Pero ese jucio jurídico de la verdad fracasa totalmente porque -en un giro genial del guión- tanto el bandido, la mujer y el samurai se autoinculpan de la muerte de éste último, quien 'declara' -a través de una medium- y afirma falsamente que ha muerto porque ha realizado en sí mismo el suicidio ritual “Harakiri” como corresponde al código de honor “Bushido”.
Como no puede haber dos asesinatos diferentes -por personas, procedimientos y motivaciones contradictorias- y además el suicidio de la víctima, Kurosawa enfatiza el “efecto Rashomon”. Con un sentido del 'suspense' digno de Hitchcock, visualiza sucesivamente esas tres versiones incompatibles entre sí, con una elegante pero muy inquietante progresión respecto el dramatismo, la crueldad y la violencia.
Así, a la violencia física del bandido, se suma la terrible violencia psicológica (que se muestra tan mortal como la anterior) entre marido y mujer, entre el samurai y la dama. Pues, en una cultura de la vergüenza como la japonesa, ambos (sintiéndose humillados y avergonzados por su comportamiento frente al otro) terminan deseando la muerte de éste, para así ocultar su deshonra. Porque sin testimonio, la vergüenza pública deja su lugar a una culpa privada y secreta, algo mucho menos importante para el mundo japonés.
Como resultado de las complejidades sociales y psicológicas puestas de manifiesto por Rashomon, el cuartel de policía y el interrogatorio judicial es todavía ámbito del fenómeno, de la contradicción y de la lucha dialéctica entre perspectivas incompatibles entre si.
Por eso, es sin duda el ámbito donde se manifiesta con más contundencia el “efecto Rashomon”, pues en las declaraciones hablan los distintos personajes llevados por sus pulsiones, valores e intereses. Defienden sobre todo la imagen pública que quieren preservar de sí. Por eso en el cuartel-tribunal, donde sobre todo se busca determinar un culpable, que no es lo mismo que la “verdad”, ésta se oculta bajo el más radical “efecto Rashomon”.
En cambio, las autoridades permanecen invisibles porque ocupan el foco de la cámara fija... Como si de un panóptico de Jeremy Bentham se tratara, el poder nunca es visto, precisamente porque impone su perspectiva escrutadora. Tampoco se le oye hablar, pero podemos intuir su interrogación por lo que responden los interrogados.
Contrasta la imagen quieta, armoniosa y solo con los pequeños cambios del que declara en cada caso, con el dinamismo vital de la versión de cada uno de los violentos y apasionados 'hechos'. De esta manera Kurosawa presenta la exteriorización particularizada y alienante del segundo momento de la dialéctica. En ella, los individuos singulares se muestran de forma inevitable como totalmente presos de sus intereses, pasiones y subjetivaciones. Aquí no parece haber ni objetividad ni vericidad.
Por tanto, como piensa Hegel, no basta con esa aproximación completamente “empirista” o “positivista” a los hechos y a la verdad para determinarlos de forma racionalmente rigurosa. Y por eso, tanto el monje como el leñador (que ciertamente no ha revelado su secreto ante el juez) salen absolutamente frustrados y angustiados de un interrogatorio que no ha hecho sino culminar el “efecto Rashomon”.
Pues, en un discurso automitificador, el bandolero manifiesta que –movido más por deseo ante la dama que por codicia- hábilmente engañó al samurai y le maniató. Luego, consiguió seducir ante él a su esposa, obtenido su objetivo magnánimamente quiso retirarse sin matar el samurai pero -entonces- la mujer se lo exigió. Cita las palabras sorprendentemente duras de una mujer que hasta ese momento parecía débil y entregada a los acontecimientos y deseos de los otros: “uno de los dos tiene que morir, me da igual quien”, pero “sólo podré vivir con aquel que de los dos sobreviva”.
