Al igual que la “muerte de Dios” popularizada por Nietzsche es una metáfora sugestiva pero que no ha de tomarse al pie de la letra, también lo es la “revancha de Dios” famosa a partir del libro homónimo del politólogo Gilles Kepel.
De hecho ambas metáforas tienen más que ver con los humanos que propiamente con la divinidad, ya que (como decía el propio Nietzsche) es la humanidad -en un momento de su desenvolvimiento histórico- la que ha “matado” o ha dejado morir en sí misma la religiosidad y la presencia de Dios.
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Las dos metáforas remiten a complejos procesos sociales de larga duración más que a ningún presunto acontecimiento más o menos puntual y por ello, tanto en un caso como en otro, es muy difícil destacar uno solo o incluso unos pocos protagonistas. No obstante, eso expresa también la perspectiva de un momento histórico donde (con cierto escándalo y sorpresa) se tomó consciencia de que incluso en algo tan universal y constante en la humanidad como el espíritu religioso se constataban cambios disruptivos bastante profundos.
Así, la presencia permanente y hegemónica de la religión, la iglesia, los dogmas y los sacerdotes tanto en la vida social y política como en la mentalidad de los individuos se vio amenazada profundamente por el proceso de la modernización. Después de siglos de batallas en torno a la religión con relativo éxito y mucha violencia, movimientos modernos (como, por ejemplo, los filósofos de la sospecha, el marxismo o el laicismo liberal) parecían lograr el fin de la religión, al menos como elemento público y político de gran impacto. Finalmente, la ideologización de las masas acentuó un ya largo y profundo proceso de secularización, hasta prácticamente expulsar la religión de la política y dominarla casi de forma exclusiva.
La fórmula más famosa es la ya aludida “muerte de Dios” de Nietzsche, que abriría su teorización acerca del nihilismo europeo. Ahora bien, también habían intervenido decisivamente en ello, como mínimo, Feuerbach, Marx y Darwin; después, Weber, Freud, Durkheim, Heidegger… y, antes, Maquiavelo, Hobbes, Spinoza, Hume, Voltaire, Kant, Hegel, etc. Por ello, en 1928 sonaba bienintencionada pero de otro tiempo la admonición de Hans Küng de que no habría paz entre las naciones si no había paz entre las religiones.
Era en el período de entreguerras, en plena emergencia de los fascismos y aún bajo el impacto de la Revolución soviética, cuando se estaba preparando el crack económico de 1929, el holocausto nazi, el gulag estalinista y mientras triunfaban los frívolos “alegres años 20”.
En aquel momento, la sociedad y los políticos parecían más preocupados por la guerra y la paz entre las ideologías que entre las religiones, a las cuales ‒incluso interpretadas como “parientes” de las ideologías‒ se las veía por ello como menos peligrosas y su poder periclitado respecto por ejemplo a los grandes conflictos de los siglos XVI y XVII.
Evidentemente, las religiones continuaban presentes en las sociedades y su impacto era todavía muy poderoso, pero los discursos modernos hegemónicos tendían a verlas condenadas a una más o menos lenta desaparición o ghettificación. Y no ha de extrañar que la consigna de la “muerte de Dios” estuviese en la boca y la mente de todo el mundo. Mayoritariamente, los conflictos del presente, del futuro e incluso del pasado se interpretaban sobre todo en términos de lucha de ideologías (¡que no equivale siempre a lucha de clases!) y de intereses en el eje de mayor o menor redistribución económica.
El “desencantamiento” del mundo y la secularización de la vida perecían haber abocado finalmente a una clara marginación de la espiritualidad “numinosa” (de “numen” divinidad y potencia) a favor del pragmatismo económico, la razón instrumental y ‒en todo caso‒ las ideologías.
Por ello, cuando Daniel Bell formula en 1960 su famosa tesis del fin de las ideologías, fue interpretada como el triunfo del pragmatismo y de la instrumentalidad economicista más que como el retorno de la religión al primer plano de la vida política y social.
