En esa tesitura, Prometeo, roba ciertamente dos dones
exteriores a la ontología orgánico-animal, que hasta entonces eran poseídos en
exclusiva por los dioses y que tenían un fondo tecnológico común: el fuego como
potencia transformadora y principal mecanismo que despliega la energía
contenida en ciertos materiales, y la sabiduría capaz de dominar técnicamente
las fuerzas naturales y ponerlas como medios al servicio de cualquier fin (lo
que llamamos razón instrumental).
¿Por qué un acto que evitaba condenar a la muerte a
toda una especie provocó la terrible condena de Zeus? Pues porque es un acto
transgresor del orden cósmico, amenaza la hegemonía de los dioses olímpicos y
crea una naturaleza 'monstruosa', supranimal, cultural, tecnológica y, en
cierta medida, divina. La condición humana pasaba así de ser radicalmente
carente, a abrirse a la poderosa evolución técnica y cultural. El déficit en
esa primera naturaleza humana era compensado por prótesis tecno-culturales
que, además, se abrían a progresos potencialmente infinitos.
Ahora, la humanidad había adquirido una condición
antropotécnica, mezcla 'monstruosa' de animal y dios, físico-biológica y tecno-cultural,
que acelera disruptivamente la capacidad 'autopoiética' que Maturana y Varela
(1993) consideran esencial para la vida. A partir de entonces, como sostenían
desde Pico de la Mirandola a Ernest Gelhen, el humano ya no estaba limitado a
permanecer -como el resto de especies- en un lugar concreto y en una naturaleza
determinada de la cadena del ser (Lovejoy, 1983), sino que podía recorrerla,
transformar sus distintos niveles para que le sean habitables y colonizables,
para constituirse en varios tipos de seres mixtos o cyborgs (Haraway, 2016) e,
incluso, para que los individuos se conviertan en 'nómadas' puedan escoger
rasgos decisivos de la identidad personal (Butler, 2017).
Algo de eso que escandaliza en la segunda década del
segundo milenio, ya era apocalípticamente intuido por las mitologías y
religiones del ‘tiempo-eje’ que, según Karl Jaspers (1965), agrupa los valores
y grandes sistemas éticos de la humanidad. Ejemplifican el miedo, la desconfianza
y la condena por la disrupción del orden cósmico divino y 'natural' que perciben
tras el potencial tecnológico del homo faber. Pues, Zeus que había destronado a
Cronos y derrotado a los Titanes (a los que tortura con la misma brutalidad que a Prometeo), teme que algún día la nueva condición tecno-cultural de los humanos
pudiera destronarle a él y a los dioses olímpicos.
Como vemos, el mito prometeico tiene un fondo similar
al bíblico de la Torre de Babel. Más allá del ‘robo’ prometeico, se teme la
nueva condición técnica, cultural e incluso política de los humanos les permita
escalar los cielos y negarse a servir la divinidad, 'como los ángeles caídos'
de John Milton. En el relato bíblico del Génesis hay dos momentos
similares. En primer lugar, la tentación diabólica de la serpiente y la
rebeldía humana pone en entredicho el privilegio divino otorgado en el Edén
(Gen. 1: 28- 30): “Y los bendijo Dios y díjoles: Procread y multiplicaos, y henchid
la tierra, y sojuzgarla, y dominad en los peces del mar, y en las aves del
cielo, y en todo animal que se mueva sobre la tierra”.
Recordemos que Adán y Eva rompen esa situación edénica
por ser tentados a divinizarse comiendo del árbol prohibido del 'conocimiento
del bien y del mal' (Génesis 2, 16-17), porque, como dice la serpiente
diabólica, si coméis del fruto del árbol del conocimiento 'os haréis como Dios'
(Gen. 3, 5). Aunque hay intérpretes que consideran el sentido último de esa
prohibición una mera prueba de la obediencia humana a los preceptos divinos,
también pude indicar un cierto miedo al poder que aquellos frutos pueden otorgar
a la humanidad o, al menos, un episodio de rebeldía similar al de Prometeo,
incluso cometido directamente por los humanos.
Y el resultado es también similar: la humanidad
adquiere entonces un ser mixto y especial ya que, no sólo ha dicho 'no' al precepto
divino, sino que además han adquirido un cierto conocimiento cuasidivino, que
no le correspondía y que le hace perder su estatus anterior: la inocencia, el no
tener que trabajar, el parir sin dolor, etc. En ese cambio pecaminoso y
vinculado con la rebeldía, la técnica también está explícitamente presente ya
que, al desaparecer la inocencia, Adán y Eva descubren que van desnudos y
empiezan a tapar su cuerpo con creaciones técnicas artificiales, tejiendo hojas
de higuera (Gen. 3, 7). Nunca antes se menciona ninguna actividad técnica en el
Edén.
Como Prometeo, a resultas de su 'crimen', Eva y con
ella las mujeres reciben un castigo muy cruel: “Multiplicaré e incrementaré las
molestias de tu gravidez, parirás hijos con dolor, y tu propensión te inclinará
a tu marido, el cual mandará sobre ti” (Gen. 3, 16). Yahvé también condena duramente
a Adán: “maldita será la tierra por tu causa, con fatigas te alimentarás de
ella todos los días de tu vida, [...] comerás hierba del campo y con sudor de
tu frente comerás pan”.
