Gonçal Mayos PUBLICATIONS

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Aug 6, 2022

¿CREATIVIDAD DESTRUCTIVA?

 

Puesto que no hay creatividad en el vacío absoluto, sino que necesariamente se da dentro de una situación existencial y cultural, no hay que olvidar que toda creación es una destrucción constructiva. Inevitablemente, pone los cimientos de algo nuevo sobre territorios y de los escombros de edificaciones prexistentes. Así, lo nuevo se opone a lo viejo no sólo de una forma retórica, sino mucho más contundente, trágica y ambivalente. Pues, de una forma u otra, se pone en su lugar, lo aparta, lo niega, lo destruye, lo violenta, lo subvierte, lo difiere o -al menos- amenaza aniquilarlo y lo pone ante la nada.

Como ya sabían los antiguos griegos, todo nacimiento remite y paga el precio de una cierta e inevitable muerte. A diferencia de los dioses, los mortales saben que quien nace debe también e inevitablemente morir. Ahora bien, dado que hay un lapso temporal entre nacimiento y defunción, el creador se siente legitimado y mira con egoísmo, indiferencia y desprecio los efectos -para él colaterales- de su proceso creativo. El creador suele ser egoísta por naturaleza o, al menos, obvia los peligros resultantes de su proceso creativo.


Crear algo realmente nuevo es tan difícil que no hay tiempo ni ganas para valorar muchas de sus consecuencias. Además, cuando está en pleno proceso, el creador está como embriagado y poseído. ¡Más que un sujeto dominador y absolutamente libre, es un sujeto -ciertamente- pero sujetado, emborrachado por su crear e -incluso- tiranizado por su creación! Está tan seducido por la propia capacidad innovadora, que suele ser incapaz de atender a los daños colaterales de la poderosa destrucción productiva que está poniendo en marcha.

Sin duda, toda acción creadora de algún modo causa muchas consecuencias destructivas, que alguien probablemente sufrirá. Ninguna creación es totalmente neutra o sólo positiva. Puede parecerlo, desde la perspectiva de quien crea y reivindica la propia potencia innovadora, pero nunca es ni neutral ni únicamente benefactora, bondadosa, amable para todos... Desde la perspectiva del todo, se vé claramente que cualquier innovación amenaza, desplaza, se pone en el sitio o relega a antigualla alguna otra cosa; incluso algo que fue muy renovador un tiempo antes.

Sólo cuando lo viejo y anticuado se siente comprometido de algún modo con lo nuevo, se disimula la cara jánica y bifronte de cualquier creación. Eso ocurre paradigmáticamente en los humanos cuando, conscientes de la propia mortalidad, saludan con enorme alegría el nacimiento de los hijos que les ofrecen una cierta sensación de eternidad. No es tan solo que piensan que tendrán una vejez no tan solitaria ni indefensa, sino que aspiran a sobrevivirse a través de sus hijos y de sus obras.

Pues para el creador, sus obras son como sus hijos y siente un instinto de posesión similarmente egoísta e ingenuo. Pues como los hijos toda obra tiene su vida propia, independiente, autónoma, que sigue su peculiar destino, movida por azares y circunstancias diferentes de su creador. Al mismo tiempo, todo el mundo sabe que esos nacimientos felices son señal inequívoca y trágica de que está huyendo el propio tiempo personal. Por eso, aunque ante sus hijos y obras, la alegría del padre y creador supera el vértigo del tiempo; cuando se trata de los partos de los adversarios y enemigos, ya no suelen ser recibidos con similar gozo existencial.


Insistimos: toda creación, construcción o nacimiento es también signo de defunción, destrucción y aniquilación. Algunas veces, esa ambivalencia queda disimulada porque la gozosa causa y el triste efecto pueden darse bastante lejos en el tiempo y el espacio. También porque, estimulado como por una droga, el creador ama como un borracho su fuerza creativa y los resultados de ésta.

Dioniso ejerce aquí con mucha fuerza su función conjuntiva. Ahora bien, el principium individuationis de raíz apolínea destaca en todo momento la consustancial violencia que comporta cualquier creación, construcción o recién nacido. Así lo ven los no creyentes detrás del Génesis, por mucho que los creyentes argumenten que en la creación narrada por ese libro bíblico no hay propiamente violencia, porque no era necesaria al tratarse de una creación 'en el principio', en el vacío, cuando no había nada más, cuando tan sólo había la nada.

Aun así, ¿entonces por qué la necesidad de pensar y llamar ‘nada’ a eso inexistente que (no) había antes de la primera creación y del ser? Pero, para no entrar en cuestiones ontológicas, nos limitaremos a recordar que existen otros muchos relatos cosmogónicos, donde la nueva creación se realiza sobre alguna existencia anterior y, por tanto, destruyéndola, en un acto inseparablemente constitutivo y aniquilador.

A menudo nos cuesta entender cómo se sentirían los titanes ctónicos, desplazados por Zeus, cuando éste instaura la nueva era olímpica. Hay algo profundamente trágico en el destino de los titanes que, además, son condenados a castigos terribles por el simple hecho de luchar por mantenerse en el ser y haber sido vencidos.  


