Sin duda hoy nos domina una
acelerada turboglobalización cada vez más impactante en todos los aspectos de
la vida cotidiana. Por eso incluso el terrorismo ha devenido “global” y marca
nuestras vidas en una angustiosa “extimidad” (un pretendido simulacro de
intimidad fácilmente publicitado hasta el infinito).
Sintetizando algunos momentos clave, podemos recordar que la brutalidad del 11 de septiembre del 2001, fue sólo el inicio. Como en los peores momentos de la “Guerra fría” se entró en una dialéctica de acción-reacción en una clara dinámica turboglobalizada. Ya no se producía en la oscuridad de los antros e intercambios de espías (p.e. la Viena de El tercer hombre), sino en la muy tramposa “extimidad” de los medios globales de comunicación.
El choque de civilizaciones de Huntington pervive en el “terrorismo global” alimentándose tanto de la “sociedad del simulacro” de Baudrillard como de la “pantalla global” de Lipovetsky. El viejo “ajedrez bipolar” ha sido sustituido por un mucho más complejo “tablero” geopolítico y mediático, donde todo el mundo compite por poder, armas, petróleo, dinero, visibilidad y por imponer su propio discurso al de los demás.
En él las grandes cadenas “de noticias” son tanto más importantes que las divisiones, los drones y mucho más que –tristemente- las pérdidas humanas de cada bando. Con muchas otras agencias, la CNN compite con Al Jazira y, todas, intervienen con voluntad hegemónica en la cada vez más omnipresente Internet y las nuevas redes sociales.
En una nueva y creciente paranoia global, que sacrifica instancias de libertad a cambio de promesas de seguridad, el terrorismo se retroalimenta con el todavía no desmantelado Guantánamo, con guerras neocons de “castigo” y con la lucha por el control de recursos clave como el petróleo, como sucede a partir de la ocupación de Irak en 2003. En reuniones de alto nivel como la de las Azores (Bush, Blair, Aznar y Barroso) se desoyeron las enormes manifestaciones en contra de la guerra (recuerdo la que congregó un milión y medio de manifestantes en Barcelona el 2003). Claramente se impusieron otras consideraciones e intereses a lo que mucha gente percibía: el peligro de desestabilización crónica de amplias regiones del mundo y también las muy posibles pérdidas que resultarían en términos de libertad y garantías sociales.
En medio de una sorpresa entre cínica e ingenua, muchos Estados europeos resultaron sobresaltados por la retroalimentación resultante del terrorismo global. El 11-M-2004 en Madrid quiso ser leído por el gobierno español en clave local y como un atentado de Eta, pero en realidad formaba parte del terrorismo turboglobalizado. Es claramente inseparable, de muchos otros atentados globales como los de Londres en 2005, Argel en 2007 o posteriores.
Sintetizando algunos momentos clave, podemos recordar que la brutalidad del 11 de septiembre del 2001, fue sólo el inicio. Como en los peores momentos de la “Guerra fría” se entró en una dialéctica de acción-reacción en una clara dinámica turboglobalizada. Ya no se producía en la oscuridad de los antros e intercambios de espías (p.e. la Viena de El tercer hombre), sino en la muy tramposa “extimidad” de los medios globales de comunicación.
El choque de civilizaciones de Huntington pervive en el “terrorismo global” alimentándose tanto de la “sociedad del simulacro” de Baudrillard como de la “pantalla global” de Lipovetsky. El viejo “ajedrez bipolar” ha sido sustituido por un mucho más complejo “tablero” geopolítico y mediático, donde todo el mundo compite por poder, armas, petróleo, dinero, visibilidad y por imponer su propio discurso al de los demás.
En él las grandes cadenas “de noticias” son tanto más importantes que las divisiones, los drones y mucho más que –tristemente- las pérdidas humanas de cada bando. Con muchas otras agencias, la CNN compite con Al Jazira y, todas, intervienen con voluntad hegemónica en la cada vez más omnipresente Internet y las nuevas redes sociales.
