Nov 17, 2014

CULTURA REIVINDICATIVA



¡¿Cuán importante puede ser la cultura para los desposeídos?! Algunos afirman que a los excluidos no les interesa, que no se la pueden permitir o –incluso- que no se tendría que dejársela construir.

Por eso y justificándose con "El Progreso" se destruye esa cultura, vida y realidad de los excluidos. Significativamente esa voluntad de destrucción suele incrementarse cuando aquellos excluidos con grandes dificultades y mucho pasado han conseguido ya serlo menos. Cuando se han construido un cierto futuro y han llegado a un nivel mínimo de vida digna con grandes dificultades.

Esa destrucción planificada de lo tan dificultosamente construido  es lo que está pasando en el Aglomerado Santa Lúcia en Belo Horizonte (Brasil) cuando tiene más de cien años de antiguedad. En el 2015 y más de cien años de las primeras construcciones está siendo destruido todo un mundo, sus vidas, su recuerdo, su cultura...


Frente a la peligrosa indiferencia -“dejar hacer y pasar”- de mucha gente los desposeídos hacen lo imposible para mantener su cultura real, cuotidiana, propia, ignorada, menospreciada y condenada a un indefectible olvido y destrucción. Pues los desposeídos de riquezas, poder, derechos, autoestima… también son condenados a no dejar rastro, ni memoria, ni cultura… ni nada.


Son condenados a una nada que es consecuente con la nada que los ha aprisionado toda su vida. Pues su exclusión los condena a la nada y nada les deja. ¡Y la cultura es mucho! Demasiado para ellos –piensan algunos-, pues es un “lujo” para unos pocos, exclusivo para los “hegemónicos”. 


Pero en Muquifu – Museu dos Quilombos e Favelas Urbanos, en plena favela de Santa Lúcia en el centro de Belo Horizonte (Minas Gerais, Brasil) se han propuesto vindicar, salvar, mantener, reconstruir, memorializar y vigorizar SU cultura. Luchan por la cultura tangible e intangible de las favelas (oficialmente “aglomerados”) y los quilombos (aquellos campamentos prohibidos y marginales de los africanos esclavizados y huidos de sus “amos”). 


Pues saben que la desposesión no es solo de medios económicos, derechos civiles, acción política, casa, trabajo, salud, educación, lengua, ciudad y ciudadanía… También la desposesión cae duramente sobre el amor propio, la memoria, el reconocimiento social, la identidad, el sentido personal y colectivo, los vínculos con uno mismo y el prójimo. Es decir: ¡cae sobre la cultura! 


En eso ya insistieron Gramsci, Mariátegui… y ¡el joven Marx! Pero está también en el mensaje de la Teología de la liberación, de los movimientos postcoloniales y decoloniales, del zapatismo, de Polos de Cidadania… y ¡del cristianismo! –como seguro que piensa el padre Mauro Luiz da Silva (fundador y curador de Muquifu). Mira arrebatadoramente sus “santos negros”, invita a un té espléndido (“hecho por una moradora”, dice orgulloso) y recibe estoicamente unas pocas visitas temiendo que quizás “no vean” y hayan caído en la “sociedad del espectáculo”.


Por una parte, unos se preguntan escépticamente: ¿la lucha por la supervivencia a qué es sometido el excluido le puede dejar ganas y tiempo mental y “material” para la cultura? ¿Los desposeídos pueden “tenerla” más allá de recibir sumisamente alguna migaja de la “prestigiada”, dominante e impuesta cultura oficial y elitista? 


Mientras tanto y sin dudarlo un momento, en Muquifu y en Polos de Cidadania se empoderan de la propia y más inmediata cultura, la que uno/s es/son y –casi sin darse cuenta pero con gran esfuerzo- hace/n. La convierten en “instrumento de resistencia”, arma pacífica de rebelión y reivindicación, herramienta de reconocimiento y última esperanza frente a la nada que amenaza absorberlos como un “agujero negro”. 


Ahora bien, hay que reconocer que lamentablemente Muquifu y Polos de Cidadania son la excepción. La respuesta más habitual suele ser: no hay espacio ni posibilidad para la cultura. Pues ciertamente, todo se confabula para que no sean posibles ese tiempo, esas ganas, esa necesidad, esa memoria y esa autoexpresión.


La exclusión suele conseguir tal traumatizante castración incluso en la especie cultural por antonomasia que es la humanidad. Entonces tenemos la paradoja andante de unos seres intrínsecamente culturales… sin cultura… y especialmente sin SU cultura.


Henri Lefebvre denunciaba la creciente desposesión del “derecho a la ciudad” y las enormes consecuencias que provocaba. En Polos de Cidadania hemos hablado mucho de la creciente paradoja de ciudades –incluso metrópolis postindustriales y turboglobalizadas- sin ciudadanos, pues éstos han sido degradados a meras vidas biológicas desposeídas de ciudadanía (pensemos en la “nuda vida” que teoriza Giorgio Agamben). 


Pues la definitiva y gran prueba de la exclusión es la desposesión cultural y de la propia memoria. Así, la especie cultural –convenientemente desposeída de cultura- se degrada a nuda vida (a zoe y ya no bios, polis, civitas, ¡ciudadanía!). ¡Incluso aunque posea algunas –o muchas- posesiones!


Virginia Woolf lamentaba que las mujeres –incluyendo muchas veces a las ricas- solían carecer de una habitación propia. Y destacaba las significativas consecuencias de esa carencia… normalmente no valorada ni –tan siquiera- percibida. Pues bien -seguramente aún más invisible, obviada y menospreciada- suele ser la carencia cultural y de memoria para las clases desposeídas


Pues y como mucho (cuando no de forma retórica e hipócrita) se suele lamentar tan sólo que los “subalternos” y excluidos no dispongan de esa “cultura” ya predispuesta y convenientemente confeccionada para hacerlos más productivos, más dúctiles, más fiables y adecuados a la “cultura” de las élites (¡y a las necesidades de éstas!). 


