¿Es Hegel un filósofo quijotesco? ¿Su idealismo es fanático y fantasioso? ¿Le lleva necesariamente a lo inconcreto, lo vago, lo abstracto y borroso? Creemos que no.
Ciertamente muchas veces, el “idealista” convencido suele ser definido peyorativamente como
“un quijote” o, aún peor, como un “fanático”. Sería aquel tipo de persona que
afirma tercamente un ideal sin modificarlo en absoluto cuando éste choca con la
realidad.
Pero Hegel no encaja con este sentido de “idealista”,
sino que al contrario mil veces se ríe de ese tipo de gente y, muy al
contrario, adopta una postura realista, que en todo caso a veces parece más
bien caer en el otro extremo calificable de "conformismo o pragmatismo
cruel". Pues Hegel transmite siempre el mensaje último que, si la realidad
no es cómo uno quisiera que fuera, la mente verdaderamente filosófica es
aquella que se esfuerza por pensarla –y aceptarla- tal y como es.
Siempre exige al filósofo que, a diferencia de la perspectiva vulgar que
sólo atiende a su interés más inmediato, haga el esfuerzo de comprender la
cruda realidad y encontrar su profunda racionalidad. Recordemos su fórmula tan
criticada “todo lo real es racional”, si bien insiste también que “todo lo
racional [verdaderamente racional y no simplemente pensable], es o deviene
–llega a matizar- real”.
Lo único que hay de idealismo aquí es esta convicción
a toda prueba que en un último término tras la historia, por triste, negativa, desgraciada,
brutal e ignominiosa que sea, se puede encontrar una razón, una explicación y
un sentido racional. Comprender la realidad es una de las más constantes y queridas
divisas de Hegel y ello implica –piensa- comprender racionalmente, reconociendo
los hechos pero también sin quedar prisionero de las más superficiales
evidencias, y buscando aquella explicación profunda que los liga con el todo,
con un sentido universal y que permanece válido más allá de la circunstancia
inmediata.