Las sociedades humanas suelen construirse con una compleja
mezcla de realismo e ideales, de violencia y sueños, de compulsión e impulsión,
de causas económicas y simbólicas, de geopolítica y anhelos emancipatorios.
Por
eso cuesta tanto separar lo que fue fruto de la libertad y de la necesidad o lo
que fue destino y lo que fue azar. La búsqueda se confunde con la huida y -fácilmente- la afirmación de un nomos o del deber se superpone con la
simple constatación del ser, de como eran las cosas.
Ciertamente hay versiones hagiográficas que establecen a
posteriori un mito inmaculado, pero también suele haber interpretaciones realistas,
deterministas y mecanicistas que tienden a plantear una versión muy fría y
–digamos- desalmada de los complejos procesos sociales. Ambas perspectivas tienen su razón de ser pero ninguna de
ellas acierta completamente, en la medida que menosprecia la otra componente
esencial del comportamiento humano, que es constitutivamente dual.