Un segundo presupuesto compartido por la mitología griega y la religión judaico-cristiana es que la tecnología adviene a la humanidad a causa de un vacío, de una ausencia, de una carencia y de un fallo, imputables a la vez a la propia humanidad y a agentes ajenos a ella.
Por eso en la simbología mitológica y religiosa, la tecnología es un crimen fundacional ya que transforma la naturaleza humana, quiere suplir un vacío en ella que se quiere colmar o complementar protésicamente, pero que siempre exigirá ser rellenado y saciado en una sucesión infinita de prótesis que van transformando profundamente a la misma humanidad. Por eso el extraño animal humano adquiere una condición infinitamente abierta que rompe con la estricta determinación y con la separación entre lo natural y lo artificial. El origen 'criminoso' de la tecnología provoca un desajuste, un vacío y una indeterminación perpetuos, en movimiento performativo, en cambio autopoiético y en evolución cultural-tecnológica y ya no sólo biológica.
Por un lado, rompe rupturistamente el designio divino de una perfecta estabilidad eterna; por otro, sitúa la humanidad en el cambio perpetuo y en la destrucción creativa constante. A partir de ahí, la evolución técnica humana deja incluso de ser lineal y pasa a ser una suma de rupturas imprevistas y de saltos cuánticos inconmensurables. La inicial y constitutiva traición a los dioses comporta negar el ser inocente y la existencia básicamente espiritual a la que era destinada la humanidad, para caer en otra muy diferente, artificial, culpable y perversa.
Entonces, la humanidad caída debe compensar lo perdido y el vacío que le ha sobrevenido, creándose por sí misma una naturaleza vicaria y complementaria a través del esfuerzo, el sudor y el trabajo. Fuera del paraíso, de la inocencia y del disfrute espiritual contemplativo, la humanidad debe crearse -con sufrimiento y como castigo- un ser cultural, técnico y social que -como destacará Rousseau y profundizará Freud- arraiga en la antinaturaleza, el mal, el malestar, la hipocresía, el engaño, la ley del más fuerte y la desigualdad. Así, los humanos inician su acelerada evolución tecno-cultural que incluso les transforma la filogenética heredada. Entonces, aplicando Simone de Beavoir a nuestro contexto, podemos decir que la ruptura tecnoanimal hace que el ser humano “no sea, sino que deviene”.
El mito de Prometeo y el Génesis bíblico exponen el crimen originario de la antropotécnica humana (Sloterdijk, 2012 y 2006) que conlleva un nuevo tipo de evolución cultural y artificial, que tiene un potencial incluso destructivo para el propio modo de existencia humano, para lo que hoy entendemos como humano. No es de extrañar, pues, el actual temor ante la inteligencia artificial y la aparición de máquinas que pueden diseñar, crear y fabricar otras máquinas, que es -recordemos- la característica más revolucionaria del homo faber. A partir de aquí la muerte de dios -de los dioses olímpicos o de los diversos monoteísmos- puede prolongarse como muerte del hombre (Anders, 2011), el cual (según piensa Foucault, 1993) fue su breve y enloquecido sustituto.
Dualidad
abstracto-concreta de la tecnología y de la condición humana
Como vemos, para los monoteísmos abrahámicos, pero
también para el politeísmo griego, un mismo 'destino' marca 'a fuego' tanto a
la tecnología, como a la especie humana. El ser antropotécnico tiene una
dualidad constituyente a la vez genético-animal y tecnológico-cultural-artificial
que tradicionalmente se ha visto como un peligroso endiosamiento. Suma el
potencial de los arquetipos, de los conceptos, de los Eidos, de los
universales y del ‘mundo-3’ que -para Karl Popper (2007 y 2002)- incluye las
leyes matemáticas, las teorías, las evidencias de regularidades cósmicas y,
también, las ‘conjeturas y refutaciones'.
Pero se aplica tarde o temprano a desarrollos
materiales, concretos, performativos y empíricos. Por eso, sin dejar de aspirar
a teorías universales y a ideales abstractos, ni la humanidad ni la tecnología
pueden escapar al salto ontológico y epistemológico que conlleva la necesaria
concreción empírica y al hecho de tener que 'encarnarse' materialmente. Pues, tanto
la especie antropotécnica como las ciencias técnicas, que mezcla de teoría y aplicación
concreta, son inseparablemente formales y empíricas, esenciales y accidentales,
abstractas y concretas, espirituales y carnales... Tienen que jugar -en cierto
sentido- con la 'diferencia ontológica entre ser y ente' definida por Martin
Heidegger. Pues la aspiración a concebir epistémica y conceptualmente debe ser
compatible con la necesidad de llegar a alguna realización empírica y material.
Esa dualidad aspiracional fue percibida por las grandes tradiciones monoteístas y el politeísmo griego, y por eso coincidieron en denunciar que la tecnología y la humanidad comparten una cierta aspiración a trasgredir los límites impuestos por los dioses y convertirse inevitablemente mixtas, mostrencas, subversivas, pecaminosas y demoníacas. Pues como hemos visto, ambas han adquirido indebidamente un principio angélico, puro, abstracto, perfecto y lógico-universal, pero continúan necesariamente ligadas a la materia que siempre es imperfecta, carnal y sometida a espacio-tiempo. Por ello tienen dos naturalezas encontradas ya que son hijas de planes modélicos y de cálculos ideales, a la vez que de ejecuciones necesariamente aproximativas.
Dicho de una manera que puede provocar, pero que también clarifica: lo técnico y lo humano coinciden en mezclar las 'Tablas de la Ley' y las 'constantes universales necesarias' con las 'leyes de Murphy' y del azar. Pues lo antropotécnico es ciertamente sometido a leyes deterministas e invulnerables, pero al mismo tiempo a una ejecución pragmática, aproximativa y en la que nunca disfrutamos de un nivel de seguridad del cien por cien.
Tanto para la humanidad finita como para la tecnología
más poderosa, la perfección es una curva asintótica que nunca llega a
alcanzarse. Consciente de ello, Kant (1981) asimila el progreso a una curva
asintótica que, como tal, se aproxima infinitamente a la perfección, pero sin
que nunca pueda alcanzarla. Similarmente -dice Kant- la especie humana puede
ilustrarse indefinida y asintóticamente, pero nunca ningún individuo humano
concreto estará plenamente ilustrado.
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