Para muchos analistas, tanto la “postmodernidad” (Lyotard 1984, Vattimo 1998) como
la llamada “modernidad líquida” (Bauman 2005) han tenido un impacto negativo en
la filosofía pues muchas veces la han devaluado.
Ahora bien, esas ideas y los movimientos asociados con ellas no son especialmente contrarios a la filosofía, pues incluso están protagonizados por filósofos o pensadores con gran bagaje en la más antigua de todas las epistemes. Pero sí que han participado en una dialéctica que acentúa la lenta marginación que ya inició la modernidad: subordinando, desplazando y sustituyendo los enfoques explícitamente filosóficos por otros más “positivistas”, “científicos”, “especializados” y de aplicación tecnológica.
Ahora bien, esas ideas y los movimientos asociados con ellas no son especialmente contrarios a la filosofía, pues incluso están protagonizados por filósofos o pensadores con gran bagaje en la más antigua de todas las epistemes. Pero sí que han participado en una dialéctica que acentúa la lenta marginación que ya inició la modernidad: subordinando, desplazando y sustituyendo los enfoques explícitamente filosóficos por otros más “positivistas”, “científicos”, “especializados” y de aplicación tecnológica.
Por ello, incluso
podemos sospechar que la postmodernidad o la modernidad “líquida” están en continuidad
con la modernidad “sólida”, en la medida que convergen en un similar proceso de
creciente hiperespecialización de las disciplinas. Éstas se aíslan entre sí y –a
la vez- de la matriz conjunta que hasta ese momento representaba la filosofía. Sinteticémoslo
mediante un breve macroanálisis histórico.
Desde la Grecia
clásica y durante muchos siglos, la filosofía fue “la madre de todas las
ciencias” en dos sentidos muy importantes, que hoy amenazan perderse
definitivamente.
Por una parte, la filosofía fue la matriz epistémica a partir
de la cual nacieron, se desarrollaron y se especializaron separadamente todos
los saberes, ciencias y disciplinas.
Por otra parte, incluso cuando éstos ya se habían independizado y eran plenamente
autónomos, la filosofía continuaba actuando como un referente epistemológico
común, manteniendo la relación entre ellos y con las restantes ciencias
hermanas.
Por tanto y con significativos
rendimientos cognitivos y epistemológicos, la filosofía mantenía el recuerdo de
la matriz común de origen. Pero además continuaba siendo el saber que los
vinculaba entre sí, que planteaba muchas inquisiciones compartidas y que los
integraba en unas macrocoordenadas compartidas. Así, evitaba o minimizaba el
peligro de que se relacionaran de forma totalmente autista entre si y con el
conjunto de la población. Entonces, la filosofía ayudaba decisivamente a la
transmisión de la “cultura general” y a la comprensión del conjunto de los
saberes para la mayoría de la población no experta.
Todo eso cambia
rotundamente cuando se produce la abdicación por parte de la filosofía de esa
vital función de transmisión social, sin que ninguna otra disciplina la
sustituya eficazmente en tan importante tarea, comportando uno de los mayores
peligros para la actual “sociedad del conocimiento”. Pues fácilmente degenera
en muchos aspectos y condena a la mayoría de la población a aproximarse hacia
una inquietante “sociedad de la ignorancia” (Mayos y Brey, 2011a).
Porque, si hoy la filosofía no ejerce tal función
social de coordinación de los saberes y su transmisión al conjunto de la
ciudadanía ¿Quién la ejercerá? ¿Podremos prescindir de esa vital función social
sin sufrir graves conflictos y déficits? Como veremos, las respuestas a
estas cuestiones resultan por el momento muy inquietantes.
Impacto de “Narrativismo”, “textualismo”, “constructivismo”, “realismo”…
Por otra parte, también
han terminado jugando en contra de la filosofía y precisamente en la medida que
ésta los ha asumido de forma acrítica, algunas perspectivas radicales –que a
veces se suelen asimilar en exceso al postmodernismo- como el narrativismo
(White 2001), el textualismo (Derrida 1998; con su famosa tesis de que no hay
nada fuera del texto, “il n’y a pas de hors-texte”) y las teorías sobre la
construcción social del conocimiento (Kuhn 1977, Berger-Luckman 1995).
Es un gran peligro (además de una exageración) concluir de los movimientos mencionados un relativismo absoluto o una igualación “por abajo” en las pretensiones de conocer la verdad y la realidad de todos los saberes y, por tanto, a la vez de las “dos culturas” humanista y científica. Pues una de las consecuencias de tales interpretaciones “postmodernas” y “relativistas” es que así se maximizaba y radicalizaba enormemente la distancia cognitiva entre la filosofía o las humanidades y las ciencias físico-matemáticas y experimentales.
Ciertamente, el narrativismo, el textualismo y las teorías sobre la construcción social del conocimiento muestran que también las “hard sciences” usan habitualmente elementos narrativos, ideológicos y vinculados a los valores hegemónicos en las sociedades que las desarrollan. Ahora bien, muchos intérpretes exageran excesivamente las consecuencias de tal uso para degradar o llevar hasta el relativismo radical el valor cognitivo de las ciencias. Con ello, muchas veces olvidan de que Th. S. Kuhn (1977)[1], Berger-Luckman (1995) e incluso Derrida (1998) se desmarcaban explícitamente de tales radicalidades.
