La macrofilosofía parte
necesariamente de una concepción postdisciplinar. Quizás éste fue siempre el
marco natural y más propio de la filosofía. Pues lo estrictamente disciplinar siempre le ha sido algo ajeno e impuesto. La deriva “disciplinar”
moderna rompió con la condición clásica de la filosofía: el “amor al saber”
sin condiciones, parcelaciones, restricciones, subordinaciones,
predeterminaciones… ni mandarinajes disciplinarios y disciplinadores.
Ciertamente durante la modernidad
se fueron escindiendo progresivamente las ciencias y todos los restantes
saberes, llegando a la brutal y castrante hiperespecialización actual. A ello se opuso casi siempre la filosofía, que no quería dejarse reducir a un mero
saber particular, delimitado y predeterminado. No quería convertirse en una disciplinada ciencia como las otras, una hiperespecialización más.
La filosofía ha luchado
contra la manía moderna a la ultraespecialización, si bien -ciertamente- con no demasiado éxito. Terminó convertida en microfilosofía, aunque mayoritariamente intentó no verse reducida a un canon muy
concreto, parcial y resultado de castrantes exclusiones.
Pero finalmente sacrificó la macrofilosofía y se limitó a lo microfilosófico y al canon heredado. Ello eliminó muchos legítmos problemas, objetivos y pensadores, que aumentaron las pérdidas detectadas en los cinco grandes volúmenes (que tampoco no agotan nada) de la Contrahistòria de la filosofía de Michel Onfray.
Pero finalmente sacrificó la macrofilosofía y se limitó a lo microfilosófico y al canon heredado. Ello eliminó muchos legítmos problemas, objetivos y pensadores, que aumentaron las pérdidas detectadas en los cinco grandes volúmenes (que tampoco no agotan nada) de la Contrahistòria de la filosofía de Michel Onfray.
Pero actualmente todavía estamos muy lejos de
recomponer todo lo prohibido, excluido, menospreciado o obviado en el canon microfilosófico
occidental actual. Comenzamos a intuir la magnitud de lo perdido o
negado, la macrofilosofía olvidada. Impresiona pensar que aumenta considerablemente la ya enorme cantidad de pensamientos valiosos que fueron excluidos simplemente por haber sido enunciados por
mujeres, disidentes, minorías culturales, indígenas o portavoces de la cultura
antigua americana, orientales, islámicos, africanos…
Ahora bien ya en la segunda década del
siglo XXI, se va imponiendo una perspectiva postdisciplinar en los saberes y la
cultura. Con ello la filosofía vuelve a poder ser macrofilosofía y a recuperar
su clásica perspectiva reflexiva más amplia, más rigorosa y -a la vez- más completa.
Evidentemente no puede competir con los conocimientos más sólidos,
cuantitativos, experimentales y productivos de las ciencias ultraespecializadas. Pero
la filosofía no renuncia a la valentía, lucidez y coherencia de pensar lo problemático con
todas sus consecuencias.
Glosando un famoso y agudo chiste, podemos comparar la perspectiva
holista y crítica de la filosofía a la hiperespecializada y pragmática de las
ciencias: En medio de la noche, un borracho mira obsesionado el charco lleno de
barro que es la calle y, medio cayéndose, se abraza a un solitario farol que
apenas ilumina unos pocos metros. Apiadado de su desesperación, un transeúnte
le pregunta qué le pasa y el borracho contesta que ha perdido las llaves en el
barro. El transeúnte comienza a buscar, mientras le pregunta si las ha perdido
justo bajo el fanal o un poco más allá. Entonces el borracho dice que en
realidad las ha perdido mucho más allá donde reina una profunda e inquietante
oscuridad. Sorprendido por tal respuesta, el transeúnte le inquiere ¿por qué
–entonces- no la busca ahí? Y el borracho -con extraña lucidez- argumenta que
aquí hay luz, mientras que en donde ha perdido sus llaves reina la más terrible
y acobardante oscuridad.
Sin duda la humanidad ha hecho muchas veces como el “sensato borracho”
del cuento. Ha buscado donde tenía más probabilidades de encontrar algo y -¿por
qué no reconocerlo?- donde era más cómodo buscar, que no en lugares casi
imposibles y con muy pocas esperanzas de éxito. Y lo hacía aunque sospechara
que era allí -en ese lugar tan “imposible y desesperador”- donde seguramente
podría estar lo que en última instancia se buscaba. Con cierta sensatez, la
humanidad se justificaba considerando que procediendo así de alguna manera, más
indirecta pero más sólida y segura, se aproximaba también a aquellas cuestiones
últimas que le preocupaban.
