¿Es la poco conocida película de la cineasta belga Chantal Akerman Jeanne Dielman, 23 Quai du Commerce, 1080 Bruxelles la mejor de todos los tiempos? Sorprendentemente, así lo atestiguan las recientes votaciones de 1.639 expertos cinematográficos seleccionados -como hace cada década- por la famosa revista británica Sight & Sound.
¿Qué virtudes han permitido la película de Chantal Akerman desplazar a la segunda posición el clásico de Alfred Hitchcock De entre los muertos, más conocida como Vértigo, que ganó en la votación del 2012 de esa misma revista? ¿Por qué motivos ha podido desplazar a la tercera posición Ciudadano Kane de Orson Welles, que ganó en las votaciones de las décadas entre 1960 y 2000?
Además, en los primeros lugares de la clasificación, pero siempre por debajo de la película de Akerman, se sitúan clásicos como Cuento de Tóquio de Yasujirō Ozu 1953, In the mood for Love o Deseando amar de Wong Kar-Wai (2000); 2001: Una odisea del espacio de Stanley Kubrick (1968), Mulholland Drive de David Lynch (2002), Cantando bajo la lluvia de Stanley Donen (1952) y -mucho más atrás- el ganador de la votación de 1952 el clásico del realismo italiano El ladrón de bicicletas de Vittorio De Sica.
Habrá quien diga que el gran mérito de Jeanne Dielman es ser una película sobre una mujer, dirigida por una mujer y con una perspectiva femenina de la existencia. Llámenme paranoico, pero a mi Jeanne Dielman me suena un poco -jugando con el alemán- a Juana 'La Hombre’, ‘La humana’ o incluso Juana ‘hombre muerto’.
Ahora bien, por mucho que en la votación pueda haber influido la idea de equilibrar la tradicional ‘masculinización’ del cine, creemos que hay que ir más allá. También hay que superar eufemismos tradicionales como ‘sobre gustos no hay nada escrito’ y la tendencia a refugiarse en la subjetividad de las valoraciones artísticas. Pues probablemente remite a un cierto cambio de mentalidad y de valoración de ‘lo fílmico’ que va más allá del feminismo, pero también de la noción tradicional vinculada al espectáculo, a la diversión, al entretenimiento y al gusto popular de las grandes masas.
Si atendiéramos a las cifras de espectadores de las distintas películas mencionadas, sin duda Jeanne Dielman está muy por debajo de todas ellas incluidos los dos clásicos relativamente exóticos del japonés Ozu y del chino hongkonés Kar-Wai. Parece claro que la popularidad y las cifras económicas no han influido demasiado en la elección de la ‘mejor’ película de todos los tiempos.
Pero es que, además, tampoco responde a las valoraciones más habituales sobre lo que hace atractivo o destacable a un film. Nos referimos a cosas como el carisma de los actores y su popularidad dentro del star system cinematográfico, la dirección hábil para marcar un ritmo ágil y brillante, la espectacularidad de las imágenes o efectos especiales, la solidez del guion y la seducción con que se narra la historia, los recursos técnicos visuales o musicales incorporados, la capacidad de distraer o entretener al público, etc.
Incluso a poco que analicemos el muy intencionado título escogido por Akerman: Jeanne Dielman, 23 Quai du Commerce, 1080 Bruxelles, ya indica que no quiso competir en esos aspectos cinematográficos, y más bien se optó por todo lo contrario. Pues hablamos de una sesuda y pausada película experimental de unas tres horas, mayoritariamente filmada con cámara fija, planos largos y poco variados. Además, básicamente la película sigue a las rutinas domésticas de un único personaje, una mujer, atendiendo a lo largo de tres días de esas tareas normalmente dadas por supuestas, elididas e invisibilizadas. Y para más inri, el aspecto más sorprendente de la protagonista y que seguramente podría despertar el interés ¡morboso e incluso polémico! del público, resulta sistemáticamente elidido y poco filmado.
Digámoslo claro, es manifiesto en la película y relevante para su desarrollo que Jeanne ejerce la prostitución durante la noche, pero, se evita filmar las muchas tramas o entrar explícitamente en las problemáticas que seguro que surgen en tales circunstancias. Al contrario, se opta por una opción mucho más difícil: insinuar la crisis existencial resultante de centrarse en las tareas de supervivencia hasta el momento ¿clave del día? de prostituirse.
Pero sin que los detalles más o
menos escabrosos, distraigan al público de ese hecho básico, provocador y
angustiante. Si el público quiere detalles… debe imaginárselos por contraste
opresivo con respecto a lo que se filma y se le ofrece: el comportamiento banal
del resto del día.
