Apr 29, 2025

BOSQUE VITAL, JUICIO INCONMENSURABLE Y PUERTA DE LA VERDAD

 

En Rashomon, el bosque es el escenario de las vivencias personales, subjetivas, contrastadas, conflictivas, incluso violentas y crueles, sobre las cuales disputan los personajes, reivindicando su punto de vista y evitando cualquier acuerdo. Se trata del llamado “efecto Rashomon[1] que el antropólogo Karl G. Heider[2] define como la subjetividad en la percepción y la memoria, que se evidencia cuando testimonios de un mismo acontecimiento pueden ofrecer relatos o descripciones de éste substancialmente distintos pero, sin embargo, igualmente plausibles[3].

 

Efectivamente, Kurosawa nos presenta cuatro versiones detalladas y razonables de unos mismos hechos, pero profundamente incompatibles entre sí y cuya verdad o falsedad resulta imposible de determinar unívoca, indudable y apodícticamente. Los relatos de un bandido, un samurai, la esposa de éste y de un leñador que ha sido involuntario testigo no encajan entre sí e, incluso, remiten a interpretaciones y valores muy diferentes. 

En el espacio mítico del bosque y en una mañana radiante, esos cuatro personajes han experimentado vital y subjetivamente los mismos acontecimientos de forma totalmente diferente, incluso incompatible entre sí y como si vivieran en mundos paralelos, aunque -por un momento- hubieran coincidido en unas mismas coordenadas espacio temporales[4].  

Por eso, al medio día y en el patio de un tribunal de justicia rural, cuando se intenta determinar con precisión esos hechos y las culpabilidades que de ellos se desprenden, no se obtiene un juicio claro ni definitivo. Al contrario, la verdad parece imposible, provocando que el monje y el leñador salgan de él completamente perplejos. 

Ello les llevará, por la noche, bajo la lluvia y en el escenario del templo-puerta japonés, a una larga reflexión filosófica para determinar –objetiva o intersubjetivamente- la verdad de lo sucedido en el bosque y el juicio no ha podido determinar. Es un debate angustiado pero también metalingüístico pues no preocupa tanto la culpabilidad sino entender ¿por qué el bandolero, la dama y el samurai han vivido tan diversamente los mismos hechos? 


Kurosawa, muy hegelianamente, muestra como el 'espíritu subjetivo' vivido  particularizadamente puede escapar en gran medida al escrutínio del ‘espíritu objetivo’ y las instituciones del poder existente, y solo alcanza su formulación más racional, rigurosa y verdadera en el debate filosófico que se lleva a cabo en el momento sistémico del ‘espíritu absoluto’. 

Es muy interesante ver como Kurosawa diferencia visualmente los escenarios mandando -por ejemplo- mezclar tinta con el agua para acentuar la visibilidad de la lluvia torrencial y omnipresente que cae sobre el templo donde se han refugiado los que reflexionan sobre los relatos incompatibles. 

Aquí hay muy poca acción y sí -en cambio- mucha reflexión, tensión teorética y el inexplicable silencio (que luego veremos que oculta grandes dudas, dilemas y secretos) del leñador y del monje. Incluso parece que la lluvia, de la que se refugian, parece simbolizar en el Japón derrotado, semidestruido (como el tempo-puerta) y entonces ocupado por los Estados Unidos, las cenizas de las recientes bombas nucleares lanzadas sobre Hirosima y Nagasaki[5].

Es un escenario casi tétrico, donde prácticamente solo se ven las caras y los cuerpos iluminados por el pequeño fuego central, al menos hasta el esperanzador final cuando ya en la mañana, amainada la lluvia, ha salido el sol y se ha evidenciado la verdad. Entonces el cínico huye con su miserable botín, mientras que el leñador y el monje se separan conformados por haber evidenciado no solo la verdad de aquellos hechos, sino también su vinculación socrática con el bien, con la conciencia moral.

