La servidumbre voluntaria –que todo lo legitima y que todo lo acata- suele construirse sobre la convicción de que el paraíso es básicamente material. Nace de la convicción por parte de los opresores (¡y lamentablemente de muchos oprimidos!) de que la gente se conforma con todo, siempre y en cuanto se le permita consumir. Nace de la convicción de opresores y oprimidos de que: vivir bien es mejor que luchar por la vida buena, sobre todo si se pone en peligro la buena vida.
La servidumbre voluntaria nace del olvido de que la vida buena es una aspiración que va mucho más allá de la buena vida. Eso tan básico deja ya de ser comprensible, deseable, pensable, objeto de voluntad o de anhelo... Y pasa a ser algo absolutamente inexistente, incomprensible, invivible...
La servidumbre voluntaria suele nacer de la aceptación de un contrato que no se aleja demasiado al que firma Fausto con Mefistófeles. Algo así como: satisfáceme y te obedeceré, colma mi cuerpo y de daré mi alma. Otros dicen: dame pan y me plegaré a ti; mantenme y olvidaré cualquier otro deseo; dame la buena vida i menospreciaré la vida buena. Hoy decimos: ¡Déjame consumir y dejaré de pensar! ¡Satisface mis bajos deseos y yo mismo arrasaré con cualquier otro deseo y cualquier gran aspiración que sienta nacer en mi mismo!
La servidumbre voluntaria suele nacer de la aceptación de un contrato que no se aleja demasiado al que firma Fausto con Mefistófeles. Algo así como: satisfáceme y te obedeceré, colma mi cuerpo y de daré mi alma. Otros dicen: dame pan y me plegaré a ti; mantenme y olvidaré cualquier otro deseo; dame la buena vida i menospreciaré la vida buena. Hoy decimos: ¡Déjame consumir y dejaré de pensar! ¡Satisface mis bajos deseos y yo mismo arrasaré con cualquier otro deseo y cualquier gran aspiración que sienta nacer en mi mismo!
Como vemos, la servidumbre voluntaria es algo tan paradógico como real y existente. Lo refleja muy bien Frak Miller -el excelente director, guionista y creador del cómic sobre el que se basa su película 300- en una escena donde el emperador persa Jerjes propone al rey espartano Leónidas un pacto de servidumbre voluntaria a cambio de conservar la propia vida.
Como sabemos, esa malévola y paradógica proposición no fue aceptada, pues como dice también Frank Miller: "Los espartanos eran un pueblo paradójico. Eran los dueños de esclavos más grandes de Grecia. Pero, al mismo tiempo, las mujeres espartanas tenían un nivel inusual de derechos. Es una paradoja que eran un montón de gente que en muchos aspectos eran fascistas, pero eran el baluarte contra la caída de la democracia."
La paradógica servidumbre voluntaria nace de aparentes “regalos” que matan el reconocimiento y, por eso, esclavizan. Pues la falta de reconocimiento social suele llevar a la esclavitud y a la opresión (al menos temporalmente); pero la falta de autoreconocimiento lleva necesariamente a la autoesclavitud eterna, a una infinita y autocomplaciente servidumbre voluntaria.
La paradógica servidumbre voluntaria nace de aparentes “regalos” que matan el reconocimiento y, por eso, esclavizan. Pues la falta de reconocimiento social suele llevar a la esclavitud y a la opresión (al menos temporalmente); pero la falta de autoreconocimiento lleva necesariamente a la autoesclavitud eterna, a una infinita y autocomplaciente servidumbre voluntaria.
Quien te “da” algo que no has conquistado y que no asumes como algo propio y no cedido, no sólo te lo puede quitar en todo momento, sino que -además y a cambio- puede pedirte cualquier cosa (incluso tu vida o la vida de tu amigo) ¡en cualquier momento! El clientelismo, el caciquismo, el autoritarismo populista… siempre tienen que dar algo a cambio de la obediencia y disciplinación de la población que se les somete. Pero siempre lo dan a cambio de algo (se supone que algo que es mucho más importante, pues sino serían estúpidos en ofrecértelo).
Por eso, tiene razón el profesor Lluís Soler en que, a cambio de “algunas dádivas materiales o de gozar de una libertad únicamente entendida como capacidad para escoger entre varios opciones preestablecidas –sean éstas bienes de consumo, servicios o partidos políticos- aceptamos plenamente la pérdida de autonomía, de responsabilidad y de participación activa en la vida social. Con lo cual se cierra el círculo que perpetúa la desigualdad y la pérdida de libertad, convirtiéndonos en sus víctimas y corresponsables.”
