Hablaré desde la perspectiva de un ciudadano preocupado porqué, en el actual mundo neoliberal y turboglobalizado, se experimenta la debilitación del vínculo nacional e, incluso, el crecimiento de la desconfianza de la población respecto del Estado.
Bajo esa preocupación, analizaré la importancia de vigilar al Poder, de controlar al controlador y de hacer visible el ojo que todo lo vé del Soberano que, por serlo, se invisibiliza al parapetarse en el centro del panòptico digital actual.
También voy a intentar valorar la alta función que ejerce el Tribunal de Cuentas y destacar la importancia de su papel, para la buena salud de las instituciones de la nación y para evitar la corrupción, la discordia ciudadana y la desafección frente al Estado.
Problema: neoliberalismo
debilita el vínculo nacional y la confianza en el Estado
En las sociedades avanzadas,
turboglobalizadas y neoliberales como el Brasil está creciendo amenazadoramente
el hiperindividualismo, la total retirada de los ciudadanos a sus asuntos privados
y su alejamiento de los intereses públicos y
nacionales. Ello es debido a que:
a) Las sociedades avanzadas han
dejando de ser meras economías de mercado para convertirse en completas sociedades de mercado. Más allá de la
economía, en el neoliberalismo la práctica totalidad
de la vida social, política y cultural se estructura como el mercado y, por
tanto, bajo la creciente hegemonía de la
lex mercatoria en todos los ámbitos.
Además b), en cada vez más
ámbitos de la vida, las personas se ven abocadas a una carrera competitiva, solitaria y centrada en el mero éxito
particular. Lo social, lo común, lo estatal, lo nacional e incluso lo familiar en sentido amplio quedan relegados cada vez más. Sólo
parecen romper esa dinámica algunos acontecimientos públicos espectacularizados
como p.e. los mundiales de futebol. Pero estarán de acuerdo conmigo que son la
excepción que confirma la regla.
Esa completa mercantilización a) e individualización b) de todas las
relaciones en las sociedades neoliberales culmina el proceso moderno de larga
duración que ha ido disolviendo los vínculos orgánicos tradicionales.
Por eso, el gran reto en las sociedades postmodernas de mercado es mantener la imprescindible cohesión y
confianza mutua, tanto entre los ciudadanos como entre éstos y las
instituciones estatales.
Ello plantea una gran exigencia para el derecho, para el
judiciario y para las instituciones de control externo nacional, pues sus
decisivas funciones van mucho más allá de la tarea de simplemente hacer cumplir
las leyes y los contratos, y acompañar a la lex mercatoria. Tienen que
ayudar a compensar la degradación de los lazos comunitarios y nacionales en el
individualismo neoliberal y reforzar en
la medida de lo posible los vínculos político-sociales de confianza y
fraternidad que los griegos
clásicos llamaban ‘philia’ y que según
Aristóteles era el ‘cemento’ que mantenía unida la polis.
Destaquemos
que esos vínculos son los que
garantizan una sociedad y un Estado verdaderamente cohesionados y comprometidos
con su constitución, sus leyes y su nomos pues -en caso contrario- serían una
mera suma de individuos egoistas, en competencia constante y
marcados por lo que Thomas Hobbes llamó “la guerra de todos contra todos”.
Evidentemente, ni los
Estados ni las sociedades pueden reducirse a un aglomerado de individuos llenos
de desconfianza respecto a sus instituciones, que viven en total competencia
entre sí y que se encuentran unidos tan solo por el egoismo y por meros
contratos mercantiles. Ahora bien, muy al contrario, las sociedades
neoliberales postmodernas son inestables y
víctimas fáciles de la discordia social –como decían los clásicos-.
Por tanto, hoy es muy
importante evitar que los legítimos egoísmos individuales disgreguen el Estado
y lo conviertan en un mero mercado competitivo regido simplemente por la lex
mercatoria. Tenemos que optar entre un Estado social de
derecho, del cual nos sintamos plenamente ciudadanos, o más bien una
sociedad neoliberal casi anómica que solo funciona por la exigibilidad de los
contratos firmados por individuos que actúan como empresarios de sí.
Hoy más que antes, los
ciudadanos necesitan y buscan sobre todo poder confiar en las instituciones,
ser reafirmados en el vínculo nacional,
ser y sentirse reconocidos como ciudadanos de pleno derecho y no simplemente
como individuos contratantes o clientes. Solo así las personas cada vez más
dispersas en una compleja sociedad toda ella de mercado, pueden confiar,
reconocerse y ser reconocidas como ciudadanos de un Estado social de Derecho.
¡Que es realmente ‘su’ Estado y no una mera forma de hablar!
