Gonçal Mayos PUBLICATIONS

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Dec 24, 2018

NIHILISMO EN EL EFECTO RASHOMON

Significativamente Rashomon de Kurosawa no termina con la realista y desmitificadora versión del leñador. Queda todavía una cuarta y última parte. ¿Cual es el sentido de esa especie de epílogo con que culmina la película?

A pesar que sería el presunto espectador neutral que manifestaría la interpretación objetiva y "real" de los hechos, el leñador no consigue eliminar totalmente el ácido de “efecto Rashomon”. Pues la multiplicidad de versiones y la sospecha generalizada que han sembrado, han conducido a un duda que cae cínicamente sobre cualquier testimonio. Así lo manifestará el oyente cínico que insidiosamente obligará a continuar el debate y la trama.


Por una parte, el cínico celebra esta última versión del leñador afirmando que seguramente es la más creíble[1], pero se niega a darle mucho más valor a pesar de las protestas de veracidad del leñador. Éste no se conforma con que se le reconozca una mayor plausibilidad, sino que proclama: “es la verdad, lo vi con mis propios ojos”. Pero el cínico insiste en sentenciar que “ningún mentiroso dice que lo es” y pondrá en evidencia la "credibilidad" del leñador y, por tanto, de su testimonio. Como vemos, el ácido del “efecto Rashomon” continúa todavía plenamente vigente y el testimonio del leñador permanece también bajo su “efecto”.  

Incluso, el monje confirma la vigencia en ese momento del “efecto Rashomon”, pues se lamenta de que “si no puedes creer en las personas, el mundo es un infierno”. Recordemos que la figura del monje es muy ambigua pues parece importarle mucho más la voluntad de fe o creencia más que la presencial del mal y la crueldad en el mundo, o incluso que la certeza o verdad. Aparece más dolido y afectado porque ya no puede subjetivamente creer, que no porque el mundo sea tan malvado y cruel. Acoge con resignada fatalidad los crímenes narrados y la maldad dominante, pero muestra una enorme angustia y desespero cuando ve cuestionada por el “efecto Rashomon” su voluntad de fe (fe en la humanidad –dice-, fe en una verdad). Sólo entonces se hunde el monje en la desesperación y proclama una y otra vez que la vida sin esa fe es el infierno, el nihilismo más absoluto. 

Todavía bajo el tota dominio del “efecto Rashomon” el cínico le argumenta al monje “aunque te desgañites no cambiará nada”; proponiéndole “escoge la versión que te parezca más creíble y quédate con ella”; y concluyendo: pues “en esto tienes razón: el mundo es un infierno”. Insistiendo en su radical escepticismo nihilista y como el leñador continúa quejándose de que “no entiende nada”, el cínico le dice: “yo no me preocuparía”, pues “esto quiere decir que los hombres hacemos cosas muy misteriosas”. 

Con el dominio del “efecto Rashomon”, la posición del cínico (casi diríamos el postmoderno avant la lettre) parece imponerse totalmente, de tal manera que el público aventura un desenlace totalmente lúgubre, en que el “efecto Rashomon” no podría ser superado de ninguna manera. Recordemos que incluso la versión de un testimonio neutral respecto a los acontecimientos narrados no parece poder imponerse plenamente; sobre todo porque su relato y su propio valor como testimonio no consiguen distinguir-se de los anteriores y cae bajo el “efecto Rashomon”. La nula fiabilidad de una humanidad egoísta y egocéntrica, así como su propio comportamiento hasta ahora, tienden a invalidar al leñador como portador de la verdad y degradar su testimonio a otra versión más bajo el “efecto”. 

Coincidiendo con cierta deriva del postmodernismo, sólo el cínico y su actitud nihilista saldrían triunfantes por encima del creyente o –en otro sentido- el racionalista dogmático (el monje) y del observador sensible o –en otro sentido- el empirista ingenuo. En términos nietzscheanos, el monje experimentaría en sí mismo la muerte de Dios (la muerte para él de su Dios: su fe o creencia). Mientras que el leñador caería bajo todos los tropos escépticos, las dudas, las desconfianzas y las sospechas cínicas. 

