Podemos distinguir
en la trayectoria
histórica de la
universidad dos grandes momentos: en el primero, fue una
creación religiosa a partir de las escuelas catedralíciasy con antecedentes en
las madrasas islámicas. Por eso, no debe extrañar que su enseñanza estubiera
muy marcada por un sesgo sacerdotal.
En aquellos momentos, incluso la filosofía, que
había iniciado su
singladura bajo una
contemplación desinteresada, relativamente mundana y que tenía como lo más
parecido a su dios en la propia pólis, tampoco escapaba a ese sesgo
religioso-sacerdotal.
Aunque
se refugiara en la Escuela de artes y se centrara en las 7 artes liberales
—trivium y quadrivium —, estaba subordinada a las tres facultades superiores:
medicina (destinada a curar el cuerpo material y biológico), derecho (destinado
a curar el cuerpo nomoético, político y social) y teología (destinada a salvar
y redimir el alma inmortal). La filosofía era pues en última instancia, ancilla
teologicae, esclava de la teología.