«Los bosques preceden a las civilizaciones, los desiertos las siguen». ¿Con esta frase, René de Chateaubriand preveyó la deriva actual? ¿Es este el inexorable destino humano? ¿Será siempre así?
¿Es la desertización tan inevitable como el proceso histórico apuntado de la humanidad configurada primero como guardabosques; luego como agricultor, ganadero o jardinero; y más tarde como ingeniero, emprendedor y «cazador de oportunidades»? ¿Inevitablemente esa evolución comporta obsolescencia o —al menos— fragilización de la humanidad por el cambio constante de la turboglobalización actual? ¿Será la versión postmoderna del apocalipsis bíblico?
¿O más bien, detrás de la tormenta en que hoy estamos sin duda, vendrá de nuevo la calma? ¿Una nueva sociedad recompuesta, reequilibrada y reestructurada volverá a acoger mínimamente a los castigados individuos? ¿Dejará de condenarlos a vagar sin fin en el desierto postmoderno a la caza de oportunidades de negocio con que mantener un insostenible crecimiento económico? ¿Se moderará la precariedad existencial, laboral y ciudadana? La actual dialéctica que impone mayores desigualdades dinerarias y sociales ¿revertirá hacia un mayor equilibrio?
¿Estamos quizás en uno de esos momentos revolucionarios de la humanidad donde el cambio se acelera y se impone una nueva clase social? ¿La burguesía moderna y quizás incluso el proletariado fordista están dejando paso a nuevas clases que luchan por conquistar sus territorios e imponer sus dinámicas? ¿Serán esas clases el cognitariado o el precariado? La acelerada destrucción creativa de hoy ¿es simplemente otro estadio evolutivo, otra etapa histórica o un nuevo momento de acumulación de capital? ¿Les seguirá un período más tranquilo, quizás de equilibrada sedimentación de las revoluciones tecnológicas y sociales que hoy experimentamos?
Ya Marx sorprendía a los más dogmáticos de sus seguidores avisándolos que la opulenta, conservadora, instalada y antirevolucionaria burguesía de su época había sido tiempo atrás quizás la clase más revolucionaria y transformadora. Pues los «habitantes de los burgos» habían tenido que huir de los «malos usos», de los expolios y las explotaciones de los señores feudales rurales. Habían nacido pobres —por tanto— y, con gran ambición, crearon un nuevo mundo económico, social, tecnológico... en las ciudades y Estados de los que se apoderaron luchando revolucionariamente en contra de aristócratas y monarcas absolutos.
Para ello tuvieron que tomar conciencia de sí mismos, de su poder y del tipo de sociedad que querían construir. Solo así pudieron edificarla revolucionariamente, sufriendo y reaccionado con grandes violencias que parecían imposibilitar el orden, la paz y la tranquilidad sociales. ¡Y ciertamente a los anteriores se los llevó el viento de la historia!
Para ello tuvieron que tomar conciencia de sí mismos, de su poder y del tipo de sociedad que querían construir. Solo así pudieron edificarla revolucionariamente, sufriendo y reaccionado con grandes violencias que parecían imposibilitar el orden, la paz y la tranquilidad sociales. ¡Y ciertamente a los anteriores se los llevó el viento de la historia!
Ahora bien, al «orden» feudal o señorial «del antiguo régimen» le sucedió un nuevo «orden burgués o capitalista» que —con notables evoluciones— ha llegado hasta nosotros. Pero sin duda y mientras tanto —insistía Marx— aquella clase castigada y renovadora «se aburguesó» (en sentido peyorativo) y cedió el ímpetu revolucionario y transformador a la nueva clase proletaria.
Pues bien, ¿algo parecido a esa dialéctica nos está pasando hoy? ¿Lo estamos experimentando mediante las aceleradas transformaciones que amenazan volvernos obsoletos? ¿No es el gran reto del presente encontrar una alternativa al laberinto del desierto, que insiste en no dejarnos escapar ni tampoco descansar? Sin darnos cuenta y a veces con gran angustia ¿formamos parte de una nueva clase que tiene que conquistar, construir y «ordenar» su propio mundo?
Pues bien, ¿algo parecido a esa dialéctica nos está pasando hoy? ¿Lo estamos experimentando mediante las aceleradas transformaciones que amenazan volvernos obsoletos? ¿No es el gran reto del presente encontrar una alternativa al laberinto del desierto, que insiste en no dejarnos escapar ni tampoco descansar? Sin darnos cuenta y a veces con gran angustia ¿formamos parte de una nueva clase que tiene que conquistar, construir y «ordenar» su propio mundo?
