Hoy el cognitariado deviene precariado, tanto como el proletariado deviene cognitariado. Ésta parece ser hoy la dialéctica dominante en la turboglobalización, la sociedad del conocimiento y en el capitalismo cognitivo. Convertir aceleradamente el trabajo y el trabajador en trabajo cognitivo y en cognitariado.
La aceleración de los cambios y flujos económicos (que se imponen a los políticos) amenazan –al menos- en convertir toda seguridad en inseguridad, toda protección social en dependencia de los “mercados”, toda cognición en posible obsolescencia cognitiva y todo cognitariado en precariado.
La aceleración de los cambios y flujos económicos (que se imponen a los políticos) amenazan –al menos- en convertir toda seguridad en inseguridad, toda protección social en dependencia de los “mercados”, toda cognición en posible obsolescencia cognitiva y todo cognitariado en precariado.
Hay quien dirá que no es una novedad tan grande, pero cosas decisivas han cambiado y lo están haciendo rápidamente (como apunto en un breve video). Todos sabemos la gran inseguridad en que vivían los trabajadores de la primera industrialización, antes de las grandes legislaciones laborales, sin seguridad social y cuando todavía se había de construir el Estado del bienestar. Los accidentes laborales solían ser habituales y con graves perjuicios para el trabajador, provocando que tuviera que dejar de ganarse la vida por largas temporadas o definitivamente. En tales casos recibía unas compensaciones mínimas y tenía que fiarse totalmente de la ayuda familiar.
Por eso se insistía también en que el trabajador era tan solo un “proletario”: porque en caso de necesidad carecía de cualquier otra posesión que no fuera sí mismo y su “prole”. Las nuevas generaciones han olvidado este terrible hecho, en gran medida porque en los países avanzados se construyeron -de forma no tan sólida como pensábamos- “Estados sociales de derecho”, “Estados providencia” o “Estados del bienestar”.
Así se rompía la dinámica de la primera industrialización de que tan sólo la propia familia podía proteger para la vejez o la enfermedad. Sólo la “prole” o la familia propias podían garantizar de alguna forma lo que hoy son derechos humanos inalienables: la jubilación (etimológicamente proviene de “júbilo”), la protección de la salud y el acceso a las curas médicas, la formación laboral y la educación en general, las condiciones óptimas de trabajo, el salario mínimo, la defensa legal en caso de conflicto laboral, etc.
No olvidemos que Marx recuperó el viejo término romano de “proletarius” para destacar la desposesión, subordinación y damnificación última de los trabajadores en la sociedad industrial. Pero en las últimas décadas del siglo XX se dejó de hablar de “proletariado” por la transformación postindustrial y cognitiva del sistema productivo y el trabajo, por la extensión de las estructuras de protección del Estado del bienestar, por la caída de la URSS, la evolución de la China y por el desuso de la vieja terminología marxista.
La gran alternativa a esa terminología obsoleta es el término “cognitariado” pues describe la evolución postindustrial del sistema productivo, de los turboglobalizados flujos financieros, tecnológicos, etc. y en la naturaleza dominante del trabajo.
Ahora bien, como también se está produciendo un decidido desmontaje del Estado social y del bienestar en los países que han podido alcanzarlo, también se propone otro termino “precariado”. Lamentablemente también éste es descriptivo de la situación actual de creciente precariedad social.
En origen el término "precariado" fue aplicado pensando en grupos sociales que incluso tenían dificultades para acceder al empleo y al trabajo. Los primeros “precarios” estaban pues en grupos en peligro de exclusión y cercanos al “lumpen proletariado” de Marx. Hoy los asociamos al llamado "cuarto mundo" que, a pesar de vivir dentro del “primer mundo” avanzado, sufre sus mayores inconvenientes sin tener ninguna de sus ventajas. Son ejemplos de ello: los homeless de las grandes ciudades o los banlieusards concentrados en los suburbios metropolitanos...
A partir de la década de 1950 y especialmente de 1960, se produjo una mitificación de cierto lumpen proletariado a veces situado al límite de la legalidad. Así como muchos marxistas reivindicaron el trabajo manual frente al intelectual y sacralizaron los obreros como el “sujeto de la historia”, el Situacionismo (y algunos otros antecedentes de los llamados nuevos movimientos sociales) buscaron en lo que podemos calificar de “lumpen precario” el impulso revolucionario, que ya no percibían en los “aburguesados” obreros industriales (por ejemplo en la empresa automovilista francesa Renault).
