Emotividad del desconcierto y de la catástrofe
Actualmente, observamos que nuevos movimientos populistas y mesiánicos están obteniendo importantes réditos en las votaciones por su focalización en los profundos malestares de aquellas partes de la población que se consideran olvidadas por las políticas y el sistema de partidos hegemónicos. Además, los populismos evitan el elitismo comunicativo de los partidos tradicionales, apelando emotiva y pasionalmente al electorado (Illouz, 2023). Es algo que a veces se presenta como un rasgo anticuado, pero enlaza con las más actuales teorías de la persuasión política y de la naturaleza humana (por ejemplo las teorías de George Lakoff, de Antonio Damasio, sobre Storytelling…).
Ernesto Laclau y Chantal Mouffe también intuían la
emocionalización de la política cuando criticaban en Hegemony and Socialist Strategy (1985) la fosilización ideológica
marxista y abogaban por una profunda renovación de la política que actualizara
la función de los partidos, las prácticas y los discursos políticos. Chantal
Mouffe (2018) asocia el populismo izquierdista con el ideal de “democracia
radical” y la polémica construcción democrática del “pueblo”, pues coincide con
Laclau (2005) en que no puede darse por supuesta su movilización política
eficaz ni tampoco la cohesión de los muy diversos malestares que se dan en su
seno. Al contrario eso es algo que se tiene que construir precisamente con una
acción política muy compleja y que incluye ideología, cálculo estratégico,
movilización emotiva, habilidad comunicativa y capacidad de aunar los distintos
proyectos.
Mouffe considera que una “democracia radical” puede
equilibrar la jerarquización vertical de los malestares con el empoderamiento
autónomo y horizontal de los grupos implicados. Así se evitaría tanto la
anarquía caótica como el despotismo tecnocrático paternalista; permitiendo que
la democracia radical populista pudiéra ejercer un saludable poder
constituyente que superara los tradicionales déficits democráticos de la
izquierda revolucionaria. Ahora bien, Mouffe también obvía los tradicionales
equilibrios liberales y la estricta división de poderes de Montesquieu, con lo
cual parece que las tendencias iliberales son presentes tanto en los populismos
de derecha como de izquierda.
Por otra parte, las estrategias movilizadoras emotivistas
se han convertido en una poderosísima erramienta populita, como demuestra ahora
mismo el presidente Milei. Ello ya había sido destacao por los intelectuales
“de cabecera” de los expresidentes Jair Bolsonaro y Donald Trump que son
respectivamente Olavo de Carvalho y Steve Bannon (el cual después de dejar su
cargo con Trump se convirtió en un muy influyente asesor del populismo
ultradechista internacional). La importancia del relato emotivista también está
presente en las enseñanzas de Aleksandr Duguin, que hoy parece influir menos en
el cada vez más autoritario y agresivo presidente Vladimir Putin.
A pesar de sus divergencias ideológicas, gracias a esos consejeros,
los movimientos populistas se han adaptado ágilmente a las “políticas del
reconocimiento y de la catástrofe”, y tienden a superar a los partidos
tradicionales que se muestran muy faltos de reflejos. Vallespín y
Martínez-Bascuñán (2017: 15) incluso consideran contraproducentes muchas
reacciones antipopulistas de los partidos tradicionales, pues son percibidas generalizadamente
como elitistas, defensoras del establishment e, incluso, tendencialmente “anti
pueblo”.
Podemos constatar que el uso habílísimo del emotivismo en
política por parte de los populismos ha sido clave en el poder movilizador de Trump,
Bolsonaro o Milei. Incluso ha coincidido en impulsar acciones inéditas, como
los asaltos tumultuarios a las más altas instituciones del Estado
norteamericano y brasilero, cuando Trump y Bolsonaro se vieron desplazados del
poder en las respectivas elecciones presidenciales. Son ejemplos de lo
fácilmente que se puede pasar de usar el ‘desconcierto’ a conquetear con la ‘catástrofe’
política, social e institucional.
