Pregunta de Simón Ortiz: ¿Cuáles son las posibles consecuencias e implicaciones del reconocimiento de Palestina como Estado por parte de países como España, Noruega e Irlanda?
Respuesta de Gonçal Mayos: Desde hace ya décadas, estamos en un proceso de lenta decantación resultante de experimentar la brutal catástrofe sin paliativos en que se ha convertido el conflicto palestino-israelí. Hoy, ese reconocimiento representa -en el fondo- una simple gota más, pero amenaza con verter finalmente el água (aquí más bien la sangre) fuera del vaso.
El vaso de la inequidad ya no contiene mucho más, tanto por violentar la ética como -sobre todo- por las enormes consecuencias para la geopolítica más realista y por la constatación de los costes insoportables que tiene para toda la humanidad ¡incluso para los espectadores lejanos y ‘seguros’ que algunos creemos ser!
S. O.: ¿Ve viable la solución de los dos Estados?
G. M.: Los dos bandos han luchado desde hace décadas para hacer imposibles el Estado israelí -unos- y el Estado palestino -otros-. Llegando al extremo de que hoy parece casi imposible un Estado palestino viable. Pero cuando los costes -para todos, repito- se muestran tan importantes, incluso la política cainítica llevada a cabo al respecto por muchos, puede ser superada por humanidad, instinto de supervivencia y por las necesidades profundísimas de que pueda vivir... finalmente en paz.
S. O.: En ese contexto, cree que la Unión Europea tiene la energía y los recursos suficientes para responder adecuadamente a la guerra de Ucrania y a la guerra en la Franja de Gaza?
G. M.: Lamentablemente, ahora la Unión Europea no tiene la agencia suficiente ni incluso la mínima fuerza exigible para influir allí relevantemente. También las votaciones y recomendaciones de la misma ONU y de sus organizaciones humanitarías, pero incluso dictámenes inéditos y veredictos explícitos de la Corte Internacional de Justicia, han sido claramente incumplidos durante la ocupación militar de Gaza.
Con la radicalización de Netanyahu y su gobierno, todo el sistema de gobernanza internacional ha sido desafiado como pocas veces antes ha sucedido y ha sufrido una importante humillación que pone de manifiesto su intrínseca debilidad. Hemos visto que incluso Joe Biden y los poderosos Estados Unidos han sido soprendentemente ninguneados en algunos momentos de la crisis palestino-israelí.
Lo que parece que está cambiando muy aceleradamente es que la Unión Europea, pero también todo el sistema de gobernanza pacífica internacional, sienten cada vez más una enorme presión interna y externa para superar su eufemística existencia ‘virtual’ y confirmar una mínima y real capacidad de influencia. ¡La alternativa es reconocer el fracaso o buscar profundas refundaciones y alternativas!
Recordemos que la necesidad de reforzar a muchas instituciones internacionales con agenda pacificadora no es solo una cuestión moral, si no una necesidad geoestratégica global pues, en caso contrario, la existencia de un verdadero orden y gobernanza globales no será creíble (que comporta ser también ‘temible’).
Durante décadas, l’habitual diplomacia eufemística y de ‘guante de seda’ había escondido debilidades que la actual crisis humanitaria de Gaza ha puesto de manifiesto de forma inecesariamente sangrante. Afecta la práctica totalidad del sistema global de pacificación e incluso del derecho internacional efectivo en casos realmente graves.
Centrándonos en la Unión Europea por la que me pregunta, es claro que la ‘confianza’ ingénua y errónea con que Putin decidió invadir Ucraina nace, precisamente, de que éste no se ‘creyó’ la reacción final por parte de la Unión Europea, de los Estados Unidos (aquí pudo ser clave la presidencia Trump) e incluso de la propia Ucrania. Putin y con él muchos analistas, claramente menospreciaron la capacidad efectiva de indignación y de reacción de los implicados y especialmente la europea. Predominó la idea de que los políticos y la opinión pública europeos gritarían mucho pero -al final- lo que realmente les importaría y decidiría su actuación sería el miedo a perder el gas, el petróleo y los recursos que les vendía Rusia.
En gaza como en Ucrania y en muchísimas otras cuestiones, la Unión Europea solo es creíble (y por tanto ‘temible’) en tanto que gran economía y amplio mercado de consumo. Pero -lamento mucho decirlo- lo es para muy pocas cosas más. También lamento haber de avisar de que esa debilidad crónica se extiende y se ha puesto de manifiesto hoy para muchas instituciones internacionales. Aquí la necesidad de profunda reforma es evidente.
