Como todo proceso complejo y relativamente nuevo (pues rompe con muchas características que anteriormente lo anticipaban), el populismo desorienta e incluso genera una profunda desconfianza. Hemos expuesto la complejidad ideológica y social de los populismos.
Distinguirlos en los dos polos tradicionales de izquierda y derecha tan sólo es una necesidad comunicativa, para no bloquear el avance del discurso. De hecho, no es labor de este artículo clasificar y definir detalladamente los distintos tipos de populismos hoy existentes, pero señalaremos algunos de los principales dilemas que se manifiestan en los populismos “del desconcierto”.
La mayoría de los movimientos populistas en los años treinta afirmaban respetar los valores democráticos, la voluntad popular y los derechos civiles y humanos. Hoy, sin embargo, preocupa generalizadamente, y este es uno de los dilemas de los populistas actuales, que aquellos valores no sean una característica permanente y que –en el futuro- puedan derivar en actitudes inequívocamente totalitarias.
La mayoría de los movimientos populistas en los años treinta afirmaban respetar los valores democráticos, la voluntad popular y los derechos civiles y humanos. Hoy, sin embargo, preocupa generalizadamente, y este es uno de los dilemas de los populistas actuales, que aquellos valores no sean una característica permanente y que –en el futuro- puedan derivar en actitudes inequívocamente totalitarias.
Aún más, cabe preguntarse si algunos populismos tienen algún tipo de agenda de tipo totalitario mantenida en secreto y no publicitada. Si existe esa agenda oculta, no sólo cabe preguntarse qué están dispuestos a mantener de los equilibrios institucionales liberales y qué aspectos de la democracia participativa y del gobierno popular aspiran a eliminar o a degradar.
¿Cuáles garantías civiles hasta ahora respetadas en las democracias avanzadas serían prescindibles y negociables a la baja? ¿Qué valores de libertad pueden ser vulnerados para garantizar un orden político estricto, otros valores securitarios o liderazgos populistas fuertes? ¿Cuáles derechos humanos son innegociables para ellos y cuáles pueden ser transaccionados o eliminados?
¿Cuáles garantías civiles hasta ahora respetadas en las democracias avanzadas serían prescindibles y negociables a la baja? ¿Qué valores de libertad pueden ser vulnerados para garantizar un orden político estricto, otros valores securitarios o liderazgos populistas fuertes? ¿Cuáles derechos humanos son innegociables para ellos y cuáles pueden ser transaccionados o eliminados?
No cabe duda que estas cuestiones dilemáticas plantean duda a muchos de los votantes populistas, que lo ven como una opción legítima e incluso necesaria, pero que temen que puedan repetirse nefastos acontecimientos no tan lejanos. Pero hay muchas más que también presentan dudas razonables y angustian a la gente y a los analistas políticos.
También es muy relevante preguntarse, ¿qué límites contemplan los populismos para sus propias acciones críticas, desgastadoras y destituyentes del establishment político-institucional? Como hemos visto, prácticamente todos los populismos actuales consideran necesario abrir un proceso y poder constituyentes o –al menos- llevar a cabo prácticas desafiadoras de las élites e instituciones vigentes que fuercen su rápida renovación. ¿Hasta que punto cada uno de ellos está dispuesto a desestabilizar al Estado y a la gobernanza actual, a poner en peligro la necesaria “seguridad jurídica” y a imponer la agenda de las mayorías sociales por encima de las minorías?
Todo poder constituyente en algún aspecto tiene directas consecuencias destituyentes o desconstituyentes. ¿Hasta qué punto los beneficios obtenidos en cada caso superan a los peligros, riesgos e inconvenientes asumidos? Al respecto Hans Kelsen avisaba que toda democracia sin control no puede ser duradera ni estable. Hoy tenemos complejos ejemplos que reconfiguran la relación entre el poder judicial y los poderes legislativo- parlamentario y ejecutivo.
