Contra el tópico, la
paz no ha sido un habitual tema de la filosofía. ¡Aún menos ha sido una
cuestión que los filósofos hayan tratado
realistamente y en términos colectivos! Dos tendencias han sido las más
habituales:
Por una parte se ha deseado tanto la paz que se la ha
imaginado con los más engalanados ropajes de la fantasía. Es decir se la ha
postulado sin tener en cuenta que se la estaba definiendo como un ideal
imposible y utópico. Freud diría que
se ha impuesto el principio del placer
por encima del principio de realidad, con lo cual se ha fantaseado con una
paz idílica e inexistente.
Por otro lado se ha sufrido tanto por la ausencia de paz
que se ha sacrificado todo por ella. Especialmente se ha prescindido del Otro y de la necesaria componente colectiva
de la existencia propiamente humana. Entonces, los doloridos humanos
aterrorizados por la guerra y la discordia suelen tender a apartarse de la
sociedad (y también de la realidad) para aislarse.
Lo hacen en la más
completa soledad o en un reducido grupo de amigos, de “otros-como-yo” que
también lo sacrifican casi todo por un poco de paz. Especialmente sacrifican a lo radicalmente otro que en la
humanidad suele significar a los “otros-que-yo” pues -como insistía Sartre- “el infierno son los otros”.
Ahora bien un humano
separado de la humanidad sólo puede encontrar la “paz de los cementerios”, la cual es la única que puede satisfacer
el ideal utópico extremo de los ingenuos. Muy al contrario, Kant es consciente que la guerra y
violencia destruyen de una manera u otra la vida que es el bien más preciado
para las víctimas y cualquier persona consciente. Por eso, Kant no puede
reivindicar una revolución violenta aunque la lleve a cabo -como en su época-
“un pueblo lleno de espíritu” y que reclama justicia como era el francés en
1789.
Como Hobbes, Kant interpreta que la anarquía violenta solo respeta el
derecho del más fuerte y coloca a todos en el caos más absoluto e inseguro.
Por eso piensa que la paz es también
condición para que sea posible algún derecho, la justicia y –de alguna
manera- todo orden político-colectivo humano digno de este nombre. Como
argumenta Rodrigo Marzano –en su excelente libro- la opción es para Kant y su
modelo de modernidad ilustrada una opción racional y planeada políticamente.
Pero por otra parte,
Kant también sabe que la dignidad y el sentido
de justicia de los humanos difícilmente soportarán una ausencia persistente de
una mínima equidad o la persistencia de leyes manifiestamente injustas. Pues
la misma humanidad que ejecuta “insociablemente” las peores injusticias,
también presupone –en el mejor sentido de “sociablemente”- ese sentido de la
equidad que –según el Protágoras de Platón- Zeus exigió para
todo aquel que quiera vivir en sociedad.
Todavía
hoy, Kant es seguramente quien más profunda y macrofilosóficamente (como
resalta Marzano) ha pensado las condiciones de posibilidad de la paz
internacional y su importancia para una vida humanamente digna. Ésta no es “la
paz de los cementerios” (como argumenta en el inicio de su escrito Sobre
la paz perpetua), la cual es más bien la condición del despotismo político y
espiritual que Kant quiere superar.
Ahora bien, su realismo político obliga a Kant a valorar la paz como condición
radical e imprescindible de todo orden político y jurídico, así como de la efectividad de los derechos
humanos y las garantías más básicas como el derecho a la vida. Por eso
Kant sostiene que todo efectivo derecho, orden, garantía legal… presuponen y
comienzan con la paz.
Coincide con Hobbes en que todo derecho y
garantía más allá de la propia fuerza comienza con el estado civil, siendo
inexistentes en el estado de naturaleza. Lamentablemente, la amenaza de instaurar violentamente
la “paz de los cementerios” (sólo basada en el miedo a la muerte) suele
ser la primera, más básica y brutal condición del orden, que instaura una ley o
justicia meramente “positivas” con independencia de toda justicia o equidad
racional.
Sin
duda Kant pensaba y deseaba legitimar sobre todo la paz garantizadora de la
plena dignidad humana, pero su planteamiento también resulta válido y coherente
para la paz obtenida por mera obediencia y terror (la paz de los cementerios).
Por tanto Hobbes y quizás teóricos aún más descarnados del autoritarismo,
aparecen amenazadoramente detrás de los –siempre muy dignos y humanos-
argumentos de Kant.
Por
otra parte Kant consigue dibujar transcendentalmente las condiciones de
posibilidad de la paz mundial y un orden cosmopolita que pueda garantizarla.
