A
partir del 2007, los
efectos de las crisis económicas enlazadas (hipotecaria, financiera,
deudas soberanas…) han castigado duramente muchas capas de la población
mundial. Eso provoca su desespero y que se sientan olvidadas por el
sistema de partidos, por las instituciones estatales e –incluso- por el
concierto teórico y de gobernanza hegemónico desde el final de la Guerra Fría.
Pues se han mostrado en general fríamente
indiferentes, ineficaces e incluso aquiescentes frente a tales crisis. Han
aceptado políticas injustas que colectivizan las pérdidas, privatizan los
beneficios, desmontan el Estado del bienestar e imponen una larga era de
austeridad.
Por ello, crecieron radicalismos tanto de derechas como de izquierdas y aparecieron “políticas del desconcierto”. Las llamamos así porque:
1) Nacen de la desorientación y amplifican el desconcierto generalizado;
2) rompen con el concierto
socio-político e ideológico vigente desde los años 1990;
3) responden a la lucha por imponer
un nuevo concierto hegemónico a todos los efectos y para los próximos años;
y
4) evidencian el creciente
antagonismo presente en la sociedad.
Nos parece especialmente preocupante la
lucha que hoy se ha entablado entre los distintos “populismos” para redefinir
los consensos tradicionales respecto a los tres ejes políticos más
importantes:
1) Las dualidades nosotros-ellos o
amigos-enemigos que (como consideró Carl Schmitt, 2014) están en la
base de todo conflicto político.
2) La mayor o menor redistribución
económica.
No es extraño, pues, que estemos en un
momento de altísima confrontación, así como también frente a una
significativa ventana de oportunidad que definirá la política posible y
la gobernanza mundial en los próximos años. Por tanto, debemos estar muy
atentos y desmantelar las tendencias antagonizantes que actualmente sufrimos
como por ejemplo:
1) Las tecnologías de la
comunicación y de redes sociales que –con sus efectos “túnel o burbuja"-
escinden y enfrentan a la población y fomentan los discursos del odio.
2) El crecimiento de la desigualdad
por el destino caótico de los beneficiados y los damnificados por una turboglobalización
que genera riesgos crecientes (Beck 2006).
3) La posibilidad de que las grandes
empresas e inversores internacionales impongan egoístamente sus condiciones
a los propios Estados y minimicen los impuestos que tienen que pagar.
4) La frustración de la población
al no poder vehicular eficazmente sus reivindicaciones políticas a través de
sus instituciones estatales, pues muchas veces estas se encuentran muy
debilitadas frente a los flujos económicos y las instituciones de gobernanza
internacionales. Recordemos que el resultado del referéndum griego sobre
las condiciones con que se iba a pagar su deuda nacional fue traumáticamente
tergiversado por la rotunda imposición de los acreedores internacionales.
Estas son solo algunas de las causas
del incremento del descontento, el desconcierto y la violencia social que
están en la base -creemos- del crecimiento exponencial de los populismos de
todo tipo. Así, alrededor del 2011, cuando se constataron las
consecuencias a medio plazo de las mencionadas crisis, se produjeron
movimientos que –simplificando- podemos vincular con las “izquierdas” como los
“indignados” del 15M, las llamadas “primaveras árabes”, Occupy
Wall Street, las grandes manifestaciones de Brasil del 2013 y la
eclosión de Podemos en España y de Syriza en Grecia
alrededor del 2015.
Con antecedentes, en el 2016
eclosionaron movimientos hegemonizados por las “derechas” que impulsaron la salida
del Reino Unido de la Unión Europea o las respectivas presidencias de Viktor
Orbán en Hungría, de Donald Trump en los Estados Unidos,
de Rodrigo Duterte en Filipinas o de Jair Bolsonaro en Brasil.
También creció el voto populista de
derecha de Ciudadanos y Vox en España (que parecía una
excepción por lo que respecta al acceso de la ultraderecha a las
instituciones), la derrota del referéndum de pacificación nacional en
Colombia o la deposición del presidente Evo Morales en Bolivia.
La relación del populismo con las
crisis económicas es indiscutible y se constata estadísticamente. En unos
países se imponen los de derechas (que en conjunto crecen más) y en otros los
de izquierdas. Dani Rodrik ha desarrollado un gráfico llamado “del
cocodrilo” donde se puede ver cómo en los últimos años se han abierto mucho
las “fauces” del voto creciente de los populismos de derechas en los países
ricos (o que se consideran así a sí mismos) frente a la “fauce” menos creciente
de los de izquierdas mayoritarios en los países empobrecidos.
El voto populista no solo crece en
directa relación con las crisis económicas recientes y todavía no
superadas, sino que además el de derecha crece más en los países acreedores
mientras que los de izquierda en los deudores.
