Gonçal Mayos PUBLICATIONS

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May 2, 2014

(DES)EMPODERAMIENTOS TURBOGLOBALIZADOS


¿Por qué hablar de turboglobalización? ¿Se superponen empoderamientos positivos a lamentables desempoderamientos de la ciudadanía? ¿La turboglobalización actual empodera o más bien desempodera a las clases populares? ¿Qué hacer frente a la actual debilidad y desempoderamiento de la política frente a los mercados y la economía? ¿Qué hacer ante tales conflictos y retos?
La característica más decisiva de la actual globalización es una aceleración tremenda de los flujos financieros, económicos y tecnológicos. Ahora bien hay que reconocer que es una turboglobalización fragmentaria y parcial, pues los flujos que afectan al saber, la cultura, las persones o los derechos, quizás son más rápidos que nunca antes, pero están muy lejos de velocidad de los flujos financieros y productivos.
 
Precisamente por esa globalización no uniformemente acelerada, se producen a la vez procesos ciudadanos de empoderamiento y desempoderamiento. Las actuales tendencias al desmontaje del Estado del bienestar e incluso a la laminación del Estado social de derecho son claros ejemplos de desempoderamiento popular. Pues el conjunto de la ciudadanía y especialmente las clases más desfavorecidas ven limitadas aceleradamente cada vez más sus capacidades, potencialidades y agencias, a pesar que las habían ido conquistando muy dificultosa y lentamente a lo largo de décadas.


Colaboran en ese desempoderamiento popular aspectos de la turboglobalización como son las deslocalizaciones de empresas, la consolidación de una gobernanza internacional neoliberal vinculada al famoso “consenso de Washington” y –quizás especialmente- el predominio creciente de lo económico por encima de lo político. Pues hasta ahora, la política y los derechos ciudadanos han tendido a circunscribirse casi exclusivamente al ámbito de los Estados-nación.
 
Por eso hoy los mercados económicos y financieros son globales y se mueven por encima de las fronteras estatales a velocidades casiincontrolables, mientras la vieja política continúa limitada a los territorios “nacionales” y a viejas prácticas del siglo pasado que hoy ya no son realmente eficaces. Por ello, en la actualidad y cada vez más, la economía y los mercados se imponen por encima de la política y los Estados.
Todo ello va en detrimento y desempodera a los grupos sociales que están menos adaptados a los flujos globales y más “encerrados” en los territorios “nacionales”, mientras que favorece a los más móviles y adaptados a esos flujos. Estos últimos están claramente vinculados a los capitales financieros o a las tecnologías avanzadas y de gran impacto económico. Aquí las posibilidades de “negocio” y de grandes beneficios son enormes y crecientes.
 
En cambio, el trabajo y los trabajadores más tradicionales ven limitada su movilidad internacional a la emigración y poco más. Además también son muy pobres las posibilidades de mejora que así obtienen los trabajadores, como constatan continuamente los pocos emigrantes del tercer mundo que consiguen cruzar los crecientes muros fronterizos creados por el primer mundo. Pues una vez llegados a éste, se ven relegados a trabajos marginales y con muy bajos salarios.  
Ahora bien y para equilibrar mínimamente el macroescenario global, también debemos constatar procesos inversos de empoderamiento popular, que a veces se ven favorecidos por la turboglobalización.  Son buenos ejemplos de procesos de empoderamiento ciudadano la interrelación internacional y el refuerzo mutuo que se prestan mútuamente los movimientos críticos altermundistas. También lo son la fácil internacionalización y visibilización de conflictos y opresiones, que antes quedaban más fácilmente ocultos, como procesos meramente “internos” o con poca resonancia internacional.
 
Por otra parte, hay que reconocer que muchos de los procesos de deslocalización de empresas han llevado industrias a zonas faltadas tradicionalmente de ellas y ello ha beneficiado muchas veces el empleo de la población de esos territorios. Es decir lo que “pierden” la población y los países con costes de trabajo más alto lo “ganan” aquellos que los tienen más bajos. Es una conocida ley capitalista que tiene importantes costes pero también algunas ventajas.
Sin ninguna duda la turboglobalización está creando un mundo productivo, laboral y tecnológico más competitivo, que privilegia y concentra los beneficios en los grupos sociales que mejor pueden controlar los flujos financieros y tecnológicos supraestatales. Pero por otra parte, reduce los réditos obtenidos por los grupos limitados por las fronteras territoriales tradicionales.
 
