Bauman (2007) dice que la actualidad es la era de los «cazadores» postmodernos que -paradojalmente- tienen mucho que ver con los llamados «promotores»,
«desarrolladores», «emprendedores» y «cognitariado». Todos ellos prescinden de grandes utopías, ideologías, revoluciones y proyectos
a largo plazo para limitarse a ir sobreviviendo, cobrarse individualmente las
piezas más valiosas y poder alargar así su precario proyecto personal.
Sin
duda, ello les cansa, les parece una esclavitud, lo valoran como poco rentable
o, simplemente, consideran un sueño imposible tener un jardín, cultivar sus
propias tierras, apacentar el ganado familiar o —incluso— construir una obra
ingenieril que debe durar a muy largo plazo como una gran presa.
Los acelerados cambios sociales han convertido
todos esos «sueños modernos» en demasiado tangibles, excesivamente «sólidos», poco
flexibles o adaptables a los postmodernos flujos financieros de los mercados y —también—
poco susceptibles de ofrecer los enormes beneficios a corto plazo que hoy
parecen imprescindibles.
En la aceleración neoliberal, muchas aspiraciones humanas básicas
representan inversiones demasiado a largo plazo. Por eso desagradan al capital
financiero que las siente como «fosilizaciones». Pero además tampoco pueden ser
asumidas fácilmente por los individuos que están obligados a construir su personal
“capital humano” y cognitivo. La aceleración neoliberal condena esas
aspiraciones humanas porque considera que “dan poco juego» y limitan el cambio
oportunista cuando aparecen ocasiones de negocio más lucrativas. Pues hoy la
principal exigencia “laboral” e incluso “existencial” es estar disponible para «cazar
al vuelo» las «oportunidades de negocio», que por naturaleza son circunstanciales
y efímeras.
Esos «cazadores postmodernos» no buscan
animales salvajes sino las más inestables e inseguras oportunidades, que
oscilan entre un trabajo provisional o a tiempo parcial, y los negocios más
«salvajes» y rentables. Pero ambos extremos coinciden en tener que centrarse en
apuestas laborales, económicas y tecnológicas a corto plazo, precarias y
siempre inseguras. Eso es lo que une tanto al miserable trabajo, hoy habitual,
como a las suculentas plusvalías que algunos pueden obtener: siempre son algo temporal,
rápido, efímero, precario, breve y sometido a la ley de: «rendimientos pasados
no garantizan rendimientos futuros».
Dicho esto, hay que advertir que el «cazador»
de Bauman (2007) coincide menos con la actitud, mentalidad e imaginario social
obligatorios tanto para el cognitariado y precariado (Standing, 2013; Mayos,
2013c), como los emprendedores y depredadores postmodernos. Pues el gran drama
conjunto del emprendedor posmoderno y del precariado cognitivo es que ya no les
está permitido concebirse viviendo en y de la naturaleza, obedeciéndola,
cuidándola y venerándola.
Insertos ya en el capitalismo turboglobalizado,
a todos ellos no se les ofrece el más mínimo ni estable «orden natural» y, aún
menos, la posibilidad de decidir que «algunas cosas están mejor sin tocarlas».
Por el contrario, todo les presiona para que se comporten como si todas las
cosas estuvieran para ser transformadas en oportunidades laborables, de negocio
y rentables Startups. En muchos sentidos los «promotores», «desarrolladores» y
«emprendedores» están sometidos a una muy similar presión que el precariado,
por eso tienen que mirar el bosque o los entornos naturales como meras
oportunidades circunstanciales que hay que poner en explotación.
Además, deben hacerlo sin pretender vincularse
o atarse a ellas como el «jardinero con su jardín» o «el agricultor con sus
tierras de labranza». Coinciden con todos los «cazadores» en no estar
dispuestos a desperdiciar o dejar de cobrar cualquier pieza de cierto valor;
pero tampoco se encariñarán con ella ni la cultivarán para que devenga su
«jardín», sus «tierras» o su «casa». Al contrario deben mantener la distancia y
el espíritu meramente depredador que lo reduce todo a una circunstancial
oportunidad de «curro» o de negocio que, siempre, será algo efímero.
