Ilustración del Robinson Crusoe |
En la actualidad, paz y
sostenibilidad ecológica están sin duda profundamente unidas. El agotamiento de muchos recursos minerales, energéticos y
ecológicos hacen cada vez más plausibles las guerras por su control. Pues el crecimiento
demográfico y –por supuesto- la avidez insaciable de hombres, empresas y
Estados impulsan la apropiación de recursos tan básicos y modernamente tan menospreciados como el agua. Así lo destaca el importante informe del Atlantic Council presentado el 2012 al presidente Obama.
Por una
dialéctica perversa, precisamente en la misma medida que destruimos y agotamos
nuestro entorno ecológico, éste va revalorizándose y convirtiéndose en causa de
más guerras y violencias. Es lamentable que, en lugar de dedicar esfuerzos para hacer sostenible nuestra “pisada ecológica” en la Tierra y así
garantizar que nuestros descendientes mantendrán posibilidades similares, despilfarremos y luchemos para acaparar violentamente los recursos que nuestros hijos necesitarán para sobrevivir.
Por ello, la
sostenibilidad ecológica se está convirtiendo en una de las principales
condiciones de posibilidad y retos más importantes para un orden internacional
pacífico y cosmopolita (como le gustaba adjetivarlo a Kant). Sin alcanzar algún
tipo de sostenibilidad a medio o largo plazo no habrá auténtica posibilidad de
paz ni de convivencia pacífica en el mundo.
El reto es hoy
enorme y, en gran medida, paradójico. Pues sin algún tipo de orden
cosmopolita mundial parece que no será posible la paz generalizada, ni tampoco
el establecimiento de acuerdos que faciliten la sustentabilidad ambiental. Pero
-como hemos apuntado- sin esa sostenibilidad, la guerra amenazará
cada vez más la paz y, por tanto, todo justo orden cosmopolita mundial… e
incluso la dignidad de la mayoría de la población.
Sin duda, un modo
de vida malgastador ecológicamente y que –por tanto- impulsa la
peligrosa lucha internacional por unos recursos escasos que individuos,
empresas y países quieren reservarse para sí, es una de las causas (y
en continuo aumento) de la violencia internacional a corto y medio plazo. Por tanto podemos considerar la
sustentabilidad ecológica global como una condición y reto que hay que añadir a
los teorizados por Kant, ya hace más de dos siglos.
Así lo destaca
Diva Safe en su tesis de mestrado “Sustentabilidade ambiental e orden
internacional cosmopolita. Uma reflexão sobre a atualidade do projeto kantiano
de Paz Perpétua” defendida recientemente en la Universidade Federal de Goiás
ante un tribunal formado por el director Prof. Dr. Hans Christian Klotz, la Profa.
Dra. Márcia Zebina Araújo da Silva y yo mismo.
Lamentablemente Kant y su tiempo tuvieron gran dificultad para pensar una sostenibilidad universal y pacífica
porque todavía estaban colonizando y conquistando los límites geográficos terrestres. Por eso no podían concebir la Tierra como la pequeña y limitada "nave espacial" que nos es dada habitar y cuyos recursos podemos esquilmar con relativa facilidad y terribles consecuencias.
El colonialismo del siglo XVIII no podía concebir la radical limitación de los recursos ecológicos y los medios de supervivencia de la Tierra. A pesar que ya se había establecido la extensión real de la Tierra y que, por tanto, en cierto sentido la “mundialización” o “globalización” eran evidentes, la Europa colonial de finales del XVIII todavía la piensa como inacabable e infinita –a efectos prácticos-.
El colonialismo del siglo XVIII no podía concebir la radical limitación de los recursos ecológicos y los medios de supervivencia de la Tierra. A pesar que ya se había establecido la extensión real de la Tierra y que, por tanto, en cierto sentido la “mundialización” o “globalización” eran evidentes, la Europa colonial de finales del XVIII todavía la piensa como inacabable e infinita –a efectos prácticos-.
Recordemos que en vida de Kant todavía no había culminado la total
repartición entre las potencias coloniales de todo el planeta. La globalización
parecía tan sólo una promesa de lejanas tierras e infinitas posibilidades, pero
todavía no mostraba la cara correlativa de la Tierra como una “nave estelar”
limitada, finita y sin posibilidad de trasbordo.
