Gonçal Mayos PUBLICATIONS

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Dec 12, 2021

'ANDERGRAUN': MÉTODO SIN MÉTODO; A. SERRA: AUTOR SIN AUTOR

 

Tres fases del método andergraun

Entre los adoradores de la performance digital, que es el bando escogido por Serra en la guerra de los mundos, no es ninguna paradoja que incorporen en su propio método a lo azaroso. Por eso el ‘método andergraun’ tiene tres fases claras:

En la primera, lo importante es planificar lo que Debord llamaría una ‘situación’ interesante y revolucionaria. Hay que escoger un escenario seductor, con gran potencial para ubicar y permitir crecer a la idea germinal que Serra ha concebido. Tiene que ser una buena excusa que anime a todo el mundo y especialmente los financiadores. Tiene que movilizar y entusiasmar a toda su creciente trouppe de “Albert Serra ha fet en mi meravelles” pero, al mismo, tiene que mantenerlos ignorantes de lo que verdaderamente va a pasar allí o que va a resultar de todo ello.

Evidentemente, Serra no da importancia al guion, aunque a veces le puedan exigir presentar uno. No se lo cree ni se siente para nada comprometido a respetarlo. Pues, para Serra, ni la primera ni la segunda fases nada tienen que ver con el guion o la predeterminación de un storytelling. No son, como en el cine tradicional, la ocasión para realizar fílmicamente una historia preconcebida y generar unas concretas imágenes en movimiento que, ya en su producción, estén subordinadas al orden logocéntrico del guion.

Al contrario, Albert Serra concibe esas dos fases como grandes aperturas de la imaginación al caos primigenio, al fondo de las tinieblas y a los Kurtz que los actores llevan en sí mismos para registrar imágenes en movimiento seductoras y rompedoras. ¡Sean cuales sean estas! Pues todo está abierto en ellas y los actores -ahora desatados de sí mismos- se convierten en creadores.

Como hemos apuntado, la segunda fase no consiste en añadir otro nivel de concreción al guion y plan iniciales. Por eso, Serra insiste en dar un paso atrás, en renunciar conscientemente a todo guion y autoridad, y en dejar actuar con aparente libertad a su trouppe. Ciertamente el rodaje no encaja para nada con la fase más evidente y magnificada del proceso cinematográfico tradicional.

Pues el rodaje tradicional es para Albert Serra uno de los mayores errores del método cinematográfico industrial, ya que pierde todo el potencial creativo de las performances, las acciones artísticas y los happenings. Para Serra, el rodaje no es el momento adecuado para ejercer el poder supremo del artista sino, al contrario, para humildemente dejarse iluminar, inspirar y seducir por el azar productivo. Y por eso se niega a ejercer durante el rodaje ningún control o poder exhaustivo.

Sorprendidos por esta actitud, los ingenuos creen que el sorprendente Albert Serra renuncia totalmente a ejercer el poder y, por tanto, se convierte en un director que no dirige, que no ejerce como tal. Ahora bien, esa percepción también es radicalmente falsa, pues Serra simplemente está difiriendo con plena consciencia el ejercicio artístico del poder soberano a la tercera fase: el montaje. 

Así, en la primera fase, se imaginan una performance anárquica y una ‘situación revolucionaria’, que serán ‘ejecutadas’ en el rodaje o la segunda fase. Pero en absoluto se las cierra, siguiendo planificadamente a un guion previo y obedeciendo a un director que ‘ya sabe’ totalmente como debe ser la película. Solo liderando la ‘trinidad’ de montadores, Albert Serra toma fuertemente las riendas de la película tomando las decisiones creativas y temerarias con que autentifica su cine de autor.


Cine de autor sin autor y con el director como primer espectador

El montaje o tercera fase es la verdadera ‘caja negra’ creativa del método andergraun. Pues sólo entonces el demiurgo, Albert Serra, retoma todos los inputs inconexos generados y los convertirá en outputs creativos “de autor”, es decir: en cine. Ahora bien, aunque en la práctica parece que las cosas se desenvuelven básicamente como hemos apuntado, ello no encaja con las teorías posteriores a Roland Barthes.

En el debate de la Filmoteca de Cataluña con Pere Portabella, que corresponde a la generación anterior que inspiró Albert Serra, ambos coinciden en defender que el director es el primer descubridor y espectador de ‘su’ película. No tiene ningún privilegio especial en tanto que ‘autor’ de la obra colectiva que inevitablemente es el cine. Por tanto, se termina el debate tradicional sobre quien tiene más poder (y por tanto es más ‘autor’); el director o el productor. Pues con independencia a los derechos legales, en los cuales no entraremos, incluso los directores y productores tan solo ejercen un tipo especial de recepción donde en tanto que ‘primer espectador’ toma las decisiones definitivas y convierte el caos performativo y creativo en una película verdaderamente ‘suya’, ‘de autor’.