El clientelismo, el caciquismo, la mafia, el autoritarismo populista o el populismo
paternalista te pueden dar (¡incluso sin que las pidas!) ciertas cosas o ayudas a costa de otros sectores. Hay que recordar que la mafia creció mucho “ayudando” a sus partidarios a costa del resto de la sociedad. Pero siempre llegará el momento de pagar los “favores”. ¡Y con muchos “intereses”, añadidos, servidumbres devenidas “voluntarias!
Es la vieja táctica llamada del “palo y la zanahoria” que termina generando una disciplinación e incluso la “servidumbre voluntaria” que es la base de todo poder. ¡Recomiendo el absolutamente genial famoso panfleto homónimo de Étienne de La Boethie!!! Es de una enorme lucidez y de una síntesi máxima.
Explicita como, el poder de unos pocos sobre la inmensa mayoría, solo puede sostenerse a largo plazo sobre algún tipo de obediencia voluntaria de esa inmensa mayoría. Pues más allá de la violencia y el miedo (que resaltan de Trasímaco a Maquiavelo y Napoleón), el poder se erige sobre la obediencia voluntaria de la sacrosanta mayoría silenciosa, de la “mayoría moral” de Ronald Reagan, del "sentido común" o "hegemonía cultural" de Antonio Gramsci, del mirar a otra parte cuando vienen a llevarse a tu vecino… (que denunciaba Bertolt Brecht). Y en las "sociedades avanzadas" el consumo se ha convertido en la causa más importante de servidumbre voluntaria.
Por otra parte, tan solo el empoderamiento que nace del autoreconocimiento y de la exigencia de ser reconocido como igual y como sujeto de derechos es –sin duda- el más eficiente antídoto de la “servidumbre voluntaria”, del “despotismo espiritual” (Kant), de la opresión económico-política (Marx), del colonialismo y la “negritud” (Fanon, Malcom X, Mandela) y -en definitiva- de todas las esclavitudes y exclusiones. Por eso –más allá de algunas ingenuidades- son tan decisivas las aportaciones (que resalta Lluís Soler) de la Escuela de Frankfurt, de la “razón comunicativa” de Jürgen Habermas, del “reconocimiento recíproco” de Axel Honneth. Pues efectivamente van más allá de las simples i brutales dicotomías entre amigos y enemigos (Carl Schmitt), la violencia para y por la supervivencia (darwinismo social), la lucha por el dinero y la riqueza (que es importante pero a la vez alienante).
Muchas a veces, los cómodos paternalismos son las trampas más sadúceas y terribles. Por eso comparto totalmente la afirmación de Lluís Soler: “las luchas por el reconocimiento –en su triple dimensión individual, social y moral- son el auténtico eje de las luchas sociales y de la dignidad humana.” Pues en lo humano no importa solamente el sobrevivir a costa de lo que sea, sino además el ser y vivir como humano, esto es: autoreconocido por uno mismo y por los demás como digno de vivir.
Ello suele comportar: luchar a muerte y con lo que haga falta, para no verse reducido a "nuda vida" (Giorgio Agamben). Es decir no no reducirse a vida no reconocida por nadie (a veces incluso por uno mismo) y –por tanto- una vida eliminable, prescindible, instrumentalizable y exterminable casi por simples motivaciones “higiénicas” (como pensaban los jerarcas nazis).
Por tanto, el reconocimiento mutuo y general (lo cual no quiere decir que sea gratuito ni una mera concesión, sino algo ganado con la propia lucha y esfuerzo) es condición de posibilidad de cualquier liberación e igualdad que vaya más allá de lo cosmético y superficial. ¡Por eso es tan importante empoderarse con y a partir de conquistar el propio autoreconocimiento y –por supuesto- el reconocimiento social, de los humanos… Eso lo ya lo expresó muy claramente Hegel pero también Spinoza y Marx.
Pues, sin auténticos reconocimiento ni autoreconocimiento, se continua siendo un siervo indemne frente a cualquiera que quiera imponerse como “amo y señor” (la famosa dialéctica hegeliana del amo y siervo). Una vez más, no ser capaz de reconocerse a uno mismo como no siervo de nadie, termina siendo el camino más recto a la esclavitud, a la “servidumbre voluntaria”…
Por eso la falta de reconocimiento social y de autoreconocimiento propio suelen ser condición de posibilidad de servidumbre voluntaria. Sus consecuencias suelen ser que cualquier pequeño aprendiz de tirano pueda convertirse efectivamente en tirano social y en “amo” de uno mismo… Pues fácilmente se termina cayendo (a veces casi sin darse cuenta) en la más abyecta servidumbre voluntaria.
Por eso, tiene razón el profesor Lluís Soler en que, a cambio de “algunas dádivas materiales o de gozar de una libertad únicamente entendida como capacidad para escoger entre varios opciones preestablecidas –sean éstas bienes de consumo, servicios o partidos políticos- aceptamos plenamente la pérdida de autonomía, de responsabilidad y de participación activa en la vida social. Con lo cual se cierra el círculo que perpetúa la desigualdad y la pérdida de libertad, convirtiéndonos en sus víctimas y corresponsables.”