En la extimidad
turboglobalizada todo el mundo cree presenciar y sufrir “en directo” las
humillaciones de crueles atentados intercalados -en violenta escalada- con
muchas otras brutales prácticas. Lo que en 2001 pudo parecer una excepción de
fenómeno extremo, hasta el punto de marcar el fin de “la fiesta postmoderna” y
obligó a casi pedir perdón por haber pensado libérrimamente y fuera de todo
canon a gente como Jean Baudrillard.
También se invirtió -como confirma Bauman- la tendencia en las sociedades occidentales avanzadas de maximizar la libertad, minimizando las exigencias de seguridad. Efectivamente esa fue la tendencia general entre la crisis de los misiles en Cuba (1962) y el 11S del 2001. Pues desde el cambio de milenio se están invirtiendo grandemente las presiones sociales y del establishment entre más libertad o más seguridad. Después de unas décadas ávidas de libertad, parece que volvemos a otras más ávidas de seguridad. Al menos cuando nos sentimos atacados por fenómenos extremos y muy publicitados como el "terrorismo global".
En muchos sentidos, resulta claro hoy que las causas, los antecedentes y quizás los "errores geoestratégicos" que llevaron a la versión turboglobalizada actual del terrorismo global y la “guerra asimétrica” se inician –sobre todo y para no ir más lejos- en Afganistán. Recordemos que allí se dirimía el conflicto soviético-talibán con ayuda militar e intervención por parte de la "inteligencia" estadounidense. Ésta fue evidentemente muy pobre y está en el origen del terrorismo jiyadista, de Bin Laden y Al Qaeda.
También se invirtió -como confirma Bauman- la tendencia en las sociedades occidentales avanzadas de maximizar la libertad, minimizando las exigencias de seguridad. Efectivamente esa fue la tendencia general entre la crisis de los misiles en Cuba (1962) y el 11S del 2001. Pues desde el cambio de milenio se están invirtiendo grandemente las presiones sociales y del establishment entre más libertad o más seguridad. Después de unas décadas ávidas de libertad, parece que volvemos a otras más ávidas de seguridad. Al menos cuando nos sentimos atacados por fenómenos extremos y muy publicitados como el "terrorismo global".
En muchos sentidos, resulta claro hoy que las causas, los antecedentes y quizás los "errores geoestratégicos" que llevaron a la versión turboglobalizada actual del terrorismo global y la “guerra asimétrica” se inician –sobre todo y para no ir más lejos- en Afganistán. Recordemos que allí se dirimía el conflicto soviético-talibán con ayuda militar e intervención por parte de la "inteligencia" estadounidense. Ésta fue evidentemente muy pobre y está en el origen del terrorismo jiyadista, de Bin Laden y Al Qaeda.
Los acontecimientos se
sucedieron rápidamente y hoy están muy bien determinados. Bin Laden y Al Qaeda
rompieron amarras e iniciaron un nuevo rumbo: por ejemplo en la intervención norteamericana en Somalia de 1993
o los atentados en embajadas estadounidenses de 1998. A partir de aquí
protagonizaron pesadillas apocalípticas incluso más allá de la muerte de Bin
Laden en 2011, pues -como pasó con Hitler y otros- el imaginario conspirativo
desea su supervivencia, a la vez que la teme. Por eso y como zombies mediáticos e ideológicos, conservan
gran impacto y movilizan nuevos “combatientes”.
En una nueva y creciente paranoia global, que sacrifica instancias de libertad a cambio de promesas de seguridad, el terrorismo se retroalimenta con el todavía no desmantelado Guantánamo, con guerras neocons de “castigo” y con la lucha por el control de recursos clave como el petróleo, como sucede a partir de la ocupación de Irak en 2003. En reuniones de alto nivel como la de las Azores (Bush, Blair, Aznar y Barroso) se desoyeron las enormes manifestaciones en contra de la guerra (recuerdo la que congregó un milión y medio de manifestantes en Barcelona el 2003). Claramente se impusieron otras consideraciones e intereses a lo que mucha gente percibía: el peligro de desestabilización crónica de amplias regiones del mundo y también las muy posibles pérdidas que resultarían en términos de libertad y garantías sociales.