Podemos imaginar pues, que Akerman plantea la película como un cierto experimento provocador que nos lleva a exclamar: ¡Qué vida la de esa mujer! ¡Y la de muchas otras! ¿Por qué lleva esa vida y qué sentido tiene? ¿Cómo puede sobrellevarla? La película plantea reflexiones inquietantes del tipo: muchos hacemos prácticamente las mismas cosas en nuestra vida cotidiana y con similar banalidad e inconsciencia… para poder dedicarnos a profesiones u objetivos vitales aparentemente muy diferentes al de Jeanne… o ¡quizás no tan diferentes! ¿Nuestra vida y muchas otras vidas son realmente incomparables a la de Jeanne? ¿Cuantos matrimonios sin amor son en realidad para las mujeres una suma fría, mecánica y frustrante de servicios de limpieza, alimentación... y sexuales?
¿ESTÁ CAMBIANDO EL MODELO DE CINE? JEANNE DIELMAN COMO SÍNTOMA
En principio, Jeanne Dielman plantea un enigma comparable a los que plantean Hitchcock o Welles. Vértigo nos intriga por la compleja transferencia de obsesiones que es produce entre esa mujer que se parece a la del cuadro y el expolicía que la vigila. Ciudadano Kane nos hace preguntarnos ¿por qué alguien se plantea la vida de la manera como lo hace Kane y por qué ello despierta a la vez tanto escándalo y tanta admiración?
Pero no se nos escapa la diferencia de qué Hitchcock consigue conducirnos a través de un mecanismo de relojería de precisión desvelando una trama astuta y complejísima, así como la tragedia de los personajes que quedan prisioneros de ella, aunque incluso puedan llegar finalmente descubrirla. Welles quizás deja más sugerida y abierta la motivación última, pero también termina clarificando lúcidamente muchos de los mecanismos que explican la compleja acción de los personajes.
Tanto Hitchcock como Welles consiguen una rotunda catarsis final un poco en la línea de ¡ahora veo claros la película y su sentido! Mientras que Akerman, aunque quizás pretenda algo parecido, juega a un nivel muy superior de indeterminación de los mecanismos implicados y exige mucha más implicación por parte del público, el cual debe esforzarse más en llenar los vacíos. Por otra parte, aunque haya algún tipo de catarsis final en Jeanne Dielman, no comporta un tranquilizador bajón de la tensión, como cuando en una buena deducción se coloca la orgullosa frase: ¡quod erat demonstrandum’ ¡Cómo se quería demostrar!
Parece pues que hay un cambio bastante rotundo, polémico, buscado e incluso con trasfondo bélico en apartar del privilegiado primer puesto como ‘mejor película de todos los tiempos’ a las mencionadas de Hitchcock o Welles y poner en su lugar a la de Akerman. Ya sea para crear polémica (pues de eso vive también el cine y el mundo contemporáneo) o porque los cambios sociales, ideológicos y tecnológicos están enfrentando dos grandes tipos de entender el cine. Pues, aunque todavía no puede definir un frente de batalla completamente coherente, parecen intuirse dos grandes bandos:
En
tanto que simulacro (de acuerdo con la definición de Jean Baudrillard) se
expone críticamente a sí misma a tal punto que tiende a autodestruirse. Guerrea
para ser inédita, innovadora y de autor, pero también para herir
provocativamente al público, obligándole a recepcionarla angustiadamente y a
activarse ante su bella evidencia críptica.
Es una imagen en movimiento construida artificiosa y cuidadosamente como 'evento' plástico que en otros tiempos calificaríamos de revolucionario. Como las 'situaciones' que creaba la Internacional Situacionista del dictatorial Guy Debord, es un 'dispositivo' político-artístico destinado a romper el dominante 'régimen' visual y epistémico (Foucault, Deleuze).
Desde esta perspectiva
sustituir a Vértigo y Ciudadano Kane por Jeanne Dielman, es decir a Hitchcock y
Orson Welles por Chantal Akerman, es un auténtico desafío y un certero ataque al
cuartel de mando y a los valores que cohesionan el cine tal y como se ha venido
considerando mayoritariamente el cine hasta ahora.
Parece que el cine está basculando a favor de imágenes construidas para provocar las mentes, para subvertir los significados presuntamente poseídos, para inquietar las comodidades acumuladas, para profanar los hábitos cultivados y para desquiciar los prejuicios asumidos. En esa evolución, el cine seguiría gran parte del arte plástico y especialmente del digital, donde las instalaciones o las evoluciones actuales de las performances o happenings ciertamente no quieren entretener ni divertir y que, si proponen algún tipo de ‘sentido’, en absoluto lo quieren evidente, moralizador o tranquilizante.
Por eso el campo semántico que utilizan se dirige más bien a los sentidos, al ánimo y a las emociones, que no a la razón o al intelecto. Su objetivo es sobre todo convocar intensidades, fuerzas, potencia y energía; quieren realizar experiencias, sugerir complejidades, mostrar caos y traumas, o bien crear atmósferas iniciáticas o momentos mágicos. Incluso el azar deja de ser visto como una catástrofe a eliminar para potenciarlo como un elemento creativo más.