El clientelismo, el caciquismo, la mafia, el autoritarismo populista o el populismo
paternalista te pueden dar (¡incluso sin que las pidas!) ciertas cosas o ayudas a costa de otros sectores. Hay que recordar que la mafia creció mucho “ayudando” a sus partidarios a costa del resto de la sociedad. Pero siempre llegará el momento de pagar los “favores”. ¡Y con muchos “intereses”, añadidos, servidumbres devenidas “voluntarias!
Es la vieja táctica llamada del “palo y la zanahoria” que termina generando una disciplinación e incluso la “servidumbre voluntaria” que es la base de todo poder. ¡Recomiendo el absolutamente genial famoso panfleto homónimo de Étienne de La Boethie!!! Es de una enorme lucidez y de una síntesi máxima.
Explicita como, el poder de unos pocos sobre la inmensa mayoría, solo puede sostenerse a largo plazo sobre algún tipo de obediencia voluntaria de esa inmensa mayoría. Pues más allá de la violencia y el miedo (que resaltan de Trasímaco a Maquiavelo y Napoleón), el poder se erige sobre la obediencia voluntaria de la sacrosanta mayoría silenciosa, de la “mayoría moral” de Ronald Reagan, del "sentido común" o "hegemonía cultural" de Antonio Gramsci, del mirar a otra parte cuando vienen a llevarse a tu vecino… (que denunciaba Bertolt Brecht). Y en las "sociedades avanzadas" el consumo se ha convertido en la causa más importante de servidumbre voluntaria.
Por otra parte, tan solo el empoderamiento que nace del autoreconocimiento y de la exigencia de ser reconocido como igual y como sujeto de derechos es –sin duda- el más eficiente antídoto de la “servidumbre voluntaria”, del “despotismo espiritual” (Kant), de la opresión económico-política (Marx), del colonialismo y la “negritud” (Fanon, Malcom X, Mandela) y -en definitiva- de todas las esclavitudes y exclusiones. Por eso –más allá de algunas ingenuidades- son tan decisivas las aportaciones (que resalta Lluís Soler) de la Escuela de Frankfurt, de la “razón comunicativa” de Jürgen Habermas, del “reconocimiento recíproco” de Axel Honneth. Pues efectivamente van más allá de las simples i brutales dicotomías entre amigos y enemigos (Carl Schmitt), la violencia para y por la supervivencia (darwinismo social), la lucha por el dinero y la riqueza (que es importante pero a la vez alienante).
Muchas a veces, los cómodos paternalismos son las trampas más sadúceas y terribles. Por eso comparto totalmente la afirmación de Lluís Soler: “las luchas por el reconocimiento –en su triple dimensión individual, social y moral- son el auténtico eje de las luchas sociales y de la dignidad humana.” Pues en lo humano no importa solamente el sobrevivir a costa de lo que sea, sino además el ser y vivir como humano, esto es: autoreconocido por uno mismo y por los demás como digno de vivir.
Ello suele comportar: luchar a muerte y con lo que haga falta, para no verse reducido a "nuda vida" (Giorgio Agamben). Es decir no no reducirse a vida no reconocida por nadie (a veces incluso por uno mismo) y –por tanto- una vida eliminable, prescindible, instrumentalizable y exterminable casi por simples motivaciones “higiénicas” (como pensaban los jerarcas nazis).
Por tanto, el reconocimiento mutuo y general (lo cual no quiere decir que sea gratuito ni una mera concesión, sino algo ganado con la propia lucha y esfuerzo) es condición de posibilidad de cualquier liberación e igualdad que vaya más allá de lo cosmético y superficial. ¡Por eso es tan importante empoderarse con y a partir de conquistar el propio autoreconocimiento y –por supuesto- el reconocimiento social, de los humanos… Eso lo ya lo expresó muy claramente Hegel pero también Spinoza y Marx.
Pues, sin auténticos reconocimiento ni autoreconocimiento, se continua siendo un siervo indemne frente a cualquiera que quiera imponerse como “amo y señor” (la famosa dialéctica hegeliana del amo y siervo). Una vez más, no ser capaz de reconocerse a uno mismo como no siervo de nadie, termina siendo el camino más recto a la esclavitud, a la “servidumbre voluntaria”…
Por eso la falta de reconocimiento social y de autoreconocimiento propio suelen ser condición de posibilidad de servidumbre voluntaria. Sus consecuencias suelen ser que cualquier pequeño aprendiz de tirano pueda convertirse efectivamente en tirano social y en “amo” de uno mismo… Pues fácilmente se termina cayendo (a veces casi sin darse cuenta) en la más abyecta servidumbre voluntaria.
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