¿Hay filosofía más allá del lenguaje? ¿O como el lenguaje es la “casa del ser” (Heidegger), la filosofía sólo “puede estar en
casa” en y a través del lenguaje? ¿Si la humanidad no puede salir de “la
prisión del lenguaje” (Nietzsche), la filosofía es “bailar con las cadenas” de la palabra?
¿Es un amor al saber que sólo en y por el lenguaje puede concebirse, satisfacerse…
o incluso: intentarse?
La filosofía es logos, es decir: a la vez
palabra y razón. Es una palabra que, inseparablemente, quiere dar razón del
cosmos (el universo ordenado) y de las ideas (eidos) que expresan esa
ordenación. En la Grecia clásica, la filosofía nace como saber-ciencia (episteme),
es decir como logos cognitivo. Ello significa que aspira (philo) a ser un
lenguaje epistémico que va más allá, tanto de lo meramente y retóricamente fascinador,
como del mero testimoniar de forma narrativa la circunstancia presenciada
(historia).
La filosofía aspira a ser el nuevo y riguroso uso
de del lenguaje de quien ama la sabiduría (philo-sophos) y que quiere decir-comprender
racionalmente (logos) a la verdad (aletheia). Como uso del lenguaje (logos), en
la Grecia clásica la filosofía comienza formulada poéticamente (poiesis) pero -distanciándose
progresivamente de la poesía y la teología- la filosofía tiende a expresarse “prosaicamente”,
a aspirar a desvelar prosaicamente la verdad (aletheia). Con sorpresa,
admiración y escándalo, descubre todos los arcanos implícitos en el “hablar en
prosa” (como “El burgués gentilhombre” de Molière).
Si el lenguaje es la “prisión” de la que no
podemos escapar, también es por tanto nuestra única “casa”. La palabra y el
logos es nuestro único sentido, la condición de nuestro pensar, la existencia
que permite existir a la razón humana, los únicos “asidero” y esperanza humanos
(Javier Muguerza). Son la condición ontológica, epistemológica y antropológica de
la condición humana, los límites últimos de nuestra manera de ser y existir.