Controlar al
Estado y no solo ser controlados por él
Para ello los ciudadanos
tienen que sentirse capaces de controlar eficaz y democráticamente las
instituciones de lo que Gilles Deleuze llamó: ‘sociedades de control’ y por las
que se sienten controlados en exceso. Por tanto, un creciente y democrático
control Bottom-up o de Abajo-arriba debe equilibrar al mucho más tradicional
control Top-down o Arriba-abajo. Ello comporta que, en las políticas públicas,
no solo se priorice la delegación y el acuerdo
entre los destinatarios frente al autoritarismo o a la imposición, Más allá
del ‘despotismo ilustrado’ del ‘todo para el pueblo… pero sin el pueblo’, es
necesario que existan -al más alto nivel- creíbles y eficaces instituciones
de control exterior sobre todas las políticas públicas.
Hay que reconocer que en la
actualidad la palabra ‘control’ tiene unas connotaciones terribles que la han
convertido en sinónimo de dominio totalitario. Pues, cuando pensamos en
‘sociedades de control’, pensamos sobre todo en el ‘panóptico digital’ generado
en países como la China y que permite ejercer un poder desmesurado sobre la
vida cotidiana de la gente. Hoy en día, ese control-dominio amplía enormemente
el alcance y también el peligro del dispositivo formulado por Jeremy Bentham en
The Panopticon Writings en 1787.
Recordemos que una de las
características primordiales del panóptico es que genera un punto privilegiado
que puede verlo todo, pero sin que éste -a su vez- pueda ser visto por nadie.
El dispositivo fue teorizado detalladamente por Michel Foucault y es clave para
las actuales ‘sociedades de control’ que viven amenazas totalitarias resultado
de la potencia de las tecnologías digitales y de la inteligencia artificial.
Ahora bien, hay que superar
la errónea identificación del término ‘control’ con dispositivos autoritarios,
totalitarios, Top-down o Arriba-abajo. Pues también hay otro tipo de control,
cada vez más necesario y sin el cual no hay democracia de calidad, el cual se
caracteriza por una direccionalidad inversa Bottom-up o Abajo-arriba. Es un
control equilibrador porque es inverso, de dirección contraria y que permite
vigilar -precisamente- a ese panòptico dominador y totalitario que tanto nos
preocupa.
Solo, a partir de la
posibilidad de que el control Bottom-up equilibre el Top-down, se puede
conseguir el necesario control político, jurídico y democrático del Estado
sobre el propio Estado, de las instituciones sobre las instituciones mismas y
del pueblo sobre los órganos políticos emanados de él y que a él se deben.
Como hemos apuntado, el
control Bottom-up debe ser ejercido tanto directamente por la ciudadanía como
delegadamente por instituciones -siempre exteriores y autónomas- destinadas a
escrutar, vigilar, controlar y fiscalizar a los servidores, a las instituciones
y al Estado en tanto que ejercen las políticas públicas que sostienen la vida
ciudadana.
Se trata de garantizar que
las políticas públicas no solo sean bien intencionadas, sinó además efectivas,
totalmente legales, sin corrupciones, sin despilfarros, sin mordidas, sin
trampas e, incluso, sin errores sistemáticos y persistentes, porque resultan no
detectables para el propio Estado, para el cual son invisibles por mucho que la
gente se queje. Hay que evitar que todo ello se convierta como ha sucedido
muchas veces algo fantasmagórico e inescrutable dentro de los mecanismos
estatales, provocando un peligroso desprestigio para todo el Estado.
Para evitarlo, es necesario pues que los diseñadores, programadores, contratadores y ejecutores de políticas públicas sean controlados tanto más en la medida que son instituciones estatales, pues de las privadas ya se encargan las mismas empresas y ese mercado omnipresente en que el neoliberalismo ha convertido a las sociedades avanzadas.
Solo con ese control efectivo, se puede superar la paradoja del panóptico de Bentham: que el ojo del Poder no pueda ser visualizado. ¡Que la mano ejecutora de políticas públicas del Estado resulte invisible o solo parcialmente escrutable ante lo que debería ser el ojo vigilante del Estado! ¡Aún más, que la mano derecha del Estado no quiera saber nada de lo que hace la mano izquierda, y que el ojo estatal lo mire y controle todo, menos al propio Estado mientras ejerce gran parte de sus funciones públicas!
Tradicionalmente, las
políticas públicas solo eran muy deficitariamente evaluadas… Y como sabemos
todos: inevitablemente lo que no es vigilado, evaluado, cuantificado,
controlado… se termina colocando más allá de la democracia, de la ciudadanía y
del propio Estado. No se trata de que el poder se mire al espejo -para decirlo
así- de tanto en tanto o, incluso, que caiga en el hechizo de Narciso, se
enamore de sí mismo y proclame embelesado: ¡qué bello y útil soy! ¡Cuan
eficiente y magnánimo soy! ¡Quien puede competir con mi encanto y poder!