En medio de una sorpresa entre cínica e ingenua, muchos Estados europeos resultaron sobresaltados por la retroalimentación resultante del terrorismo global. El 11-M-2004 en Madrid quiso ser leído por el gobierno español en clave local y como un atentado de Eta, pero en realidad formaba parte del terrorismo turboglobalizado. Es claramente inseparable, de muchos otros atentados globales como los de Londres en 2005, Argel en 2007 o posteriores.
Sin duda y a pesar que ha
afectado especialmente el Occidente avanzado, la crisis post2008 ha ayudado a
crispar aún más las sensibilidades y los conflictos.
Significativamente todavía no han encontrado un mínimo acomodo en la política oficial los “indignados” que estallaron también turboglobalizadamente desde la Península Ibérica (15-M-2011) al Brasil (junio 2013), pasando por Occupy Wall Street. Parecen bloqueadas las novísimas politizaciones que plantearon y las urgentes reformas que exigieron. En cambio ha continuado y está siendo durísima la crisis sufrida por los países mediterráneos en Grecia, Portugal y España, pero que también castiga duramente a Italia, Francia…
Significativamente todavía no han encontrado un mínimo acomodo en la política oficial los “indignados” que estallaron también turboglobalizadamente desde la Península Ibérica (15-M-2011) al Brasil (junio 2013), pasando por Occupy Wall Street. Parecen bloqueadas las novísimas politizaciones que plantearon y las urgentes reformas que exigieron. En cambio ha continuado y está siendo durísima la crisis sufrida por los países mediterráneos en Grecia, Portugal y España, pero que también castiga duramente a Italia, Francia…
Evidentemente ha provocado
también un incremento global de los conflictos el fracaso final (excepto Túnez)
de las primaveras árabes y la guerra de Libia (2011). Aún más, la Guerra Civil
de Siria (iniciada en 2012) se ha añadido al conflicto palestino-israelí como
permanente bomba explosiva, ya no en el Oriente Medio, sino en todo el mundo
turboglobalizado. Potencias occidentales como Francia, Gran Bretaña y Estados
Unidos, con el añadido muy decidido de la Rusia de Putin y –me temo- que la
vigilancia activa de China, están interviniendo cada vez más en Oriente Medio en
una peligrosísima escalada.
La irrupción brutal del
terrorismo de Estado Islámico (el 2004 en Irak), se extiende por gran parte de
Oriente Medio sobre todo a partir del 2012. Estado Islámico se aprovecha
turboglobalizadamente de una gran financiación de los ricos regímenes
prosalafistas y también de una exacerbación del odio y la humillación sentida por
muchos. Así consigue “luchadores” jiyadistas de todas partes del mundo y
–significativamente- también franceses, británicos, belgas…
Estado Islámico convierte en
gran arma propagandista asesinatos en masa y filmados como ejecuciones-espectáculo.
Mórbida y sádicamente utiliza contra Occidente esas crueles brutalidades, al
igual que sus patéticas destrucciones del legado histórico. Pero aunque es
quien –por el momento- más utiliza esas estrategias, parece que lamentablemente se
han convertido en habituales por casi todos los agentes en las actuales
“guerras asimétricas”.
Lo que antes se consideraban
“necesarios” pero secretos –cuando no directamente vergonzosos- actos de
guerra, hoy son actos terroristas “extímicamente” ostentados para exacerbación
de los odios. Ciertamente potencias occidentales como Estados Unidos (con
Francia, Gran Bretaña y Rusia cada vez más implicadas), continúan más
discretamente los “castigos a los terroristas”, si bien cada vez más entran en
la escalada verbal y militar. Sin duda la tecnología de los drones de guerra ha
introducido también una brutal novedad, mezclando una indudable efectividad con
peligrosas derivas de constantes “ajusticiamientos sin juicio” y sin el más
mínimo control democrático.