Sin duda, el Situacionismo y otros jóvenes miembros de los nacientes nuevos movimientos sociales veían en ese lumpen proletariado a la alteridad más contrastada de comportamientos y actitudes con respecto a la instalada generación de sus padres. Además, si bien daban por supuesto un cierto Estado del bienestar, ya no compartían el relato e imaginario marxista. Por eso la mítica del obrero revolucionario fue sustituida lentamente por la de un más revolucionario “lumpen precariado”.
Significativamente ello era paralelo al descubrimiento que el conocimiento (incluso en sus aspectos más banales de la sociedad del espectáculo de Guy Debord) era el factor productivo decisivo en las sociedades avanzadas. Conscientes de ello, el Situacionismo asumió una actitud claramente negativa, destructiva e iconoclasta frente a la “alta cultura”, la tecnología avanzada y el conocimiento.
Del antiarte y de las Vanguardias, el Situacionismo pasó al activismo político y a luchar para liberar una vida cotidiana capturada por la sociedad del espectáculo. Desde esta perspectiva, la importante tendencia en los años 60’ y 70’ de muchos hijos de clase obrera a utilizar la formación profesional u otra como ascensor social, fue vista como desclasamiento y aburguesamiento (que sin duda también se produjeron en muchos casos).
Ahora bien, la evolución histórico ha invalidado que hubiera ahí el nuevo y verdadero sujeto revolucionario que cambiaría por siempre la sociedad. Pero hay que reconocer con Greil Marcus que esa imagen a veces parece encajar con la creativa agitación en los barrios más degradados y en los grupos más marginados, que culminará con la música y movimiento Punk.
El resultado inesperado y creemos que erróneo fue oponer cognitariado a precariado. Ingenua o dogmáticamente, muchos estudiosos no fueron capaces de asumir una visión plenamente “macro” y escindieron los nuevos fenómenos sociales, sin ser capaces de criticar-los y –a la vez- reconocer su realidad histórica. No pudieron pensar ni criticar adecuadamente la postindustrialización turboglobalizada, cognitiva, financiera y tecnológica, como vinculada pero no idéntica tanto a las nuevas politizaciones, como al desmontaje del Estado social y del bienestar.
Sin auténtica macrofilosofía, se separaron las exigencias de creciente formación cognitiva de las nuevas reivindicaciones y politizaciones, e incluso de la creciente precarización de la población. Por eso la virulencia de la crisis del 2008 pilló por sorpresa no sólo a los confiados liberales, sino también a los viejos marxistas que todavía esperaban una situación revolucionaria.
Como en los distintos “mayos” de 1968, tampoco se percibieron bien ni las causas, ni las consecuencias, ni el potencial critico… del 15M, los indignados, las primaveras árabes, “Occupy Wall Street” o las manifestaciones brasileñas de junio del 2013. No se percibió, entendió ni valoró adecuadamente la amenazadora precarización de las clases medias crecientemente cognitivas que están en la base de los mencionados movimientos.
Igual como acríticamente se asociaba los trabajos “intelectuales” o cognitivos a la burguesía, ya fueran las clases pudientes o los “pequeño burgueses”; también se minimizaron o menospreciaron los movimientos mencionados. Sólo ahora que parecen haber quedado en “stand by”, muchos se dan cuenta de que han estado las más grandes apuestas revolucionario-reformadoras de los últimos años.
Pero no termina de percibirse aún hasta que punto todo el cognitariado (aunque sean técnicos de muy alta formación) está amenazado por la obsolescencia y la precariedad cognitivas. Hasta que punto también depende de su fuerza de trabajo (aunque no sea física, sino intelectual) y que ésta manifiesta hoy una enorme precariedad precisamente por los efectos imprevistos de la turboglobalización y la sociedad del riesgo (Ulrich Beck).
Pues, aunque a veces el cognitariado consigue ser el gran vencedor de la sociedad postindustrial del conocimiento, muchas otras veces fracasa y es su gran damnificado. O bien simplemente, consigue sobrevivir –vendiendo su fuerza cognitiva de trabajo- y evitar hundirse en la precariedad –que como veremos le es amenazadoramente intrínseca-.