Eso
significa en el mundo laboral actual que, al firmar el contrato inicial,
también firman inevitablemente las condiciones del despido. En el momento de
«entrar-invertir» en un negocio o Startup tienen que prever ya el cercano momento
de «salir-realizar-beneficios»... para dedicarse a otra cosa. Todos los trabajadores (sean manuales o no
intelectuales), y también los «promotores», «desarrolladores» y «emprendedores»
elogiados en las facultades de negocios, son «cazadores» precarios de
oportunidades.
Incluso pueden apostar por ellas a medio plazo esperando que
«madure» ese modelo de negocio. Pero llevan profundamente inscrita su
«precariedad» y, por eso, en todo momento están obligados a prestar atención a
otros posibles empleos y «emprendimientos» alternativos. Además sabiendo que
—siempre y por su naturaleza— son efímeros, que no pueden eternizarse en ellos
y, por tanto, calculando cuál es mejor momento para salir o cambiar.
Los «emprendedores», «cognitariado» y «precariado»
del capitalismo turboglobalizado están obligados a vivenciarlo todo como alguna
de las oportunidades laborales o de negocio que se presupone que deberán
ejecutar, explorar, desarrollar y poner en explotación a lo largo de su vida. Todo
impulsa para que no solo configuren así su vida profesional, sino también
todos los aspectos de la vida cotidiana. Pues, incluso las relaciones
personales se verán afectadas por ese tipo radicalmente «instrumental» de
subjetivación y de actitud.
Incluso las parejas sentimentales son vistas
como oportunidades de vida feliz y para determinados goces pero, por supuesto,
sin compromisos eternos ni incluso a largo plazo. La aceleración
turboglobalizada de la destrucción creativa hace que sea casi imposible pensar
en esos términos y más allá de pasado mañana. Aún más, obliga a verlos como
algo condenado al fracaso, como una alienación que «se puede querer» pero que
—en todo caso— «se sabe» que no se podrá tener.
Únicamente resulta posible pues una carrera
incesante, con solo metas volantes temporales, que tan solo sirven para
recuperar el aliento y que se basa en la pesadilla, que Bauman (2007) llama
«sueño» y «utopía» «de un trabajo sin final». Además, y a diferencia de los
cazadores tradicionales que gozaban de una cierta solidaridad pues a menudo
debían atacar en grupo, los emprendedores, promotores y desarrolladores de
nuevas tecnologías u oportunidades de negocios básicamente son individuos que
compiten entre sí. El capitalismo turboglobalizado también comporta que
terminen compitiendo entre sí el «cognitariado» y el «precariado».
Les impone un muy parecido destino existencial,
esto es la potenciación de la destrucción creativa y la «individualización» por
el neoliberalismo. Pues incluso el famoso liderazgo cooperativo y el trabajo en
grupo es una pausa en la guerra de todos contra todos; como decía Foucault
(inspirado por Claussewitz): la política y la diplomacia son la continuación de la guerra por otros medios.
Por eso, «emprendedores», «cognitariado» y
«precariado» tienen que asumir el laberinto del desierto como su destino. Saben
que en plena turboglobalización ya no quedan espacios naturales libres y no
explotados, donde asentarse definitivamente para devenir «jardineros», «agricultores»
o «ganaderos» sedentarios. Ya no queda ningún lugar libre, fijo, «propio»,
sólido y permanente en que el cansado «guerrero» pueda establecer su «hogar», y
donde pueda plantar la semilla de su «linaje» y un proyecto familiar a largo
plazo.
En el laberinto del desierto —como en las
películas de Mad Max— ya no existe ningún lugar donde establecerse, «echar
raíces» y colgar el cartel de «hogar, dulce hogar». Ello es comprensible porque
el capitalismo cognitivo define un mundo básicamente virtual, más vinculado a
la tecnología en acelerada destrucción creativa, que a la vida estable de los
antiguos modelos de «jardinero» o «guardabosques». El capitalismo cognitivo turboglobalizado
obliga a la gente a mantener siempre «abierta su biografía» (Honneth, 2009) y
—además— les devuelve sus ideales autoexpresivos en forma de presiones y
exigencias sociales que —como hemos visto— generan nuevas y muy extensas
patologías.