Es lamentable que los políticos de la segunda década del
siglo XXI tengan tanta dificultad para canalizar positivamente toda la energía
que surge de descontentos y desconciertos legítimos, pues podría ayudar a crear
una democracia más exigente, de mayor calidad y más activamente movilizada. Se
están perdiendo oportunidades democráticas para canalizar esos malestares y actitudes
más activas. Podría incorporar a la común tarea democrática a los grupos
“lumpen” o descabalgados estadounidenses (rednecks, hillbillies o white trash) y
evitar la desafección de grupos “wasp” (white, anglo-saxon and protestant) de
la llamada América profunda e, incluso, en los obreros del cinturón “del
óxido”, que han sufrido una muy importante desindustrialización y que hasta
hace poco eran “mainstream”. Significativamente, en esos casos Hillary Clinton fué
percibida como defensora de un frío, distante e indiferente establishment
de Washington, al cual precisamente se enfrentaban Donald Trump y Bernie Sanders
(por eso se percibió un inesperado traspaso de votos del segundo al primero).
Algo parecido pasa con la victoria de Le Pen en ciudades
“proletarias” y que solían votar socialista como Marsella (Guilluy, 2015,
documenta perfectamente las bases económicas de ese descontento) o de Vox en
zonas de España más desafectas al régimen democrático de 1978 y que sienten
añoranza del dictador Francisco Franco. Muchos votantes se han sentido
interpelados por la proximidad emotiva del discurso populista, más que por
vagos argumentos -tanto los ‘bonistas’ como los fríamente tecnocráticos- en
favor de políticas redistributivas o de reconocimiento positivo. Algo parecido
creemos que está detrás del cambio de voto en favor de Jair Bolsonaro de
ciudadanos profundamente ‘desconcertados’ que en otras ocasiones habían votado -incluso-
al Partido de los Trabajadores de Inácio Lula da Silva.
En todos los casos, el cambio de voto de mucha gente
constata que ésta se siente olvidada por el establishment político, damnificada
por la precariedad bajo las nuevas tecnologías, amenazada por el neoliberalismo
y por las deslocalizaciones generadas por la turboglobalización (Mayos, 2020 y 2016a).
Ronald Inglehart (2018) constata que, desde la serie de crisis post2007, se ha
manifestado en las “Encuestas Mundiales de Valores” un “reflujo autoritario” en
gran parte de la población, el cual estaría vinculado con el crecimiento de los
populismos. Esa misma población, en cambio, siente que es interpelada, valorada
e incluida por los nuevos movimientos populistas. al menos en sus aspiraciones
emotivas. Otra cosa es, si lo será de forma más completa, real, suficiente y a
largo plazo.
Finalmente, recordemos que los populismos muchas veces
atraen al voto y a la activa protesta de ciudadanos que habían pasado a la
abstención por sentirse olvidados o muy poco reconocidos. Por tanto, el
preocupante problema para la democracia que estamos analizando también tiene
que ver con un cierto ‘pecado’ político de omisión e indiferencia cometido por
la práctica totalidad del sistema tradicional de partidos. Pues en momentos de
crisis, de desconcierto y de amenazante catástrofe, la población exige con más
fuerza y rebeldía a todas las instituciones socio-políticas.
A partir del artículo “Peligro para la democracia y los derechos humanos en las políticas ‘del desconcierto’ y los populismos ‘de la catástrofe’“ de Gonçal Mayos (pp. 259-278) en Analíse social do direito: por uma hermenêutica de inclusão, Jorge Messias, Edilene Lôbo e Clara Mota (Organizadores), Editora D'Plácido, 2024, ISBN 9786583178251, 406pp. Apresentaçâo Luiz Inácio Lula da Silva. Ver los posts: -POPULISMO Y DEMOCRACIA, - ¿POLÍTICA HORIZONTAL O VERTICAL? ¿PLURAL O NO?,
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