Boris Johnson propuso cerrar por cinco semanas el parlamento británico en el momento álgido de la negociación de la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Su intento fue bloqueado por la acción paralela del propio parlamento y del poder judiciario. Donald Trump ha planteado distintos “forcejeos” para imponer sus políticas a otros poderes federales, por ejemplo, presionando a jueces para que aceptaran sus propuestas de restricción de entrada en los Estados Unidos de ciudadanos de ciertos países mirados con desconfianza por su presidencia. También llegó a cerrar la administración federal no vital como parte de su presión para que el Congreso aprobara los presupuestos extraordinarios que pedía para ampliar el muro con México.
En España y Cataluña, pero también en Brasil, se han invocado por parte de algunas instancias judiciales o electorales acciones pocos habituales y que amenazan romper la división de poderes. Así se ha llevado a destituir, a evitar la elección o a inhabilitar a presidentes y altos cargos de la Generalitat catalana, incluso poniendo en peligro los derechos civiles de los afectados.
En Brasil son muy conocidos y debatidos los complejos procesos de destitución y encausamiento de respectivamente los presidentes Dilma Russeff e Inácio Lula da Silva, invocándose en algún caso conceptos -que podemos calificar de “inseparablemente constituyentes y destituyentes”- de por ejemplo “mutación constitucional”.
En Brasil son muy conocidos y debatidos los complejos procesos de destitución y encausamiento de respectivamente los presidentes Dilma Russeff e Inácio Lula da Silva, invocándose en algún caso conceptos -que podemos calificar de “inseparablemente constituyentes y destituyentes”- de por ejemplo “mutación constitucional”.
Si se rompe el equilibrio y separación de poderes de Montesquieu, fácilmente uno de ellos o alguna instancia institucional se impone y adquiere características totalitarias. Por si sólo, puede ejercer un poder constituyente (ya no meramente constituido) y evitar la subordinación democrática a la soberanía popular.
Entonces, esa persona, asamblea, instancia o poder se convierte en lo que Hobbes definía como “el Soberano” efectivo, es decir el poder último de todo el sistema político y no condicionado en el fondo por ningún otro. Eso es lo que más tarde (Arendt, 1974) se llamó totalitarismo, avisando que no surge tan solo de la ignorancia o del lavado de cerebro, sino que tiene causas más profundas en la condición humana, que puede rebrotar con facilidad.
Procesos y mecanismos similares están apareciendo en muchos países. ¿Se trata de un fenómeno momentáneo que la propia dinámica política situará en su justo punto o -por el contrario- irá a más, dislocando las “políticas del desconcierto”?
¿Son más bien reacciones puntuales, excesivas, demagógicas, muy limitadas y espectacularizadas que no tienen el impacto real que parecen tener? Su capacidad de inquietar a través de los massmedia a mucha gente ¿es su principal efecto o tan solo la punta de iceberg? ¿Muestran una tendencia de la “nueva política” y de las posibilidades tecnológicas digitales que han venido a quedarse y lo pueden cambiar todo?
No es posible aquí profundizar en los mencionados ejemplos, pero sin duda muestran el enorme impacto alcanzado por las “políticas del desconcierto” y los movimientos populistas. La desorientación y preocupación de gran parte de la población también se contagia en cuestiones de este tipo a muchos expertos politólogos.
Son dilemas no sólo del populismo, sino también de las “políticas del desconcierto”, que continúan vigentes al inicio de la tercera década del siglo XXI.
Del artículo “Crisis
Neoliberal, Políticas Del Desconcierto y Autoritarismos Populistas” de Gonçal
Mayos en la revista Clivatge. Estudis i
testimonis sobre el conflicte i el canvi socials, núm. 8, 2020.8.5, pp.
194-237. ISSN en línea: 2014-6590, DOI: 10.1344
Veánse los posts:
- ¿POPULISMO
ANTILIBERAL O ANTIDEMOCRÁCTICO?
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