Ahora bien, a pesar de la lucidez de muchos de los “Artículos Preliminares”
formulados en La Paz Perpétua tiende a permanecer en el plano de las
condiciones de posibilidad de unas realidades futuras y del deber, con lo que
faltan los elementos empíricos que hacen plausible su realización efectiva
(sin caer en la falacia naturalista que teorizó Hume).
Concentrado
específicamente en esa tarea, Kant consigue obviar las múltiples dificultades
que tales condiciones transcendentales de una realidad futura (hoy –por tanto- hipotética)
inevitablemente encontraran para realizarse efectiva e empíricamente (como le
critica Hegel). Y es que, con su magistral distinción y separación
arquitectónica de problemáticas y ámbitos, Kant deja para otros escritos (por
ejemplo de
filosofía de la historia) el apuntar
los mecanismos reales que plausiblemente pueden impulsar la humanidad
históricamente existente en dirección a la paz perpetua y hacia un orden
cosmopolita.
Sería
el caso y siguiendo Hume y Adam Smith del comercio como un
mecanismo que afiance la paz y un orden internacional. Sin duda el pacífico
comercio genera dependencias y beneficios mutuos que desincentivan el uso de la
violencia. De hecho éste ha sido el camino básico de la Unión Europea, pues
las facilidades para el comercio y lo económico se anticiparon a los actuales
avances en lo jurídico, político y
social (que todavía deben profundizarse mucho).
La historia parece jugar a
favor de esa pacificación a través del intercambio, pues en el actual capitalismo cognitivo turboglobalizado, el aislamiento de las
transacciones económicas y –quizás sobre todo- de las novedades tecnológicas
tiene un coste importantísimo que los países difícilmente pueden asumir.
Por ello ese mecanismo tiene hoy una fuerza seguramente superior a la que tenía
a finales del siglo XVIII.
Ahora
bien el gran mecanismo real propuesto por Kant es lo que llama la “insociable
sociabilidad” que también ha sido clave para la instauración de la
Comunidad Europea. Ese nombre de raíces kantianas fue usado inicialmente para
evitar términos más ambiciosos como “Federación”, “Confederación” y ya no
digamos “Estado Europeo”, que todavía hoy se evitan cuidadosamente. Recordemos
que, en origen, la actual Unión Europea era un intento de poner fin a la
lucha intraeuropea por la hegemonía. Resultaba del miedo a volver a repetir
las barbaridades de las guerras franco-alemanas, de los campos de exterminio o
gulags y de las dos Guerras mundiales.
Ello
también encaja con la idea kantiana de que la “insociable sociabilidad”
caracteriza a los humanos -incluyendo a los Estados enfrentados- hasta
el punto que les impulsa a constreñirse mutuamente y generar algún tipo de
orden articulador de los conflictos. Kant evita explicitar la crudeza de
esa constricción mutua, pero sin duda no está muy alejado a lo teorizado por Hobbes
o incluso Maquiavelo.
Pero
está en la base de la argumentación kantiana que la violencia y la guerra
serían los mecanismos reales que –finalmente- tendrían que impulsar la
realización de un pacífico orden cosmopolita. Por tanto la
insociable sociabilidad impulsa la paz a través del profundo rechazo humano ante los costes enormes resultantes de la
ausencia de paz. Sólo así –como si fuera un “plan oculto de la naturaleza”
dice Kant- las vigilancias y coacciones mutuas de la “insociable sociabilidad”
humana podrían llevar a la humanidad a construir conjuntamente un orden donde
cada uno trate a los otros como desea que se le trate a él. Ciertamente algo de
esa dialéctica está en el proceso que ha llevado a la actual Unión Europea.
Notemos
que aquí el impulso es una ambivalente naturaleza humana: medio pacífica,
altruista y buena; medio agresiva, egoista y mala. Pues los humanos no
pueden vivir en soledad y sin el prójimo, pero a la vez fácilmente ceden al
impulso de instrumentalizarlo y dominarlo. La humanidad experimenta y está
constituida por ese dilema pues está hecha –dice Kant- de una madera
irremediablemente torcida. Como en el bolero, la humanidad percibe que: “Ni
contigo ni sin ti, tienen mis males remedio. Contigo porque me matas. Y sin ti
porque yo me muero”.
