Gonçal Mayos PUBLICATIONS

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Dec 12, 2021

GUERRA ENTRE DOS MUNDOS DE IMÁGENES EN MOVIMIENTO

 
Existe una guerra entre dos mundos de la imagen y -a la vez- entre dos opuestas imágenes del mundo. Luchan dos formas de comunicar icónicamente, dos formas iconológicas de construir el audiovisual, dos formas de tratar el cine y dos formas bastante distintas de aproximarse a las imágenes en movimiento.

Las naves invasoras levantan su vuelo desde sus escondrijos en las salas de los museos de arte contemporáneo y en las instalaciones vídeo-digitales. 

Sus bases de ataque son más bien las exposiciones, las performances, los happenings, las acciones artísticas, los festivales 'innovadores', las bienales de arte, las redes y los cenáculos de Internet, los circuitos underground, etc. Cuentan con batallones de críticos, ja sea intelligentsia clásica o influencers digitales, ya sea con espíritu de hackers o como emprendedores con émfasi  neoliberal o con coartada progre.

Son los bastardos de Andy Warhol, los eunucos del surrealismo y Dalí, los terroristas artísticos de Marina Abramovic... Disparan imágenes-flash que desconciertan a los soldados enemigos, clavándoseles en la mente como los gusanos de oído de las canciones e imágenes de Doris Day ¡Que Sera, Sera!. Los desorientan, los desmoralizan, les quitan el ánimo de luchar y -aún más- les hacen dudar de los valores propios.

No sólo desafían las buenas costumbres sino incluso Hollywood, donde desde hace años se han infiltrado, fingiendo que sirven al Star System y a la Industria. Incluso pueden proponer obedientemente actualizaciones del universo Marvel o desarrollar productivamente el sector de videojuegos. Sin embargo, en realidad, tienen una agenda propia, cuya letalidad han incrementado oculta y silenciosamente, hasta que hoy levantan sus naves para esclavizar a las masas distraídas. ¡Quieren destruir el Cine Paradiso sin que ni siquiera quede una bobina de besos censurados!

Es una lucha en stand-by, una guerra fría en plena escalada armamentística pero sin que nadie apriete el botón nuclear… por el momento. Pero, mientras tanto, el enfrentamiento ideológico se recrudece bajo gritos enfervorizados de odio que convocan el 'nosotros' en contra de 'ellos'. Fanatizado, cada mundo se considera el bien supremo y un destino trascendente que el otro mundo pretende destruir.

No parecen dispuestos a pactar ni a negociar en esa verdadera guerra, aunque se esté llevando a cabo por canales mediáticos. ¡No hay que engañarse! Es un verdadero conflicto sin cuartel ni prisioneros que, incluso, adquiere características de guerra total. Por eso, pronto, todo el mundo acabará inserto, alineado y alienado en uno de los bandos.

Todo el mundo está amenazado porque los daños no se limitan a las trincheras del frente sino que se multiplican en las retaguardias, que se creen tranquilas, pero que reciben por sorpresa los peores bombardeos. Como en las guerras 'totales', sufre menos el frente militar -conscientemente movilizado- que las masas dormidas en sus negocios ajetreados y vidas anodinas. ¡La tranquilidad de la retaguardia es un espejismo!


Como todas las conflagraciones, está provocando muchos daños colaterales, incluso de fuego amigo. Algunos son voluntarios y conscientes, otros sufridos circunstancialmente. Pero nadie está a salvo de la guerra de los mundos.

Cruzan los cielos y la infoesfera misiles en forma de opuestos tipos de imágenes en movimiento. Unas son inseparables de las palabras y del logocentrismo (Jacques Derrida), pues están al servicio del storytelling (Christian Salmon) y comunican sentimientos y emociones. 

Necesitan mantener un contacto fático constante y tranquilizador entre creadores y público, entre la tradición milenaria y el presente, entre arte y entretenimiento, entre la alta cultura y la popular, entre la élite y las masas.

Las otras imágenes son orgullosamente autónomas, iconocéntricas y devotas del Visuelle Wende. Su objetivo es profanar el sentido tradicional, provocándolo y descoyuntándolo. También angustian y torturan al público, pues consideran que debe enfrentarse con la incomunicación omnipresente. 

En todo caso, evidencian el cansancio, el aburrimiento, la ruptura y el distanciamiento con respecto al juego culturalista heredado. Por eso y para despertarlo del ‘síndrome del niño emperador’, abofetean con ganas los sonrosados carrillos del público espectador. 

Unas imágenes en movimiento se mantienen cerca de los metarrelatos modernos si bien, cada vez más, sometiéndolos a sus versiones más banales, populares y espectaculares. Las que se les enfrentan, en cambio, exploran los microrrelatos de autor, aunque saben que la 'fiesta’ posmoderna ha terminado y que propiamente ya no hay ‘autor’. Ahora bien, tampoco se atreven a renunciar ni a lo popular ni a nuevas posibilidades de espectáculo, actualizándolos con la iconoclasia de vanguardias como Dada o el Situacionismo.

El primer tipo de imágenes cinematográficas descreen de la industria de los sueños más que la segunda y afirma querer destruirla. Pero ni una ni otra abandonan del todo su protector y productivo cobijo. Como mucho, coquetean con una emergente industria de pesadillas que deben inquietar y retar al público, pero sin matar a la gallina de los huevos de oro. 

Como vemos, los dos mundos en guerra tienen también puntos en común y condicionantes compartidos. Ahora bien, escenografían una lucha sin cuartel oponiendo paradigmas, objetivos y métodos muy contrastados. 

Pues un mundo religa los sentidos individuales con los universales, obviando la violencia, la tortura, la dominación y las sumisiones que hay siempre detrás. El otro, en cambio, libera lo singular, lo idiosincrásico, lo personal y lo autoral ¡sin autor, pues están muy al día de la teoría!, torturando violentamente el pretendido universal naturalizado y pacífico, hasta un punto en que resulta muy difícil permanecer en esa actitud.

Uno de los mundos en guerra persiste en el objetivo de religar todos los sentidos y potencialidades culturales a través del cine como el arte total de nuestro tiempo. El otro, o bien bosteza aburrido ante tal agotado juego, o bien lo ataca tanto por odio como por el resentimiento nacido de su propia impotencia para jugar ese juego.

Ya podemos anticipar, pues, que de la actual guerra de los mundos saldrá sin duda una nueva era. Pero, difícilmente, será de reconciliación plena y en paz, pues las raíces del enfrentamiento son profundas, los choques mutuos se han sucedido a lo largo del tiempo y el conflicto subyacente penetra en aspectos clave de la condición humana. Entremos en detalles.



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