Esa dinámica retroalimentada
y en escalada de acción-reacción, es aprovechada fanáticamente por Estado
Islámico. Su “terrorismo global” y pensado “espectacularizadamente” para
influir en todo el mundo encuentra fácil reverberación en la insolidaridad
xenófoba de Occidente. Lamentablemente –y no solo la Francia soliviantada por los
atentados a Charlie Hebdo y de París en 2015- parece no haber aprendido nada de
la experiencia posterior al 11-S del 2001.
Los reclutamientos militares
y terroristas de Estado Islámico, van paralelos al desplazamiento de millones
de personas. Aquí no se puede olvidar la ambigüedad oportunista de potencias
como la Turquía de Ergodan o la Rusia de Putin. Siendo por una parte recientemente castigadas
con atentados, por otra parte a veces los manipulan, a veces los niegan oportunistamente
(solo a última hora, Rusia ha aceptado que su avión fue destruido por una bomba
sobre el Sinaí).
Bajo el terrible panorama
turboglobalizado que acabamos de sintetizar, lo peor es volver a presenciar
masivas cadenas humanas de inocentes civiles que tienen que huir de la guerra y
del terrorismo para salvar sus vidas. Como en los peores momentos de la
historia, hoy son obligados a una emigración dantesca y tienen que sortear una
muerte muy posible cruzando en condiciones pésimas el Mediterráneo, los países
balcánicos e incluso las estepas eslavas y rusas.
Sueñan refugiarse en una
Europa que les teme y que, cada vez más, parece sacrificar sus ideales
humanistas para entregarse a derivas más ultraderechistas y xenófobas. Como casi siempre que las sociedades se sienten sorpresivamente amenazadas, los líderes aprovechan para ejercer o simular un liderazgo fuerte y populista. En tales circunstancias, todos los políticos incluyendo el "hombre normal" Hollande tienen que demostrar o aparentar que pueden controlarlo todo. Al menos tanto como pueda hacerlo la nueva y francesa "dama de hierro" Marine Le Pen.
Naomi Klein ya explicó esa dialéctica en su Doctrina del shock, y la demoscopia suele confirmar la facilidad con que, sometidas a un stress inesperado, las sociedades hacen rápidos y compulsivos sacrificios a consoladores caudillismos, que luego suelen lamentar durante décadas. En las próximas elecciones tendremos oportunidad de comprobarlo.
Y es que estarán de acuerdo con nosotros en que la turboglobalización no avanza por igual en todos sus aspectos. Por lo que respecta a los riesgos humanos (como ya apuntaba Beck hace dos décadas), en la tecnología, en las deslocalizaciones económicas y en los flujos financieros va muy por delante de las necesarias respuestas políticas, las vitales protecciones laborales y la protección efectiva de los derechos humanos.
Naomi Klein ya explicó esa dialéctica en su Doctrina del shock, y la demoscopia suele confirmar la facilidad con que, sometidas a un stress inesperado, las sociedades hacen rápidos y compulsivos sacrificios a consoladores caudillismos, que luego suelen lamentar durante décadas. En las próximas elecciones tendremos oportunidad de comprobarlo.
Y es que estarán de acuerdo con nosotros en que la turboglobalización no avanza por igual en todos sus aspectos. Por lo que respecta a los riesgos humanos (como ya apuntaba Beck hace dos décadas), en la tecnología, en las deslocalizaciones económicas y en los flujos financieros va muy por delante de las necesarias respuestas políticas, las vitales protecciones laborales y la protección efectiva de los derechos humanos.
Incluso un pensamiento único
nacido del capitalismo neoliberal y del “consenso de Washington” actúa como
“burbuja” aislante ante las desgracias, las crisis y las emergencias humanas.
También funciona como ciega legitimación de una turboglobalización peligrosamente
inhumana. Tenemos que profundizar en sus causas y efectos, muchas veces tan
recónditamente escondidos como inesperados.
Hablamos de algunas de estas cosas y de "Seguretat vs. llibertat?" en 8aldia (20h 30' del 19-11-2015) con Gonçal Mayos, prof. de Filosofia, y Xavier Servitja, analista en seguridad y política internacional.
