Unas sociedades se estructuran
básicamente bajo la metáfora del "guardabosques", mientras que otras responden a la "figura" del «jardinero». Para Bauman (2007) el "guardabosques" es un modelo premoderno, mientras que el «jardinero» es básicamente un modelo moderno. Ahora bien, el
capitalismo fordista responde también a las figuras metafóricas del «tecnólogo» o el
«ingeniero», y las todavía agrícolas del «agricultor» o el «ganadero».
Las presuposiciones y actitudes
subyacentes a esas sociedades son que es necesario dominar y mejorar el orden
natural, definiendo un progreso infinito inspirado en una utopía. Pues el "jardinero", como los «tecnólogos», los
«ingenieros», los «agricultores» y los «ganaderos», quiere perfeccionar y
transformar conscientemente la preexistente naturaleza salvaje.
Así unos arrancan las
«malas hierbas», etc. (otros seleccionan y reproducen buenos especímenes de
plantas y animales, o construyen máquinas y otros dispositivos) siempre de
acuerdo a objetivos propios que saben en gran medida «artificiales» pero
consideran "superiores". El jardinero parte de planificaciones, diseños y objetivos propios,
a partir de los cuales interactúa (de tú a tú o incluso como «su dueño») con la
naturaleza, por una parte forzándola y dominándola, pero por otra parte
estudiándola y aplicando las leyes que descubre en ella.
El «jardinero» (como los «tecnólogos»,
«ingenieros» e —incluso— «agricultores» y «ganaderos») encara las
complejidades y problemas del mundo bajo el modelo del laberinto babilónico,
lleno de puertas cerradas que hay que abrir y de callejones sin salida que hay
que sortear. Totalmente al contrario del «guardabosques», que no concibe salir
de su bosque por miserable o incómodo que sea vivir en él, el «jardinero»
quiere transformar completamente el entorno «natural» o «salvaje». Lo percibe
como un laberinto que bloquea sus ansias de libertad y dominio, pues su capacidad de
configurar nuevos órdenes en función de los propios diseños necesita espacio
«libre» y «abierto», donde pueda construir o cultivar con absoluta libertad.
Donde pueda edificar su jardín soñado.
Pues los modernos «jardineros», «tecnólogos»,
«ingenieros», «agricultores» y «ganaderos» adoran las utopías, el progreso y
siempre tienen un diseño propio del orden adecuado para el mundo. Les es
consubstancial tener una ideología o cosmovisión que tienden a imponer universalmente,
revolucionariamente y sin límites... No tienen los «prejuicios», las
cortapisas mentales ni el respeto ancestral que —como hemos visto— caracteriza
al «guardabosques».
Igual como no tienen respeto por las «malas
hierbas» ni por todo lo «salvaje» que se opone y bloquea sus planes soñados de
«jardín perfecto», tampoco tienen ningún respeto por los que no se movilizan
por su utopía o —incluso— no encajan en ella. Viéndolos como «malas hierbas» o
«salvajes incultos» tienden a interactuar ante ellos como muros y puertas cerradas que hay que
romper, abrir y eliminar para dejar espacio al «progreso», a la «perfección»
diseñada, a un mundo-jardín construido sobre la base de la tecnología.
Llevados
por su misma voluntad de poder (Nietzsche) y sus ansias de progreso, utopía,
revolución, plenitud y perfección (Mayos, 2004: 157 y ss), hay en ellos una
significativa tendencia a la exclusión de lo que se opone a «esas maravillas
que imaginan». Por eso, incluso muchas veces tienen violentas
tendencias de colonización y totalitarismo.
Como valoran tanto su utopía,
designio, voluntad de poder, capacidad de hacer «progresar» al mundo y de
llevar a cabo una radical «revolución» de las cosas, les cuesta respetar a los
que se oponen a tales mejoras. Pues -piensan- ¡todo sería mejor y mucho más fácil si no
existieran! Quizás esa pulsión puede explicar también la «oscura» relación que
según Michael Mann (2009) parece haber entre modernidad (incluso democrática)
y campos de internamiento-exterminio, limpiezas étnicas y genocidios. En esa
línea pero más radicalmente, Giorgio Agamben (2005) ve en el estado de
excepción una constante de los regímenes modernos.
En su búsqueda de perfección, generan ciencias,
epistemes, disciplinas o saberes (Foucault, 1993) que les permitan dominar los
distintos objetos que configuran. Así surgen la jardinería, la agricultura, la
ganadería, las tecnologías y las ingenierías. Incluso y en la medida que ese
saber es proyección del poder de su designio, esperan de esos saberes que
refuercen y retroalimenten el poder del que surgieron. Todas esas disciplinas
tienen como objetivo primordial «introducir» sus respectivos órdenes y
designios superiores en las cosas y en un mundo que —sin su intervención—
serían salvajes, silvestres, no «humanizados», no explotados y sin «perfección»
técnica.