El capitalismo cognitivo y turboglobalizado
define un mundo en transformación constante donde —como en las dunas del
desierto o las olas del mar— se puede circular a gran velocidad, pero es
prácticamente imposible instalarse permanentemente en parte alguna. Es un mundo
infinito, sin límites, ni condiciones... siempre en tránsito y donde todo está
en mutación perpetua, pues todo lo sólido se desvanece en el aire (decía Marx).
Ciertamente los «emprendedores», el
«cognitariado» y el «precariado» son educados para cazar toda oportunidad
laboral o de negocio. Toda su formación está cada vez más focalizada a que —en
medio del laberinto del desierto— estén atentos a detectar posibilidades de
trabajo e —idealmente— promoverlas, desarrollarlas y convertirlas en rentables
Startups.
Pero —insistimos— por rentables que sean esas
«oportunidades» jamás pueden confiarse en que serán su «tierra prometida»,
donde dejar de ser extranjeros, instalarse permanentemente y multiplicarse. La
aceleración turboglobalizada de la destrucción creativa no permite tales
niveles de «solidez» y, por tanto, tan solo pueden ser pequeños oasis dispersos
en medio del infinito. Pueden constituir una oportunidad de negocio e incluso
un oportuno descanso, pero jamás un hogar a largo plazo.
Pues los siempre cambiantes vientos del
desierto pueden sepultar en arena cualquier oasis. Como un destino ciego, los
mismos vientos que hoy despejan y hacen posible un oasis, mañana volverán a
sepultarlo. Por ello, esos nuevos cazadores en que se han convertido —lo
quieran o no— los «emprendedores», el «cognitariado» y el «precariado» del capitalismo
turboglobalizado, tendrán que abandonarlos más pronto que tarde para buscar
otros oasis y oportunidades en un horizonte sin fin y donde ya nada es
permanente.
No debe extrañar pues que en el capitalismo
cognitivo turboglobalizado la patología emblemática o —incluso— el gran pecado
laico sea desfallecer, rendirse, dejar de correr y bajar los brazos, ser
incapaz ya de reinventarse o de volver a salir a la descubierta. Solo pensarlo
provoca terror en el cognitariado que obligatoriamente tiene que habitar en el
laberinto del desierto y, por eso, lo llaman: quemarse, síndrome del burnout,
obsolescencia.
Como vemos, a los «emprendedores»,
«cognitariado» y «precariado» del capitalismo turboglobalizado, sobre todo les
es prohibido comprometerse e implicarse personal o a largo plazo con un
trabajo, negocio, inversión o incluso una "relación" concretos. Por ello no nos debe extrañar que jamás
puedan llegar a tener para ellos el valor utópico, «absoluto» y vinculado a su
misma identidad del «jardinero», ni tampoco el respeto humilde del
«guardabosques». Tanto uno como el otro se sienten felices en sus respectivos
mundos y no quieren abandonarlos. Tanto para uno como para el otro, el jardín y
el bosque forman parte de su ser más querido, íntimo y profundo. Para ellos es
lo más parecido a lo que Taylor (1996) llama su «hiperbien», que está por
encima de todas las cosas y por lo que vale la pena sacrificarse.
A largo plazo y dados lo grandes bandazos y
crisis que provoca la acelerada destrucción creativa, es muy difícil
distinguir a entre «emprendedores», «cognitariado» y «precario». Aunque
coinciden en que no pueden permitirse comprometerse a fondo ni personalmente
con un trabajo, proyecto, promoción o empresa Startup concreto y a largo plazo.
Para ellos solo lo efímero y lo precario es posible, como si estuvieran bajo la
cruel ley que enuncia el sabio sátiro Sileno: miserable y mortal especie de
humanos, lo mejor para vosotros sería no haber nacido; pero puesto que ello ya
no es posible, lo mejor para vosotros es morir jóvenes.
Capítulo de Homo
obsoletus. Precariedad y desempoderamiento de Gonçal Mayos en ed.
Linkgua.
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EL MODERNO «JARDINERO» Y SUS HOMÓLOGOS
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