Oct 3, 2019

FILOSOFÍA POSTDISCIPLINAR

El background adquirido tanto en el período previo al nacimiento de las ciencias especializadas, como durante la constitución de éstas e incluso en su desarrollo independiente, es la más importante aportación que –hoy- puede ofrecer la filosofía. 

Pues de ahí debe extraer sus objetos, experiencias, métodos y análisis de mayor valor; precisamente en la medida de que ningún otro saber está en mejores condiciones ante esas cuestiones

Para ejercer la vital función de conectar las distintas disciplinas, ningún otro saber concreto puede hoy competir con la filosofía pues -por su misma dinámica- las ciencias especializadas suelen haber perdido la memoria detallada del proceso complejo de su constitución, muchos de sus enlaces con otras disciplinas y/o no se sienten suficientemente concernidas por tales cuestiones.


Por tanto, tan sólo la filosofía parece en condiciones de aprovechar efectivamente ese importante campo y experiencia cognoscitivos en la nueva era tendencialmente postdisciplinar. Ello puede convertirse en el más significativo y valioso patrimonio específico de la filosofía en la actualidad y su aportación más valiosa para el resto de saberes.

Si se confirman las tendencias inter, poli, meta, trans y postdisciplinares que se manifiestan en todos los campos, incluso puede ser la condición de posibilidad para que la filosofía continúe siendo hoy un macrosaber orientador, necesario y provechoso para el conjunto de las ciencias y disciplinas.  

Por tanto, la filosofía debe asumir, analizar y valorizar su conocimiento de ese complejo proceso de constitución y especialización de los saberes, del que tan solo ella ha sido testimonio de forma completa. Pues ciertamente, solo la filosofía y los filósofos –que, con cierta angustia y sensación de desposesión, veían partir a las nuevas ciencias especializadas y a sus “padres fundadores”- se mantuvieron atentos críticamente a los complejos y profundos cambios que provocaban en el conjunto del saber su constitución como campos epistemológicos “autónomos”.

Pues, no debemos olvidar que los complejos debates generados en torno a la necesaria constitución de las nuevas ciencias concentraban la atención prácticamente entera de sus “padres fundadores”, difiriendo muchas veces la necesaria reflexión de lo que hacían y de sus consecuencias respecto al conjunto de los saberes. Por eso más allá de la historia de cada ciencia concreta, solo una perspectiva macrofilosófica puede asumir y profundizar en el complejo conjunto, la perspectiva holista y sus consecuencias crítico-sintéticas.

La filosofía debe reevaluar críticamente la evolución histórica antes, durante y después de la constitución de los actuales saberes hiperespecializados. Debe extraer las relevantes consecuencias en general y también para su propio campo concreto. Pues en ese complejo proceso constitutivo –sin duda- están codificadas las grandes dificultades y posibilidades que permiten orientar, prever y atender con conocimiento de causa al actual proceso de creciente transversalidad y postdisciplinariedad. 

Precisamente por ser el gran agente predisciplinar y por haber experimentado la totalidad del proceso de creación de las disciplinas modernas (Foucault 1993), la filosofía puede ser también un legítimo agente crítico ante la tendencia postdisciplinar que hoy parece presidir el conjunto de los saberes.


Más que nunca antes, las nuevas tendencias poli, multi, inter, trans y postdisciplinares revalorizan la experiencia vivida y codificada por la filosofía a medida que las ciencias modernas se emancipaban de ella. Pues es decisiva para el papel que tiene que jugar hoy la filosofía ante la complejidad de una estructura de saberes cada vez más caótica y desconcertante. 

Solo a partir de la perspectiva que acuña la filosofía, como matriz y madre de todas las ciencias, se puede ejercer la función que hoy se le vuelve a asignar: pensar críticamente el conjunto de los saberes, con sus límites y posibilidades.

Ahora bien esa tan nueva (y a la vez, vieja) función es macrofilosófica y no puede ser ejercida por una mera microfilosofía, que –por otra parte y con toda legitimidad- estudia y administra el canon que ha constituido a lo largo de los siglos. Pues también ese canon debe ser reavaluado críticamente, de forma conjunta a la compleja trayectoria que la filosofía acumula como “madre” de las ciencias especializadas. 