La mentalidad profunda de «jardineros»,
«tecnólogos», «ingenieros», «agricultores» y «ganaderos» coincide en esos
presupuestos básicos. Además suelen estar en constante pugna por ampliar y
perfeccionar «su diseño» lo máximo posible; hacerlo más extenso y más perfecto
en su concepción. Detrás de la simpatía que pueden despertar, tienden a ser colonizadores e, incluso, totalitarios por
naturaleza y convicción, pues aspiran a convertir «su diseño» en universal,
omnipresente y total tanto en extensión como en intensidad.
Consciente o
inconscientemente, tienden a querer que el mundo entero se configure deacuerdo a «su proyecto de mundo». Tienden a que el mundo sea como un jardín,
una inmensa huerta, un prado sin fin para su ganado, la «megamáquina» (Mumford,
2010) o la mayor obra de ingeniería concebible.
Pero la paradoja es que a menudo dependen en
gran medida y precisamente de lo no ajardinado, del bosque más allá de la
huerta y del prado, de lo todavía salvaje y no urbanizado... Karl Polanyi
(2003) explicó muy bien las dificultades vividas por los campesinos ingleses
cuando se privatizaron los bosques y prados comunales. Fueron obligados a
emigrar masivamente a los suburbios urbanos pues ya no podían mantenerse
incluso teniendo tierras que cultivar. Necesitaban complementar sus cultivos
aprovechándose de las tierras comunales: recogiendo leña, cazando o pescando
ocasionalmente, recogiendo frutos, tubérculos u hongos silvestres, dejando
pastar en ellas alguna res, etc.
Los «jardineros», «tecnólogos», «ingenieros»,
«agricultores» y «ganaderos» de la modernidad viven en gran medida y todavía de
eso otro que está más allá de lo que ellos han construido. Quizás no dependan
de él directamente, pero lo presuponen; dependen de que en alguna parte
todavía haya tierras «libres», materias primas que explotar, selvas que talar y
poblaciones de lo que hemos llamado «guardabosques» que desplazar o colonizar.
Por eso, su mismo deseo de expansión puede convertirse en la fuerza que los
haga mutar de manera profunda, cuando finalmente desaparezca esa alteridad que
van reduciendo por su misma dinámica.
Los «jardineros», «tecnólogos», «ingenieros»,
«agricultores» y «ganaderos» se ven obligados a transformarse por su mismo
éxito. Cuando los turbohumanos ya no tengan qué explorar, desbrozar, colonizar,
explotar, tecnificar y urbanizar dejarán totalmente de concebirse ante un
laberinto babilónico (que presupone una salida y un más allá sin puertas ni
muros), para darse cuenta que han entrado (y ahora sin salida definitiva) en el
laberinto del desierto.
Y este no tiene fin, ni salida. Tan solo tiene pequeños
oasis, ríos temporales, lagos que se secan, dunas que hoy descubren importantes
ruinas o riquezas —pero que mañana vuelven a quedar cubiertas—, depósitos
subterráneos de petróleo, gas o agua...
Capítulo de Homo
obsoletus. Precariedad y desempoderamiento de Gonçal Mayos en ed.
Linkgua.
Ver los posts:
EL GUARDABOSQUES PREMODERNO
EL MODERNO «JARDINERO» Y SUS HOMÓLOGOS
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EL GUARDABOSQUES PREMODERNO
EL MODERNO «JARDINERO» Y SUS HOMÓLOGOS
CAZADORES
DE OPORTUNIDADES: COGNITARIADO, PRECARIADO, EMPRENDEDORES
VERDAD,
HIELO FRÁGIL Y PENDIENTE RESBALADIZA
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3 comments:
Interesante artículo Sr. Mayos.
He leído en diagonal y me ha parecido que se establece analogía entre la figura del jardinero y el que-ama-y/o-genera-progreso, por un lado; por el otro: el "guardabosques" y un tipo que conserva-el-estado-de-cosas-prescindiendo-del progreso (o sin creer en éste como generador de valores positivos).
Una aportación personal, que creo relacionada:
El amor es lo contrario del poder.
... y añado, gratuita y osadamente: a Nietzsche le faltaba corazón para AMAR, en mayúsculas, a su prójimo. Por extensión somos una gran familia humana. :)
Reciba un cordial saludo :)
Es verdad, apreciado Grunx, que las tres grandes figuras metafóricas que comento coinciden en amar.
Pero tanto EL GUARDABOSQUES PREMODERNO, como EL MODERNO «JARDINERO» y el CAZADOR DE OPORTUNIDADES 'aman' de forma muy distinta e incluso opuesta.
Son amores y valoraciones tan opuestas que muchas veces no nos damos cuenta de esa coincidencia. Incluso consideramos que algunos no son dignos del término 'amor'. Y entiendo que se piense así.
Además su amor no está separado de un cierto poder e incluso voluntad de dominio.
Piense que el jardinero ama enormemente su jardín, pero lo desea y quiere de una forma muy concreta. Y todo lo que se sale de su ideal y amor, es cortado, limpiado o excluido.
Por eso se dice (¡y es verdad!) que los jardines reflejan perfectamente la mentalidad de su poseedor o 'jardinero jefe' (no el que se lo curra a sueldo, claro).
Un fuerte abrazo
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