Finalmente, el leñador relata lo que no expicaban ninguna de las versiones que hasta el momento el público y el tribunal ha escuchado en Rashomon y donde los distintos personajes muestran más claramente sus debilidades y verdaderas intenciones:
El bandido pide a la dama que se case con él, para que acceda promete incluso entregarle una presunta fortuna que dice tener escondida e, incluso, trabajar honradamente en el futuro. Pero, la dama tiene otras angustias y, mientras corta las cuerdas de su marido, para permitirle luchar por ella contra el ladrón, al que contesta: “no puedo decidirlo, ¡qué puede decidir una mujer!”
En un primer momento el bandido reacciona como la dama parece haber previsto y proclama: pues “¡lo decidiremos nosotros!” Pero entonces, escandalosamente, el samurai ya libre se niega a “jugarse la vida” por “una mujer como ésta” y le espeta: “has mostrado tu vergüenza ¿por qué no te matas?”
Cuando la doblemente ultrajada mujer vuelve los ojos hacia el ladrón, éste también parece haber perdido el interés por ella. Sola ante los dos hombres que presuntamente la deseaban tanto, tiene que escuchar que su marido el samurai insista cruelmente diciendole: “ya no te quiere ninguno de los dos”. Tratándola de “mujer idiota”, tanto el ladrón como el samurai parecen haber llegado a la conclusión de que “no vale la pena pelear por una mujer como esa”.
Un nuevo y sorprendente giro se produce entonces: la débil dama que en las anteriores versiones siempre había parecido tan dulce y pura como falta de carácter y de autonomía, se transforma radicalmente. Brutal y doblemente ultrajada, explota con gran vehemencia y con rotundas palabras avergüenza al marido incapaz de defenderla y al bandolero que le había prometido tantas cosas.
Indignada, juega entonces astutamente sus cartas. Afirma que había pensado huir con el ladrón “harta de la vida tan aburrida con su marido”, pues la “quería cambiar”, pero que ahora ve que éste es exactamente igual que su marido. Acusa a ambos de perder el control por las mujeres y, finalmente, les apostrofa que a éstas “hay que ganárselas aunque sea peleando”.
Sorprendentemente su exhortación surte rápido efecto[1] y se inicia una lucha ciertamente mucho menos valiente y arrojada de lo que se decía en las otras versiones. Esta escena es muy criticada en el mundo japonès, pues Kurosawa filma realistamente y con una sutil burla una lucha cobarde que desmitifica el código de honor y valentía “Bujido”[2] de los samurais y del cine “jidaigeki”.
En medio de actitudes cobardes y el uso de malas artes por parte de los dos contendientes, Kurosawa muestra con mucho ritmo y críticamente como el bandolero solo consigue matar al samurai cuando previamente he perdido su katana e incluso lanzándole la suya a distancia. Como no podía ser de otra manera, después de todo lo que ha sucedido, cuando intenta acercarse a la dama, esta se resiste y huye, sin que tenga arrestos para retenerla.
Notemos que los tres personajes del bosque han coincidido en vulnerar el comportamiento y código de honor que a cada uno le corresponde. Todos ellos se han cubierto de aprobio. Recordemos: el samurai derrotado y cobarde ha querido enterrar su vergüenza deshaciéndose de su mujer; la cual no atreve a decidir su propio destino, libera al samurai para que pueda enfrentar el ladrón que la ha violado, como confiando esconder su deshonor siendo el 'premio' del vencedor o -quizás- deseando que ambos mueran y por tanto desaparezca cualquier testigo de su humillación.
Por eso, la dama impone la lucha entre los dos 'machos' y hace creer al bandido que le seguirá si lucha por ella. El bandolero que basa parte de su supervivencia en pormover una imagen terrible de su fuerza y fiereza, entiende que no podrá salir de la situación sin luchar, pero como el samurai ahora desatado, lo hace con desgana, cobardía y malas artes.
[1] Es una reacción típica
de lo que los antropólogos llaman una “sociedad de la vergüenza”. Véase por
ejemplo Ruth Benedict El Crisantemo y la espada. Patrones de la cultura
japonesa, Madrid: alianza, 2003.
[2] Martin Heidegger “De un diálogo
del habla” en De camino al habla, Barcelona: Serbal, 1990: 95ss.
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