De triunfar, los MOOCs (Massive Open Online Courses o cursos abiertos telemáticos y masivos) podrían dar el paso definitivo para romper las paredes de
las aulas; para liberar la clase del talento (o no) del ajetreado profesor allí
presente; para dejar sin sentido las tradicionales hileras de sillas y mesas mirando
frente a frente a una pizarra; para volver obsoletos aquellos buenos modos de pedir
la palabra levantando la mano y esperando que el profesor lo viera y se la
otorgara…
O yendo
a lo verdaderamente esencial, los MOOCs serían la culminación de la destrucción
de una ontología de la realidad donde el saber es “poseído” por unos pocos,
mientras todos los demás no pueden acceder a él sino a través de la pleitesía y
la imitación de aquellos pocos “poseedores”. Una concepción cerrada del saber
donde éste y el conocimiento no son algo abierto a cualquier investigador, es
decir: algo que uno hace en función de los propios intereses –evidentemente en
colaboración con los demás, literalmente con todo el mundo-.