Al respecto este libro es un aliciente para tomar finalmente consciencia de nosotros mismos, para evitar caer en la obsolescencia y para conseguir salir del laberinto del desierto. Por ello, soslayando el abismo al que parecemos abocados, tendremos que construir nuevas formas sociales, de vida colectiva e individual, y renovar las instituciones políticas, ideológicas y antropológicas. También tendremos que crear nuevas subjetivaciones, mentalidades, culturas, ideales y adaptaciones existenciales.
Las demandas de la gente van en esa dirección como —por ejemplo y sin poder ser exhaustivos—: edificar una nueva cultura de lo común; la reconstrucción de viejos lazos comunitarios; aprender a vivir ecológica y sosteniblemente; escapar a la seducción de la espectacularización de la vida; separar el vivir nuevamente del incesante trabajar o del consumo bulímico; recuperar actividades impulsadas por la cura y la solidaridad colectiva más que por dividendos crematísticos, etc.
El capitalismo neoliberal turboglobalizado es un mundo muy intensivo de capital y —cada vez más— escaso de trabajo (que por ello deberá ser de alta calidad). Mientras soslayamos las amenazas del cambio climático y de la crisis de recursos, van aumentando tanto la producción global como la productividad individual y, por tanto, la humanidad puede sostenerse a sí misma si redistribuye esa riqueza con sabiduría y justicia.
Evidentemente todo ello tiene consecuencias ambivalentes, que exigen profundas readaptaciones sociales y políticas. Solo así podrán calmarse, reequilibrarse y pacificarse las contradicciones y tendencias angustiantes que hemos apuntado en este libro. Las tecnologías robóticas, de inteligencia artificial, informáticas... sustituyen trabajo por capital y exigen a los trabajadores mucha capacidad cognitiva. Por eso hablamos de cognitariado.
Ahora bien, en la medida que se ha acelerado muchísimo el proceso de destrucción creativa, gran parte de la población parece condenada al paro crónico ¡y no solo los trabajadores manuales! También los técnicos, ejecutivos, trabajadores intelectuales e —incluso— los detentadores del capital están sometidos a la precariedad, la inestabilidad y la fortuna global de la humanidad (además de la suerte particular de cada individuo) resultante de la actual desbocada y no previsible destrucción creativa. Por eso hablamos de precariado.
Evidentemente todo ello tiene consecuencias ambivalentes, que exigen profundas readaptaciones sociales y políticas. Solo así podrán calmarse, reequilibrarse y pacificarse las contradicciones y tendencias angustiantes que hemos apuntado en este libro. Las tecnologías robóticas, de inteligencia artificial, informáticas... sustituyen trabajo por capital y exigen a los trabajadores mucha capacidad cognitiva. Por eso hablamos de cognitariado.
Ahora bien, en la medida que se ha acelerado muchísimo el proceso de destrucción creativa, gran parte de la población parece condenada al paro crónico ¡y no solo los trabajadores manuales! También los técnicos, ejecutivos, trabajadores intelectuales e —incluso— los detentadores del capital están sometidos a la precariedad, la inestabilidad y la fortuna global de la humanidad (además de la suerte particular de cada individuo) resultante de la actual desbocada y no previsible destrucción creativa. Por eso hablamos de precariado.
Por otra parte y dando una mínima esperanza, van surgiendo innovadoras propuestas sociales que minimizan esa precariedad que parece extenderse por todo y por encima de todos. Pero ¡aún deben surgir muchas más y —también— deben concretarse de manera fiable y sostenible! Es el caso, por ejemplo, de las diferentes propuestas de «Renta básica universal», «rentas de mínimo social», subsidios o protecciones para los damnificados tecnológicos que pueden resultar «redes protectoras» frente a una creciente precariedad que —insistimos— puede llegar a afectar a cualquiera sin excepción.
Seguramente incluso aplicaciones moderadas de la Renta básica transformarían revolucionariamente nuestras formas de vida y toda la sociedad. Quizás impedirían tanto las brutales violencias del fascismo y el comunismo de inicios del siglo XX, como la deriva «unidimensional» hacia una omnipresente «sociedad de mercado».
Seguramente incluso aplicaciones moderadas de la Renta básica transformarían revolucionariamente nuestras formas de vida y toda la sociedad. Quizás impedirían tanto las brutales violencias del fascismo y el comunismo de inicios del siglo XX, como la deriva «unidimensional» hacia una omnipresente «sociedad de mercado».
