Por eso, armado del ojo de la cámara digital, Albert Serra quiere
independizarla del cerebro, de la contaminación memorística, de los prejuicios
tradicionales y de las narratividades siempre reiteradas que sacan a las
imágenes-simulacro de su creatividad, novedad y especificidad formal. Así, en
medio del aquelarre de forzada incomunicación en el rodaje que rompe con el
guion y desestructura el orden logocéntrico interiorizado por actores y
técnicos, los tres ojos de las correspondientes cámaras digitales captan la
materia prima de imágenes y diálogos.
Entonces, la trinidad de montadores liderados por Serra tratará de extraer
el orden icónico formal autónomo de una obra cinematográfica digna de tal
nombre. Así rompe con las operaciones habituales del cine narrativo, por
ejemplo, la adaptación de un clásico literario (por mucho que juegue
irónicamente con ello), la comunicación rememorativa de un relato tradicional o
la actualización de un orden basado en símbolos del inconsciente colectivo a lo
Carl Jung o al Círculo Eranos.
En el mundo logocéntrico del cine, las imágenes en movimiento acaban siendo
-en el mejor de los casos- un vehículo que a través de los ojos de las cámaras
sobre todo apelan a los ojos aculturizados de la cabeza. Es más, apelan al
sobrecargado mundo platónico acumulado a lo largo de milenios donde siempre se
han conceptualizado las imágenes como sombras doxáticas que esconden la
verdadera realidad que son las Ideas. Estas permanecen trascendentes en su
mundo epistémico y metafísico, siempre idénticas a sí, intocables, eternas,
abstractas, universales... y por tanto sin novedad, sin ruptura, sin auténtico
reto, sin verdadera alteridad y sin provocación profanadora.
Por tanto, la libertad del creador debe apartarse de todo lo que domina el
arte desde hace milenios y lo reduce al 'grado cero' que teorizó Roland
Barthes. Eso comporta neutralizar, bloquear o desviar el pringoso magma que
encarcela la innovación y la hace reiterarse indefinidamente cumpliendo el
aspecto más miserable de la gran verdad heideggeriana: no somos nosotros los
que decimos el lenguaje, sino que es él el que nos dice. Entonces por qué no
hacer que no seamos nosotros quienes decimos las imágenes en movimiento, sino
que ellas, nos trastornen, desequilibren, angustien, profanen... e
-inevitablemente al final- nos obliguen a intentar decirlas.
Por tanto el artista innovador que plantea la guerra de los mundos
artísticos, debe independizarse -¡nada menos!- de los presupuestos
neurológicos, de las tendencias filogenéticas humanas, de los sesgos
culturales, de la tarea cerebral de llenar las lagunas de información, de los
valores territorializados (Deleuze y Guattari), del inconsciente colectivo
(Carl Jung o el Círculo Eranos), de los órdenes heredados por tradición, de las
asunciones civilizacionales, de los hábitos a lo Pierre Bourdieu, de los
códigos subliminares, del sistema de objetos (Baudrillard), de los deseos
naturalizados, de las epistemes que ligan las palabras y las cosas
(Foucault)...
Así Albert Serra defiende la suma de miradas de la 'trinidad' de cámaras
con las que suele filmar y que, no sólo filman imágenes en movimiento, sino que
se mueven rápidamente impidiendo que nadie -p.e. algún resabiado actor- pueda
prever o controlar el caos performático que Serra crea en cada rodaje. Hay que
desmontar lo deja vu imperialista, el educado savoir faire y el
oficio interpretativo.
Hay que subvertir el consenso presupuesto tradicionalmente sobre lo que es
necesario recrear. Es necesario profanar el saber que desde siempre dictamina
lo que es el cine o lo que puede llegar a ser. Hay que servir al arte
cinematográfico en sí mismo y como simulacro icónico, en lugar de servirse de
él para objetivos exteriores (por ejemplo, a través del poder sentimentalmente
seductor de las imágenes).
Esos objetivos del cine narrativo e industrial son sin duda legítimos, pero
también desatienden, desplazan, enmascaran, obvian, difieren (Derrida) y
sustituyen las imágenes y su orden formal. Las ahogan superponiéndoles un
sentido, un relato y una idea trascendentes, precocinados, siempre los mismos, aburridos
y deja vu. Es la tradicional operación metafísico-epistémica de la
Caverna platónica, que siempre ha dominado el cine y en contra de la que se ha
declarado la actual guerra de los mundos.
De nuevo, el conflicto puede ser pensado a partir de la pregunta ¿cómo
liberar a los prisioneros encadenados en la mítica alegoría de la caverna de
Platón? ¿O bien desatarlos para llevarlos a la Luz del Sol de la Verdad y de la
Idea, o bien obligarles a mirar por fin directamente a las imágenes en
movimiento y atendiendo sólo a ellas? Por eso, la guerra de los mundos
cinematográficos se juega en base a dos maneras radicalmente opuestas de
liberar al espectador. También son dos formas distintas de experimentar la
recepción: ¡con o sin giro icónico!
Es ciertamente una guerra muy vieja que ha rebrotado con fuerza en las últimas décadas, digámosle como le digamos: Imagic turn de Ferdinand Fellmann, Pictorial turn de William J. Th. Mitchell, Visuelle Wende de Klaus Sachs-Hombach, Ikonische Wende de Gottfried Boehm... Solo el armisticio final de la Guerra de los mundos nos dirá cuál es el apelativo vencedor.
Posts que reproducen el artículo 'Imagen en movimiento. La guerra de los mundos y Albert Serra' de G. Mayos en el número 25. ‘Los nombres de Albert Serra’ en la revista La Nubes. Filosofía. Arte. Literatura. Véanse los posts: GUERRA ENTRE DOS MUNDOS DE IMÁGENES EN MOVIMIENTO, LO DIGITAL 'ANDERGRAUN' CONTRA LOGOCENTRISMO, RODAJE EN EL FONDO DE LAS TINIEBLAS, ‘ANDERGRAUN’: MÉTODO SIN MÉTODO; A. SERRA: AUTOR SIN AUTOR, DEL SILENCIO CREATIVO AL PERSONAJE PROVOCADOR, CINE ¡VOLVER A LAS IMÁGENES EN MOVIMIENTO!
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