Ante la decisión y exigencia de la dama, el bandido entablaría una lucha donde mostraría su superioridad guerrera sobre el samurai y lo mataría heroicamente. Luego, como por entonces la mujer habría desaparecido, el ladrón afirma que se retiró llevándose la espada, las flechas y el caballo del samurai, y haber visto una valiosa daga por la cual se le interroga.
De vuelta a la puerta-templo, el cínico da por bueno este relato y comenta la fama que tenía de mujeriego ese bandido. Pero, para su sorpresa, en la obscuridad y bajo la lluvia, tanto el monje como el leñador continúan desesperados y desorientados: “¡Todos mienten!” se exclama el leñador. Y el cínico proclama: “los hombres siempre decimos mentiras. Tenemos tantas cosas ocultas que no somos sinceros ni con nosotros mismos” y, displicentemente, les pide que continuen narrando el juicio, afirmando cínicamente que “me da igual que [todo] sean mentiras o no, mientras sean interesantes”.
Entonces, a partir del interrogatorio de la esposa del samurai, otra versión incompatible con la primera se abre paso. Pues la dama afirma que, después de haberla forzado, el bandido mira burlonamente al samurai y huye. En ese momento, la mujer quiere buscar consuelo en los brazos de su marido, pero se detiene ante la mirada de su esposo quien “sin pena ni rabia, fría, no decía nada, me miraba como si yo no estuviese”. Avergonzada y culpabilizada, ella le espeta que no es justo que la mire de esa forma y -avergonada por todo- le pide que la mate.
Incluso, toma la valiosa daga para liberar a su marido, pero a medida que se le acerca, repite “¡ya basta!” al sentir sobre ella la mirada acusadora y el profundo desprecio de éste. Poco a poco, la daga más que para cortar las cuerdas adopta la posición de un arma de ataque. Finalmente la mujer se desmaya pero implícitamente se acusa de haber asesinado ella misma a su marido todavía maniatado.
En cambio, todo el mundo parece estar muy preocupado por la recicidad del relato: “¡El muerto también ha mentido!” exclama el leñador. Entonces el monje argumenta que considera “lógico que un muerto diga la verdad”. Coherentement a su personalidad, el cínico pregunta burlonamente “¿Por qué?” y el monje contesta angustiado: “no puedo creer que los hombres sean tan pecadores” como para mentir después de muertos. “Éste es tu problema” le espeta triumfalmente el cínico y proclama que “todos creemos ser sinceros”, “nos olvidamos de lo que no nos conviene” y nos “creemos nuestras propias mentiras”.
En todo caso, la sorprendente versión de ultratumba del samurai afirma que, después de haber violado a su mujer, el bandido intenta convencerla para que vaya con él. Ahora que “has perdido tu pureza”, tu marido ya no te respetará –le dice- y ella mirándolo con un “embeleso” que antes no había visto nunca en su cara, le pide “llévame, llévame donde tu quieras”. Sin embargo, cuando iban a partir, fue su propia mujer la que insistió al bandolero: “mátale por favor, no puedo ir contigo mientras él esté vivo”, esas palabras horribles indignan incluso al bandido que la lanza al suelo y le pregunta al samurai si quiere que la mate, haciendo que el samurai piense en “perdonarle por lo menos a él”.
Horrorizada por la reacción del ladrón, la mujer aprovecha para huir y, entonces, el bandido libera el samurai y también huye con las armas. Entonces, sintiéndose deshonrado y sin pretender en ningún momento perseguir al ladrón y violador, ni tampoco vengarse, el samurai ve la daga caída, la toma y se suicida. Curiosamente cuando ya está agonizando, en la paz y oscuridad anterior al estertor, siente que alguien se le acerca y le saca lentamente la daga enjoyada.
Como veremos, eso tiene un alto valor simbólico y –sin duda- la posterior confesión de haberla robado da verosimilitud a que el leñador haya sido testimonio verídico de todo lo sucedido en el bosque. Continuamos el relato en los siguientes posts.
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