Pues con el desmontaje del sistema de protección social del Estado del bienestar a partir de la década de 1980, muchas de las debilidades e inseguridades experimentadas por el “cuarto mundo” o el lumpen se extendieron a más y más grupos de las clases bajas e incluso medias. Con la crisis del 2008 esta tendencia ha alcanzado incluso a grupos de las clases altas, antes aparentemente a resguardo de tal precariedad.
Por tanto, de manera imprevista y como un “daño colateral” del capitalismo cognitivo postindustrial, ascienden por la jerarquía social fenómenos tradicionalmente vinculados a las clases populares y trabajadoras como: el desempleo, la obsolescencia profesional o el fracaso en el reciclaje laboral. Pues el desmontaje del Estado del bienestar y el cierre deslocalización de empresas, no sólo afecta a los obreros y clases populares, sino también a las clases medias formadas por trabajadores cognitivos (administrativos, técnicos, especialistas y gerentes).
Estas clases –asalariadas aunque sean calificables de “medias”- son además las que reciben sobre sí la mayor parte de las cargas fiscales, frente a la corrupción y la evasión sistemática de impuestos sólo posible en gran escala para las clases altas. Nadie discute hoy que es sobre esas clases medias –ya muy estresadas y damnificadas- sobre las que ha recaído gran parte del aumento impositivo desde la crisis del 2008.
Por otra parte, en la actual sociedad de la ignorancia, su fuente de trabajo y de valor (su cognición y profesionalización) está crecientemente amenazada por la obsolescencia generada por la turboglobalización actual. Tal precarización y obsolescencia ha ido subiendo en la escala social afectando progresivamente más a médicos, arquitectos, ingenieros y expertos que tienen dificultades para actualizar su cognición de acuerdo con los nuevos tiempos y el “progreso” tecnológico. En plena crisis post2008, se ven afectados en España por los brutales recortes y privatizaciones en sanidad y educación, además de la explosión de las burbujas constructiva, hipotecaria y financiera.
Por tanto, hoy también las clases medias y altas pueden sufrir –a lo largo de su vida- los “daños colaterales” de la acelerada y turboglobalizada sociedad del conocimiento. Pues, para triunfar duradoramente en ella, también las clases medias y altas tienen que formarse cognitivamente y devenir por tanto "cognitariado". Aunque tengan otras importantes posesiones, también para ellas y a largo plazo su capacidad cognitiva es su principal propiedad. Por tanto, la misma dialéctica que lleva la “sociedad del conocimiento” a devenir una “sociedad de la ignorancia” o de la incultura, también lleva al cognitariado más productivo a caer –muchas veces- en el precariado más expuesto.
La liquidez e inestabilidad de lo que Zigmunt Bauman llamó “la modernidad líquida” y que coincide con la postindustrial y turboglobalizada sociedad del conocimiento, genera riesgos y precariedades imprevisibles para todo el conjunto de la sociedad. Evidentemente hay importantes diferencias pero, la desaparición de las tradicionales garantías y seguridades (familiares, de clase...), el desmontaje del Estado del bienestar y la obsolescencia profesional y cognoscitiva, amenazan con la "precariedad" a cada vez mayor parte de la sociedad (incluso profesionales, ejecutivos y miembros de clase alta).
La suma de todo lo que acabamos de comentar hace que las sociedades avanzadas postindustriales y cognitivas conviertan la precariedad en su característica más definitoria. Pues, la sociedad postindustrial y cognitiva lleva al extremo la tendencia moderna a la aceleración del tiempo y a la constante desconstrucción tecnológico-cultural. Hoy está amenazando casi por igual a todas las clases sociales basadas en la cognición y capital humano, si bien no tanto -paradójicamente- a las viejas clases basadas en propiedades o riquezas materiales.
Por tanto, es de la máxima importancia tomar conciencia de los mencionados hechos y tendencias para salvaguardar la lucidez, la adaptación a los crecientes retos e incluso la salud mental. Por algo estamos rodeados hoy de terapias, coatchings, libros de autoayuda… y múltiples depresiones.