Es un gran peligro (además de una exageración) concluir de los movimientos mencionados un relativismo absoluto o una igualación “por abajo” en las pretensiones de conocer la verdad y la realidad de todos los saberes y, por tanto, a la vez de las “dos culturas” humanista y científica. Pues una de las consecuencias de tales interpretaciones “postmodernas” y “relativistas” es que así se maximizaba y radicalizaba enormemente la distancia cognitiva entre la filosofía o las humanidades y las ciencias físico-matemáticas y experimentales.
Ciertamente, el narrativismo, el textualismo y las teorías sobre la construcción social del conocimiento muestran que también las “hard sciences” usan habitualmente elementos narrativos, ideológicos y vinculados a los valores hegemónicos en las sociedades que las desarrollan. Ahora bien, muchos intérpretes exageran excesivamente las consecuencias de tal uso para degradar o llevar hasta el relativismo radical el valor cognitivo de las ciencias. Con ello, muchas veces olvidan de que Th. S. Kuhn (1977)[1], Berger-Luckman (1995) e incluso Derrida (1998) se desmarcaban explícitamente de tales radicalidades.
Por tanto y más allá
de la cuestión todavía abierta de la amplitud y consecuencias de la
construcción social de la realidad (Ferraris, 2013), tales conclusiones
generalizadoramente relativizadoras no se han mostrado muy eficaces para fomentar
la tarea filosófica, respetarla, reconocerla ni reivindicarla. La explicación
nos parece obvia: si renuncia a ocuparse
de la verdad, de la realidad y/o de todo saber que tenga a ver con ellas, la
filosofía deviene una especie de género menor muy cercano a la literatura
de ficción, a los estudios literarios y a los cultural studies, como ya sucede especialmente en los Estados
Unidos.
Por ese camino, decaerá aquella filosofía que no aspire a un saber rigoroso,
vinculado a las ciencias y atenta a las macrocoordenadas
ontológico-epistemológico-políticas actuantes tras el conjunto del conocimiento
humano. Esa filosofía sin ambición ni rigor se convertirá –como dicen mis
alumnos más decepcionados- en una mera traficante de cadáveres disecados de filósofos
muertos, de “falsas consciencias ideológicas” (Marx) o –aún peor- en un
elemento más de la actual “sociedad del espectáculo” (Debord 1999) o “del
simulacro” (Baudrillard –Mayos 2010-).
En tal caso y renunciando a su labor crítica, la filosofía será degradada a mero estudio espectacularizado de los simulacros culturales, de opiniones más o menos circunstanciales, de trazos ideológicos más o menos individuales, de libros de autoayuda y de doctrinas New Age.
Ya sea por la renuncia
que hemos analizado de algunos filósofos o ya sea porque lamentablemente perpetúan
la tendencia reductivamente positivista, las actuales sociedades “de la
información” (Castells 2002) y “del conocimiento” tampoco están otorgando gran
importancia a la filosofía.
Ello es lamentable porque puede derivar fácilmente en “sociedad de la ignorancia” y fomentar una peligrosa obsolescencia humana (Mayos 2016). Aboca a un mundo turboglobalizado donde tan solo lo productivo, económico y tecnológico acapara toda la atención, es aceptado como el único saber verdadero o –al menos- que aporta algo realmente valioso (generalmente en términos crematísticos).
Ello es lamentable porque puede derivar fácilmente en “sociedad de la ignorancia” y fomentar una peligrosa obsolescencia humana (Mayos 2016). Aboca a un mundo turboglobalizado donde tan solo lo productivo, económico y tecnológico acapara toda la atención, es aceptado como el único saber verdadero o –al menos- que aporta algo realmente valioso (generalmente en términos crematísticos).
Actualmente, incluso las “hard sciences” sufren ese poderoso embate y,
cada vez más, se ven reducidas a su mera función económico-productiva o a ser un
apéndice “teórico” y “preaplicado” de la tecnología. De
aquí surge el enorme éxito actual tanto de la denominación “tecnociencia”, como
de atender tan solo a las famosas I+D+i (investigación, desarrollo e innovación),
mientras que el “amor al saber” por el conocer mismo, se menosprecia tanto en
su versión filosófica como teórico-científica.
Lamentamos
especialmente la paradoja (Mayos-Brey 2011a) de que, por una parte, se pide la
atenta vigilancia informada del conjunto de la ciudadanía en las cada vez más
decisivas consecuencias éticas, políticas y sociales de los avances
tecnológicos; pero –por otra parte- se
evita empoderar la ciudadanía transmitiéndole[2]
eficazmente las síntesis relevantes de tales avances (algo que debería formar
parte esencial de la “cultura general” de nuestro tiempo).
[1] Véase al respecto el comentario de Mayos (2011b).
[2] Véase el post de G. Mayos “TRANSMISION DEMOCRÁTICA DEL CONOCIMIENTO ¡O
BARBARIE” en http://goncalmayossolsona.blogspot.com.es/2013/05/transmision-democratica-del.html
(consulta 2-10-2016).
A partir del artículo de G. Mayos "Las “dos culturas” y la (macro)filosofía en la era postdisciplinar" en el libro Interdisciplinaridade e interconstitucionalidade 2, coordinado por G. Mayos, R.C. Cardoso y M.H. Júnior (Ed. Amazon, 2019).
Ver los posts:
Professor Mayos
ReplyDeleteExcelente reflexão. Irei me aprofundar um pouco mais para incorporar em minha tese.
Grande abraço.
Artur César de Souza
Muito obrigado, Juiz Artur. Espero que le sea muy útil. Y estoy de acuerdo con Usted en que la formación de los actuales jueces debe ser mucho más interdisciplinar y macro.
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