Parece muy arriesgada la decisión de entregar el recién nacido al leñador con que culmina la película Rashomon. Genera un final aparentemente místico, críptico y abrupto que puede sorprender dentro del conjunto de la película.
Creemos que significa y simboliza para Kurosawa el fracaso último del “efecto Rashomon” y la reunión decisiva de lo teorético y lo ético (de verum y bonum) frente al personaje cínico, que si bien aparece muy lúcido e inteligente en sus argumentaciones[4], por otra parte, se muestra como un canalla inmoral al expoliar el recién nacido.
Aunque ciertamente es una superación meramente poética y teórica, pues no se recuperará la ropa robada, ni se cambiaran los acontecimientos sucedidos, se abre paso una renovada esperanza, a la vez cognoscitiva y ética, en la reflexión veritativa y la acción correcta.
Creemos que así lo ejemplifica la escena final, en que ciertamente la lluvia amaina y se insinúa el tímido brillo del sol. Aunque el monje se queda solitario en el dintel del derruido templo de Rashomon y Kurosawa renuncia a dar alguna pista sobre su comportamiento o destino posterior. No se nos escapa que el mundo, como el templo-puerta de la verdad, continúa amenazado por la ruina y la violencia (en la película se ha dicho más de una vez que guerra, miseria y hambre señorean por todas partes), tan sólo el “efecto Rashomon” parece haber sucumbido... ¿Temporalmente?[5]
Nos parece muy significativo y simbólicamente relevante que el cínico huya, todavía bajo una espesa lluvia, por el lado opuesto de la puerta-templo japonesa por el que saldrá el leñador, cuando ya ha amainado y con el niño que ha adoptado; mientras –y esto también es significativo- que el monje queda sólo (con la pasividad que le ha caracterizado en toda la película) justo en el dintel de la puerta-templo semidestruida, en un bello contraluz que constituye el último fotograma del templo-puerta.
Podemos imaginar –pero Kurosawa lo deja totalmente abierto- que el monje –recuperada su fe- se quedará y restaurará ese templo-puerta, que de alguna manera simboliza el templo-puerta de la verdad teorética (de los tonos grises que presiden el vuelo de la lechuza de Minerva), como el bosque simboliza el ámbito de la existencia, las pasiones, los conflictos vitales, el caos social... con toda su crueldad pero también su abigarrado colorido. Ambos son reales –nos recuerda Hegel- pero no de la misma manera y la prioridad existencial del segundo es tan clara como la prioridad conceptual y epistemológica del primero.
Pero a pesar del radical contraste entre los dos grandes escenarios y de lo que se manifiesta en ellos, Kurosawa quiere recordarnos que en última instancia remiten a una misma problemática humana. Pues –como también decía Hegel- lo que se vive (y todo lo vivido es verdad para aquel que así lo vive, con lo cual el “efecto Rashomon” es aquí inevitable), será luego reflexionado, analizado, discutido y dictaminado en su verdad o falsedad intersubjetiva, buscando superar el “efecto Rashomon”.
Por tanto, finalmente y con gran astucia, Kurosawa ha querido unir verum y bonum, verdad y bien, en una gran y bella obra de arte. Sólo en la escena final vuelven a unir-se, como bellamente se unieron los dos cuentos originales de Ryunosuke Akutagawa, las cuatro versiones incompatibles de unos mismos hechos y los tres escenarios complementarios..., en una misma, armónica y bella película: Rashomon.
1] También por falta de espacio, tendremos que dejar para otra ocasión el análisis a fondo de éste término, su significado en japonés y el sentido que le hace jugar Kurosawa en la película, así como distinguirlo de términos más puramente éticos como “malo” o “malvado” (que en cierto sentido y para un occidental parecerían más adecuados al contexto).
[2] Como hemos apuntado, quizás mostrándose excesivamente dependiente de su necesidad o voluntad de fe, olvida muy rápidamente las lógicas prudencias cuando se trata de decidir sobre el destino de un recién nacido.
[3] Véase el libro citado de Ruth Beredict. Y para un contexto más cercano griego occidental, véase “De una cultura de vergüenza a una cultura de culpabilidad” en E. R. Dodds Los griegos y lo irracional, Madrid: Alianza, 1980: 39-71.
[4] Además renuncia a toda responsabilidad y a constituirse como un sujeto frente al efecto Rashomon.
[5] Pues cabe pensar que no siempre habrá ese testimonio neutral y moralmente fiable que representa el leñador, o tal vez no siempre habrá una confianza tan arriesgada como para poner la nueva vida (el recién nacido) en manos de alguien –como diría Nietzsche- tan humano, tan demasiado humano.
Post a partir del artículo “El 'efecto Rashomon'. Análisis filosófico para el centenario de Akira Kurosawa" by G. Mayos in Convivium. Revista de Filosofía, Barcelona: Universitat Barcelona, núm. 23: 209-233 (2010). També en català a "Rashomon o la veritat múltiple. Cinema i experiències vitals incommensurables" de G. Mayos en Art i filosofia, Barcelona: La Busca, 2011, pp. 195-234.
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