Por eso entonces se
suponía que, si una región terrestre quedaba agotada (como comenzaba a pasar en
algunas europeas), siempre habría otras que explotar, colonizar y poblar. Incluso
se presuponía que esas zonas estaban “vacías” de población indígena o poco
importaba, pues se pensaba que los indígenas no sabían explotarlas adecuada y
aceleradamente como los europeos. Por tanto se confiaba en la capacidad –casi infinita-
del desarrollo económico-tecnológico moderno para poner en “verdadera” producción
esas tierras y recursos “desaprovechados” por los pueblos indígenas.
Kant no pudo
escapar del todo a esos supuestos que, al menos inconscientemente, dominaban a
las potencias coloniales modernas. Y por ello la reflexión profunda de la
sostenibilidad del planeta y del conjunto de la humanidad escapa a su reflexión.
Además Kant confiaba tanto en el modo racionalista ilustrado de vivir que responde
a la pregunta sobre si los europeos tenían derecho a eliminar para siempre la
felicidad e inocencia de los “buenos salvajes” (siguiendo Rousseau) imponiéndoles
la infelicidad, la hipocresía y las cadenas propias de la civilización,
diciendo que es una obligación moral y racional porque si no se dejaría a los
indígenas en una existencia no plenamente humana y viviendo como “ovejas en un
prado”.
Como podemos ver, aquí se escapa el pequeño detalle de que (en muchos casos si bien no en todos) esas formas de vivir indígenas solían ser mucho más
sostenibles a largo plazo que las instauradas por los colonizadores europeos.
La modernidad y su potentísimo modelo de desarrollo económico, tecnológico y
social todavía no había sido puesto en crítica detallada.
El desarrollo y la
modernización parecían imparables, infinitos y con muy pocos efectos
indeseables; en todo caso algo que fácilmente la “idea del Progreso” minimizaba
con la “seguridad” que tarde o temprano se descubriría el remedio a todos los
inconvenientes.
Por otra parte y
como recordó Márcia da Silva, tanto en Kant como muy mayoritariamente en su
época (y también en la nuestra) se partía de una concepción especificista de la
humanidad y la naturaleza (véase Peter Singer o Ursula Wolf). Ello comportaba
que se subordinara instrumental y totalmente a la naturaleza bajo cualquier interés
humano. A diferencia del romanticismo ya incipiente en ese momento, a Kant y la mayoría de la población ilustrada reducían la naturaleza a ser un mero medio
para los intereses humanos.
Por eso, todo el
mundo natural –mineral, vegetal y animal como se decía- y todas las especies no
tenían ningún valor propio que pudiera
matizar las decisiones que los humanos tomaran sobre ellos. El mundo era
visto exclusivamente desde los ojos e intereses de la especie humana,
similarmente como de hecho también era visto básicamente desde los colonizadores
europeos.
Por otra parte
Kant y la mayoría de su tiempo no fueron capaces de valorar la diversidad
humana y natural, así como de entender su importancia para la vida y la
supervivencia (incluso de la humanidad y de la dignidad humana). No sólo se
pensaba la compleja, rica y diversa naturaleza desde la perspectiva limitada
del especificismo humano, sino que la propia especie humana era contemplada
desde el reductivismo eurocéntrico que el colonialismo convirtió en ley de
hierro en todas partes.
Kant no pudo obtener esa importante idea de su
discípulo y –luego- gran crítico el protoromántico Herder. Es una lástima pues
le hubiera ayudado en su reflexión personal en favor de un pacífico orden
cosmopolita… e incluso para profundizar en la idea de la sostenibilidad.
Pues fácilmente
se puede entender que bajo la mentalidad mayoritaria que hemos esbozado era muy
difícil profundizar en la idea de la sustentabilidad ecológica y de los recursos
terrestres a largo plazo. Y con ese
problema choca Diva Safe en la medida que su tesis sigue básicamente la
perspectiva kantiana.
La sostenibilidad no era todavía
un problema consciente ni decisivo en el siglo XVIII europeo. De hecho nosotros
hemos necesitado prácticamente dos siglos más para darnos cuenta de su vital
importancia y de hasta qué punto el bienestar (o no) de las generaciones
futuras dependerá de las actitudes que ahora adoptemos.