Ciertamente en tales casos, no se suele encontrar lo que verdadera y en
última instancia se buscaba, pero sí otras cosas de gran valor y que de alguna
manera recompensan de haber modificado la búsqueda. En este contexto, creemos
que el mínimo y más grande elogio de los buenos filósofos es que normalmente
han evitado cambiar de búsqueda y no se ha arredentado ante el reto de buscar
lo más difícil y esquivo en medio del barro más profundo, la oscuridad más
inquietante y la más inclemente tempestad. Ciertamente y por eso mismo, esos
grandes filósofos muchas veces no pudieron encontrar lo que buscaban pero –sin
duda- se acercaron al mencionado reto, tanto cuanto puede hacerlo la finita humanidad.
¡Esa es la grandeza eterna de la filosofía! Algo que hoy a veces no se
comprende porque como el cómodo, sensato e incluso astuto “borracho”
generalmente buscamos donde mejores condiciones y esperanzas tenemos de
encontrar algo valioso, algo que satisfaga y rentabilice nuestros desvelos,
algo que podamos enseñar a la sociedad como inequívoco e indiscutible. En tales
casos, la sociedad –que normalmente no tiene que saber nada de nuestras
auténticas y más profundas preguntas- queda admirada por nuestro descubrimiento
y su aplauso nos ayuda a sobrellevar el sutil cambio experimentado en nuestras
investigaciones –muchas veces similar al comentado en el chiste-.
Muy grande y en todas partes se nota hoy la presión en favor de
conocimientos pragmáticamente efectivos, positivamente indiscutibles, con
resultados cuantitativos y experimentalmente comprobados, con efectos
económicos muy claros, etc. Por eso los estudios disciplinadamente constituidos
en tales direcciones se imponen a los que no son así. Vivimos en un tiempo
hiperespecializado donde el modelo de las disciplinas científicas y técnicas se
impone generalizadamente.
Ello ha llegado a afectar a la propia filosofía. Por eso últimamente se
ha hecho dominante la tendencia filosófica -por otra parte eterna- de atender con mucho cuidado
a la propia tradición y estudiarla profundamente como modelo para el propio
pensar. Hoy la “microfilosofía”, es decir el estudio de la propia tradición y
el análisis cuidadoso de los textos que nos ha dado y que nos enseñan a pensar
(lo que Kant llamaba “filosofía escolar”), predomina totalmente y hace olvidar
el pensar propio y –con él- encarar los retos del presente (lo que Kant llamaba
“concepto cósmico” de filosofía) en toda su complejidad (es decir: lo que
llamamos “macrofilosofía”).
Presionada por la hiperespecialización positivizante de los saberes y las
ciencias durante la modernidad, la filosofía se ha visto obligada a cerrarse
sobre sí misma, a convertirse casi exclusivamente en “microfilosofía” y
limitarse a repensar obsesivamente su tradición. Se olvida de salir a la calle
y de encarar los problemas actuales aunque se den entre el barro, en una
peligrosa oscuridad y en medio de inclemencias de todo tipo. En detrimento de
esos riesgos e incomodidades, la filosofía de hoy tiende a abrazarse
“microfilosóficamente” a los faroles de los grandes filósofos del pasado para
estudiar hasta la saciedad sólo lo que ellos iluminaron.
Además sus estudios “microfilosóficos” –muchas veces identificados con
algún texto concreto- son convenientemente extraídos de la salvaje y vital
búsqueda que normalmente presidió su origen y redacción. Ciertamente y como
avisa Hegel, esos textos contienen los conceptos dispuestos con toda lógica y
en toda una riquísima gama de grises, pero ocultan los contrastados colores de
la vida y los conflictos que los originaron. En muchos sentidos son lo más
ordenado, coherente, sistemático, estructurado y razonable que algún filósofo
del pasado fue capaz de hacer y eso les da –sin duda- un valor inmenso.
Pero no
debe olvidarse la complejidad, riqueza, incontrolabilidad, peligrosidad,
incomodidad y oscuridad que presidió las experiencias y esfuerzos del filósofo, por mucho
que intententase ofrecer básicamente sus resultados más conseguidos. Pues la filosofía no suele ser la tranquila, distante y
protegida reflexión que se ha convertido en su tópico más erróneo.