Hablamos de algunas de estas cosas y de "Seguretat vs. llibertat?" en 8aldia (20h 30' del 19-11-2015) con Gonçal Mayos, prof. de Filosofia, y Xavier Servitja, analista en seguridad y política internacional.
Campo de refugiados |
1 comment:
Hola Gonçal,
Estamos, efectivamente, ante “una nueva y creciente paranoia global, que sacrifica instancias de libertad a cambio de promesas de seguridad, el terrorismo se retroalimenta con el todavía no desmantelado Guantánamo, con guerras neocons de “castigo” y con la lucha por el control de recursos clave como el petróleo”. Creo que difícilmente podríamos definir mejor y con menos palabras la situación actual.
Y –añadiría yo-, en esta nueva paranoia, el miedo exacerbado juega un papel central. ¿Miedo a qué? De entrada, claro está, al terror yihadista. Pero hay más, mucho más: tal y como expone Bauman en Miedo líquido, a diferencia de los temores de viejo cuño, los actuales tienden a ser imprecisos, móviles, elusivos, intangibles. Tenemos miedo sin saber de dónde viene nuestra ansiedad y cuáles son exactamente los peligros que lo provocan. Y es que en la turboglobalización actual asistimos a una pérdida radical de nuestra seguridad existencial –empleo, posición socioeconómica, estima social, etc.- acompañada de una incapacidad no menos radical para identificar y combatir sus fuentes reales. Es por ello que los miedos tienden a transferirse a los aquellos factores o, mejor, a aquellos rostros a los que (supuestamente) podemos atribuir las causas de nuestras desdichas.
Y, por desgracia, tales rostros no se limitan a los yihadistas y a los que les alientan y apoyan, sino que se hace extensible a un Otro genérico: básicamente, el árabe, el musulmán, en cuyos rostros identificamos no sólo el peligro terrorista, sino también –de forma vaga e imprecisa pero intensa- el miedo a perder empleo, estatus, posición o identidad. Nuestros temores y, por extensión, nuestros rechazos más viscerales toman cuerpo en el refugiado, el inmigrante pobre o en los jóvenes marginados de los extrarradios cuyos apellidos y credo sean “diferentes”.
En este contexto, las tesis de Huntington, por muy discutibles que sean sus bases teóricas y empíricas –hablar de “civilizaciones” como entes con rasgos, instituciones y valores claramente definidos no sólo es reduccionista, sino que supone olvidar que la cultura no es algo estable y ajeno al entorno socioeconómico y geopolítico sino una realidad viva, cambiante; una construcción en constante interacción con la realidad material, social y política-, tiene todos los visos de convertirse en una profecía autocumplida. Por un lado, belicismo “necon” en Irak, Líbia o Siria, discriminación y rechazo al musulmán; por otro lado, repliegue étnico y religioso en el mundo árabe-musulmán –por cierto, generosamente sufragado por las autocracias del Golfo pérsico, aliados geoestratégicos clave de Occidente y suministradores clave de petróleo barato- confluyen y se retroalimentan.
Una retroalimentación, una “dialéctica de acción-reacción” que se produce, ciertamente, en la “muy tramposa extimidad de los medios globales de comunicación”. En dichos medios, que son a la vez de masas, globales e interactivos y virales (Manuel Castells), los ciudadanos somos no sólo consumidores sino retransmisores e, incluso, coproductores de información, datos e imágenes. El problema es que la inmediatez, el impacto emocional de las imágenes y el sensacionalismo van, muy a menudo, en detrimento de la capacidad de reflexión, análisis y pensamiento crítico. Y es que la “ilusión de transparencia” (Byung Chul-Han) crea en nuestras mentes la (falsa) sensación de haber encontrado la causa –y, sobre todo, el rostro- de nuestras desdichas y problemas. Con lo cual, los ecos del círculo vicioso de acción-reacción se amplifican a través de los medios globales de comunicación, generando ondas expansivas que nos llevan a apoyar nuevas medidas represivas o agresivas. ¿Hasta cuándo?
Lluís
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