Ese mundo cinematográfico cada vez más poderoso representa una versión vanguardista radical del despotismo ilustrado porque efectivamente todo se hace para, con y desde el público; pero -sutilmente- sin el público (o incluso en contra de su voto cotidiano manifestado en lo real y masivamente visualizado). Pues, aunque tiene sus muy fieles fans, prefiere subvertir la preferencia primera y estándar de las masas.
A pesar de que el cine experimental, digital y vanguardista se considera ‘liberador’ y por tanto heredero de la Ilustración revolucionaria, se niega a considerar al público mayoritario no como el pueblo soberano al que se debe obedecer, sino como a un niño que tiende a lo fácil, lo trillado, lo kitsch y cursi; por lo cual hay que educarlo malgre lui. Se le tiene que formar para entender y querer apuestas o retos superiores a los que está acostumbrado. En definitiva, se lo tiene que emancipar tanto más cuanto menos ganas tenga de ello, pues la pereza y la falta de ‘ganas’ son señal (como apuntaba ya Kant) de no haber alcanzado todavía ‘la mayoría de edad’.
El cine de Chantal Akerman a Albert Serra, pasando por el arte digital mayoritario ahora mismo, se caracterizan por -sobre todo- poner a trabajar al público, aunque sea en contra de su voluntad o de su tendencia ‘culpable’ al espectáculo, la mera diversión y a lo que le entretiene. No se nos escapa la paradoja un tanto ‘autoritaria’ de que considera como lo esencial de la obra de arte, de la actitud estética y del cine experimental o incluso independiente como obligar al público a pensar y mirar ‘imágenes en movimiento’ de otra manera, como pretendían ‘las situaciones’ revolucionarias que pretendían crear Debord y la Internacional Situacionista.
La paradoja es clara: quieren considerar el público como suficientemente adulto para no tener que ser dirigido por un 'mensaje' verbal y guionizado para que pueda entender y decodificar las imágenes. Por eso, en su debate con Pere Portabella en la Filmoteca de Catalunya, Albert Serra propone eliminar -como un 'crimen'- todos los 'planos de transición' usados en el cine. Así prolonga -en versión fílmica- la radical estigmatización de la ganga 'decorativa' que llevó a cabo el arquitecto Adolf Loos en su artículo Ornamento y delito hace ya más de un siglo.
¿Puede por estos derroteros la elección que comentamos de la ‘mejor película de todos los tiempos’? Al menos parece que hay subyacente una guerra mucho más compleja y que va más allá de reposicionar las mujeres cineastas en la historia y los rankings, aunque siempre se suman distintas batallas y diferentes objetivos ‘militares’. En el mundo icónico de Jeanne Dielman, el público tiene más ‘trabajo’, responsabilidad, agencia y centralidad que en cualquier otro momento artístico y más que en el cine enemigo.
Tenemos
antecedentes de esas estrategias estéticas en DADA, el Surrealismo, las
catacumbas pop-art, de Studio 54 y The Factory de Andy Warhol, o
en la 'fiesta postmoderna'. Por eso, aunque la tecnología digital le dio un
impulso decisivo, ya antes de ella existían teorizaciones, prácticas y formas
alternativas de producir, tratar y conceptualizar la imagen en movimiento.
Superado el primer rechazo basado nostálgicamente en la pretendida superioridad de las viejas tecnologías, lo digital parecía la gota que colmaría definitivamente el vaso y abriría a una nueva hegemonía estética, libérrima y basada en el riesgo. No obstante, apareció un importante bloqueo, que detecta agudamente Albert Serra, con la serie de crisis económico-financieras del 2007-10 y la austeridad que se implantó desde ellas hasta hoy.
Ciertamente, ello no hizo ociosa ni terminó la guerra de los mundos, en el cine, pero sí que la prolongó llevándola a una vía más lenta que la Blitzkrieg inicial. Y nos instaló en la fangosa guerra total actual donde las trincheras de Verdún están en todas partes sin excepción. Por eso tendremos que acostumbrarnos a que películas como Jeanne Dielman pasen a disputar los puestos privilegiados del cine, ni más ni menos, que a Vértigo, Ciudadano Kane o El ladrón de bicicletas.
A partir del artículo "‘Vértigo’ y ‘Ciudadano Kane’ desplazadas por ‘Jeanne Dielmann’" de G. Mayos en la revista Rialta, Alianza Iberoamericana para la Literatura, las Artes y el Pensamiento del 12 diciembre, 2022.
2 comments:
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Kampus Teladan
Kampus Teladan
El cine está cambiando y se está volviendo más complejo, Abdullah.
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