Se suele decir y es cierto en algún sentido, que hoy la filosofía no
puede reclamar ningún objeto propio ni en exclusiva, y que ya no puede ser
totalmente independiente de las ciencias, pues depende de las aportaciones de
éstas. Creemos que incluso en tal caso, la filosofía hoy no tiene porqué
reducirse necesariamente sólo a “microfilosofía”, también puede continuar
aspirando a ser “macrofilosofía”.
Por importante y decisiva que sea su milenaria tradición, la filosofía no
puede limitarse a ser la simple guardiana, comentadora y divulgadora de una
tradición conclusa y de un canon ya cerrado. Tampoco debe renunciar a
preguntarse por las cuestiones hoy vigentes por complejas y difíciles que sean;
por tanto tiene que continuar aspirando a la macrofilosofía.
Todo ello es hoy más importante -si cabe- en la medida que hoy la
filosofía es el único saber que todavía aspira a cuestiones y perspectivas
globales, radicales, críticas y que asumen el reto rechazado por el “sensato
borracho” del chiste. Las ciencias han optado –con incontestable éxito
productivo- por la hiperespecialización y ello ha dejado sólo para la filosofía
la aspiración holista, así como la tematización de las perspectivas básicas
comunes a los distintos saberes y de las cuestiones humanas más radicales.
Por eso es más culpable e injustificable que la filosofía renuncie a sus
investigaciones “macrofilosóficas” precisamente, en las primeras décadas del
milenio, cuando se está abriendo paso cada vez más perspectivas inter-, trans-,
multi- y post-disciplinares.
Además, si renuncia a ser “macrofilosofía”, confirma el veredicto de sus
enemigos y se convierte en un saber moribundo, al que legítimamente las
ciencias hiperespecializadas y disciplinadas menosprecian y dejan atrás. Pero
creemos que los actuales “giro cultural” y la evolución postdisciplinar de las
investigaciones ofrecen nuevas expectativas para la filosofía, especialmente si
la microfilosofía asume el diálogo con las ciencias y encara los problemas de
hoy (es decir: si es también “macrofilosofía”).
Así evitaremos tanto oponer macrofilosofía y microfilosofía, como
reducirnos a la segunda olvidando la primera. La filosofía continuará asumiendo
su condición griego-clásica pero habiendo superado la modernización
tecnocientífica y la actual disciplinación e hiperespecialización de los
saberes. Sólo así estará preparada para asumir creativamente el reto
postdisciplinar que preside el siglo XXI. Pues creemos –en formulación
espinoziana- que todavía no sabemos todo lo que puede llegar a ser la filosofía
y las aportaciones que ofrece a la humanidad.
Con aspiración crítico-política, la “macrofilosofía" se propone
estudios “holistas”, comparativos y centrados en procesos de gran alcance temporal
(longe durée), geográfico (globales y no etnocéntricos) y cultural
(interdisciplinares y atendiendo a las mentalidades populares). Para ello, la
“macrofilosofía” debe partir de buenos y rigurosos análisis “micro”,
poniéndolos en diálogo con el conjunto de las ciencias y planteamientos
actuales.
Ahora bien la macrofilosofía evita la mera erudición y –consciente de la
creciente complejidad- busca modelizar
la realidad para mostrar su orden profundo. Aquí busca síntesis aún más
radicales que sus “compañeras” la macrosociología, la macrohistoria, la
macroeconomía... ya que apunta a lo común y compartido por todas ellas. La
macrofilosofía no pretende ser una
imposible suma de todos los saberes, sino más bien la intersección compartida y
básica de sus estructuras profundas. Aspira a ser la máxima y más potente
modelización de la realidad que explicite
lo compartido y básico a todos los saberes.
Las ideas que acabamos de esbozar están en la base del último libro de GIRCHE:
Cultura, historia y Estado. Claves y
pensadores macrofilosóficos. En él, ese Grupo Internacional de Investigación
en la intersección de “Cultura, historia y Estado” (o directamente la política)
presenta análisis “macrofilosóficos” y pensadores que han hecho importantes
aportaciones en tal dirección. Muestra que una auténtica “macrofilosofía” es
una tarea de futuro y una labor colectiva, que requiere la colaboración de
muchísimos investigadores. Así lo requieren los tiempos postdisciplinares que
vivimos y que son tan “críticos” para la humanidad como los de Kant, la Revolución francesa o los inicios de la Revolución industrial.
