No consta que Kurosawa ni los guionistas de la película Rashomon, tengan especial influencia hegeliana. Ahora bien y en todo caso, Hegel permite interpretar provechosamente la estructura y sentido filosófico de la película.
Significativamente, el ‘efecto’ se juega en tres grandes escenarios llenos de claves metafóricas: el bosque, el patio del cuartel y la puerta-templo. Son tres momentos y escenarios disjuntos pero yuxtapuestos que sintetizan los tres momentos clave del análisis hegeliano:
1) La conflictiva realidad vivida desde subjetividades parciales, 2) el reconducir y juzgar esos conflictos dictando justicia y 3) -finalmente- el establecimiento de la verdad y su posible conocimiento pleno.
1) Así, el bosque es metafóricamente el espacio-tiempo donde se da la vida conflictiva, bajo contrastados colores y claroscuros. Allí la vida se vive y se sufre hasta la muerte con todas las contradicciones, negatividades, limitaciones, absurdidades, miedos, pasiones, frustraciones, vergüenzas y actitudes subjetivas. Aquí es Kurosawa fiel a su muy Shakespeare y la definición de vida del Macbeth: ser un 'cuento explicado por un idiota, lleno de ruido y furia, que tiene ningún sentido".
Hay que recordar que el conflicto narrado en Rashomon se inicia con el despertar (literalmente) al deseo, cuando el bandido ve pasar desvelado por el sol la imagen de la dama conducida en su caballo. A él se suma la admiración y deseo de posesión que también le despierta la espada que el samurai le muestra. Sobre esos dos deseos se construye el choque.
El bosque no solo simboliza el momento del espíritu subjetivo sino también el día caliente y lleno de deslumbrante luz. Es muy clara su oposición al templo-puerta siempre aparece oscuro, frío y bajo una lluvia de cenizas (recordemos que Kurosawa hizo teñir al agua de lluvia). Éste ejemplificará el escenario del conocimiento absoluto y coincide con el medio ideal para la lechuza -el tótem de la filosofía- que duerme durante el día quietamente en el hombro de Atenea esperando poder levantar el vuelo de la verdad con el crepúsculo.
2) Entres ambos, el cuartel es donde se toman las declaraciones de los implicados e -incluso- se juzgan sus actos por la ‘objetividad’ que debería emerger de la contrastación confrontada de los hechos aducidos y las distintas versiones de implicados y testigos. Ciertamente en muchos casos con solo eso ya hay suficiente para atestiguar la verdad, pero no es el caso de Rashomon ni del 'efecto' disolutivo llamado así. Por otra parte, tampoco suele ser el caso de los conflictos filosóficos profundos y de largo alcance.
Es en el escenario minimalista y con autoridad invisible de las declaraciones en el patio del cuartel, donde se evidencia un conflicto de verdades que parece completamente indiscernible. Aquí se busca objetivar el contrastado conflicto a vida y muerte que se produjo en el bosque, se lo quiere reducir a hechos bien establecidos, a través de testimonios y relatos -que ciertamente son subjetivos- bajo el convencimiento de que la Autoridad (omnipresente pero elidida) sabrá entresacar la verdad ‘positiva de los hechos’ -diría Auguste Comte-.
Hegel ya avisaba que ésta era una aproximación todavía no completa de la verdad pues los hechos concretos y particulares -con que se la confunden- no tienen la forma especulativa de fríos conceptos enlazados holistamente con la visión global de las cosas. Por eso -como sucede en Rashomon- no consigue superar la subjetividad de los implicados ni su múltiple visión de las cosas. Y es en el cuartel y en el “espíritu objetivo’ hegeliano donde más claramente se evidencia el ‘efecto Rashomon’.
Pues todos los implicados mienten, se limitan a esconder sus debilidades, a construir relatos justificativos y a camuflar sus auténticas motivaciones. Por eso la verdad está aquí oculta e incluso hecha añicos como el cuerpo de Dionisos el gran oponente de Apolo, el dios de la verdad y de lo claro-distinto.
El bandido bravuconea respecto a su fama, valor, atrevimiento e incluso atractivo sexual.
La dama esconde sus debilidades y los deseos secretos de llevar a cabo una vida completamente otra, evidenciando su condición trágicamente subordinada al marido samurai que la menosprecia cruelmente e incluso la anima a suicidarse.
Sorprendentemente, el samurai muerto declara en el juicio a través de una médium, pero con tanta o más mendacidad que el resto de implicados. Oculta su vergüenza, por haber fracasado en los mandamientos de su estamento y haber sido incapaz de defender a su esposa, la cual encarna ese honor que él dice idolatrar. Por eso la culpa falsamente y desea su muerte en tanto que testimonio viviente de su nulidad como samurai.
Para más inri, el leñador falsea su testimonio para poder lucrarse de la valiosa daga que ha hurtado del escenario boscoso del crimen.