La húmeda oscuridad del debate en el templo contrasta con las escenas del bosque, que Kurosawa filma iluminadas por grandes espejos, pero haciendo pasar sus reflejos por entre el follaje. Así, además de conseguir una luz cálida, mañanera y de verano, obtiene imágenes de gran verosimilitud, contraste y evita el efecto artificial de una luz demasiado directa y saturada. En el bosque sí que hay mucha acción, luchas a vida o muerte, pasión y traición, menosprecios y acusaciones mútuas, miedo a la muerte y deseo hasta la violación… 

Kurosawa filma (al ritmo vivaz de una versión del Bolero de Maurice Ravel) el caminar veloz del leñador al trabajo cuando progresivamente va descubriendo rastros dispersos que le llevan hasta los acontecimientos principales. En otros momentos, Kurosawa intercala escenas explicativas como el encuentro erótico y bucólico del bandido que, medio dormido, descubre con deseo a la dama del samurai a caballo.

Creemos que el contraste fílmico perfecto entre el bosque y el templo remite a la dualidad entre vida y reflexión, experiencia personal y especulación epistemológica, implicación apasionada y crítica filosófica. Opone los contrastados colores de la vivencia inmediata y los grises tonos del distanciado debate conceptual, el calor del conflicto vital y la frialdad del conflicto teorético... 

Así hemos de interpretar los contrastes formales que Kurosawa dispone con magnífica maestría: luz-penumbra, calor-frialdad, día-noche, seco-húmedo, acción-reflexión, emoción-intelección, atención a los acontecimientos y focalización en las ideas... Esa sistemática oposición y lo que filosóficamente se juega en esos dos escenarios, va alternándose con el patio de los interrogatorios judiciales. Este también es luminoso, pero mucho más ordenado, jerárquico, quieto, minimalista y con consciente equilibrio zen.



[1] G, Mayos en “El 'efecto Rashomon'. Análisis filosófico para el centenario de Akira Kurosawa" in Convivium. Revista de Filosofía, Barcelona: Universitat Barcelona, núm. 23: 209-233 (2010) y en "Rashomon o la veritat múltiple. Cinema i experiències vitals incommensurables" en el libro Art i filosofia, Barcelona: La Busca, 2011, pp. 195-234.

[2] Karl G. Heider “The Rashomon Effect: When Etnographers Disagree”, American Anthropologist, March 1988, Vol. 90, nº 1, pp. 73-81.

[3] En la ciencia se produce un ‘efecto Rashomon’ cuando coexisten en un mismo momento distintos paradigmas científicos inconmensurables entre sí. Thomas S. Kuhn lo estudia y analiza sus causas en su obra ya clásica La estructura de las revoluciones científicas, México: FCE, 1977, por ejemplo en la ‘Postdata’ que añadió después de su primera edición. El ‘efecto Rashomon’ tiene antecedentes en la llamada ‘tesis de Sapir-Worf’, véase Benjamin Lee Worf Lenguaje, pensamiento y realidad, Barcelona: Barral, 1971, y Edward Sapir El lenguaje. Introducción al estudio del habla, México: FCE, 1966. También se desarrollan aspectos de las bases epistemológicas del ‘efecto Rashomon’ en la teoría de W. O. Quine sobre la indeterminación de la traducción entre lenguajes distintos y la inescrutabilidad de la referencia.

[8] En castellano se ha publicado bajo el título Realidad mental y mundos posibles en Barcelona por Editorial Gedisa el 2004.

[4] Algo parecido logró plasmar brillantemente el escritor Lawrence Durrell en su ciclo de novelas El cuarteto de Alejandría escrito entre 1957 y 1960. En cada una de las cuatro novelas que llevan por título el nombre de uno de los personajes implicados (Justina, Balthazar, Mountolive y Clea), se narran los mismos acontecimientos en que participan todos ellos, pero sin que coincidan sus vivencias, interpretaciones, consecuencias ni valoraciones. En definitiva, los personajes coinciden en un mismo contexto espacio temporal, en una misma geografía e, incluso, interactúan profundamente entre sí, pareciendo que se entienden pero, en cierto sentido, viven en mundos paralelos de gran riqueza pero notable incomprensión mútua. Paradójica y afortunadamente, ello ayuda a los lectores a aproximarse -como también hace Rashomon- a una mejor comprensión de la compleja condición humana.

[5] Véanse las interpretaciones de James F. Davidson "Memory of Defeat in Japan: A Reappraisal of Rashomon", del reportaje japonés y canadiense de 1995 Hiroshima, dirigido por Koreyoshi Kurahara y Roger Spottiswoode, con guión de John Hopkins y Toshiro Ishido, 186 min., de Tadao Sato y de Keiko McDonald.




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