Especialmente por ello, hoy tenemos que salvar a la filosofía de su
banalización creciente y recuperar su libérrima aspiración griego-clásica al
saber… al saber como todo y síntesis global y no como a hiperespecializada
disciplinación de un pequeño marco problematizador. Es por eso que GIRCHE
investiga pensamientos y análisis que asuman los retos actuales de la
filosofía, especialmente los macrofilosóficos. En debate con el lamentable
estado actual de los saberes, analiza algunas de las más importantes claves y
pensadores que fundamentan y fomentan una arriesgada y ambiciosa visión
macrofilosófica.
Con estudios de investigadores de cinco países, Cultura, Historia y Estado: pensadores en clave macrofilosófica
analiza el camino hacia la Modernidad (Karine Salgado), la crisis de la
democracia liberal en la globalización (Cristiano Procentese), la pospolítica y
el pluriverso global (Joan Morro), la intuición de la posmodernidad en Daniel
Bell (Daniel Cabaleiro), la sociedad del riesgo de Ulrich Beck (Pedro Nicoli), la
ontología política descolonizadora de Frantz Fanon (Leonardo Franceschini),
François Jullien y la alteridad china (Marcelo M. Ramos), la articulación
contextual-coyuntural en Stuart Hall (Ricard Gómez Ventura), la
macroantropología de Clifford Geertz (Raoni Bielschowsky), Eva Illouz y las
articulaciones macrofilosóficas de la cultura (Paula Arizmendi), la
macrofilosofía de la educación a partir de Paulo Freire y Jacques Rancière
(Francis García Collado), signo, narración e historia en Cassirer y Ricoeur
(Yanko Moyano), la geo-cultura y el Sistema-Mundo de Wallerstein (Sergi Mas),
el derecho macrofilosófico de Miguel Reale (Saulo P. Coelho) y –como
introducción general- el sentido actual de una macrofilosofía (Gonçal Mayos).
Esos ensayos quieren mostrar la relevancia de los enfoques “macrofilosóficos”,
argumentar su necesidad e –incluso- destacar la provocación que representan
dentro del actual modelo ultraespecializado de las disciplinas
científico-técnicas. También reivindican la fidelidad y continuidad dialéctica
de lo “macrofilosófico” con la tarea permanente de la filosofía. Pues aunque
hoy corra el riego de olvidarse bajo las tendencias hegemónicas en la
actualidad, la filosofía ha sido siempre macrofilosofía y la microfilosofía
nunca se oponía a ella.
Es vital poner de manifiesto el sentido contemporáneo de la
macrofilosofía que hoy adquiere nuevos y vitales retos en el actual contexto postdisciplinar.
Sin duda ésta es una tarea colectiva todavía abierta, todavía en una lucha que
puede ganarse o perderse y –también- en diálogo dialéctico con el presente y
las ciencias y disciplinas actuales.
Por ello GIRCHE analiza cualquier aportación de gran ambición y calado dentro de la intersección de la
humanidad como especie cultural, histórica y política. Se propone actualizar la
capacidad crítica, reflexiva y holista de la filosofía, complementando los
hiperespecializados estudios científicos actuales con perspectivas “macro”, de
larga duración, comparativistas, inter-, multi- y postdisciplinares…
6 comments:
Hola Gonçal,
Mi más decidida adhesión a este enfoque postdisciplinar que no renuncia a formularse las grandes preguntas, y que lo haga atendiendo a toda su complejidad y haciendo acopio de las aportaciones de las diversas áreas del saber.
Coincido, pues, en la necesidad de superar la “hiperespecialización positivizante de los saberes”. En esta línea, y más allá de la incidencia –sin duda, muy elevada- de los intereses económicos y, en ocasiones, académicos y burocráticos a la hora de bloquear todo intento de ir más allá de los límites establecidos entre las diversas disciplinas institucionalizadas del saber, creo que hay un par de factores de índole intelectual que bloquean todo intento de adentrarse en un pensamiento “macro”. Un bloqueo tanto más eficaz cuanto que, a menudo, actúa antes incluso de que tal pensamiento pueda formularse o, simplemente, plantearse.