S. O.: Usted es un filósofo en el que se entrecruzan distintas perspectivas como la de los derechos humanos, la historia y la sociología, ¿qué consecuencias a mediano plazo cree que tendrá esta nefasta guerra para el mundo occidental?
G. M.: En primer lugar, reduce la percepción de la capacidad actual de Occidente para decidir e imponerse como en épocas no tan lejanas. Eso no ha sucedido con países inquietantes como Irán, Arabia Saudí, Turquía, Rusia... y sobre todo: ¡la China! A la que -aunque a algunos les pueda sorprender-, la mayoría de los analistas consideran la gran beneficiaria por estos conflictos. Pues van sumándose, cronificándose y -por supuesto- debilitando Occidente.
S. O.: Entre otras cosas, usted conoce en profundidad aquello en lo que consistió el proyecto ilustrado, proyecto que contribuyó a darle forma para bien o para mal al mundo en el que vivimos. ¿Todo lo que alguna vez soñó esa razón optimista se ha convertido en barbarie y ruina?
G. M.: Es excesivo decir que todo ‘se ha convertido en barbarie y ruina’, pero sí que hemos descubierto dolorosamente ciertas ingenuidades que hay tras aquel optimismo, que es muy cercano a lo que hoy llamamos ‘bonismo’. El problema subyacente es que los ideales son mucho mejores que los medios y el grado efectivo de decisión hoy disponible para realizarlos.
A finales del XIX, esa ya era la gran acusación elevada por el culminador de la Ilustración: Kant. Luego aún mucho más duros en sus críticas fueron pensadores sensibles a los ideales ilustrados como Horkheimer, Adorno, Arendt, Rawls, Foucault y muchos otros.
G. M.: Por supuesto, todo ‘esfuerzo de guerra’ es un proyecto de destrucción mutua planificada que comienza y exige una notable autodestrucción interna, en la democracia, en el propio bando e incluso en las propias subjetivaciones y mentalidades. Pues requiere una brutal preparación psicológica para imponer la lógica de que hay que vencer y eso implica matar antes de que te maten. Eso tiene ya un coste humano enorme que todavía no hemos calibrado plenamente, a pesar de todo lo que sabemos de ello.
¡La guerra es una barbarie que comienza con una notable destrucción de la humanidad en uno mismo y enlaza con la más radical deshumanización del ‘enemigo’! La guerra inevitablemente requiere la construcción del ‘otro como enemigo’ y esa va mucho más allá de lo que a veces denotamos con términos moderados y eufemísticos como ‘adversarios’, ‘antagonistas’, ‘competidores’, etc. Esos términos solo se vuelven a usar después del armisticio, cuando se siente de nuevo la necesidad de reconciliar a los contendientes.
En la construcción del abismo entre un ‘nosotros’ y un ‘ellos’, que acompaña a las guerras, suele desaparecer todo reconocimiento de la humanidad compartida. El enemigo es definido significativamente como un ‘ellos absolutamente otro de nosotros’, pero eso exige que -correlativamente- el ‘nosotros’ sea disciplinado y depurado de todos aquellos considerables como ‘indiferentes’, ‘tivios’, ‘alternativos’, ‘dudosos’, ‘disidentes’, ‘cobardes’ y por supuesto de cualquier candidato a devenir ‘traidor’. ¡Y eso que estamos hablando del 'nosotros' interior, el cual resulta que también se construye con notable belicismo!
Los humanos somos seres hipersociales que solo podemos vivir en sociedad y que dependemos constantemente de la interacción con ‘otros como nosotros’. Por eso, para ganar la guerra exterior en contra de los ‘otros opuestos a nosotros’, se tiene que eliminar toda discordia o diversidad interior al precio que sea. Por todo ello, siempre los costes de ambos procesos correlacionados son altísimos y vale la pena evitarlos y prevenirlos.
Por eso pensar la guerra y ¡aún más cómo evitarla! es y siempre ha sido una de las tareas más importantes para las sociedades y los filósofos. ¡Es primordial!
Véase también la columna periodística de Simón Ortiz sobre 'La indeseable confrontación' del 12-7-2024 en el diario Vanguardia (Colombia) y en El Nuevo Día.
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