La creatividad artística, literaria o filosófica se relaciona de forma dual y ambivalente con la embriaguez. Por una parte, es condición de toda creación conseguir salir de la cárcel de la normalidad, aunque solo sea con la imaginación, y para ello los creadores suelen necesitar una cierta ebriedad liberadora.
Ahora bien, al apartarnos de la cotidianeidad normalizada, la
creación emborracha peligrosamente y puede situarnos camino de la locura
como avisan muchos clásicos.
La
creatividad remite por tanto a los llamados ‘paraísos artificiales’ e
incluso es uno de los más seductores. Pero su artificiosidad es también
peligrosa, pues el furor creativo puede convertir la ‘liberación de la
normalidad’ en permanente, en una nueva norma, en locura. Por eso el genio
suele estar siempre cercano al loco. Hay cierta ebriedad que
es sabiamente temporal, en algunos momentos es tan profunda como
liberadora, pero debemos evitar que se convierta en permanente y en un destino infernal.
La creación es el
momento perfecto y supremo. Es el instante que hace pronunciar a Fausto
las palabras que sellan a la vez su condena y su triunfo, ya que es lo
que siempre había estado buscado pero desfallecía de encontrar alguna vez. Es el
instante al que suplicar: ‘¡quédate quieto! ¡Eres tan bello!’
Kairós y
el momento creativo es ese instante perfecto, donde nos sentimos ebrios de
victoria, gozosos de nosotros y del universo entero, porque todo
finalmente encaja rompiendo con el desencaje mediocre de la perpetua, pesada
y aburrida normalidad. Ahora bien, es un momento ambivalente ya que la ebriedad creativa
puede confluir y confundirse con la creación emborrachada.
No
olvidemos que kairós es el instante que condena a Fausto,
precisamente porque su sublimación es insuperable, su belleza tan incomparable
y su perfección tan completa que despierta una admiración que nos embriaga
abstrayéndonos radicalmente del tit-tac cronológico. Es kairós
porque merece ser eterno y por tanto, o bien, 'aion', eternidad o al menos una era geológica, o bien, 'éschatos', el tiempo último y que termina con el propio tiempo, porque es la fase culminante del plan divino.
Usando las cuatro nociones griegas de la temporalidad: cronos, kairós, aion y éschatós; la
conjunción del acontecimiento perfecto (kairós) y del tiempo eternizado (aion) sitúa
a Fausto ante un instante que ya no es cronológico ni humano sino divino y escatológico. Es eso, lo que presuntuosamente sitúa Fausto por encima de la condición mortal, cercano a Dios y demasiado
creador. Es una plenitud en la que (Fausto como si fuera Dios) se abre con
total radicalidad más allá de cualquier nomos y se convierte en anómico,
fuera de toda norma humana.
Entonces
el bello instante de embriaguez creativa es, ciertamente, el momento pleno,
divino, maravilloso, perfecto y digno de ser eternizado; pero también es el
momento peligroso y demoníaco en el que Mefistófeles conquista el alma de Fausto. En términos artístico-literarios, es cuando el
genio claudica en su inestable equilibrio creativo y amenaza caer en el coma
etílico o perderse en el delirium tremens.
Los
hombres fáusticos y creadores siempre se mueven entre los dos extremos de la
ebriedad creativa y del delirio sin alma; entre romper la normalidad
cronológica para desplegar el kairós perfecto o, por el contrario,
hundirse en el coma etílico como nueva ‘normalidad’. El problema es que, como apunta Hölderlin del Estado, los esfuerzos excesivos o 'totalitarios' para convertir algo en el cielo en realidad lo convierten en un infierno. Por eso la búsqueda emborrachada de algo por parte de humanos -unos seres no hechos para la perfección o la infinitud- hace que esa búsqueda se convierta en tortura, degradación y locura.
Así Hölderlin actualizaba y ampliaba la noción griega de pharmakon que era a la vez medicina y veneno, fuente de vida y velo mortuorio… Como poeta de lo esencial que anticipaba la 'diferencia ontológica' de Heidegger, Hölderlin piensa muy bien la dualidad jánica de los ideales y también la profunda ambivalencia de la realidad y la existencia. Por eso, siempre a la búsqueda de lo 'divino', afirma que “cerca de donde está el peligro también nace lo que cura”. Pero, como la
proximidad es una relación simétrica, el verso de Patmos se puede
invertir, avisando que: cerca de donde nace lo que cura está también el
peligro.
La filosofía postplatónica y cristiana, Nietzsche denuncia que, cuando Apolo domina
unilateralmente sin el contrapeso de Dioniso, crea un velo insuperablemente emborrachador que,
además de esconder la terribilidad de la existencia, también engendra los
ficticios valores supremos que niegan nihilistamente la vida aquí y ahora. Ahora bien, más allá que en Occidente hay un exceso de apolineo y un defecto de dionisíaco, Nietzsche entiende que el problema redical es la separación reductiva de lo dionisíaco y lo apolíneo; es decir impedir que ambos se contrapesen y equilibren.