El primero de estos factores es la distinción positivista entre el conocimiento, entendido en su concepción más reduccionista como el estudio únicamente de todo cuanto pueda ser calculado, parametrizado, objetivado y sometido a las pruebas y análisis de un laboratorio, y todo el resto –arte, literatura, filosofía, ensayo, pensamiento político, reflexiones éticas y un largo etcétera-, reducido, según dicha perspectiva, a mera cuestión de preferencias, de gustos, de inclinaciones estrictamente subjetivas sin valor ontológico y epistemológico alguno. Adorno y Horkheimer, entre otros, ya criticaron y analizaron las funestas consecuencias de este positivismo que, además de centrarse únicamente en el cómo, es decir, en el análisis empírico-racional de lo que existe y es susceptible de ser contrastado, olvidando así los porqués, crea un abismo insalvable entre lo que hay –lo que puede ser demostrado y calculado en un momento y lugar precisos- y lo que podría ser. ¿El resultado? Un pensamiento que absolutiza lo existente como si fuera lo único posible, impidiendo así cualquier cuestionamiento crítico, cualquier visión mínimamente dialéctica, histórica o, sencillamente, “macro”. Una razón, en definitiva, que de tan estrecha, hiperespecializada y puntillosa cae de lleno en la irracionalidad.
El segundo factor es, al menos en apariencia, totalmente opuesto al primero y, sin embargo, ejerce el paradójico efecto de reforzarlo. Me refiero a algunos discursos y análisis que, o bien dejan totalmente de lado las aportaciones de las diversas áreas científicas o bien ven en ellas un mero conjunto de convencionalismos sociológicos y lingüísticos. Y es que una cosa es aceptar que la ciencia, como actividad humana que es, se ve influida por condicionantes de tipo socioeconómico, ideológico y cultural, y otra cosa, muy distinta, es ver en ella un “relato más” cuya grado de veracidad es tan relativo –y, por lo tanto, tan discutible- como el de la magia, la astrología o la mera opinión.
No debemos, pues, rehuir el contraste de ideas y conceptos con las teorías y hallazgos de la ciencia, algunos de los cuales están entrando de lleno en cuestiones que antaño parecían indemostrables y meramente especulativas, pero debemos hacerlo sin renunciar a su contrastación con las aportaciones de índole humanística y social y, sobre todo, sin perder de vista la voluntad “macro”, postdisciplinar, crítica y reflexiva. En la filosofía, por descontado, pero también en otras áreas del saber.
Lluís Soler
Totalmente de acuerdo Lluís, y me encanta que veas como dos mecanismos complementarios tanto al positivismo como al menosprecio por la ciencia. Es verdad que el reductivismo a “cuanto pueda ser calculado, parametrizado, objetivado y sometido a las pruebas y análisis de un laboratorio” retroalimenta el menosprecio a la ciencia (considerándola un juego ideológico exactamente igual a la peor política, por ejemplo). Evidentemente las ciencias no son totalmente neutras y también en ellas hay de todo, pero también es claro que cuando trabajan bien son la más magnífica herramienta de conocimiento.
Si reivindico los cada vez más claros planteamientos postdisciplinares y macrofilosóficos es porque también veo el peligro de un “pensamiento que absolutiza lo existente como si fuera lo único posible, impidiendo así cualquier cuestionamiento crítico, cualquier visión mínimamente dialéctica, histórica o, sencillamente, “macro”. Una razón, en definitiva, que de tan estrecha, hiperespecializada y puntillosa cae de lleno en la irracionalidad.” De hecho y como apuntas, en Girche estamos proyectando un futuro libro colectivo que reconsideré postdisciplinariamente las “dos culturas” de C.P. Snow: las ciencias y “las aportaciones de índole humanística y social y, sobre todo, sin perder de vista la voluntad “macro”, postdisciplinar, crítica y reflexiva. En la filosofía, por descontado, pero también en otras áreas del saber.“
Pronto vamos a hacer una especie de call of papers para ese libro y te la enviaré porque veo que te interesa profundamente. Una abraçada.
Hola de nuevo,
Sí, me interesa mucho lo que estáis haciendo en Girche, así que te agradeceré de veras cualquier material que me envíes.
Una abraçada i bones festes
Lluís
Un saludo Gonçal.
La Microfilosofia como la entiendo, es el conocimiento de los saberes desde el individuo, siempre anclado - aunque no consciente en las primeras lecturas del sujeto - a las experiencias y afectos comunes. Son Aristóteles y Averroes dos máximos representantes de la macrofilosofia a partir de la microfilosofia, que vivieron dos épocas de las más abiertas al mundo y a la filosofía, por eso mismo, por la posibilidad entrelazada de lo icro en lo macro.
Un fuerte abrazo desde Microfilosofia.com
Claro Esteban,
macrofilosofía y microfilosofía se retroalimentan y potencian mútuamente. Se trata de superar la parcialización hiperespecializada y el reductivismo positivista, que presuponen que ya saben lo "importante", lo "esencial", lo "verdadero"... Entonces dejan de pensar, de inquirise a fondo y de relacionar les cuestiones.
Un muy fuerte abrazo.
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