Metamorfosearían muchas de las cosas que hemos analizado en este libro sobre el trabajo y la cultura, la creatividad y las exigencias cognitivas, la relación con la tecnología y el mundo digital, las crecientes desigualdades sociales y el empoderamiento de la ciudadanía, las nuevas subjetivaciones y el narcisismo individualista, las patologías fomentadas por la sociedad —aunque quizás serían sustituidas por otras— y las angustias padecidas por los individuos, las reacciones posibles frente a retos globales como el cambio climático y el crecimiento a largo plazo, etc.
Será en otro libro donde tratemos esas nuevas posibilidades, sus retos, sus condiciones, quizás también sus contradicciones, límites y dificultades sociales a vencer. Pero no podíamos terminar el presente libro sin apuntar esas esperanzas y otras posibilidades que nos encantaría que pudiéramos construir entre todos.
Pues así, refutaríamos muchos de los análisis que acabamos de presentar y —quizás— conseguiríamos salir del angustioso laberinto del desierto. Este nos aprisiona —especialmente y con cierta paradoja— por sus horizontes sin fin, su falta de bloqueos pero también de guías, la presión omnipresente sobre todos y cada uno de los individuos, los cuales finalmente no pueden sino caer derrotados, en el burnout.
Así quizás podríamos (al menos en etapas avanzadas de la vida) dejar de estar siempre angustiados por la necesidad de cazar alguna nueva pieza-oportunidad. Sometidos a la constante amenaza de total obsolescencia y radical pérdida «personal», si dejamos ya de ser capaces de innovar o de ingeniar rápidamente algún nuevo «truco». Pues —como hemos expuesto— ya nadie reconocería el valor de los éxitos cosechados anteriormente, por muchos que fueran. Ciertamente «no garantizan éxitos futuros», como (con sarcástica y aparente neutralidad) se dice en bolsa.
Pues así, refutaríamos muchos de los análisis que acabamos de presentar y —quizás— conseguiríamos salir del angustioso laberinto del desierto. Este nos aprisiona —especialmente y con cierta paradoja— por sus horizontes sin fin, su falta de bloqueos pero también de guías, la presión omnipresente sobre todos y cada uno de los individuos, los cuales finalmente no pueden sino caer derrotados, en el burnout.
Así quizás podríamos (al menos en etapas avanzadas de la vida) dejar de estar siempre angustiados por la necesidad de cazar alguna nueva pieza-oportunidad. Sometidos a la constante amenaza de total obsolescencia y radical pérdida «personal», si dejamos ya de ser capaces de innovar o de ingeniar rápidamente algún nuevo «truco». Pues —como hemos expuesto— ya nadie reconocería el valor de los éxitos cosechados anteriormente, por muchos que fueran. Ciertamente «no garantizan éxitos futuros», como (con sarcástica y aparente neutralidad) se dice en bolsa.
Si no creamos otra dinámica histórico-social, la destrucción creativa es tan acelerada y profunda hoy, que ya solo nos sirven de algún tipo de guía las generaciones más jóvenes. Pues solo ellas tienen esa gran fuerza vital para sobreponerse al «laberinto del desierto», abrir nuevos caminos en él, «cazar» inesperadas oportunidades, dominar las innovadoras tecnologías y el nuevo mundo que definen precisamente por «ser y sentirse nativos» en ellas. Y así los que nacimos antes, los no-nativos tecnológicamente, los podemos tomar como guía y ejemplo para diferir la obsolescencia y el burnout.
Esa es sorprendentemente la gran esperanza del presente y de los «turbohumanos». Escrutar, seguir, confiar y dejarse guiar por las generaciones más jóvenes. Inspirarse en ellas, en su olfato vital y en las experiencias que ávidamente devoran. Quizás aconsejarlas —gracias a nuestra experiencia— para que no queden totalmente fascinadas por la seducción del neoliberal laberinto del desierto y que puedan construir un mundo alternativo y una civilización mejor.
Pues en el desorientado hombre turboglobalizado —que todos de alguna manera somos y cuyas angustias sentimos— la gran esperanza de empoderamiento estriba —como ya apuntaba Nietzsche— en devenir «niño» (que es el mejor ejemplo de «super o transhombre») pues es la mejor posibilidad de un «nuevo y radical comienzo».
Capítulo de Homo obsoletus. Precariedad y desempoderamiento de Gonçal Mayos en ed. Linkgua.
- VERDAD, HIELO FRÁGIL Y PENDIENTE RESBALADIZA
- ¿CIVILIZACIÓN MÁS ALLÁ DEL LABERINTO DEL DESIERTO?
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- COGNITARIADO ES PRECARIADO
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