Por eso se insistía también en que el trabajador era tan solo un “proletario”: porque en caso de necesidad carecía de cualquier otra posesión que no fuera sí mismo y su “prole”. Las nuevas generaciones han olvidado este terrible hecho, en gran medida porque en los países avanzados se construyeron -de forma no tan sólida como pensábamos- “Estados sociales de derecho”, “Estados providencia” o “Estados del bienestar”.
Así se rompía la dinámica de la primera industrialización de que tan sólo la propia familia podía proteger para la vejez o la enfermedad. Sólo la “prole” o la familia propias podían garantizar de alguna forma lo que hoy son derechos humanos inalienables: la jubilación (etimológicamente proviene de “júbilo”), la protección de la salud y el acceso a las curas médicas, la formación laboral y la educación en general, las condiciones óptimas de trabajo, el salario mínimo, la defensa legal en caso de conflicto laboral, etc.
No olvidemos que Marx recuperó el viejo término romano de “proletarius” para destacar la desposesión, subordinación y damnificación última de los trabajadores en la sociedad industrial. Pero en las últimas décadas del siglo XX se dejó de hablar de “proletariado” por la transformación postindustrial y cognitiva del sistema productivo y el trabajo, por la extensión de las estructuras de protección del Estado del bienestar, por la caída de la URSS, la evolución de la China y por el desuso de la vieja terminología marxista.
La gran alternativa a esa terminología obsoleta es el término “cognitariado” pues describe la evolución postindustrial del sistema productivo, de los turboglobalizados flujos financieros, tecnológicos, etc. y en la naturaleza dominante del trabajo.
Ahora bien, como también se está produciendo un decidido desmontaje del Estado social y del bienestar en los países que han podido alcanzarlo, también se propone otro termino “precariado”. Lamentablemente también éste es descriptivo de la situación actual de creciente precariedad social.
En origen el término "precariado" fue aplicado pensando en grupos sociales que incluso tenían dificultades para acceder al empleo y al trabajo. Los primeros “precarios” estaban pues en grupos en peligro de exclusión y cercanos al “lumpen proletariado” de Marx. Hoy los asociamos al llamado "cuarto mundo" que, a pesar de vivir dentro del “primer mundo” avanzado, sufre sus mayores inconvenientes sin tener ninguna de sus ventajas. Son ejemplos de ello: los homeless de las grandes ciudades o los banlieusards concentrados en los suburbios metropolitanos...
A partir de la década de 1950 y especialmente de 1960, se produjo una mitificación de cierto lumpen proletariado a veces situado al límite de la legalidad. Así como muchos marxistas reivindicaron el trabajo manual frente al intelectual y sacralizaron los obreros como el “sujeto de la historia”, el Situacionismo (y algunos otros antecedentes de los llamados nuevos movimientos sociales) buscaron en lo que podemos calificar de “lumpen precario” el impulso revolucionario, que ya no percibían en los “aburguesados” obreros industriales (por ejemplo en la empresa automovilista francesa Renault).
Sin duda, el Situacionismo y otros jóvenes miembros de los nacientes nuevos movimientos sociales veían en ese lumpen proletariado a la alteridad más contrastada de comportamientos y actitudes con respecto a la instalada generación de sus padres. Además, si bien daban por supuesto un cierto Estado del bienestar, ya no compartían el relato e imaginario marxista. Por eso la mítica del obrero revolucionario fue sustituida lentamente por la de un más revolucionario “lumpen precariado”.
Significativamente ello era paralelo al descubrimiento que el conocimiento (incluso en sus aspectos más banales de la sociedad del espectáculo de Guy Debord) era el factor productivo decisivo en las sociedades avanzadas. Conscientes de ello, el Situacionismo asumió una actitud claramente negativa, destructiva e iconoclasta frente a la “alta cultura”, la tecnología avanzada y el conocimiento.
Del antiarte y de las Vanguardias, el Situacionismo pasó al activismo político y a luchar para liberar una vida cotidiana capturada por la sociedad del espectáculo. Desde esta perspectiva, la importante tendencia en los años 60’ y 70’ de muchos hijos de clase obrera a utilizar la formación profesional u otra como ascensor social, fue vista como desclasamiento y aburguesamiento (que sin duda también se produjeron en muchos casos).
Ahora bien, la evolución histórico ha invalidado que hubiera ahí el nuevo y verdadero sujeto revolucionario que cambiaría por siempre la sociedad. Pero hay que reconocer con Greil Marcus que esa imagen a veces parece encajar con la creativa agitación en los barrios más degradados y en los grupos más marginados, que culminará con la música y movimiento Punk.