No obstante los tiempos están cambiando y una nueva paradoja emerge: Mientras las élites menosprecian la cultura –pues lo suyo (piensan ahora) es conocimiento, ciencia, tecnología, gestión, eficacia, utilidad, prágmata…-, los excluidos perciben cada vez mejor su desposesión cultural. ¡Y deciden cultivarse (no en el sentido del siglo XIX), autoexpresarse, memorializarse, reconocerse entre sí y forzar que la sociedad entera los reconozca (y no tan sólo que los tolere paternalistamente). 


Se oponen a historias condenadas al olvido y sufrimientos invisibles (que a la vez ¡quieren que se sepan y se recuerden!) como aquella joven madre en la ventana de su habitación alquilada (traduzco): “La casa no le pertenece. Su futuro tampoco.” Así comenta Marco Antônio Mendes de Oliveira una de sus magníficas fotografías de la serie “Ventanas, historias y memorias en extinción” expuestas en Muquifu. Saben que –como dice Adélia Prado- “Lo que la memoria ama, deviene eterno”.

Pues actualmente esas ventanas o janelas están desapareciendo junto con toda la casa, se las destruye y además no se retiran los escombros para dificultar la reconstrucción. En última instancia el objetivo no solo es la destrucción de una realidad presente y de su futuro, sino también de su pasado, de su memoria, de su recuerdo... Los "nadie" que han construido algo y que han conseguir abrir sus "ventanas" a la sociedad deben volver a la nada y esas ventanas deben ser derruidas. Ni el recuerdo debe permanecer de una vida y una realidad que siempre ha sido, es y será negada. Incluso debe desaparecer su testimonio (el único que yo conozco de este calibre): Muquifu – Museu dos Quilombos e Favelas Urbanos, junto con toda la "favela" o "aglomerado" de Santa Lúcia


Así mientras en las universidades de la “vieja Europa” y –quizás aún más- de los Estados Unidos, la cultura se menosprecia, olvida y se degrada a “complemento” de La Ciencia, Las Tecnologías y La Economía. Aún peor se banaliza convertida en espectáculo, aparece como mero divertimento, ociosa y totalmente prescindible. 


Muy al contrario, la cultura y el culturalismo es reivindicado a muerte por los que –algunos piensan- que no deberían existir… especialmente más allá de Su Trabajo. Es reivindicada por esas ciudades de exclusión y excepción, limítrofes a las “metrópolis del futuro” y que son devoradas por éstas, tan pronto sus terrenos adquieren el suficiente valor de mercado. 



Precisamente entonces, repitiendo un insistente proceso secular, se produce un nuevo expolio y una renovada expropiación que recaen sobre los ya desposeídos que fundaron ese “quilombo urbano”. Pierden lo poco que tiene, esa “Favela Bela” que pintó (en los dos sentidos: en cuadros y en sus fachadas) el autodidacta Fabiano Valentino (merecedor del alias “Pelé”). 


Pierden casa, vínculos comunitarios… pero también memoria, cultura y vida. Así se confirma ese destino social impuesto: no tienen derecho ni posibilidad de cultura propia. Su reiterada desposesión terminará prácticamente impune, obviada, olvidada e –incluso- vilipendiada. “Aquí había una horrible favela” dirá probablemente alguien. 


Y algo de razón tendrá, pues es una favela y la vida ahí nunca ha sido fácil. Pero es también un “quilombo urbano” –dice el padre Mauro- y merece ser vindicado y recordado de forma similar a la terrible esclavitud (con la que tiene inquietantes lazos). En gran medida para evitar que el mal se reproduzca; pero también para que la compleja y ambivalente realidad de sus historias, memoria y cultura no se pierda en la nada. Son muy significativos los frescos de la Igreja dos Santos Pretos (pintados por los artistas Cleiton Gos y Marcial Ávila) que establece un provocador paralelo entre las "Alegrias e Dores de Nossa Senhora" con las de las mujeres que viven en las favelas.


Recuerdo Villa El Salvador que es un vilipendiado suburbio de la peruana Lima. En una fiesta popular que reivindicaba su cultura, una de las rúas formada por jóvenes del barrio proclamaba jovial, apasionada y ruidosamente su determinación a no caer en el “destino” que prejuciosamente les adjudican: delincuencia, drogas, violencia, vagancia, desestructuración, ignorancia… ¡e incultura! 


Recuerdo especialmente que la última componente seguía la rúa unos pasos más atrás megáfono en mano y proclamaba “tan sólo”, repetida y reivindicativamente una única palabra: ¡cultura!, ¡cultura!, ¡cultura!, ¡cultura!... ¿Por qué lo haría?, se preguntarán muchos. ¿Por qué no pide pan, trabajo, derechos, subvenciones, reconocimiento sociopolítico…?


Yo lo intuyo. Como –creo- el grafitero Djan Cripta y los profesores André Dias, Ludmila Zago, Maria Fernanda Salcedo, Miracy Gustin… sabe que la nada cultural a que se la condena es la gran prueba de su exclusión definitiva, la desposesión máxima, el olvido eterno, la confirmación de la propia subalternidad, la pérdida de toda identidad o ser, la más profunda desideologización… la última nada de una vida condenada a ser nada


¡Y quiere ser! ¡Y quiere autoexpresarse! ¡Ver y mostrar que existe! ¡Que la exclusión no es completa! ¡Que no es invisible ni se le ha reducido a la nada! Incluso con una desesperada esperanza: dejar algún humano trazo, memoria, relato y signo cultural!
 

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