Ello aumenta las diferencias económicas y sociales. Pero por otra parte, la turboglobalización –a la vez- disminuye la tradicional distancia entre países avanzados y países en desarrollo, tanto por lo que respecta a las elites financieras y tecnológicas globalizadas (similarmente favorecidas) como las clases populares y laborales (unidas por un mismo destino competitivo debido a la pérdida de estancaneidad de las barreras estatales).
Como vemos, también las actuales dialécticas de empoderamiento y desempoderamiento popular se superponen en función de los dos ejes que definen básicamente a las politizaciones contemporáneas. Se trata por una parte del eje de la redistribución (¿repartir más la riqueza hacia los grupos más desfavorecidos o mantenerla en manos de los grupos favorecidos?) y –por otra- del eje del reconocimiento (¿incluir o excluir del debate político y de los derechos ciudadanos a las particularidades culturales, las diferencias de género, etc?). Por eso hemos constatado que -hoy más que nunca- lo cultural (más allà de lo particular) se ha convertido en político: "cultural is political".
 
Las actuales politizaciones también manifiestan una tendencia a pasar de estructuras manifiestamente verticalistas y disciplinadas a otras más horizontales, flexibles y con feedbacks continuos. Estas últimas son las que potencian los nuevos movimientos sociales (NMS) que van surgiendo e imponiéndose a partir de los años 1960 y parece que tienden a empoderar al conjunto de la ciudadanía.
Los NMS tienden a diferenciarse (cuando no a sustituir) a los partidos, sindicatos e instituciones políticas tradicionales de cuadros, que suelen coincidir con un cierto funcionamiento interno oligárquico, jerarquías verticalistas que disciplinan los cuadros intermedios y que se relacionan paternalistamente con las masas que dicen representar, pero a las que –en realidad- sustituyen prácticamente durante los largos períodos entre elecciones.
 
Hay que reconocer que la resistencia de los NMS a caer en esas tendencias de los movimientos políticos tradicionales es explícita y manifiesta. Ahora bien, los resultados efectivos a largo plazo de tal resistencia dejan de ser tan claros y evidentes, presentando a veces notables paradojas y contradicciones, pues unas veces tienden a empoderar y otras a desempoderar a las bases y masas. En todo caso, las coordenadas de la representación política entre el verticalismo disciplinador y el vigilante horizontalismo se superponen a los dos ejes de la redistribución y del reconocimiento.
En conjunto, todo ello define un marco político mucho más complejo que el tradicional, el cual muchas veces resulta superado por las nuevas generaciones de derechos, de reivindicaciones i de politizaciones. El viejo “monoteísmo político” –o si se quiere el bipolarismo centrado en exclusiva en el debate sobre la redistribución económica- se ve complicado (en ningún caso sustituido) por el creciente “politeísmo políticoresultante de la suma de los ejes del reconocimiento y de la redistribución, y de tendencias más horizontalistas que no verticalistas en la representación política.
 
Tal complejidad y –quizás- la desorientación que suele resultar de ella, puede representar una creciente dificultad para el empoderamiento ciudadano, máximamente cuando la turboglobalización está imponiendo una enorme hegemonía de lo económico por encima de lo político. Ahora bien parece difícil de imaginar que vuelva la impenetrabilidad de las fronteras estatales típica del siglo XIX. Al contrario el siglo XXI parece dirigido aceleradamente a una mayor integración mundial, por mucho que ello comporte riesgos e inesperadas tensiones.
Por tanto creemos que sólo el empoderamiento popular que permita y se esfuerce por empoderar a la política –y viceversa-, puede hacer que ésta vuelva a imponerse a la economía y a los crecientemente desregulados flujos económicos globales. Hoy es imperioso empoderar a la ciudadanía para poder empoderar la política (y viceversa), para así poder hacer frente a la hegemonía de los mercados.
 