El resultado inesperado y creemos que erróneo fue oponer cognitariado a precariado. Ingenua o dogmáticamente, muchos estudiosos no fueron capaces de asumir una visión plenamente “macro” y escindieron los nuevos fenómenos sociales, sin ser capaces de criticar-los y –a la vez- reconocer su realidad histórica. No pudieron pensar ni criticar adecuadamente la postindustrialización turboglobalizada, cognitiva, financiera y tecnológica, como vinculada pero no idéntica tanto a las nuevas politizaciones, como al desmontaje del Estado social y del bienestar.
Sin auténtica macrofilosofía, se separaron las exigencias de creciente formación cognitiva de las nuevas reivindicaciones y politizaciones, e incluso de la creciente precarización de la población. Por eso la virulencia de la crisis del 2008 pilló por sorpresa no sólo a los confiados liberales, sino también a los viejos marxistas que todavía esperaban una situación revolucionaria.
Como en los distintos “mayos” de 1968, tampoco se percibieron bien ni las causas, ni las consecuencias, ni el potencial critico… del 15M, los indignados, las primaveras árabes, “Occupy Wall Street” o las manifestaciones brasileñas de junio del 2013. No se percibió, entendió ni valoró adecuadamente la amenazadora precarización de las clases medias crecientemente cognitivas que están en la base de los mencionados movimientos.
Igual como acríticamente se asociaba los trabajos “intelectuales” o cognitivos a la burguesía, ya fueran las clases pudientes o los “pequeño burgueses”; también se minimizaron o menospreciaron los movimientos mencionados. Sólo ahora que parecen haber quedado en “stand by”, muchos se dan cuenta de que han estado las más grandes apuestas revolucionario-reformadoras de los últimos años.
Pero no termina de percibirse aún hasta que punto todo el cognitariado (aunque sean técnicos de muy alta formación) está amenazado por la obsolescencia y la precariedad cognitivas. Hasta que punto también depende de su fuerza de trabajo (aunque no sea física, sino intelectual) y que ésta manifiesta hoy una enorme precariedad precisamente por los efectos imprevistos de la turboglobalización y la sociedad del riesgo (Ulrich Beck).
Pues, aunque a veces el cognitariado consigue ser el gran vencedor de la sociedad postindustrial del conocimiento, muchas otras veces fracasa y es su gran damnificado. O bien simplemente, consigue sobrevivir –vendiendo su fuerza cognitiva de trabajo- y evitar hundirse en la precariedad –que como veremos le es amenazadoramente intrínseca-.
Pues con el desmontaje del sistema de protección social del Estado del bienestar a partir de la década de 1980, muchas de las debilidades e inseguridades experimentadas por el “cuarto mundo” o el lumpen se extendieron a más y más grupos de las clases bajas e incluso medias. Con la crisis del 2008 esta tendencia ha alcanzado incluso a grupos de las clases altas, antes aparentemente a resguardo de tal precariedad.
Por tanto, de manera imprevista y como un “daño colateral” del capitalismo cognitivo postindustrial, ascienden por la jerarquía social fenómenos tradicionalmente vinculados a las clases populares y trabajadoras como: el desempleo, la obsolescencia profesional o el fracaso en el reciclaje laboral. Pues el desmontaje del Estado del bienestar y el cierre deslocalización de empresas, no sólo afecta a los obreros y clases populares, sino también a las clases medias formadas por trabajadores cognitivos (administrativos, técnicos, especialistas y gerentes).
Estas clases –asalariadas aunque sean calificables de “medias”- son además las que reciben sobre sí la mayor parte de las cargas fiscales, frente a la corrupción y la evasión sistemática de impuestos sólo posible en gran escala para las clases altas. Nadie discute hoy que es sobre esas clases medias –ya muy estresadas y damnificadas- sobre las que ha recaído gran parte del aumento impositivo desde la crisis del 2008.
