La cámara digital es un arma para Albert Serra. Pues este sacraliza iconográficamente la imagen en movimiento dispuesta por el ojo de la cámara y eliminando cualquier otra interferencia. Por eso, adora el poder incansable, mecánico, barato y móvil de las cámaras digitales ya que -a diferencia del ojo humano- miran sin interferencias, sin pérdidas de atención, sin desconciertos o sesgos, sin clichés o expectativas de sentido.
Serra encuentra la mejor vía para desmarcarse del mundo del storytelling,
en la materia prima sin relatos que le ofrece la cámara digital en su registrar
mecánico, incansable, frío y sin fluctuaciones por el estado de ánimo. Por eso dispone tres
cámaras digitales que incansablemente lo graban todo para sorprender
desprevenida la ‘realidad’ tras el caótico rodaje.
Esa ‘trinidad’ registra hechos impremeditados e imágenes invisibles por el
ojo humano, el cual los hubiera descartado inevitablemente si le hubiesen
dejado la preeminencia logocentrista. Así, sin filtros, llega al montaje lo
inhabitual junto con lo tan habitual que ya ni se percibe; lo sorprendente, ya
sea por aburrido, ya sea por deslumbrante; lo que ha sido demasiado pensado
junto con lo impensable; a la vez el azar y la necesidad, etc.
Permite a una segunda ‘trinidad’ de montadores que lidera Serra, escrutar
obsesivamente las
imágenes precivilizatorías -pues, como apunta Lévi-Strauss, se dan antes de la
distinción entre lo crudo y lo cocido-, desvelar lo todavía no pensado,
seleccionar cuales sobrevivirán y disponerlas en un nuevo ‘movimiento’ formal
que es la película resultante.
Así Serra consigue encumbrarse en un demiurgo todopoderoso que no busca la
objetividad imposible,
sino que avanza hacia el creativo descubrir de aquella belleza inquietante,
provocadora y profanadora que todavía no se ha convertido en cine. Entonces,
orgulloso de lo conseguirlo, el crítico de la noción de autor que es Albert
Serra, afirma que ha llevado a cabo ‘cine de autor’.
El ‘método andergraun’ ataca el logocentrismo
Ahora bien, para poder llegar a ese momento demiúrgico, el ‘método
andergraun’ de Serra tiene que destruir la lógica del mundo logocéntrico,
cortocircuitar la percepción precocinada del ojo del cerebro, descoyuntar la
alianza perversa de guionistas y actores... En definitiva, colapsar la máquina
industrial cinematográfica, dentro de la guerra de mundos en que está y estamos
enzarzados.
Se ha tenido que extirpar el logocentrismo instalado como un cáncer en
ojo-cerebro, que es un dispositivo humano a la vez biológico e
histórico-cultural. Se ha impedido que se convierta en cadena de transmisión de
una tradición inmemorial que termina en el eterno retorno de lo mismo, pues el
ojo-cerebro deja de mirar lo que tiene efectivamente delante al convertirse en
algo demasiado manipulable, distraído, predeterminado, prejuicioso, conducible,
emocionable y vinculado a relatos tradicionales.
El ‘método andergraun’ rompe así los presupuestos, los prejuicios y lo dejavu
de una tradición humanista que cree haber descubierto para siempre lo que tiene
sentido, verdad, belleza y -en consecuencia- bondad. Por tanto, predeterminado
y aculturizado a ese mundo, el mirar humano mezcla feliz, indiscriminada y
aburridamente imágenes, sonidos, texturas, gustos, aromas, pensamientos,
recuerdos, anhelos, sentimientos...
Así una magdalena puede permitir a Proust disparar la búsqueda del tiempo
perdido, pero al mismo tiempo impide que nadie esté exclusivamente y con
absoluta focalización en lo que se mira. Entonces el tiempo perdido se impone
al instante presente y al tiempo que se habría de ganar. Pues, como el mirar
humano ha corrido para -sin que lo notemos- humanizar lo visto conforme la
receta tradicional, ya no se ve lo que hay efectivamente allí delante.
Entonces no se puede captar su belleza otra ni su inhumanidad. No podemos
salir de nosotros mismos, ni ver con ojos objetivos, porque se impone en todo momento
el ojo humano y -con él- el cerebro y la tradición cultural del sujeto
logocéntrico.
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