Recordemos brevemente que el modelo revolucionario hegemónico fue durante décadas el bolchevique de Octubre del 2017. Era un movimiento político militar que aspiraba a la toma directa e inevitablemente violenta de los centros vitales del poder estatal: gobierno, ministerios, cuarteles, medios de comunicación, centros logísticos, grandes fábricas, etc.
En cambio, el populismo de las políticas del desconcierto más bien utiliza estrategias no violentas, de conquistar el poder de forma indirecta, por ejemplo a través de controlar económicamente los medios, influir en el voto y conseguir lo que Antonio Gramsci llamaba una “hegemonía cultural” o un nuevo “sentido común”.
En las revoluciones tradicionales el medio político principal era la creación de un disciplinado partido, bien estructurado con fiables cuadros ideologizados y militantes aguerridos. El tipo leninista de partido era el ideal para llevar a cabo un golpe de Estado y –en caso de éxito- gobernar desde el primer momento con mano de hierro a la sociedad e imponer el nuevo régimen.
Ahora bien, los populismos contemporáneos más bien nacen como movimientos amplios, poco coherentes y estructurados, y relativamente informales. Pueden manifestar una ideologización flexible, a veces extraída de corrientes religiosas independientes, como la llamada “Mayoría moral” que encumbró Ronald Reagan o el “evangelismo” que –recientemente- ha llevado a Jair Bolsonaro a la presidencia brasilera o ha expulsado Evo Morales de la presidencia de Bolivia.
También se están generalizando estrategias sistemáticas e inéditas hasta ahora, por las cuales los líderes populistas como Trump se dirigen directamente, a través de las nuevas tecnologías y de manera personalizada al conjunto del electorado. Así los populismos consiguen dirigirse a sus partidarios sin depender estrictamente del “aparato”, los cuadros y “militantes” de los poderosos partidos “leninistas” de otros tiempos.
De forma similar se están desarrollando nuevas prácticas y estrategias políticas tanto en las elecciones (por ejemplo, el uso de Cambridge Analytica por Trump) como en la comunicación de las decisiones (por ejemplo, el uso de fake news en un marco de una asumida postverdad).
De forma similar se están desarrollando nuevas prácticas y estrategias políticas tanto en las elecciones (por ejemplo, el uso de Cambridge Analytica por Trump) como en la comunicación de las decisiones (por ejemplo, el uso de fake news en un marco de una asumida postverdad).
Las revoluciones tipo “Octubre” eran pensadas como un cambio total entre dos órdenes políticos, sociales, económicos, ideológicos e incluso culturales. Eran significativas las apelaciones al “hombre nuevo” y a la radicalidad de la contraposición antes-después. La revolución era un momento de excepción que rompía totalmente la continuidad entre pasado y futuro.
En cambio, y a pesar de cierta retórica, los movimientos populistas actuales asumen que el cambio en absoluto será total, que habrá una inevitable continuidad y que las metamorfosis radicales (en la línea del “hombre nuevo”) se manifestarán solamente a largo plazo.
Las revoluciones eran imaginadas como rupturas puntuales que lo cambiaban todo en un lapso corto de tiempo, luego del cual la historia volvería a tranquilizarse y los cambios se limitarían a consolidarse. Mientras los populistas actuales sueñan con extender en el tiempo las transformaciones en una cierta tensión permanente que se niega a “cerrar” demasiado pronto el proceso de cambio y de consolidación del nuevo sistema.
Ciertamente, también en el modelo revolucionario “Octubre 1917” podían darse elementos populistas, pero éstos se pensaban muy concentrados en el tiempo. En cambio, en el populismo “del desconcierto” los cambios “revolucionarios” se imaginan más extendidos en el tiempo, incidiendo en la sociedad a largo plazo y como “una gota malaya” lenta, pero que termina dominando cualquier resistencia.
Como vemos, en el fondo, la comparativa entre los revolucionarios clásicos y los populistas contemporáneos no es una cuestión simplemente de mayor o menor ambición.
Como vemos, en el fondo, la comparativa entre los revolucionarios clásicos y los populistas contemporáneos no es una cuestión simplemente de mayor o menor ambición.
Del artículo “Crisis
Neoliberal, Políticas Del Desconcierto y Autoritarismos Populistas” de Gonçal
Mayos en la revista Clivatge. Estudis i
testimonis sobre el conflicte i el canvi socials, núm. 8, 2020.8.5, pp.
194-237. ISSN en línea: 2014-6590, DOI: 10.1344
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