Dilemas del espectro populista: agenda oculta, límite constituyente y choque entre poderes
Como todo proceso complejo, relativamente nuevo y bastante disruptivo, el populismo desorienta e incluso genera una profunda desconfianza. En otros artículos (Mayos 2022 y 2016a), hemos expuesto la complejidad ideológica y social de los populismos. Ahora analizaremos concisamente los principales dilemas, tensiones, dificultades y retos que manifiestan los populismos que llamamos “del desconcierto y de la catástrofe”.
Por el momento la mayoría de los movimientos populistas
afirman respetar los valores democráticos, la voluntad popular y los derechos
civiles y humanos. Pero preocupa generalizadamente y es uno de los dilemas de
los populistas actuales que tal actitud no sea algo permanente y que –en el
futuro- pueda derivar en actitudes inequívocamente totalitarias.
Aún más, cabe preguntarse si algunos populismos tienen
algún tipo de agenda de tipo totalitario mantenida en secreto y no publicitada.
Si existe esa agenda oculta, cabe preguntarse ¿hasta qué punto están dispuestos
a mantener los equilibrios institucionales y constitucionales? Pues parecen
mecanismos poco ‘glamurosos’ pero son claves, deben ser capaces de resistir a
las fuertes presiones que deberán soportar en casos de desafíos
antidemocráticos. Por ejemplo durante los momentos álgidos del asalto al Capitolio
de Washington o en las fuertes presiones llevadas a cabo por el entonces
todavía presidente Trump a distintos altos funcionarios que habían de confirmar
la validez de los resultados efectivos de las elecciones presidenciales.
También es legítimo exigir que se hagan públicos ¿qué
aspectos de la democracia participativa y del gobierno popular aspiran a
eliminar o a degradar los distintos líderes populistas? ¿Cuáles garantías
civiles de las democracias avanzadas serían prescindibles o negociables a la
baja? ¿Qué valores de libertad pueden ser vulnerados y qué otros valores
securitarios o de liderazgo fuerte se proponen a cambio? ¿Cuáles derechos
humanos son innegociables para ellos y cuáles pueden ser transaccionados o
eliminados?
No cabe duda que estas cuestiones dilemáticas plantean serías
dudas a muchos ciudadanos que, aunque vean el populismo como una opción
legítima e incluso necesaria, temen que puedan repetirse catastróficos
acontecimientos de la historia. Además, hay otras preguntas que también merecen
ser contestadas y ante las cuales tanto la ciudadanía como los analistas
políticos manifiestan dudas, angustias y desconfianzas razonables. No podemos
menospreciar la importancia de la buena salud política de las instituciones estatales
democráticas, pues la humanidad es una especie social, política y cultural, en
la cual ningún individuo puede ‘ser una isla’.
También es muy relevante preguntarse, ¿qué límites
contemplan los populismos para sus propias acciones críticas, desgastadoras y
destituyentes del establishment político-institucional? Cada vez más, los líderes
populistas consideran necesario abrir un proceso y poder constituyentes o –al
menos- llevar a cabo prácticas desafiadoras de las élites e instituciones
vigentes para forzar su rápida renovación. ¿Hasta que punto cada uno de ellos
está dispuestos a desestabilizar al Estado y a la gobernanza actual, a poner en
peligro la necesaria “seguridad jurídica” y a imponer la agenda de las mayorías
sociales por encima de las minorías?
Además, es cierto que todo poder constituyente en algún
aspecto tiene directas consecuencias destituyentes o desconstituyentes, por lo
tanto cabe preguntarse: ¿Hasta que punto los beneficios obtenidos en cada caso
superan a los peligros, riesgos e inconvenientes asumidos? Al respecto, Hans
Kelsen avisaba que toda democracia sin control no puede ser duradera ni
estable. Hoy tenemos ejemplos que reconfiguran la relación siempre compleja e
inestable entre el poder judicial y los poderes legislativo-parlamentario y
ejecutivo.