Podemos ver tanto elementos comunes
como divergentes dentro de todo el espectro populista. Por una parte, se
perciben tendencias diferentes en los modelos de gobernanza y en los ideales
políticos que se proponen desarrollar. Así, por ejemplo, los populismos de
derechas tienden más a modelos “iliberales” (Viktor Orbán) –que
quiere someter la división de poderes argumentando sus carismáticos éxitos
electorales- o a ideales de “camisa de fuerza dorada”, la cual sacrifica
(Rodrik) a la democracia para mantener la soberanía nacional y el éxito
económico en la turboglobalización.
En cambio, hay similares tendencias autoritarias
o de “democracia dirigida” en ambos extremos ideológicos, por ejemplo, con
las presidencias de Maduro en Venezuela o Duterte en Filipinas.
Paralelamente y en medio de una nueva “guerra fría” tecnológico-comercial
entre sus países, el presidente Donald Trump amenaza con no reconocer su
posible derrota en las cercanas elecciones según como ésta se produzca y, a
la vez, Xi Jinping está incumpliendo los acuerdos firmados al reprimir
duramente la disidencia democrática de Hong Kong.
A
pesar de las enormes diferencias ideológicas, los populismos de izquierda y
derecha coinciden en ser desafiantes con las élites, con el sistema de
partidos y con las instituciones políticas tradicionales y quieren llevar a
cabo agresivas políticas destituyentes (de lo que consideran caduco) y constituyentes
de un nuevo orden.
Los populismos de diverso signo
coinciden en reaccionar al bloqueo de la política y de las
instituciones, además de querer aprovechar el desconcierto de las masas para imponer un cambio de régimen
(quizás con una peligrosa “agenda oculta”).
Como vemos, hay que estar muy atentos a
la evolución de los populismos -tanto “de derechas” como “de izquierdas”-, pues
muy probablemente definirán el futuro “concierto” social, político e
ideológico. Ello mostrará el grado de resiliencia colectiva e individual
alcanzado por las sociedades frente a las fuerzas antagonistas que tienden a
escindirlas cada vez más.
Debemos prever que -cuando queden atrás
las actuales “políticas del desconcierto”- ya habrán definido una nueva
realidad y un nuevo consenso que marcarán tanto la conflictividad como la
gobernanza hegemónica durante los próximos años y quizás, décadas.
Así pues, las “políticas del
desconcierto” y sus causas persisten inquietantemente 13 años después del
inicio de la crisis del 2007. Además actualmente se suman sus efectos a
los grandes perjuicios de todo tipo vinculados con la Covid-19.
La actual suma catastrófica de
múltiples crisis nos recuerda la “tormenta perfecta” que se vivió en los años
1930. Pues el gran crac económico de 1929 y la miseria generada se
sumaron a los terribles conflictos provocados por el antagonismo brutal
entre fascismos y comunismos, y también por la culpable
impotencia y aquiescencia de las democracias liberales.
No obstante queremos destacar dos
diferencias importantes y que hoy representan dos consensos resistentes a las
“políticas del desconcierto” y a los discursos del odio: la democracia (al
menos procedimental y de voto) y los derechos humanos. Pues en los años 1930,
tan solo existía democracia representativa liberal en unos escasos países, siendo
explícitamente menospreciada y rechazada tanto desde el fascismo como del
comunismo.
Por otra parte, en aquella época los
derechos humanos eran apenas un vago ideal sin el mínimo consenso en la opinión pública
ni efectividad reconocida en las constituciones.
Actualmente ni la democracia ni los
derechos humanos están suficientemente protegidos y extendidos, pero son muy pocos
los que desafían la opinión pública rechazándolos públicamente. Además, son
reconocidos en las constituciones nacionales y en instituciones internacionales
como la Corte Interamericana de Derechos Humanos o la Corte Penal
Internacional.
Es el artículo sobre "Democracia frente a los populismos y a las 'políticas del desconcierto'" de Gonçal Mayos publicado en la revista InterQuorum, n° 29, 2020, de la Fundación Friedrich Ebert dedicado al libro La ciudadanía y lo político. Ciudadanía y crisis de la democracia liberal en un mundo en transformación (Joan Lara Amat (ed.), Lima: Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE) y Universidad Nacional Mayor San Marcos (UNMSM)).
Véanse los posts: - SENTIDOS DE 'POLÍTICAS DEL DESCONCIERTO' - LUCHAS Y ANTAGONIZACIÓN EN LAS 'POLÍTICAS DEL DESCONCIERTO' - CAUSAS DE LAS 'POLÍTICAS DEL DESCONCIERTO' Y POPULISMOS DE IZQUIERDA Y DERECHA - POPULISMOS DE 'IZQUIERDAS' Y 'DERECHAS': INTERRELACIÓN - Video: Populismo, revolución y democracias radical o iliberal
Véase la noticia del periódico La Vanguardia sobre la obra de teatro Turba sobre los actuales movimientos de masas populistas.
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