Habíamos visto que el aparente primer final (la narración “neutral” del leñador) no acaba con el disolvente “efecto Rashomon”. El motivo es muy claro y el cínico lo enuncia con contundencia: todo el mundo miente, incluso sin saberlo,... o al menos cabe esa posibilidad. A nadie se le escapa la similitud de esa fórmula nihilista con el momento culminante de la duda hiperbólica y radical de Descartes, cuando se plantea la posibilidad que un genio maligno (o un Dios engañador, dirá en otro momento,) usen todo su poder para que nos equivoquemos continuamente o nos hallan hecho de tal manera que no podamos sino engañarnos en todo momento. Es más, en este momento la duda está presidida por una variante de  la reflexión cartesiana: no podemos fiarnos nunca (cuando se trata de fundamentar la verdad o legitimar apodícticamente su posibilidad) de quien nos ha engañado alguna vez[2]. 

Pues no olvidemos que el leñador tan sólo ha revelado su versión de los hechos, después de haber mentido a la justicia y a todo el mundo hasta el momento, autoculpándose implícitamente de haber presenciado los hechos criminales sin haber ayudado a las víctimas y, más tarde, tendrá que confesar haber robado una valiosa daga del escenario de los hechos. Sin ninguna duda su testimonio está profundamente desvalorizado. ¿Cómo se puede creer a quien ha actuado así? ¡La verdad no puede depender de alguien así, por muy humano que todo ello sea!  

Ésta es la cuestión clave que obligará al giro que representa la última parte de la película, con la sorprendente aparición de un recién nacido abandonado y las muy significativas reacciones que provocará en los tres interlocutores. 

Sin duda somos muchos que hemos pensado, llegados a este punto, que precisamente por no haber intervenido en los hechos delictivos sucedidos en el bosque, pero habiéndolos observado, el leñador es el prototipo del tradicionalmente deseado “testigo neutral y no implicado en los hechos” que es el más fiable para establecer la verdad. Ahora bien, no haber actuado en ayuda de las victimas y haber permanecido observando sin ser visto, también es una actuación y no de las más loables. Además es muy discutible que esa cobarde y pasiva observación, haya salvaguardado efectivamente su neutralidad y no implicación con los hechos. Pues si hubiera sido así, no hubiera tenido necesidad de mentir a la justicia y todo el mundo, hasta que la mala conciencia le lleva a confesar ante la aguda perspicacia del cínico. 

Por tanto, tenemos que concluir que el testimonio del leñador (aunque coincidamos con el cínico que seguramente es el más verosímil) ha quedado contaminado por el “efecto Rashomon” e, incluso, devaluado éticamente.  Por tanto difícilmente puede ser recuperado o valioso como fuente decisiva de verdad. Ciertamente no es suficiente con haber presenciado los hechos, par ser un buen testimonio de la verdad, Pitágoras sin ninguna duda concluiría que el leñador, que se ha lucrado robando la valiosa daga, ha actuado como aquellos que van a las olimpíadas a hacer negocios y no como un desinteresado contemplador. Fácilmente se puede pensar que su principal preocupación cuando observaba los hechos, era no ser descubierto o, incluso, mirar que beneficio podría obtener finalmente de todo ello.
 

Ciertamente todo buen testimonio tiene que ser totalmente fiable en su voluntad de verdad (ser sincero y no querer mentir). Su valor como testigo depende de su credibilidad. Por eso, Kurosawa introduce el sorprendente episodio del recién nacido abandonado en el templo-puerta. Representa una segunda oportunidad, para que el leñador reconquiste su credibilidad perdida bajo el “efecto Rashomon” y su actuación personal anterior. 