Y eso nos lleva
al último punto en que Kant y su tiempo se muestran limitados para pensar la
sustentabilidad ecológica a largo plazo. Aunque Kant no es ningún liberal
individualista típico y mira la humanidad como una totalidad que debería
ser responsable de la dignidad de todos -¡incluso de las generaciones futuras!-, no concibe ningún mecanismo real que supere el egoísmo individualista.
Kant sabe que los
hombres normalmente se mueven tan sólo por intereses egoístas individuales y
que, por tanto, les importa muy poco el bienestar de los otros, especialmente
si son gentes lejanas o generaciones futuras que jamás podrán conocer. Aunque
parece que esté buscando un argumento similar, Kant (y su tiempo) no puede
concebir un muy interesante argumento que muestra que los humanos podemos
sentirnos vinculados e incluso actuar altruistamente por nuestros descendientes
futuros a pesar que sepamos que jamás los conoceremos (ni recibiremos directamente su
gratitud).
Parece muy
optimista esta última idea, pero a ella apuntan científicos evolucionistas como
Richard Dawkins (con su libro El
gen egoísta) o E.O. Wilson con su concepto de eusocialidad o evolución
eusocial. La idea es que los humanos tenemos una tendencia (a la vez egoísta y
altruista) en favor de nuestros genes o de los que pensamos que los llevan.
Ello va mucho más allá del constatado altruismo por nuestros hijos o nietos, e
incluye gente que no están emparentadas directamente con nosotros, pero con los
que compartimos (y sentimos que compartimos) unos genes y vínculos esenciales.
El romano
Terencio ya dijo “soy humano y nada humano me es ajeno”, Kant quería que el vínculo
intrahumano se convirtiera en eje de acción real, pero no conseguía detectar el
mecanismo real que lo hiciera efectivo. Pues bien, parece que etólogos y
evolucionistas actuales han encontrado algo parecido, algo que nos impulsa a
abnegarnos altruistamente por gente con quien no estamos emparentados
directamente, pero sí de manera indirecta.
Sería maravilloso
–y una victoria póstuma de Kant- poder afirmar algún día que efectivamente hay en
la humanidad un vínculo y mecanismo real en favor de toda la humanidad y
simplemente por ser humana. Sin ninguna
duda ello sería decisivo para concebir una respuesta humana conjunta a ese
problema tan acuciante como es la sostenibilidad ecológica a medio y largo
plazo. Continuaremos pensando sobre ello y actuando para que algún día sea posible.
Véase los posts:
Véase los posts:
KANT: FILÓSOFO REALISTA DE LA PAZ
KANT: FILOSOFIA COM A JUDICI FRACTAL?
Macia da Silva, Hans Chistian Klotz, Diva Safe y Gonçal Mayos |
2 comments:
Hola Gonçal,
Magnífica exposición sobre un tema tan importante y tan vigente. Coincido plenamente en postular que “la sostenibilidad ecológica se está convirtiendo en una de las principales condiciones de posibilidad y retos más importantes para un orden internacional pacífico”. Igualmente me sumo a la idea que la apuesta de Kant por un orden “cosmopolita!” capaz de garantizar la “paz perpetua” pasa tanto por superar el orden westfaliano basado en la soberanía indiscutible de los Estados-nación como por la toma de conciencia de que vivimos en un planeta finito, con unos recursos limitados y con un medio ambiente y un ecosistema frágiles, cuya conservación es imprescindible para el porvenir del planeta y, por tanto, de nuestra especie. En definitiva, la paz, y nuestra propia supervivencia a medio y largo plazo requieren superar una mentalidad y una conducta basadas en la mera instrumentalización de la naturaleza, de las otras especies y de los otros seres humanos.
Y, desde esta óptica, me parece sumamente interesante la tesis de que hay que buscar “algún mecanismo real que supere el individualismo egoísta”. Pero, ¿cuál podría ser ese mecanismo? ¿El altruismo de base genética, teorizado, entre otros, por Dawkins y Wilson, según el cual las conductas que priorizan el bien colectivo y, en especial, la atención y cuidado de los descendientes, maximizarían las opciones e supervivencia de la especie y que, por tanto, tenemos una predisposición genética que, en contraposición a la visión darwinista convencional, basada en la lucha de “todos contra todos”, nos induce a la ayuda recíproca, al bien colectivo? La tesis me parece, sin duda, enormemente interesante. Sin embargo, tengo mis dudas acerca de cuál es su potencial y su alcance real. Veámoslo:
De entrada, no olvidemos que los imperativos evolutivos nos llevan a manifestar tendencias y conductas altruistas cuyo alcance se limita al entorno familiar o, a lo sumo, a nuestro grupo.