Pues bien, sólo de esa
paradójica relación entre los humanos –piensa Kant- cabe esperar y a muy largo plazo la construcción jurídica estable de un
orden cosmopolita y una paz perpetua. Sólo de mecanismos de esa naturaleza puede pensar Kant en la construcción
efectiva de una realidad o ser, que de alguna manera concrete empíricamente el
deber ser y las condiciones transcendentales futuras que tan bien formula en
otros escritos. Sólo así puede pretender Kant superar a la vez el utopismo
idealizado y la falacia naturalista que separa el valor del hecho, el
"deber ser" del "ser", lo que debería ser de lo que
efectivamente es.
Así Kant
muestra que, cuando quiere, puede ser también uno de los más lúcidos pensadores
del realismo político. Fue capaz de afirmar que "incluso" un
pueblo de diablos puede constituir una república, pero suponiendo
implícitamente también que la "insociable sociabilidad" hace que la paz surja tanto de la naturaleza
angelical-sociable humana como de la demoníaca-insociable. La paz surge
entonces del temor a la guerra y sus consecuencias terribles. La paz es
necesaria porque la insociabilidad hace que la humanidad se trate
diabólicamente a sí misma hasta que la justicia impere en ella.
Por
tanto, el buen funcionamiento de la democracia no depende tan sólo de la
moralidad o bondad de sus ciudadanos, sino también de la constante y celosa
vigilancia de todos y cada uno. Como la paz, no depende únicamente de unas
sencillas normas de procedimiento sobre la equidad e igualdad entre los
ciudadanos, sino también de la convicción con que se defiendan y el miedo a las
consecuencias terribles cuando no se respetan.
Por
eso cuanto más vigilante y exigente se muestre un pueblo con respecto a justas
normas políticas y a sus derechos o libertades, mejor puede conseguir una
democracia duradera. Ello incluye que el pueblo que quiere garantizarse la
democracia se muestre comprometido vigorosamente a defenderla y a
exigirla con todo su ser.
A pesar de ese lúcido
realismo, hay que reconocer (y creo que Kant si viviera lo haría) que hoy en sus análisis (incluso los más realistas) se deben introducir
consideraciones y planteamientos que van más allá de los posibles para su época. Así
Kant piensa en La paz perpetua una futura “comunidad de
naciones” que –sin duda- es el antecedente más claro de la ONU y otras organizaciones actuales de gobernanza
mundial.
Ahora bien Kant lo hace todavía dentro de un marco westphaliano que considera indiscutible la
soberanía de los Estados-nación. Por eso no se atreve a
formular a fondo la posibilidad de un verdadero “Estado mundial” o de
organizaciones que, de alguna manera, pongan en cuestión esa soberanía última
del Estado-nación.
Eso le
provoca a Kant muchos problemas para pensar el paso del “estado de naturaleza”
entre los Estados –donde cada uno de ellos actúa como un individuo en lucha y
competencia con todos los demás- hacia un “estado civil”, pacífico y con un
orden cosmopolita garantizado por leyes justas. Pero –también necesariamente-
por algún tipo de poder coercitivo capaz de someter a los “leviatanes”
modernos, a los propios Estados.
Ahora
bien, abrirse a una perspectiva “postwesphaliana” era algo que Kant y su época
tan solo pudieron transitar con la imaginación. Incluso hoy -hay que
reconocerlo- todavía está muy incipiente en organizaciones como la ONU o
la UE, la nueva geopolítica multilateralista postguerrafría y el tan
denunciado predominio de los mercados económicos-financieros sobre los
Estados-nación y su “deuda soberana” (como ha
puesto de manifiesto la crisispost2008).
Significativamente
ese salto –ya un poco postwestphaliano hacia un verdadero Estado mundial- lo
plantea el muy kantiano Hans Kelsen en La Paz por medio del
Derecho (Ed. Losada 1946: 42ss). Constata que la exigencia de “un
tribunal internacional dotado de jurisdicción obligatoria” comporta “la
organización de un poder ejecutivo centralizado, es decir, de una fuerza
policial internacional diferente e independiente de las fuerzas de los estados
miembros, y poner esa fuerza armada a disposición de un órgano
administrativo central cuya función consiste en ejecutar las decisiones del
tribunal.”
En
definitiva, Kelsen exige un auténtico Estado mundial o al menos su
núcleo básico. Pero la turboglobalización a finales de las dos primeras décadas
del milenio –como Kant- no consigue
hacer ese gran paso y se mantiene todavía en un punto intermedio, quizás
más moderado, borroso y bastante utópico además de todavía westphaliano.