¿Cómo valoraríamos la nueva creación si nosotros perteneciéramos a lo que desaparecerá? ¿Cómo experimentaron su subordinación las primigenias diosas de la fertilidad, que dominaron matriarcalmente durante milenios? No hay que olvidar que el actual patriarcalismo sólo ha sido posible por el inexorable y violento proceso que desplazó y esclavizó a aquellas diosas ante las nuevas deidades masculinas y patriarcales. ¡No hace falta ser feminista, para comprender la inevitable brutalidad y violencia que se esconde detrás del patriarcalismo, de la nueva era, de los nuevos dioses, de la nueva creación!

Por eso, con sorprendente sinceridad, detrás de muchos mitos cosmogónicos se insinúa una violencia a la vez inevitable y sagrada. Ciertamente también se insinúa que la nueva creación era necesaria, legítima y justa por la degradación espontánea de la vieja era y de los viejos dioses. Al reconocimiento sincero de la propia victoria y violencia, se superpone ambivalentemente la idea de que los viejos dioses, diosas o pueblos ya habían perdido por sí mismos su hégira y potencia vital.

Sin embargo, es falsa la idea de que, de algún modo, ya estaban muertos en potencia cuando fueron desplazados, que no fue ningún asesinato criminal, sino una especie de eutanasia caritativa. Ciertamente en muchos mitos cosmogónicos antiguos estaba la idea de que es necesaria una recreación constante cada año, por degradación espontánea de la vieja creación. Además, la recreación cosmogónica anual también permitía legitimar y revalidar -muy astutamente- gobernantes humanos como los faraones, quienes por su vital relación con los dioses eran clave para que el ciclo natural se reiniciara adecuadamente.

Pero todo esto son eufemismos para esconder la verdad (aunque a menudo los mismos mitos también quieren que no se olvide aquella violencia fundacional): el nuevo poder crea el propio mundo desplazando, esclavizando e incluso matando al viejo poder y al antiguo mundo. Por tanto, lo que antes era hegemónico y era alabado, por tanto, ahora debe caer necesariamente, debe ser destruido gozosamente y -incluso- habrá que vilipendiarlo unánimemente.

En conclusión: toda creación se hace en contra de otra anterior, destruyendo a los viejos creadores, atacando a sus defensores intelectuales y condenando a terribles tormentos a los derrotados. Recordemos las condenas a los titanes TántaloSísifo, Átlas o al benefactor de los humanos: Prometeo.


Son violencias máximamente brutales y castigos que simbólicamente quieren reiterarse a lo largo de la eternidad. Como apuntamos, iban más allá del tiempo-cronos para simbolizar la nueva era, el tiempo-aion, y reducir al olvido el tiempo-afortunado-Kairós que tuvieron la fortuna de protagonizar 

Así, la nueva creación quería mostrar que la derrota de los Titanes y de la vieja creación sería eterna, sin paliativos, sin fin, sin posibilidad de revancha y sin expectativa de perdón. E incluso que su momento de plenitud hegemónica nunca existió. 

Vemos pues que, como los creadores, los vencedores suelen ser egoístamente inclementes. Hay pues una violencia creadora que no esconde su origen y enconamiento. Muestra ostentosamente que no sólo es una destrucción renovadora sino, sobre todo, una aniquilación purificadora
La creación se convierte entonces en la condena eterna de la anterior creación y aspira a un nuevo comienzo sin mancha, rémora ni limitación del pasado. 

Ahora bien, la inspiración innovadora no es tan solo un 'decreto de nueva planta', similar a una 'creación de la nada', una génesis primigenia, el verbo divino que hace la luz, separa el cielo y la tierra, etc. También es el augurio trágico de una futura destrucción... incluso autodestrucción. ¡Es terrible y muy poderoso el influjo adictivo de la creación!

Como decimos: toda creación es también destrucción... y con facilidad destruye de forma radical e inclemente. La ebriedad de la creación pierde entonces su equilibrio con la destrucción necesaria para construir y, unilateralmente, se limita a ser alcoholismo del aniquilamiento, adicción a la muerte, impulso de autodestrucción y embriaguez incontrolada y sin fin.

Entonces, trágicamente, no aspira a ningún proceso creativo ni a ningún nuevo comienzo, sino que tiende a imposibilitarlos, sellando por siempre más esa “paz de los cementerios” que denunció Kant. De esa manera se llega al ‘grado cero’ de creatividad, el cual es mero nihilismo destructivo, final de cualquier vitalidad y aniquilamiento de cualquier ‘natividad’ (en sentido de Hannah Arendt).

Se impone no sólo el principio entrópíco que, según la termodinámica és la ley cósmica última y superior, nuestra parca científica. Entonces se impone finalmente la muerte, el impulso de Thánatos (otra deidad preolímpica) que conduce ¿a un nirvánico grado cero de creatividad pero también de destrucción?  


A partir del artículo "Ambivalentia de la ebriedad creativa" de G. Mayos en Las Nubes. Filosofia. Arte. Literatura. Véanse los posts: 




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