Al respecto, parece claro que Kurosawa y su coguionista han dispuesto astutamente el recién nacido abandonado como una piedra de toque de la categoría o calaña moral de los implicados en el debate sobre la verdad en el templo-puerta. Ciertamente cuesta imaginar una manera más clara y de interpretación más unívoca de mostrar la calaña que quieren adjudicar al cínico, que éste lo primero que haga sea abalanzarse sobre el niño abandonado para despojarle de sus únicas pertenencias: su ropa y un amuleto (que el leñador pone como muestra que importaba a sus padres, a pesar de tener que abandonarlo). Finalmente, el cínico culmina su robo, después de haber obligado a confesar al leñador que él también era un ladrón pues había robado la valiosa daga, y huye con su miserable botín  bajo una cruel risa sarcástica. 

En cambio, el leñador mostrará su valía moral adoptando el niño abandonado y despojado. Con una sorprendente rapidez, quizás además peligrosamente confiada, atenderá el monje el deseo de adopción por parte del leñador. ¿Qué significa éste último acto, dentro de la película? Sin duda, es la muestra de que con su enfrentamiento con el expoliador del recién nacido, al que luego adopta, el leñador además de mostrar su valía moral, de alguna manera, ha recuperado a los ojos del monje (y de los guionistas) su credibilidad que le convierten en el revelador de la verdad y el triunfador sobre el “efecto Rashomon”. Aunque son muchos los ejemplos filosóficos o cotidianos en sentido contrario (que Kant teorizó separando estrictamente el uso teorético y cognoscitivo de la razón del uso práctico o ético), Kurosawa parece decirnos que no puede haber verdad sin ética y que la búsqueda teorética de la verdad debe ir complementada con la acción buena. 

Por eso Kurosawa nos dice que, del enfrentamiento final entre el leñador y el cínico, el primero triunfa sobre el segundo no sólo éticamente y por su bondad, sino que de alguna manera ese triunfo legitima su credibilidad como testimonio y afianza el triunfo de la verdad por encima del ácido disolvente del “efecto Rashomon”, del nihilismo, cinismo y escepticismo absolutos. Por eso, sólo en ese momento, amaina la negra lluvia y sale un sol débil, tímido, incipiente pero esperanzador[3].


[1] Notemos que evita hablar en términos de la verdadera.
[2] Para nuestra interpretación de la argumentación cartesiana véase G. Mayos “Fundamentación de la metafísica y gnoseología del sujeto en Descartes” en Revista Pensamiento, Madrid, vol. 53, Nº, 205, 1997, pp. 3-31.
[3] En su artículo ya citado, McDonald afirma que Kurosawa quería acabar Rashomon con la llegada de una nueva nube de tempestad para avisar que podría haber pronto otra lluvia (con todo lo que hemos visto que simboliza). Ahora bien, como que no pudo filmarla por la meteorología, rodó la escena final como nos ha llegado y fomentando una interpretación final más optimista de lo que pretendía.
Hemos mencionado el profundo pesimismo y crítica de Kurosawa sobre prácticamente todos sus personajes y evidentemente no tenemos ninguna información privilegiada sobre sus intenciones para otra filmación de la escena final. Pero consideramos que Kurosawa ha mostrado de sobras su talento e ingenio como para encontrar otra solución a la nube que no quería llegar, si efectivamente lo hubiera deseado, especialmente para una escena tan importante como la final. Por tanto tendemos a interpretar (y creemos que no se puede hacer otra cosa) Rashomon tal y como nos ha llegado y sin pretender enmendarla o modificarla, especialmente si es a partir de débiles consideraciones o informaciones no plenamente confirmadas.
Además, dada la profundidad del “efecto Rashomon” y la descalificación que había sufrido el leñador, nos parece demoledor y absolutamente nihilista un final (como el que prevé MacDonald) en que éste se lleva al recién nacido (bajo la mirada complaciente del monje, que ciertamente ha confiado mucho en él) mientras se congregan en el cielo negros y amenazadores nubarrones. Si se hubiera filmado así, el mensaje resultante sería que, al menos en potencia, el leñador era aún más amenazador para el recién nacido (pero también para la verdad y el bien) que el cínico que le ha robado de sus únicas pertenencias. Consideramos que ello está muy lejos de la intención de Kurosawa y, por supuesto, de la película tal como nos ha llegado.



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