésta resulta sobre todo del conflictivo “(des)encuentro” de los distintos intereses.
Inscritos dentro del actual neoinstitucionalismo, Acemoglu y Robinson muestran fehacientemente que el desarrollo humano de los países queda duraderamente minimizado cuando existen “élites extractivas” que pueden bloquear todo cambio que las desplace de su privilegiada posición. Además, destacan la importancia de ampliar al máximo número de población el reconocimiento de los derechos civiles y económicos, pues garantizan que la sociedad sea más “inclusiva”, justa y –en última instancia- más desarrollada humanamente.
Evidentemente ello no tendría que sorprendernos pues desde hace siglos el realismo político ha destacado tales resistencias. La sociedad no es simplemente una comunidad de intereses coincidentes, sino también el resultado conflictivo de la superposición de los intereses contrapuestos de distintos grupos y clases. Además cada grupo tiene una concepción diferente de los objetivos que el conjunto de la sociedad debe buscar. Por ello además de las circunstancias concretas que muchas veces determinan la evolución efectiva de la sociedad, ésta resulta sobre todo del conflictivo “(des)encuentro” de los distintos intereses.
Inscritos dentro del actual neoinstitucionalismo, Acemoglu y Robinson muestran fehacientemente que el desarrollo humano de los países queda duraderamente minimizado cuando existen “élites extractivas” que pueden bloquear todo cambio que las desplace de su privilegiada posición. Además, destacan la importancia de ampliar al máximo número de población el reconocimiento de los derechos civiles y económicos, pues garantizan que la sociedad sea más “inclusiva”, justa y –en última instancia- más desarrollada humanamente.
Solo así se podrán evitar las exclusiones y las expoliaciones gratuitas en beneficio exclusivo de las castas “extractivas”. Consideran de vital importancia garantizar para el conjunto de la población (sin exclusiones) los derechos a la propiedad, la garantía de las inversiones, el acceso libre a las actividades más productivas, la igualdad de oportunidades, el usufructo del propio capital humano, etc.
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