Ciertamente
tiene sus razones los que –como Chomsky
o Wallerstein- han hablado del fin
del sistema de los 500 años, que era claramente westphaliano aunque lo ven
iniciarse con la colonización colombina. Ahora bien, tiene razón Saskia Sassen en que, no sólo el Estado-nación todavía ha sido superado
ni integrado en un sistema ya postwestphaliano, sino que incluso continua siendo el principal agente que
–con sus políticas- impulsa a veces procesos-inter e impone una cierta y
kantiana “sociable insociabilidad” que va impulsando una creciente paz
internacional.
Tendremos
que analizar las posibilidades actuales para una paz mundial duradera y
garantizada, seguramente desde una perspectiva postwestphaliana. Esa va a ser
tarea de jóvenes investigadores como Rodrigo Marzano, para los cuales es una
guía de primer orden –y afortunadamente- Kant y su proyecto de paz cosmopolita.
Creo que con ellos el profundo anhelo humano de paz estará en las mejores
manos.
Este
es el posfacio que he redactado para Rodrigo
Marzano Antunes Miranda y su libro Paz em Kant. Uma abordagem macrofilosófica
do Projeto de Paz, en la editorial Conhecimento, Belo Horizonte (Brasil), 2019. Tiene prefácio de Durval Àngelo Andrade, apresentaçâo de Ricardo Henrique C. Salgado y postfácio de Gonçal Mayos Solsona.
Véanse los posts:
6 comments:
"Sólo así –como si fuera un “plan oculto de la naturaleza” dice Kant- las vigilancias y coacciones mutuas de la “insociable sociabilidad” humana podrían llevar a la humanidad a construir conjuntamente un orden donde cada uno trate a los otros como desea que se le trate a él". Aquesta idea és l'argument del llibre trimil·lenari EL ARTE DE LA GUERRA, de Sun-Tsu.
El mateix títol (El arte de la guerra), el trobem pel 6è capítol del llibre de Tomas Moro, UTOPIA. Només una frase: "Y más enfurecidos todavía, cuando sus agentes, a causa de leyes injustas o por una
interpretación pérfida de las justas, han sido objeto de vejaciones y de falsas acusaciones en el extranjero."
Penso que la pau és incompatible, a nivell individual si més no, amb l'Imperatiu categòric moral. S'exigeix més a un sol individu que a una societat en conjunt? L'individu sol s'ha de comprometre fins a les últimes conseqüències, mentre que les nacions poden trascendir la realitat per construir una pau com a valor "per sé"? O fem servir la "doctrina Truman" quan ens convé defensar la justícia allà on feliçment ens conflueixin els interessos comuns...?
Cordial, Esteve.
Potser l'únic sentit legítim de la guerra -benvolgut ESteve- és aconseguir la pau. Cap aquí crec que van Sung-Tsu i Moro.
Pel que fa a la molt interessant pregunta sobre Kant: "S'exigeix més a un sol individu que a una societat en conjunt?" Crec que el que passa és que Kant no pot concebre que els col.lectius (nacions, estats...) puguin ser subjectes de la manera que ho són els individus humans.
Per això intenta trobar-hi un mecanisme com si fos un pla ocult de la naturalesa (l'impacte de la insociable sociabilitat) que obligui a que les constriccions entre els individus i grups, els obliguin a tots a optar i preferir conjuntament la pau per sobre de la guerra.
També per això el deure moral i l'imperatiu categòric no és aplicable a col.lectius que són només sumes d'individus o subjectes individuals.
"També per això el deure moral i l'imperatiu categòric no és aplicable a col.lectius que són només sumes d'individus o subjectes individuals."
és que pot ser d'una altra manera... ???
És cert que les masses no "tenen consciència ni reflexionen" com ho fan les persones. ARa bé els col.lectius també generen dinàmiques específiques que es poden analitzar i que els diferencien. No tot és igual. Les diverses societats tenen comportaments molt diferenciats i que marquen importants diferències a valorar. Encara que també és cert que -com les persones- tenen contradiccions i no n'hi ha cap d'angèlica ni perfecte.
D'acord però el comportament de les masses crec que sol estar a l'abast dels aparells del poder. Qualsevol mandatari o líder d'algun moviment, per mitjà de la propaganda i el suborn... pot capgirar els principis de col·lectius molt amplis i aparentment convençuts, com apostaria que va passar a EE.UU. amb Donald Trump, no fa gaire... Amb molta més facilitat es dona actualment que cada vegada més ens inflen d'inforamació/desinformació per a tot arreu...
SEmbla un risc creixent que amb la intel.ligència artificial aplicada als bigdata es pugui controlar el pensament. De totes maneres sembla que l'elecció de Trump va ser facilitada perquè hi havia molta població indignada amb l'establishment i que cercava un dinamiter com Trump.
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