Solo así devendrá una auténtica filosofía del presente y podrá ejercer la decisiva función que le exigen el resto de saberes y disciplinas. Pues la filosofía para pensar el presente del siglo XXI debe apartarse de su claudicación a la ultradisciplinación e hiperespecialización, y recuperar su perspectiva tradicional de matriz griega

Debe actualizarla, proyectándose cada vez más hacia los crecientes análisis inter, trans y (tendencialmente) postdisciplinares. Para ello, la filosofía debe reevaluar críticamente toda su historia y experiencia antes, durante y después del proceso de constitución de todos los saberes, ciencias y disciplinas actuales.

Lamentablemente en las últimas décadas ¡pero no antes!, la filosofía ha obviado ese necesario análisis porque se ha dejado fascinar por el limitado positivismo que ha presidido gran parte del proceso de constitución de las ciencias y disciplinas autónomas. Lo ha vivenciado tan solo como una pérdida e –incluso- como su fracaso en tanto que “episteme global”, olvidando que se trata de una de las experiencia más ricas y relevantes en la historia de la humanidad, algo de lo que debía aprender y a lo que debía aportar su mirada específica.

Sin embargo, hoy la filosofía puede revertir su error durante las últimas décadas y debe aprender a analizar ese proceso como una ganancia y uno de los hechos más decisivos que constituyen nuestro tiempo. Incluso debe detectar, analizar y acompañar críticamente las nuevas tendencias inter, trans y postdisciplinares que caracterizan la sociedad actual (que muchos denominan precisamente “sociedad del conocimiento”). 

Esa es su nueva-vieja tarea a la que no debe renunciar, si quiere evitar hundirse en la irrelevancia y ser abandonada –definitivamente- por los restantes saberes como una investigación que no ha sabido estar a la altura del reto para el que fue creada ¡precisamente y con anterioridad a cualquier otra!

De la angustia por “perder” las ciencias a la tarea de repensarlas postdisciplinarmente

Sin duda, el proceso de constitución de las ciencias modernas fue enormemente angustiante para muchos filósofos que retrocedieron con miedo. Ahora bien, fueron tambien muchos los que supieron seguir y colaborar con el entusiasmo de los distintos “padres fundadores” de las ciencias. Este último es el espíritu ilusionante que hoy la filosofía debe recuperar para asumir el reto que le otorgan las actuales tendencias inter- y postdisciplinares. 


Debe impulsarlo, pues la especialización y disgregación de las ciencias es un proceso que tiene su contrapartida actualmente con la creciente interrelación y coimplicación de los saberes. Aquí estriba el reto, la función que le repara el presente y –también- la gran esperanza para el futuro de la filosofía. 

Cerrarse a ellos y no trabajar fructíferamente en ellos sería un fracaso que –quizás- la filosofía ya no podría superar.

Insistimos por tanto en que la filosofía debe investigar el largo y complejo constitutivo de la actual estructura hiperespecializada de los saberes. Tiene que comprender cómo devino, con sus ventajas e inconvenientes, pero sobre todo con sus inevitables y decisivas decisiones ontológicas, epistemológicas, metodológicas, etc. y sus implicaciones ante las actuales tendencias transversales e interdisciplinares. ¡Pues en ellas se juega su futuro!

Acertadamente Boaventura de Sousa Santos (2009 y 2010) o Enrique Dussel (2006) critican la destrucción de las “ontologías del sur” durante la colonización y su substitución acrítica por las disciplinas traídas de Europa. Pues bien, la actual tendencia postdisciplinar se superpone también a una clara tendencia “decolonial” (Mignolo 2011, Franceschini 2013) y ambas deben ser desarrolladas y potenciadas. Pues ambas se muestran absolutamente relevantes para encarar los nuevos retos cognitivos –pero también sociales y políticos- de la actualidad.

Derrida insiste en la necesidad de la desconstrucción de la tradición occidental (Mayos 1990) y –creemos- que ello incluye el largo proceso colonial y lo que Chomsky y Wallerstein (1984) han llamado el “sistema de los 500 años”. Además también hay que desconstruir postdisciplinarmente la experiencia epistémica, cognitiva, política, cultural… que la filosofía acumuló durante el proceso de constitución de las ciencias modernas. 