Pues, todos conocemos casos
de buenos y conscientes servidores del Estado que, cuando percibieron un uso
deficitario de las políticas públicas y quisieron intervenir correctivamente,
descubrieron que ni ellos ni -en el fondo nadie- estaba sólidamente empoderado
para examinarlas, valorarlas y enmendarlas a través de mecanismos democráticos
claros y efectivos. En tales casos, solía resultar que, en definitiva, la
impotencia de los buenos servidores del Estado comportaba la impunidad de los
malos funcionarios.
A veces, ello incluso no se
producía por maldad, sinó por hábitos acríticos y costumbres ancestrales; pues
lo que no se puede fiscalizar, controlar ni cuantificar muy difícilmente puede
ser mejorado de ninguna manera. Pues, entonces, desaparece de la mirada y de la
acción de las instituciones, se pierde por las muchas rendijas del Poder y se
disemina d’entre las grietas del Estado de derecho.
Y, entonces, ¡no hemos de
olvidarlo nunca!, con el dominio de la corrupción y la impotencia de la
justicia, también desaparece la confianza del pueblo en sus instituciones,
resulta muy debilitado el compromiso que la ciudadanía debe poner en la Nación
y -por tanto- crece una discordia social que lo puede disolver todo… hasta casi
parecerse a una guerra civil.
Control Bottom-up:
rehacer confianza
En las sociedades
neoliberales e individualistas de mercado se suelen menospreciar los peligros
de desafección y desconfianza entre ciudadanía e instituciones. Se olvidan las
amenazas de la desnacionalización de los individuos que ya simplemente se limitan
a competir entre sí, sin cuartel y sin lazos que los vinculen a una comunidad
política fuerte.
También se infravaloran
-similarmente- las posibilidades regeneradoras del buen funcionamiento del
Estado de derecho y -dentro de él- de las instituciones de
control externo nacional (como o Tribunal de Contas). Pues consideramos que
tienen un alto potencial de:
1) Por una parte, curar la desconfianza y desafección entre
ciudadanos e instituciones estatales.
2) Y por otra parte, atender, evitar y subsanar las injusticias
o corrupciones concretas que también contribuyen decisivamente a la ruptura
de los vínculos nacionales.
De esa manera, las
instituciones de control externo nacional colaboran decisivamente a la
reducción de la desafección de la gente respecto del Estado, disminuyen el
individualismo egoista y suavizan el espíritu neoliberal que tan solo considera
fiable a la lex
mercatoria y la sitúa por encima de las instituciones jurídico-políticas del Estado.
En contra de Hegel que sitúa
en todo momento al Estado por encima de la sociedad civil y tutelándola, en el
neoliberalismo es está la que predomina en tanto que ámbito de competencia,
sometido a contratos privados e incluso a la concurrencia empresarial. A todas
luces, en la actualidad, la lex mercatoria está en gran expansión, ganando
espacio a la ‘eticidad’ estatal e incluso imponiéndose a nivel internacional.
Como ustedes saben mejor que
yo mismo, se están estableciendo nuevos sofisticados mecanismos de lex
mercatoria (p.e. para resolver conflictos),
que se colocan por encima de las legislaciones estatales e
interestatales. En muchos asuntos se llega, en casos extremos, a bloquear
cualquier posible intervención de los Estados, de sus tribunales e instituciones.
Insistimos en que esas
dinámicas de Lex mercatoria tienen claras consecuencias de minimización de los
lazos sociales, nacionales, políticos y estatales. Hoy notamos su fuerza
disgregadora que dificulta mantener los necesarios vínculos y confianzas
nacionales (Trust de Fukuyama). Cada vez más, se tiende a considerar el
Estado neoliberal como una mera superempresa que simplemente es formada por una
suma de muchas empresas autónomas.
Sería pues algo parecido a lo que Joachim Carlos Salgado llamó premonitoriamente ‘estado poiético’, el cual funcionaría básicamente con criterios económicos y como una metaempresa, pero cada vez menos como una eticidad superior (¡que era lo que reclamaba Hegel!), dejando de ser el ‘maximo ético’ social, el nomos por antonomasia y soberano, e incluso el receptáculo último de un Volksgeist o espíritu nacional fuerte. Muito obrigado.
Guión de la conferencia pronunciada sobre "El control de las políticas públicas como mejora de la confianza ciudadana y la justicia social. Un reto clave para curar la discordia hiperindividualista en las sociedades neoliberales" de Gonçal S. Mayos (UB) en el I Colóquio Internacional de Controle Externo sobre “Cidadania, Desenvolvimento e Efetividade das Políticas Públicas”. El evento ha sido organizado pelo Tribunal de Contas do Estado de Minas Gerais e pela Universidade Federal de Minas Gerais, nos dias 12 e 13 de junho, no auditório do TCEMG, Belo Horizonte (Brasil).
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