Gonçal Mayos PUBLICATIONS

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May 21, 2021

KITSCH 2: ARTE TRIVIAL, TRIVIALIZADOR, SIMULACRO


Molestaba del naciente Kitsch, pues, ¿qué trivializase ese final heroico o que lo convirtiera en trivial? Indignaba el Kitsch ¿por qué no era digno de acompañar la pompa del sepelio del arte o por qué mostraba pomposamente alguna oculta indignidad en ese séquito? Obscenamente mostraba el Kitsch -con su existencia y en sus propias prácticas- que el arte noble, heroico y sagrado no lo era tanto, que tenía también los pies en el barro y además que con mala conciencia sartriana se negaba a aceptarlo.

La alta cultura i el gran arte moribundos tenían que sentenciar vengativamente al Kitsch ¡Porqué la simple existencia de éste evidenciaba irónica, sarcástica, sardónica, provocadora y profanadoramente la pulcra momia embalsamada, sacralizada y museizada en que se había convertido el arte tradicional!

Por tanto, aunque se le acusaba de banalizar el arte y la cultura, sobre todo se lo veía culpable de evidenciar la banalidad del gran arte, de la alta cultura e incluso de la civilización humanista. Pues eso era lo que propagaba el Kitsch con su mera existencia, con su estética intrascendente e irrespetuosa, con su belleza fácil, divertida, ostentosa, sentimental, provocativa y algo obscena.

El Kitsch incluso ponía de manifiesto que la cultura ha surgido muchas veces de una actitud canalla, que ha sabido instrumentalizar, vender e incluso prostituir la belleza. Ahora bien y al mismo tiempo, en cuanto han podido hacer olvidar su inicios frívolos e incluso bárbaros (Benjamin), cultura, arte y civilización han sabido autolegitimarse aparentando ascético desprendimiento, seriedad absoluta, menosprecio de los agasajos del poder, la solemnidad más aburrida, la persistencia de lo eterno, el tedio de lo que no puede ser jamás de otra manera.

Desde esta perspectiva, lo Kitsch cometía el pecado imperdonable de no renunciar a ser divertido como hicieron sus antecesores. E incluso los ridiculizaba actualizando la memoria de cuando no eran así y de cómo llegaron a ser tediosamente así.


Simulacro

Pues, el Kitsch era y es sobre todo ‘simulacro’, que -como afirma Jean Baudrillard (Gonçal Mayos)- no esconde que es mentira ni pretende ser ninguna verdad, Y por supuesto si -a pesar de ello- alguien insistía en pagarlo como si fuera verdad, como si no fuera una (re)presentación vicaria de algo que en el fondo no existe -pues el arte ha muerto- ¡Quien le puede reprochar aceptar el regalo!

Aún más ¿Tiene sentido renunciar a ese maravilloso espejismo, a esa milagrosa transubstanciación, a ese simulacro mágico y no mentiroso?

Acaso lo artístico no es la respuesta a la súplica: ¡por favor, estoy harto de la realidad, haz que se transmute! Estoy harto de realidad, ¡haz que advenga la irrealidad! ¡Haz que sean la magia y el milagro sin mentira! ¡Haz que exista el simulacro pues no es una nada en la que me pierdo sino una suprarealidad en la que me encuentro (como ya sabían los surrealistas)!


¿No es esa súplica la que acompaña desde el primer momento y sin tapujos al Kitsch? ¿No son de ese estilo los trampantojos que proliferan juguetonamente en lo Kitsch? El Kitsch es en el fondo un arte sincero, seguramente el arte más sincero. Se anticipó a Duchamp, a Dalí, a la Factory y al Andy Warhol más comercial. Y eso es precisamente lo que escandalizaba del Kitsch y lo que aún hoy no se le perdona. Pues su sinceridad deviene abrumadora y amenazadoramente profanadora. ¡Y así lo intuyen la Alta cultura, el Gran arte y la Tradición!

Por tanto, no debe sorprender que ese Kitsch sin pretensiones sea visto y efectivamente sea -al menos en potencia- la destrucción consciente del Arte ¡con mayúsculas! Pues a su manera trivializadora, muestra que esas mayúsculas habían perdido el sentido, que no eran merecidas, que simplemente eran medallas otorgadas por viles servicios a los poderosos, a la jerarquía, a los fuertes, a la Violencia, a la Barbarie… Eso lo sabía Walter Benjamin, sin ver que también lo vivía el Kitsch.


En definitiva, no molestaba del Kitsch tanto su famosa falta de talento para el Arte noble, como que dilapidase su talentoso ingenio en la cainítica tarea de mostrar que el Arte nunca había sido noble. Ciertamente no era una culpa especial del arte pues, como Benjamin y el Kitsch vivenciaban, hay muy pocas cosas realmente nobles en la humanidad. Y ni el arte ni la cultura eran el mero reflejo de (¡a la vez!) valores altos y profundos, ascéticos y nobles, aristocráticos y místicos, terrenales y casi divinos, etcétera.



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