Como vemos, la humanidad pierde su inicial naturaleza
edénica, pura, inocente, espiritual, contemplativa, coincidente con los deseos
divinos, etc. para pasar a tener otra muy distinta que es consecuencia del
castigo divino y del acto criminal de haber comido del fruto del árbol
prohibido. Así, los humanos ya no responden plenamente al plan inicial que Dios
les había otorgado, sino que adquieren otra condición opuesta, de resultas de
crimen constituyente que hemos analizado.
Aquí las narraciones clásicas oscilan entre destacar la intrínseca rebeldía humana (de Eva, pero también de Adán), o bien la interposición de la serpiente diabólica o de la dupla Epimeteo-Prometeo. Pero todas coinciden en que la ruptura y la nueva condición humana está esencialmente vinculada ¡incluso subordinada! a la tecnología, al trabajo, al esfuerzo productivo o reproductivo, al sudor, al fuego, a la agricultura, a la vergüenza hacia la propia situación anterior desnuda e inocente...
En los relatos se percibe la valoración coincidente de que ha sido un salto grave, doloroso, trágico y pecaminoso, el cual se vincula a la específica y peligrosa astucia humana, Eso es claro si analizamos la etimología de 'mecánico', pues el término jónico ‘mechanomai’ significaba maquinar, urdir o tramar alguna astucia o trampa (por ejemplo, algún tipo de arma).
Similarmente en la narración bíblica no es descartable que
bajo la fórmula del 'conocimiento del bien y del mal' se incluya a la razón
instrumental, perfectamente capaz de instrumentalizar astutamente unos
determinados medios con vistas a obtener determinados fines e intereses.
Por eso, la expulsión del Jardín del Edén va acompañada de una muy significativa condenación divina del salto onto-epistemológico vivido por la humanidad que indica preocupación (algo más sorprendente en un dios monoteísta omnipotente que en el politeísmo griego, donde incluso los dioses son sometidos a las moiras y el destino). Así en el Génesis (3: 22, el subrayado es nuestro) Yahveh dice: “aquí tenéis al hombre convertido en uno de nosotros, discernidor del bien y del mal. Ahora, pues, que no vaya a tender la mano y tome también del árbol de la vida, coma de él y viva eternamente.”
El texto reconoce pues que la humanidad ha realizado ya
su salto cognitivo y vinculado al trabajo y esfuerzo técnico (que por tanto no se
limita a cuestiones morales). Además se vincula a otro salto ontológico-vital
que se presenta como de similar calibre: pasar de mortal a inmortal.
En el relato bíblico, el haber comido del árbol del
bien y del mal tiene como consecuencia esencial que los humanos se apartan
rebeldemente del camino que les ha trazado Yahveh, se emancipan y por tanto van
más allá de los poderes delegados (en la inicial donación gratuita divina),
sino que ahora disponen de poderes autoconstituidos y, por tanto,
autoconstituyentes, que les permite iniciar un proceso tecnológico, pero
también antropotécnico y autopoiético, sin límites. Por tanto, potencialmente
los humanos se han convertido en capaces de desafiar a las jerarquías
divinas... algún día… por lejano que sea.
Es cierto que -tanto en el mito de Prometeo como en el
Génesis- de momento la humanidad no ha cruzado la frontera de la inmortalidad,
pero sólo en tanto que individuos concretos; porque -en tanto que especie ahora
cultural que le permite transmitir sus inventos tecnológicos a través de las
generaciones- potencialmente se convierte en eterna y abierta a darse algún
tipo de ser inmortal (como sueñan los trans y posthumanistas).
Por tanto, si la humanidad no se autodestruye a sí
misma ni sufre castigos divinos adicionales: como en la Torre de Babel (que
retrasa el progreso técnico, pero no lo impide totalmente), es indiscutible el
potencial autodivinizador de la humanidad. Pues, con el salto antropotécnico
sufrido, la humanidad ha tomado una nueva forma mixta de dominio sobre la
naturaleza, que va más allá del primer mandato (Gen. 1: 28- 30) del “Procread y
multiplicaos”.
Ahora, ciertamente, todo será más doloroso y trabajoso, pero a la vez la humanidad ha adquirido un esforzado poder constituyente y una autopoiesis más torturada y poderosa que el resto de los animales. Por tanto, potencialmente, se convierte en el 'dios en la Tierra' (como Hobbes define al Leviatán como gran construcción 'monstruosa' de los humanos), precisamente por su ser dual, que rompe con el orden cósmico previo y le emancipa de su papel como criatura subordinada.
La recien adquirida capacidad
antropotécnica de la humanidad le permite hacer cosas maravillosas o aún más monstruosas, en contra
de la naturaleza. Por ejemplo, puede crear metaherramientas o robots
inteligentes que crean otras herramientas y robots sucesivamente, hasta tal vez
transformar la condición humana de mucho más radical de lo que se ha producido
hasta hoy.
Éste parece ser el mensaje simbólico a largo plazo del gesto revolucionario de Prometeo, de Eva o de la Torre de Babel. Como dijo el astronauta Neil Armstrong al pisar la luna: es un salto enorme y ontológico para la especie, si bien está formado por un gran número de pequeños saltos ónticos realizados por los hombres concretos.
Robado el poder cognitivo,
tecnológico, político y autoconstitutivo, la humanidad lo irá desplegando
dolorosa y esforzadamente a lo largo de la historia, construyendo la propia
hegemonía desacralizada, industrial y digital; hasta potencialmente acabar con
la era de los dioses y quizás también de lo que hasta ahora hemos entendido
como humano.
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