Boris Johnson propuso cerrar por cinco semanas el parlamento británico en el momento álgido de la negociación de la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Su intento fue bloqueado por la acción paralela del propio parlamento y del poder judicial. Donald Trump planteó distintos “forcejeos” para imponer sus políticas a otros poderes federales, por ejemplo presionado a jueces para que aceptaran sus propuestas de restricción de entrada en los Estados Unidos de ciudadanos de ciertos países mirados con desconfianza por su presidencia. También llegó a cerrar la administración federal no vital como parte de su presión para que el Congreso aprobara los presupuestos extraordinarios que pedía para ampliar el muro con México; además de las conocidas presiones para modificar el número de votos válidos en la votación presidencial donde aspiraba -ni más ni menos- a ser reelegido.
En España y Cataluña, pero también en Brasil, se han
invocado por parte de algunas instancias judiciales o electorales acciones
pocos habituales y que amenazan romper la tradicional división de poderes. Así
se ha llegado a destituir, a evitar la elección o a inhabilitar a presidentes y
altos cargos de la Generalitat catalana, incluso poniendo en peligro los derechos civiles de los afectados
y de sus votantes. En Brasil son muy conocidos y debatidos los complejos
procesos de destitución y encausamiento de respectivamente los presidentes
Dilma Russeff e Inácio Lula da Silva, invocándose en algún caso conceptos de “mutación
constitucional” -que podemos calificar de inseparablemente constituyentes y
destituyentes-.
Si se rompe el equilibrio y separación de poderes de
Montesquieu, fácilmente uno de ellos puede imponerse adquiendo características
totalitarias. En tal caso, por si sólo, podría ejercer un poder constituyente
(ya no meramente constituido) y modificar su subordinación democrática a la
soberanía popular. Esa persona, asamblea, instancia o poder podría llegar a convertirse
en lo que Hobbes definía como “el Soberano” efectivo, es decir el poder último
irrebasable de todo el sistema político y no condicionado en el fondo por
ningún otro. Eso es lo que, Arendt (1974) definió como totalitarismo,
avisando que no surge tan
solo de la ignorancia o del lavado de cerebro, sino que tiene causas más
profundas en la condición humana y, por tanto, puede rebrotar con facilidad.
Procesos y mecanismos similares están apareciendo
actualmente en muchos países. ¿Se trata de un fenómeno momentáneo que la propia
dinámica política situará en su justo punto o -por el contrario- irán a más,
dislocando las “políticas del desconcierto” o provocando consecuencias
catastróficas? ¿Son más bien reacciones puntuales, excesivas, demagógicas, muy
limitadas y espectacularizadas que no tienen el impacto real que parecen tener?
¿O más bien, es un peligro cierto que no nos podemos permitir el lujo de
menospreciar en ningún caso? ¿Su capacidad de inquietar a través de los
massmedia a mucha gente es su principal efecto o, tan solo, la punta de
iceberg? ¿Muestran una tendencia de la “nueva política” (Mayos y Morro, 2014) y
de las posibilidades tecnológicas digitales que han venido a quedarse y lo
pueden cambiar todo? ¿O son cambios pasajeros y no permanentes?
No es posible aquí profundizar en estas cuestiones, pero
sin duda muestran el enorme impacto alcanzado por las “políticas del
desconcierto” y los movimientos populistas; pues la desorientación y preocupación
de gran parte de la población también se contagia en cuestiones de ese tipo a
muchos expertos politólogos. Son dilemas no sólo del populismo, sino también de
las “políticas del desconcierto y de la catástrofe”, que continúan vigentes en la
tercera década del siglo XXI.
A partir del artículo “Peligro para la democracia y los derechos humanos en las políticas ‘del desconcierto’ y los populismos ‘de la catástrofe’“ de Gonçal Mayos (pp. 259-278) en Analíse social do direito: por uma hermenêutica de inclusão, Jorge Messias, Edilene Lôbo e Clara Mota (Organizadores), Editora D'Plácido, 2024, ISBN 9786583178251, 406pp. Apresentaçâo Luiz Inácio Lula da Silva. Ver los posts: -POPULISMO Y DEMOCRACIA, - ¿POLÍTICA HORIZONTAL O VERTICAL? ¿PLURAL O NO?,
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