Partido disciplinado versus movimiento y comunicación directa del líder
Los partidos tradicionales solían estar dirigidos por cuadros activos, profesionalizados e ideologizados, mientras de la militancia solía ser más disciplinada, obediente, pasiva y se movilizaba aguerridamente tan solo cuando era convocada a ello por los mencionados cuadros. En el socialismo real sucedía algo parecido con el modelo leninista y -aún más- estalinista de partido, pues se pensaba que solo así era posible la revolución y la transformación radical en un nuevo régimen.
Ahora bien, los populismos contemporáneos nacen como
movimientos amplios, poco coherentes, bastante desestructurados y relativamente
informales, como se ha visto con la sorprendente elección presidencial de
Javier Milei en la Argentina. Pueden manifestar una ideologización flexible, a
veces extraída de corrientes religiosas como la llamada “Mayoría moral” que
encumbró Ronald Reagan o el “evangelismo” que sorprendentemente apoyó con
fuerza el poco ‘moral’ Trump, impulsó a Jair Bolsonaro a la presidencia brasilera
o expulsó hace unos años a Evo Morales de la presidencia de Bolivia.
Por otra parte, se están generalizando estrategias
inéditas hasta ahora, que permiten que los líderes se dirijan personal,
personalizada y directamente a través de las nuevas tecnologías al conjunto del
electorado. Así los populismos consiguen un gran impacto electoral sin depender
estrictamente de un poderoso “aparato” que limite las decisiones de sus líderes
carismáticos. De forma similar se están desarrollando nuevas prácticas y
estrategias políticas tanto en las elecciones (p.e. el uso de Cambridge
Analytica por parte de Trump) como en la comunicación de las decisiones (p.e.
el uso de fake news en un marco de
una postverdad aceptada generalizada y poco críticamente).
Tradicionalmente se consideraba que las revoluciones constituyentes
(cuyo modelo más radical sería la rusa de Octubre del 1917) sólo eran posibles
si eran ejecutadas por grandes partidos leninistas, de masas, militarizados,
disciplinados y muy ideologizados. En cambio y a pesar de cierta retórica, los
movimientos populistas actuales están consiguiendo cierto ‘poder constituyente’
o ‘catastrófico’ (según se mire) con muy poca estructuración partidista, pero
con un enorme impacto directo, personal y mediante las redes sociales digitales
de un líder mesiánico.
Tradicionalmente, las revoluciones eran imaginadas como
rupturas muy planificadas, con mucha preparación ideológica sobre el modelo
alternativo que se iba a construir. Ello daba mucho miedo a las clases sociales
que se sentían amenazadas por la revolución y ‘sabían’ que pasaría con ellos o
sus propiedades; pero a la vez daba confianza y tranquilidad a mucha población.
Había la sensación -bastante infundada seguramente- de que había algo así como
un ‘manual de la buena revolución’ que se iba a ejecutar de forma planificada.
Ello sugería -quizás de forma errónea- que el momento revolucionario caótico
sería relativamente corto en el tiempo y que pronto la historia volvería a
tranquilizarse y los cambios se limitarían a consolidarse.
Ahora bien, las políticas ‘del desconcierto’ y del populismo
‘de la catástrofe’ más bien parecen apuntar a todo lo contrario. No hay planificación
que valga y los líderes mesiánicos piden confianza absoluta sin compromenten a
nada concreto. No hay apenas ideología y sí mucha gesticulación
espectacularizada. Falta planificación sobre el ‘mañana’ y el ‘mundo nuevo’. Si
los líderes tienen algo así como un ‘manual de la revolución’ que proponen, lo
esconden, apenas dan algunos detalles y queda mayoritariamente como una agenda
oculta.
Incluso parece que las elites populistas ha contemplado como necesario y beneficioso que haya un relativamente largo período de caos y catástrofe. Pero, para quién y porqué puede ser beneficioso permanece dentro de la agenda oculta del populismo. Eso y lo que anteriormente hemos apuntado, hace que sea bastante inquietante la comparativa entre los revolucionarios clásicos y los populistas contemporáneos. Evidentemente no es algo que se pueda reducir simplemente a una cuestión de mayor o menor ambición.
Aprovechar la oportunidad política de la crisis post2007 y del desconciertoOtra característica que comparten los populismos actuales
es que han identificado la situación de larga crisis posterior al crac
económico del 2007-2009 como una situación de alta tensión social que vale la
pena impulsar (coqueteándo peligrosamente con la catástrofe social) porque propicia
llevar a cabo los cambios que desean. Han percibido –mucho más agudamente que
los partidos tradicionales- el profundo descontento de la población, el cual es
visto como la mejor oportunidad en décadas para grandes cambios políticos. Al
menos desde inicios de los años 1990 con la caída de la URSS y la evolución del
Partido Comunista Chino bajo Deng Xiaoping, no se había abierto una ventana de
oportunidad tan clara y generalizada para nuevos partidos, nuevas élites y
nuevos proyectos político-sociales. Aunque, lamentablemente y como estamos
argumentando, ello parece incluir un relativamente largo estadio marcado por
las ‘políticas del desconcierto’ (Mayos, 2020).
Seguramente la diversidad ideológica entre los populismos
hará que sus consecuencias se muevan en direcciones distintas y no en una
única. Ahora bien, ello puede incrementar su impacto sobre la historia, en
lugar de reducirlo. En cierto sentido, las “políticas del desconcierto” y los
populismos de ‘la catástrofe’, han abierto una especie de “tiempo constituyente”
donde se está luchando denodadamente por definir el que será el marco
político-social hegemónico en las próximas décadas.
Sin duda, se definirá tanto dentro de los distintos
Estados-nación como en la gobernanza internacional que sustituirá al llamado
“Consenso de Washington” (Williamson, 1989). Pues debe dar respuesta tanto a
las dolorosas políticas de austeridad como a la hiperinflacción y al galopante
crecimiento de la desigualdad (en récord histórico desde que tenemos datos
fiables, según Piketty 2014 y 2019). Debe enfrentar también a las consecuencias
de la cuarta revolución digital, robótica y de inteligencia artificial, que
incluye como gran reto la inevitable reducción en el trabajo masivo al menos
con sueldos de nivel medio (Rifkin, 1995).
Todo ello coincide además con cambios geopolíticos
significativos como la confirmación de la China como gran potencia mundial, los
esfuerzos de Rusia y Turquía por volver ejercer influencia político-militar
global, la consolidación de los BRICS y la sorprendente oscilación de los
Estados Unidos entre su liderazgo mundial o un repliegue aislacionista (que la
próxima elección presidencial entre Biden y Trump no parece que vaya a
dilucidar del todo).
A partir del artículo “Peligro para la democracia y los derechos humanos en las políticas ‘del desconcierto’ y los populismos ‘de la catástrofe’“ de Gonçal Mayos (pp. 259-278) en Analíse social do direito: por uma hermenêutica de inclusão, Jorge Messias, Edilene Lôbo e Clara Mota (Organizadores), Editora D'Plácido, 2024, ISBN 9786583178251, 406pp. Apresentaçâo Luiz Inácio Lula da Silva. Ver los posts: -POPULISMO Y DEMOCRACIA, - ¿POLÍTICA HORIZONTAL O VERTICAL? ¿PLURAL O NO?,
- LIDERES POPULISTAS APROVECHAN CRISIS Y DESCONCIERTO,
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