Los griegos presocráticos superaron el nihilismo gracias a la tragedia ática, la cual es un ejemplo muy destacado de la virtud griega, pero no el único. Así consiguieron soportar la terribilidad de la existencia con una sabia conjunción de lo dionisíaco y lo apolíneo, pero también superar el emborrachamiento unilateral de uno de ellos que hace olvidar permanentemente el otro.
Para Nietzsche y Sloterdijk, Apolo y Dionisos responden a dos distintos tipos de embriaguez. Así es predominantemente apolínea la que vemos en la 'banalidad del mal' que caracterizaba según Hannah Arendt al burócrata que se pretendia 'kantiano': Eichmann y que también se manifiestan en los famosos experimentos de Milgramm. En cambio seguro que era mucho más dionissíaca en la locura emborrachada de la represión directa en los campos de exterminio nazis (véase el film El hijo de Saul).
Por otra parte lo apolíneo y lo dionisíaco comparten en el fondo un objetivo común: buscan superar el aburrimiento insoportable y doloroso de la mediocricidad cotidiana y de un vivir que consiste simplemente en dejarse morir lentamente. Así Nietzsche destaca tres tipos de 'artistas': el "apolíneo de los sueños", el "dionisíaco de la intoxicación" y "finalmente, como en la tragedia
griega, por ejemplo, un artista de la intoxicación y de los sueños al mismo
tiempo".
Ahora bien, cuando se impone totalmente a la otra una de esas vías paralelas y similarmente peligrosas pero inversas de Apolo y Dionisos, se rompe la condición necesariamente dual de la existencia y el sabio equilibrio de la vida (que la tragedia ática ejemplificó maravillosamente. Entonces, un monstruo desproporcionado, unilateral, desequilibrado y pesimista sustituye a la proporción ¡nunca trivial! que -por ejemplo- caracterizó la greicidad, Griechenthum (en el nuevo subtítulo de 1886 de El origen de la tragedia).
Como vemos el gran problema es emborracharse de algo hasta perder el equilibrio de éste y de lo otro. Eso le pasó incluso al lúcido pesimista que era Schopenhauer, pues, denuncia los malestares y sufrimientos
que se esconden en la moral y la metafísica, que son hijas de la ebriedad de
Apolo y que él ve ejemplificadas en idealistas modernos como Hegel, Fichte o Marx. Pero entonces, como lamenta Nietzsche, el pánico que experimenta ante les complejidades y sufrimientos de la vida bloquea la lucidez schopenhauriana, impidiendo que se dé cuenta de la importancia y necesidad de lo
dionisíaco para la existencia.
Temeroso ante cualquier sufrimiento, Schopenhauer opta por renunciar a la
conflictividad vital; dice no a la vida aquí y ahora; rechaza cualquier pasión
y cualquier interés existencial pleno; y despotencia el ánimo. Así, el miedo al
dolor convierte Schopenhauer en el gran pesimista i el primer esclavo
occidental del nihilismo oriental de los Vedas, del budismo y de
la fabulación del nirvana. En cambio, Nietzsche toma como modelo a la Grecia
arcaica, heroica, homérica y trágica que, equilibrando Apolo y Dionisio, hizo
posible una existencia antinihilista capaz de enfrentar la terribilidad de
la existencia con atrevimiento, pasiones alegres, amor fati y potencia anímica.
Querer
entrar en el cielo de la creatividad es andar por el filo de la navaja
de ciertos furores, ebriedades, locuras y atrevimientos, que sin duda son
peligrosos y ambivalentes, pero maravillosos en la medida que se evita caer en el infierno del
delirio.
No se puede entrar en el cielo creativo, pues, sin correr algún peligro ni asumir cierta ebriedad. Pero es muy fácil que rápidamente se salga de esa equilibrada plenitud celestial y se caiga por la pendiente infernal que lleva a la sobredosis o al coma etílico. Tenemos muchos ejemplos de ello en mitos contemporáneos como los pertenecientes al Club de los 27 años, es decir aquellos roqueros muertos trágicamente en tan temprana edad como por ejemplo: Jimmy Hendrix, Brian Jones, Janis Joplin, Jim Morrison, Kurt Cobain o Amy Winehouse.
Ellos nos recuerdan el peligro de los paraísos artificiales, que no nace tanto de su artificialidad porque la naturaleza también puede enloquecernos,
sino de su unilateralidad y simplicidad. Pues facilmente convierten el placer o el genio en un infierno que no tiene nada de
jardín del Edén. Los paraísos artificiales transitan fácilmente de la maravillosa y seductora creación
como destrucción constructiva al delirio que rompe con todo sentido... y, en definitiva, con la vida.
A partir del artículo "Ambivalencia de la ebriedad creativa" de G. Mayos en Las Nubes. Filosofia. Arte. Literatura. Véanse los posts:
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