Pero es que, además, los mismos mecanismos evolutivos que nos empujan a la cooperación y al altruismo intragrupal nos inducen, a menudo, a la rivalidad intergrupal. E incluso aunque lo anterior no fuera cierto, es decir, aún suponiendo que haya alguna predisposición que nos lleve a cooperar a escala universal, su alcance se circunscribe a nuestra especie. En cambio, lo que necesitamos hoy es algún mecanismo que vincule nuestra conducta y nuestros principios con el conjunto del ecosistema, con la supervivencia de todo planeta.
Por último, si basáramos el ámbito de la ética en la mera lógica adaptativa, ¿ no estaríamos procediendo a una redefinición radical de sus contenidos y de su sentido de tal calibre que, en cierto modo, anularíamos su razón de ser, convirtiéndola, en el mejor de los casos, en una mera rama de la lógica y del conocimiento científico? ¿Qué sería el bien? Aquello que es útil para la supervivencia individual, grupal y, a lo sumo, colectiva. Qué sería el mal? Todo cuanto la obstaculice o la ponga en peligro. Expresado en otros términos, bien y mal perderían su contenido y sentido específicos, puesto que el primero equivaldría, simplemente, a lo más racional, útil e inteligente, mientras que el segundo sería, a todos los efectos prácticos, sinónimo de estupidez.
En definitiva, creo que los mecanismos de raíz evolutiva son condición necesaria, pero en absoluto condición suficiente, para hallar y utilizar ese mecanismo o conjunto de mecanismos que hagan hipotéticamente posible la consecución de una paz verdadera que, en nuestros tiempos, no puede desligarse de una democracia más real, de un orden social más justo (ambos aspectos implican alterar radicalmente la actual supeditación al poder global de los “mercados”, de las grandes transnacionales y de las élites financieras) y, claro está, de un sistema de producción, de organización social y de valores que sea compatible con la sostenibilidad ecológica.
Lluís Soler
Bien visto Lluís,
Las conductas altruistas fomentadas por la evolución normalmente se limitan “al entorno familiar o, a lo sumo, a nuestro grupo”. Chocan también con conocidas tendencias egoístas de origen filogenético. Aquellos “mismos mecanismos evolutivos que nos empujan a la cooperación y al altruismo intragrupal nos inducen, a menudo, a la rivalidad intergrupal.” Y además no suelen impulsarnos a la necesaria cooperación “a escala universal, su alcance se circunscribe a nuestra especie”, pues necesitamos “algún mecanismo que vincule nuestra conducta y nuestros principios con el conjunto del ecosistema, con la supervivencia de todo planeta.”
Precisamente en una sesión de Girche, tuve que conceder al prof. Saulo P. Coelho que el antropocentrismo o “egoísmo antropocéntrico” es claramente hegemónico. Ahora bien me parece percibir que –sin colocarse en un imposible punto neutro y no antropocéntrico- es posible moderar los impulsos más radicales del “egoísmo antropocéntrico” e instrumentalizadores, en gran parte por un moderado y reflexivo “amor a la humanidad” y todo aquello que hemos aprendido a vincular con ella y su dignidad. Por ejemplo: paz, respeto a otras vidas, menos violencia, dejar vivir, gozar con relativo interés de la vida autónoma y de otras vidas, etc.
Al respecto no soy absolutamente pesimista e incluso estoy un poco esperanzado. Aunque sospecho que ello depende de que no haya un choque directo y brutal por la supervivencia, en cuyo caso seguro que reaparece no sólo el “egoísmo antropocéntrico” sino también la rivalidad intergrupal e incluso el egoísmo dentro del propio grupo o la propia familia. Supongo que algunos aguantaremos un poco más que otros pero veo que a este nivel la “guerra de todos contra todos” de Hobbes reaparece muy probablemente. ¿Qué opináis?
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