Y el bien intencionado servidor de ‘la verdad’ que es el monje tan sólo puede aportar unos detalles en el fondo insubstanciales, mientras siente que el fracaso -de él mismo, de las subjetividades enfrentadas y de las instituciones- para establecer la verdad vuelven invivible el mundo, disuelven la sociedad y le colocan a él en el límite del nihilismo y la pérdida de la fe.
Es el momento hegeliano del espíritu objetivo, donde las instituciones humanas exigen su derecho a la vida-muerte y se proponen dictaminar -más que la verdad- cómo debe restablecerse el orden legal, sentenciando los crímenes e imponiendo la justicia. Por eso, en Rashomon, se evidencia claramente la limitación de las instituciones estatales tanto para penetrar en la subjetividad emocional y torturada del vivir personal de la gente (el 'bosque'), como también para alcanzar la verdad abstraída, absoluta, holista y superadora de lo meramente intrahistórico (el 'templo-puerta').
Seguro que sorprenderá a los seguidores ideológicos de la versión hagiográfica del Estado hegeliano, pero hay que recordar que éste es más el reino de la omnipotencia (dentro del propio territorio nacional) que no de la omnisciencia. Ésta es reservada a Dios y al espíritu absoluto, mientras que el cuartel estatal deja lacerantemente abierta la cuestión de la determinación de la verdad, a pesar de sus legítimos esfuerzos y su poder terrenal, pues su objetivo primordial y específico es sutilmente diferente.
Por eso y de acuerdo con Hegel, el problema suprahistórico y absoluto de la verdad se juega a otro nivel: el de la filosofía, de la nocturna lechuza de Minerva y de la puerta-templo. Allí la religión juega un importante papel -pensemos en el monje y su necesidad de fe y de verdad- pero según Hegel debe ser superada por una argumentación racional, ética y dialécticamente filosófica.
Solamente, cuando se ha perdido para siempre en el pasado esa conflictiva vida subjetiva y cuando se está ya más allá del poder terrenal de las instituciones políticas (recordemos a Platón lamentando siempre el error de la pólis para con su maestro Sócrates), entonces la verdad puede ser finalmente expresada en los ‘conceptos’ grises, fríos y dialécticos del espíritu absoluto de Hegel.
Notemos que -de acuerdo con la estructuración hegeliana tanto de la Fenomenología como del sistema maduro posterior- en Rashomon la verdad únicamente será dirimida post festum en el diálogo filosófico-religioso y ya sin la presencia directa de los principales implicados en el bosque (el bandido, la dama y el samurai) e incluso más allá de la vigilante e imperativa autoridad de las instituciones políticas.
El espíritu absoluto dictamina sobre la verdad cuando la conflictiva vida subjetiva analizada ha sufrido el veredicto del tiempo y en la ‘noche’ del análisis filosófico. Incluso se dirime más allá de las obligaciones, leyes, ideologías u obediencias políticas. En el fondo, la verdad de lo sucedido en el bosque no se dirime en él, tampoco en el cuartel policial ni durante el día, sino tan sólo post festum, en la noche lluviosa, a través de las reflexiones y debates que se llevan a cabo en la desangelada puerta de la verdad.
Ciertamente se trata de un templo o puerta inestable, precaria, en ruinas y que -incluso- el personaje nihilista va quemando despreocupadamente para así protegerse del frío y la lluvia. El fuego alimentado por maderas arrancadas de la puerta que los acoge es una excelente metáfora de la actitud nihilista que quiere minar la 'voluntad de verdad' igual como va arrancando y quemando trozos de madera de la puerta.
Por eso ese nihilista -más que escéptico o incluso cínico- debe ser derrotado filosófica, existencial y éticamente para que la verdad pueda sobrevivir. Lo ejemplifica perfectamente el monje -que necesita salvar la verdad para poder continuar creyendo-, pero también -y quizás sobre todo- el desasosiego del leñador.
Éste a pesar de correr el riesgo de que se descubra que ha mentido y robado la valiosa daga, también muestra su voluntad de verdad, pues está sobrecogido e indignado porque literalmente ‘todos han mentido’ y -en la simplicidad de su manera de ser- es incapaz de entender las motivaciones de los tres personajes enfrentados en el bosque.
Afortunadamente para la disolución del 'efecto', el leñador ha podido contemplar tanto lo sucedido en el bosque como las declaraciones en el cuartel. No puede comprender por qué todos han mentido pues es incapaz de entender los 'valores' del bandido, de la dama y del samurai. Por eso le son impenetrables sus actitudes, sus acciones, sus dilemas y sus contradicciones.
Ahora bien, el leñador siente la pérdida que la muerte de la verdad tiene para todo el mundo. Pues la vida humana (simbolizada por el recién nacido adoptado -que es lo que menos precisa su familia-) necesita inscribirse en un marco ético y veritativo.
Al fin y al cabo, verdad y mentira están implicados con el bien y el mal (aunque quizás no con la identidad estricta que proclamaba Platón) y sobre todo con la posibilidad de llevar a cabo una vida propiamente humana.
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