Por otra parte, en la actual sociedad de la ignorancia, su fuente de trabajo y de valor (su cognición y profesionalización) está crecientemente amenazada por la obsolescencia generada por la turboglobalización actual. Tal precarización y obsolescencia ha ido subiendo en la escala social afectando progresivamente más a médicos, arquitectos, ingenieros y expertos que tienen dificultades para actualizar su cognición de acuerdo con los nuevos tiempos y el “progreso” tecnológico. En plena crisis post2008, se ven afectados en España por los brutales recortes y privatizaciones en sanidad y educación, además de la explosión de las burbujas constructiva, hipotecaria y financiera.
Por tanto, hoy también las clases medias y altas pueden sufrir –a lo largo de su vida- los “daños colaterales” de la acelerada y turboglobalizada sociedad del conocimiento. Pues, para triunfar duradoramente en ella, también las clases medias y altas tienen que formarse cognitivamente y devenir por tanto "cognitariado". Aunque tengan otras importantes posesiones, también para ellas y a largo plazo su capacidad cognitiva es su principal propiedad. Por tanto, la misma dialéctica que lleva la “sociedad del conocimiento” a devenir una “sociedad de la ignorancia” o de la incultura, también lleva al cognitariado más productivo a caer –muchas veces- en el precariado más expuesto.
La liquidez e inestabilidad de lo que Zigmunt Bauman llamó “la modernidad líquida” y que coincide con la postindustrial y turboglobalizada sociedad del conocimiento, genera riesgos y precariedades imprevisibles para todo el conjunto de la sociedad. Evidentemente hay importantes diferencias pero, la desaparición de las tradicionales garantías y seguridades (familiares, de clase...), el desmontaje del Estado del bienestar y la obsolescencia profesional y cognoscitiva, amenazan con la "precariedad" a cada vez mayor parte de la sociedad (incluso profesionales, ejecutivos y miembros de clase alta).
La suma de todo lo que acabamos de comentar hace que las sociedades avanzadas postindustriales y cognitivas conviertan la precariedad en su característica más definitoria. Pues, la sociedad postindustrial y cognitiva lleva al extremo la tendencia moderna a la aceleración del tiempo y a la constante desconstrucción tecnológico-cultural. Hoy está amenazando casi por igual a todas las clases sociales basadas en la cognición y capital humano, si bien no tanto -paradójicamente- a las viejas clases basadas en propiedades o riquezas materiales.
Por tanto, es de la máxima importancia tomar conciencia de los mencionados hechos y tendencias para salvaguardar la lucidez, la adaptación a los crecientes retos e incluso la salud mental. Por algo estamos rodeados hoy de terapias, coatchings, libros de autoayuda… y múltiples depresiones.
Sea consciencia de clase o no, hay que asumir con lucidez y valentía que –en la sociedad postindustrial del conocimiento- prácticamente todos dependemos en última instancia de nuestras capacidades cognitivas. A diferencia del fordismo, el actual capitalismo cognitivo-postindustrial nos convierte a todos en cognitariado y, por tanto, todos somos precarios, precariado. Incluso nos vemos immersos en una loca y agotadora (sociedad del cansancio de Han) carrera en contra de nuestra precariedad y obsolescencia cognitiva.
El artículo completo está formado por los posts: PROLETARIADO
ES COGNITARIADO i COGNITARIADO
ES PRECARIADO
Ver también los posts:
EL GUARDABOSQUES PREMODERNO
EL MODERNO «JARDINERO» Y SUS HOMÓLOGOS
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4 comments:
Se podria tener en cuenta como la privatizacion actual del espacio publico impide que se pueda dar un nueva revolucion situacionista de este precariado cognitivo. Como se dio en el caso de los desalojos de las plazas del 15m. Internet quiza es la unica plataforma publica donde se pueda dar la revolucion. Ya que las nuevas ordenanzas de via publica impiden la emergencia de alternativas situacionistas. Este nuevo precariado es ocultado de las calles y se aisla a cada individuo de su propia conciencia de clase encerrandolos en sus hogares.
Omar.
Bien visto Omar. La dificultad de realizar actos revolucionarios en la calle y la sociedad "real" explicaria que muchos se refugien en Internet y se limiten a sus particulares y pequeñas redes sociales.
Ahora bien, quiero ser optimista y destaco que también se están recuperando como espacio comunes muchos espacios públicos. Y que -por tanto- se puede intervenir en ese sentido en las calles y la vida real.
Pero tienes razón en qué en Internet todo es o parece mucho más fácil!!!!!!!!!!!
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