Pero también parece inevitable que el marco político actual sea mucho más complejo, diverso, flexible, contrastado y “politeísta” que no el heredado de la Guerra fría.  Nietzsche se definía a si mismo diciendo “soy multitud” y hoy experimentamos todos la complejidad de la vida actual ante la multiplicidad de roles distintos que debemos ejercer. Al mismo tiempo, exigimos que se nos reconozcan esas multiplicidades y diversidades en la vida política, pues solo así podemos expresarnos, defendernos y manifestarnos ante las instituciones y los conflictos políticos que nos rodean.
Empoderarse de tal complejidad es por eso una condición necesaria de todo ciudadano y –en conjunto- es condición de posibilidad del reempoderamiento político frente a lo económico, que parece ser una de las exigencias clave del presente. Debemos pues empoderarnos de nuestro “politeísmo” político, social y vital para poder empoderar la política –hecha entre todos- frente a unos mercados desregulados y que cada vez sentimos como más ajenos y dictatoriales.
 
Estas son algunas de las cuestiones que traté en la conferencia "Turboglobalización, reconocimiento y empoderamiento ciudadano" que pronuncié en la Universidad Alberto Hurtado de Santiago de Chile junto con el profesor Yanko Moyano  (UB - GIRCHE) y organizada por los profesores Diego García (Universidad Alberto Hurtado) y Livan Usallan (Universidad Diego Portales - GIRCHE). El debate y las cuestiones suscitadas por el amable y muy formado público, me confirmaron que esa complejidad y ese empoderamiento han venido para quedarse un cierto tiempo.

1 comment:

Lluis said...

Hola Gonçal,

Felicidades por esta visión, a la vez sintética e incisiva. Al hilo de este post, y compartiendo plenamente la tesis de que “hoy es imperioso empoderar a la ciudadanía para poder empoderar la política (y viceversa), para así poder hacer frente a la hegemonía de los mercados”, quisiera exponer algunas reflexiones:

Tanto el empoderamiento ciudadano como el político requieren, para ser efectivos, algún tipo de acción colectiva, es decir, la capacidad –y la predisposición- de aunar individuos y grupos en torno a unas reivindicaciones, demandas y acciones conjuntas y sostenidas en el tiempo. El empoderamiento meramente individual es incapaz, por sí solo, de subvertir las actuales reglas del juego; a lo sumo, puede lograr que algunas personas mejoren sus condiciones socioeconómicas.

Pero, a su vez, la acción colectiva con voluntad transformadora sólo es posible si sus miembros creen que comparten una identidad (clase social, género, cultura…) y, sobre todo, tienen un proyecto colectivo de largo alcance, un propósito que trascienda las meras demandas puntuales (o, mejor dicho, que las integre en un objetivo global).

Y, llegados a este punto tenemos dos obstáculos graves: en primer lugar, en nuestra modernidad líquida (Bauman) los roles, las dinámicas grupales y los objetivos tienden a periclitar y a ser sustituidos antes incluso de haber cristalizado. Es relativamente fácil movilizar a amplios sectores en un momento y unas circunstancias concretas –y, en este sentido, la capacidad catalizadora de los Nuevos Movimientos Sociales, con su dinámica más horizontal y viral que jerárquica, ha demostrado sobradamente su eficacia e incidencia- pero cuesta mucho, muchísimo, conseguir que tales acciones se sostengan en el tiempo y consigan aunar el necesario pluralismo o “politeísmo político” con un proyecto integrador, global.

En segundo lugar, hay diversos factores –marketing político, desregulación, extensión de la lógica económica competitiva a todos los ámbitos- que confluyen para crear un abismo entre individuo y sociedad; se nos insta a buscar “soluciones individuales a problemas generados colectivamente” (Beck), al tiempo que el discurso y la praxis política se tiñen de una narrativa meramente privada: ya hace años que Chomsky señaló una encuesta que mostraba que el número de estadounidenses que conocía el nombre del perro de los Bush era muy superior al de los que eran capaces de citar una sola de sus decisiones políticas.

Son obstáculos graves que requieren más atención de la que hasta la fecha han recibido. No tenerlos en cuenta y quedarnos sólo con el potencial movilizador de los nuevos movimientos sociales y las nuevas tecnologías supone regalar una victoria más a las elites –nuevas y viejas- en el poder. Y a los movimientos populistas y xenófobos que se nutren del creciente malestar social.

Una abraçada
Lluís

Lluís