El futuro parece que será postcolonial y postdisciplinar; y debe serlo aunque por el momento todavía no se ha conseguido totalmente ni una cosa ni otra. Pues tan solo estamos ante una compleja tendencia decolonial y desdisciplinadora, que se aventura tan larga como las incipientes tendencias postdisciplinares.

Para ello, en la actualidad una de las tareas más acuciantes y decisivas de la filosofía es elevar a la plena reflexión teórico-práxica sus experiencias, prácticas, vivencias y decisiones en el largo proceso de constitución de los saberes y ciencias autónomos. Se trata de un gran bagaje empírico y crítico que hoy se ha perdido en las diversas tradiciones epistemológicas constituidas por las disciplinas especializadas. 

Pues solamente la filosofía se mantiene como posible testimonio riguroso de la totalidad de ese largo y complejísimo proceso, que hoy constituye su mayor bagaje y tarea.

Precisamente, en la medida en que la filosofía vivió la angustia epistemológica de su pérdida constante de ámbitos y objetos cognitivos, es hoy también la más capacitada para comprender y explicar la angustia que -sin duda- viven las comunidades de expertos y las ciencias hiperespecializadas ante la inversa tendencia postdisciplinar que parece imponerse.

De esta forma la filosofía puede sintetizar los métodos, ideas, teorías, procedimientos, enfoques e incluso protocolos que hoy necesitan las ciencias y las comunidades de científicos para encarar el reto novedoso e incierto de moderar su ultradisciplinariedad e hiperespecialización. Así, de nuevo, la  filosofía debe buscar en el conjunto de los saberes especializados, pero también en sí misma, en su historia y en los pensadores que han acompañado esa larga y compleja autonomización de las ciencias, con vistas a explicitar críticamente las ontologías y epistemologías que pueden guiar un presente cada vez más postdisciplinar.

Por ello y si es necesario, debe rehacer el canon heredado, como hace por ejemplo Michel Onfray (2007, 2009 y 2010) por otras razones. Además debe enorgullecerse no solo de haber engendrado, cuidado y alimentado los distintos saberes que –al adquirir madurez- fueron independizándose uno tras otro; sino que también debe pensar críticamente su papel a lo largo de ese proceso, conjuntamente con los otros agentes y mediaciones que lo marcaron. 

En una enorme comparativa entre el proceso de especialización y el de postdisciplinariedad, la filosofía más “macro” debe analizar su papel y el de todos los agentes que intervinieron en la constitución de las ciencias. Debe comprender las esperanzas de unos y explicar las resistencias de otros, investigar como en conjunto influyeron en la constitución de nuevos métodos, prácticas revolucionarias, paradigmas rompedores, innovadoras comunidades de expertos, etc. 

En la actualidad y culminado el proceso de hiperespecialización, la filosofía debe pensar, prever y minimizar los desajustes que seguramente volverán a presentarse de manera similar en la inminente reconstrucción tendencialmente postdisciplinar de la actual estructura de los saberes. 

Como hemos apuntado y para ello, la filosofía debe resistirse a la idea –que ha asumido acríticamente en las últimas décadas- de que su objeto, sus temáticas, su canon de pensadores, etc. son tan solo aquellos que restaron –bastante azarosamente- como resultado del proceso de hiperespecialización disciplinar. 

Muy al contrario, la filosofía debe asumir que su campo de estudio no es tan solo el compartido previamente a ese proceso de especialización, sino también lo resultante y subyacente a él (aunque muchas veces no se perciba ni se le dé auténtico valor). 

Hoy y especialmente en su enfoque macrofilosófico, debe asumir como uno de sus campos de estudio más importante: el presente y el futuro (al parecer tendencialmente postdisciplinar) de la actual estructura de saberes.

La filosofía fue la episteme global y macrofilosófica antes de la constitución disciplinar y especializada de los saberes; también continúa siéndolo después de esa constitución e incluso durante el proceso postdisciplinar que hoy parece consolidarse. 

Por tanto y en ese sentido, hoy la filosofía debe continuar siendo macrofilosófica, ontología del presente e –incluso- una filosofía de la totalidad… sin complejos y con el máximo rigor posible.
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A partir del artículo de G. Mayos "Las “dos culturas” y la (macro)filosofía en la era postdisciplinar" en el libro Interdisciplinaridade e interconstitucionalidade 2, coordinado por G. Mayos, R.C. Cardoso y M.H. Júnior (Ed. Amazon, 2019).


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