Por ello, cuando Daniel Bell formula en 1960 su famosa tesis del fin de las ideologías, fue interpretada como el triunfo del pragmatismo y de la instrumentalidad economicista más que como el retorno de la religión al primer plano de la vida política y social.
Por eso, muchos analistas de conflictos con clara raíz religiosa (como el palestino-israelí o el poder político de la religión católica en la Polonia de la órbita soviética) infravaloraban esta raíz destacando otras, sin duda también muy importantes. Por eso incluso en plena caída de la URSS pasó relativamente desapercibido el premonitorio libro sobre la “venganza de Dios” de Gilles Kepel.
Mayor impacto tuvo en 1993 el artículo con título aún interrogante, The Clash of Civilizations?, de Samuel P. Huntington, más profundizado en el largo y erudito libro tres años posterior. Por eso escandalizó, sorprendió y fue interpretado como una apuesta personal algo anticuada la relevencia que volvía a reconocerles a las religiones como elemento capital de las civilizaciones.
Pero incluso entonces, la cuestión político-religiosa quedaba en parte camuflada bajo la coartada cultural o civilizatoria, pese a que Huntington contestaba contundentemente a sus críticos que hoy en día la religión continúa siendo la fuerza que motiva y moviliza más a la gente. Sorprendía porque hacía décadas que la geopolítica no se interpretaba con fórmulas tan contundentes: “Lo que cuenta para la gente no es la ideología política ni los intereses económicos. Los pueblos se identifican con la fe y la familia, la sangre y las creencias, y es por eso por lo que lucharán y morirán”.
Como vemos, a pesar de seguir la estela del fin de las ideologías de Daniel Bell, Huntington se atreve a ir mucho más allá. Viene a proclamar incluso que el fin de las ideologías es inequívocamente el retorno de las religiones como la principal fuerza social en los grandes conflictos geopolíticos.
Huntington (2005: 62s) prevé la reaparición en primera línea política de la religión, insinuando incluso que la ideologización modernizadora de muchas élites no europeas (Turquía, Egipto, Irak…) era mucho mas cosmética y superficial de lo que se creía, ya que “Occidente conquistó el mundo, no por la superioridad de sus ideas, valores o religión (a los que se convirtieron pocos miembros de las otras civilizaciones), sino más bien por su superioridad en la aplicación de la violencia organizada. Los occidentales a menudo olvidan este hecho; los no occidentales, nunca”.
Para analizar a fondo las cuestiones planteadas hace falta que en primer lugar expongamos las estrategias mayoritarias durante la modernidad para desacralizar el mundo y secularizar la vida social. Después veremos por qué se rompió el predominio de estas tendencias y se produjo un importante cambio de ciclo que replanteaba la importancia de la religión ya a partir de los años 1960. Finalmente, investigaremos por qué las religiones reaparecen como fuerza política a partir de la década de 1990 y parecen superar en impacto a las ideologías en muchos sectores sociales.
Del libro de G. Mayos sobre De la muerte a la revancha de Dios publicado en la editorial Libros al Albur y Speculum (2019: 46p):
Véanse los posts:
- METÁFORAS DE LA MUERTE Y LA VENGANZA DE DIOS
- RELIGIONES, CIVILIZACIONES E IDEOLOGÍAS
- SECULARIZACIÓN Y RACIONALIZACIÓN DE LA RELIGIÓN
- PRIVATICIDAD E INTERIORIZACIÓN DE DIOS
- ¿METARELATOS E IDEOLOGÍAS SUSTITUYEN DIOS?
- ¿VENGANZA DE DIOS DESPUÉS 1970?
- ¿HECHOS DE VENGANZA?
- ¿LA REVANCHA "MATA” LA MUERTE DE DIOS?
- RELIGIONES, CIVILIZACIONES E IDEOLOGÍAS
- SECULARIZACIÓN Y RACIONALIZACIÓN DE LA RELIGIÓN
- PRIVATICIDAD E INTERIORIZACIÓN DE DIOS
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