En la guerra de los mundos, el cine tradicional considera eso la suprema estafa, pues entonces ¿para qué son necesarios los directores y productores? ¿Qué función ejercen? ¿Para qué sirven? Ahora bien, el cine industria es una obra colectiva donde también la autoría plena es muy discutible. Y por otra parte, desde al menos los ‘ready-made’ de Marcel Duchamp, no se puede menospreciar la importancia verdaderamente creativa de ‘recepcionar’ los materiales performáticos y decidir sobre ellos. Pues eso no es para nada fácil ni secundario.

Contraatacando, Albert Serra denuncia por el contrario lo muy fácil que es hacer cine a partir de un guion (que muchas veces te viene dado), si además hay directores de escena, de imagen, de sonido... ¿qué hace entonces el director? Se exclama. Parce, pues, que la diferencia clave entre los dos mundos no iría en la cantidad de ‘autoría’ que cada uno permitiría, sino en la fidelidad o infidelidad a una concepción logocéntrica del cine: si una idea o un relato preexistentes dominan todo el complejo proceso colectivo imponiéndose a través de una especie de ‘cadena de montaje’ formada por expertos especializados hasta su concreción final, de acuerdo con lo previsto.

El problema no es pues el grado de ‘autoría’ del director, del productor o del guionista. La cuestión es: si el ‘deus ex maquina’ de la película es un Eidos o Logos previo y que hay que ‘filmar’ (que no es ilustrar en imágenes). O, más bien, es una actividad performativa, caótica y colectiva a la cual -in extremis- pone fin las decisiones últimas de un montaje que recepciona todo lo anterior. En cierto sentido, la guerra cinematográfica de los mundos responde a esta batalla.

Dos ‘trinidades’ en busca de la imagen-oro

Como hemos visto, el método andergraun pivota en dos trinidades, cada una de ellas a la vez una y trina. La primera domina la fase segunda del rodaje y la otra la fase tercera del montaje.

En el primer caso, son tres insobornables cámaras digitales que graban con gran libertad e incluso sin poder ser bien detectadas por todos los implicados. Serra permite que circulen por todas y ninguna parte, para que potencialmente lo rueden todo, para que sean sus ojos mecánicos y lleven verdaderamente a las imágenes en movimiento al estadio de la reproducción técnica.

Sobre todo, permiten desposeer de su habitual control a los actores, obligándolos a entregarse sin reservas. Astutamente, deja incomunicados, huérfanos de toda guía e incluso desconcertados tanto a los actores como a los técnicos. Suele confesar que en los rodajes, si mira la escena, procura no escuchar los diálogos y al revés. Serra abandona el pedestal del director que es donde inevitablemente -según el mundo enemigo- converge todo.

Todo es una estrategia porque -al contrario que en el cine tradicional- el rodaje no es todavía el momento de descubrir ‘lo esencial’ de la película. Serra se reserva el verdadero poder omnívoro para el montaje final y sabe que en unas semanas todo lo grabado le será entregado sin condiciones. Por eso, durante el rodaje, Serra se muestra anarquista e incluso absentista. Puede convertirlo en una fiesta etílica, en una tortura angustiosa o, a menudo, en las dos cosas. Aunque pueda participar en la fiesta, Albert Serra es más bien el torturador que ha dispuesto todo y por el momento se limita a observar displicente desde la distancia a sus víctimas. Las ha convertido en títeres descabezados que le entregarán su secreto como materia para crear.

Por el momento, Serra se mueve lejos de la cámara, de los actores, del centro de la escena, del foco de la atención... adoptando posiciones excéntricas y no esperables. Buscando siempre el fuera de cámara, procura atender a los aspectos no habituales que normalmente los directores ningunean porque los distraen de ‘lo esencial’ en su plan y guion predeterminados. 

De esta manera, Albert Serra, obtiene la deseada y bulímica materia prima a partir de la cual construir o descubrir el hilo formal de la película. Entonces se erige en demiurgo a la vez omnipotente y oportunista en busca -dentro del magma caótico gravado- de la imagen-oro formalmente bella, intrínsecamente rompedora y angustiosamente provocadora que ha convertido en su deus ex máquina. Para esa tarea divinamente creadora, también ha dispuesto de otra ‘trinidad’ de montadores, donde él juega el papel del Uno trascendente y primum inter pares



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